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Epílogo.- ¿Por qué importa?

Si hemos encontrado algo provechoso en el fenómeno de El Código Da Vinci, es el de haber despertado un gran in­terés por temas importantes: quién es Jesús, cómo era el cristianismo primitivo, el poder del arte y el tema del sexo y la espiritualidad.

Desgraciadamente, la opinión pública, ha aceptado las afirmaciones históricas que aparecen en El Código Da Vinci con enorme entusiasmo.

Ese entusiasmo denuncia un fallo importante: un fa­llo de las Iglesias de todas clases, por no dar a conocer a sus miembros unos hechos básicos de la historia y la te­ología cristianas. La credulidad con la que los lectores de Brown han aceptado sus afirmaciones de que los cris­tianos primitivos no creían en la divinidad de Jesús y de que la forma y el contenido del cristianismo actual son nada menos que las consecuencias de una lucha por el poder, debían ser una llamada a todos los responsables de la labor de formación.

¿Qué estamos enseñando al pueblo sobre Jesús? ¿Nada?

Seamos lógicos

Muchos lectores se han sentido desconcertados por las afirmaciones sobre la fe, que aparecen en El Código Da Vinci. Espero que este libro os confirme que la fe en Jesús como Dios es íntegramente fundamental para la fe cristia­na, y que lo ha sido desde el comienzo de la predicación apostólica de la Buena Nueva.

Permitidme poner un punto final para aclarar aún más este tema.

En El Código Da Vinci aparece la presunción de que el lado «vencedor» del cristianismo se dedicó a suprimir he­chos sobre Jesús que eran incómodos o inaceptables, o que no se hizo lo que Él quería.

Pensad por un momento en lo ilógico de esta afirma­ción. Yo he apuntado algunos aspectos a lo largo del libro y todo se reduce a lo siguiente:

Aquellos que Brown califica de «vencedores», y debe­mos insistir, falsamente, sufrieron terriblemente por su fe en Jesús.

Empezando, por supuesto, por el mismo Jesús.

Piénsalo. Si Jesús no fue más que el amable maestro del relato de Brown, ¿qué autoridad podría ejercer? ¿Por qué se iban a molestar en crucificarle cuando la crucifi­xión era el modo de ajusticiar reservado a los criminales más viles y peores?

Y si, ciertamente, fuera un maestro ejecutado de aque­lla espantosa manera, ¿por qué sus seguidores abandona­ron sus vidas normales y seguras para extender sus ense­ñanzas, exponiéndose a un destino semejante?

Lo cierto es que, a lo largo de los siglos, fueron arres­tados, torturados y encarcelados, pero no por seguir a un filósofo. Fueron castigados porque, tal y como se enten­día el cristianismo, daban culto a Dios, encarnado en Je­sús de Nazaret con una fidelidad que les impedía honrar a César como señor o como dios. Su visión de un mundo en el que Dios reinaba como Señor del universo era, con ab­soluta certeza, una traición para los demás.

En este punto, nuestra búsqueda de lo lógico nos lleva a dos direcciones:

La primera: aunque Brown dice que el cristianismo pri­mitivo no honró a Jesús como Dios hasta Nicea, no se com­prende que, si fuera verdad lo que dice Brown, hubiera razo­nes para ponerlos en el centro de la diana de la persecución.

La segunda: si, a pesar de la enseñanza y la liturgia con las que proclamaban que Jesús era Dios, solamente creían en Él como en un maestro mortal, ¿por qué no cambiaron su historia? Si no creían que era el Señor, y conscientes de que su fe les llevaría a ser arrojados a los leones o al exilio a las minas de sal... ¿por qué continuar con esa superchería?

Sencillamente, no tiene sentido.

Lo importante para nosotros, los que estamos intere­sados en lo que es Jesús y en lo que la cristiandad cree so­bre Él, es:

Que toda la argumentación de El Código Da Vinci sugie­re que el cristianismo, tal y como lo conocemos, es una ma­quinación, y que la verdad ha sido suprimida. Tenemos que pensar con lógica y seriedad sobre esto. ¿Qué provecho ob­tenían los apóstoles y los primeros cristianos para ocultar la verdad? ¿Les proporcionaba honra y alabanzas? ¿Les hacía más ricos? ¿Les hacía ganar poder? ¿Lo que afirmaban ha­cía sus vidas más cómodas y más seguras?

¿Soportarías los mismos padecimientos de los prime­ros cristianos si supieras que era una mentira?

Y, además de todo lo anterior, ¿qué sucedió al final con el cuerpo de Jesús?

El encuentro con Jesús

He escrito este libro para ayudar a los lectores a revisar muchos de los interesantes temas que surgen en El Código Da Vinci.

En el centro de estos temas aparece uno que no es un tema, sino que es una persona: Jesús de Nazaret. Estoy convencida de que el motivo de que muchos de los nues­tros hayan aceptado las afirmaciones de El Código Da Vinci con tanta credulidad se debe a que no hemos inten­tado tratar de conocer seriamente a Jesús. Tanto si vamos a la Iglesia como si no, nos hemos mantenido a distancia de Él, dejando que sean los demás quienes nos digan lo que hemos de pensar, sin molestarnos en leer ni un solo Evangelio desde el principio hasta el fin. Y, en consecuen­cia, asumimos la conclusión, tan común en nuestra cultu­ra, de que, en cualquier caso, se trata de un tema opina­ble, sin una auténtica seguridad en el fondo.

Pues bien, como aclaran brillantemente los testimo­nios de los primeros apóstoles, no se trata de opiniones, de mitos o de metáforas. Pedro, Pablo y, sí, María Magda­lena no dieron sus vidas a una metáfora. Conocieron a Je­sús como ser humano y misteriosamente, gloriosamente, como algo más, y le entregaron sus vidas literalmente, unas vidas en plenitud de la gracia que les invadía.

Cualquier efecto negativo de El Código Da Vinci se de­be al hecho de que, con todo lo que dice sobre Jesús y su esposa, lo «sagrado femenino» y todas las especulaciones sobre la «historia real»... se ha perdido la Historia Real.

Jesús, crucificado, muerto y resucitado, el Único cuya auténtica muerte y resurrección nos ha liberado del poder de nuestros pecados reales y de la muerte reconciliando a la creación con Dios.

Insisto: esta historia se ha perdido realmente. No es un secreto, sin embargo, y no hay nada que nos impida encontrarla.

¿Curiosidad sobre Jesús?

La verdad la tienes tan próxima como un libro de tu propiedad.

Y no, no es El Código Da Vinci.

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