conoZe.com » Aprender a pensar » La manipulación del hombre a través del lenguaje

Visión global de la temática del curso

Para defender nuestra libertad, prestamos atención a los medios de comunicación social a fin de informarnos debidamente y situar a los poderes públicos bajo los focos de una vigilancia constante. Pero ¿nos damos cuenta de que tales medios tienen recursos sobrados para manipularnos y reducir al máximo nuestra capacidad de pensar, sentir, querer y decidir por nuestra cuenta? Aunque vivamos en un régimen democrático, podemos vivir sin libertad interior si no sabemos con precisión

  • qué significa manipular,
  • quién manipula,
  • para qué lo hace,
  • qué medios moviliza para ello.

Son los temas que vamos a analizar en este curso, a fin de descubrir un antídoto contra la manipulación y salvaguardar nuestra libertad y nuestra dignidad de personas.

Pondremos sumo empeño en este estudio, porque la corrupción de las personas, las sociedades y la política comienza por la corrupción de los conceptos. Ya Ortega y Gasset se cuidó de recomendarnos que tengamos sumo cuidado con los conceptos pues son "los déspotas más duros que la humanidad padece". Con frecuencia nos vemos dominados por el poder que tienen ciertos términos, que suelo llamar "términos talismán". Quedaremos asombrados al advertir hasta qué punto restringen tales palabras nuestra libertad. Tenía razón el gran pensador Martin Heidegger al afirmar que "las palabras son a menudo en la historia más poderosas que las cosas y los hechos"[2].

Impresionado por la devastación que produjo en Europa, durante los terribles "doce años" (1933-1945), la voluntad nacionalsocialista de someter a los pueblos, el gran escritor George Bernanos afirmó en las célebres Conversaciones de Ginebra (1946) que "el mundo no podrá salvarse más que por los hombres libres"[3]. Esa libertad interior es destruida por la manipulación. De ahí que delatar la estrategia manipuladora es una tarea que todos debemos realizar con decisión si queremos salvar nuestra condición de personas libres.

Qué significa manipular

Manipular equivale a manejar. De por sí, únicamente son susceptibles de manejo los objetos. Un bolígrafo puedo utilizarlo para mis fines, desecharlo, situarlo aquí o allí... Estoy en mi derecho, pues se trata de un objeto. Es una realidad que carece de personalidad propia por no tener inteligencia, voluntad, capacidad creativa... Puedo, por tanto, poseerla, dominarla, disponer de ella, suplir su falta de iniciativa con mi capacidad de elaborar proyectos y realizarlos. Digamos, para entendernos en lo sucesivo, que pertenece al nivel 1.

Los seres humanos nos movemos en un nivel superior -el nivel 2- por estar dotados de inteligencia y de voluntad, y poder orientar la vida conforme a nuestra propia vocación, al ideal que nos hemos propuesto realizar. Si, al tratar a una persona, no respeto su capacidad de iniciativa y la tomo como un ser posible, dominable y manejable a mi arbitrio, conforme a mis intereses, la bajo del nivel 2 al nivel 1, lo cual supone un envilecimiento injusto.

Esta reducción ilegítima de las personas es la meta del sadismo. Ser sádico no equivale a ser cruel, como suele pensarse. Significa rebajar de rango a una persona o un grupo de personas para ejercer dominio sobre ellas. Tal reducción puede llevarse a cabo mediante la crueldad o mediante cierto tipo de supuesta ternura.

  1. Cuando, en los días aciagos de la última guerra mundial, se introducía a cien prisioneros en un vagón de tren, como si fueran paquetes, y se los hacía recorrer así trayectos interminables, no se intentaba tanto hacerles sufrir cuanto reducirlos a estado de envilecimiento. Al ser tratados como objetos, acababan considerándose unos a otros como seres abyectos. Tal consideración les impedía unirse entre sí y formar estructuras sólidas que pudieran generar una actitud de resistencia. Reducir una persona a condición de objeto es una práctica manipuladora sádica.
  2. Si una persona acaricia a otra, no para expresarle el grado de afecto que siente hacia ella -nivel 2-, sino sólo para acumular sensaciones placenteras, reduce su cuerpo a mera fuente de gratificaciones -nivel 1-. Esta conducta puede parecer tierna, pero es violenta pues quien la adopta considera el cuerpo ajeno como un mero medio para sus fines y lo despoja de su condición básica: ser expresión viva de la persona en la que está integrado.

Sabemos que, al acariciar a una persona, ponemos su cuerpo en primer plano, le concedemos un resalte especial. Siempre que entramos en relación, nuestros cuerpos juegan un papel indispensable en cuanto nos permiten vernos, oírnos, comunicarnos... Si no se trata de una comunicación afectiva, el cuerpo ejerce una función de trampolín para pasar al mundo de las significaciones que transmitimos. Estamos dos horas hablando de un tema y otro con una persona. Al final, sabemos lo que hemos dicho, la actitud que hemos adoptado, los fines que nos han guiado, pero posiblemente ignoramos de qué color tiene los ojos nuestro compañero de diálogo. Nos hemos visto, pero no hemos detenido nuestra atención en la vertiente corpórea del otro. No sucede así en los momentos de trato amoroso. En ellos, el cuerpo de la persona amada cobra una densidad particular y prende la atención de quienes se manifiestan su amor. Si el amante acaricia el cuerpo de la amada para mostrar el amor que siente hacia ella como persona, su modo de acariciar tendrá un carácter y un valor personal -nivel 2-. En este caso, el cuerpo acariciado adquiere honores de protagonista pero no desplaza a la persona; la hace presente de modo tangible y valioso.

En cambio, si lo que intenta la caricia es suscitar meras complacencias sensoriales -nivel 1-, el cuerpo invade todo el campo de la persona. No se ama a ésta; se quiere el agrado que produce su vertiente corpórea. Ésta presenta las condiciones de los "objetos": es asible, delimitable, poseíble... Con razón se habla a veces de la "mujer-objeto" cuando una figura femenina es exhibida sólo a causa de su belleza corpórea. Se la ofrece a la mirada como objeto de contemplación curiosa. Con ello queda reducida a objeto de posesión, ya que el sentido de la vista es el más posesivo después del tacto.

Los escritores españoles del Siglo de Oro solían poner en labios del galán que había seducido a una dama esta expresión: "¡La poseí!" Seducir es poseer, dominar, arrastrar la voluntad de alguien como si fuera un objeto. En cambio, el que enamora a una persona no la arrastra; la atrae mediante la presentación de algo valioso. El seductor halaga con engaños para provocar una adhesión irresistible. Cuando una mujer se le entrega, no crea con ella una relación amorosa estable; la abandona pronto incompasivamente y la somete a la frustración de verse burlada[4]. Si alguien se interpone para evitar ese escarnio, el seductor no duda en resolver la situación con el manejo expeditivo de su espada. En el nivel 1 se pasa sin solución de continuidad de momentos de máxima ternura aparente a otros de extrema violencia. En realidad, no se da ahí nunca ternura auténtica, sino reducción implacable de una persona a objeto. La violencia de tal rebajamiento no queda aminorada con afirmar que se trata de un objeto adorable, encantador, maravilloso, fascinante... Tales adjetivos no redimen al sustantivo "objeto" de lo que tiene de injusto , de no ajustado a la realidad, de envilecedor.

A lo largo de este curso veremos otras formas de rebajamiento de los seres humanos a niveles de realidad inferiores al suyo propio; por ejemplo, su reducción a meros clientes, meros consumidores, meros pacientes...

Situar a las personas en planos inferiores al que les corresponde por su rango natural es una forma de manipulación agresiva que colabora a generar los modos de violencia registrados en la sociedad actual. Repárese en el hecho de que, antes de atacar a una persona, a un grupo, a un pueblo, se los reduce a mero obstáculo en el camino, a "enemigo". Si consideramos a un ser humano como persona -realidad peculiar que abarca mucho campo y forma una red de interrelaciones de todo orden-, no tendremos decisión para atentar abruptamente contra él. Este tipo de decisiones requiere cierto arrojo brutal, y éste sólo es posible cuando uno simplifica las cosas y deja de lado la riqueza de aquello que tiene enfrente. Si vemos a alguien como un mero enemigo a batir, nos sentimos libres para poner en juego todas las fuerzas de aniquilación.

Tenemos ya esbozado el primero de los cuatro temas que nos hemos propuesto analizar conjuntamente para que hagan juego entre sí y nos den luz. El verdadero saber acerca de una cuestión comienza cuando logramos articular sus diferentes aspectos y advertimos claramente que cada uno de ellos remite a los otros. En este caso, al conocer lo que implica manipular, nos vemos llevados a precisar quién manipula, para qué lo hace y de qué forma.

Quién manipula

Manipula el que desea vencer a otras personas sin preocuparse de convencerlas. Si me convences de algo con razones, no me dominas, no te elevas sobre mí y me humillas; ambos quedamos unidos bajo la luz de la verdad. Aceptar una razón porque la veo como válida no me empequeñece y rebaja; al contrario, me dignifica, ya que perfecciono mi conocimiento de la realidad. En cambio, si me adhiero a lo que dices sin tener razones para ello, me veo reducido a una condición gregaria, entro en el grupo de quienes no piensan ni deciden por su cuenta sino actúan al dictado de otros.

El manipulador intenta modelar la mente, la voluntad y el sentimiento de personas y grupos para convertirlos en medios al servicio de sus fines.

  1. El comerciante que nos orienta en nuestras compras no es un manipulador sino un guía. Nos ayuda a elegir debidamente y, en la misma medida, incrementa nuestra libertad y nuestra dignidad personal. El mercader que es ambicioso sólo ansía convertirnos en clientes. No se preocupa de que desarrollemos nuestra personalidad conforme a nuestra vocación y nuestra misión en la vida. Le basta que aceptemos su "mercancía": compremos un producto, saquemos una entrada, nos asociemos a un club... Para ello moviliza astutamente diversos recursos con el fin de que, sin reflexionar, demos por hecho que estamos ante algo valioso, nos sintamos atraídos espontáneamente hacia ello y nos veamos llevados a adquirirlo. La mayor parte de tales recursos se basan en la proyección de una imagen atractiva espontáneamente para millones de personas sobre la imagen de aquello que se quiere prestigiar. Aparece un coche en la pantalla de televisión. Inmediatamente se desliza por la parte opuesta la figura de una joven bellísima, que no dice una sola palabra; se limita a exhibirse. De pronto, el coche empieza a rodar por un paisaje exótico y se oye una voz en off que, con acento insinuante, nos dice: "¡Entrégate a todo tipo de sensaciones!". En este anuncio no se nos dan razones para comprar dicho coche. Se pretende influir en nuestros centros de decisión, seduciéndonos con una imagen encandilante. Lo que encandila prende la atención, aviva el deseo pero, a la vez, deslumbra y enceguece. El encandilamiento propio de este tipo de propaganda constituye una seducción, no un enamoramiento. No se nos muestra el valor del coche para que nuestra inteligencia y nuestra voluntad se dejen atraer por él y lo asuman con una decisión lúcida y libre. Se intenta que demos una adhesión automática. Notemos que el manipulador suele basar su eficacia en el arte de provocar reacciones automáticas. Por eso acelera el ritmo de su discurso a fin de no dejarnos reflexionar. Nos presenta la imagen de una bella joven duchándose, a la vez que nos hace oír el nombre del gel que suele usar. Con este simple recurso, ese producto queda orlado automáticamente de cierto encanto. Cuando vayas a la droguería para surtir tu cuarto de baño, observarás que tu vista tiende a fijarse en esa marca, que ejerce un especial conjuro sobre tus sentidos, tu inteligencia y tu voluntad. No lo dudes: estás siendo víctima de una manipulación. Tu elección no es libre; se halla en buena medida predeterminada. Compras esa marca de gel seducido, no enamorado. Crees ser totalmente libre -actuar en virtud de tus preferencias-, pero no lo eres. Estás siguiendo los cauces marcados por los intereses de un manipulador implacable, que no ansía tu desarrollo personal y tu felicidad sino su triunfo particular como profesional del comercio.
  2. Esta misma reducción de las personas a meros clientes se da también en el mundo de las ideas. Si tengo una forma de pensar e intento arrastrarte con astucias para que te adhieras a ella y la tomes como propia, me comporto como un manipulador -un demagogo-, no como un guía -un maestro-. He aquí la temible manipulación ideológica. Por ideología , en sentido restrictivo, se entiende hoy un conjunto de ideas -políticas, económicas, religiosas...- que ciertos grupos sostienen, no tanto por la convicción rigurosa de que tales ideas reflejan fielmente la realidad, sino por motivos sentimentales e intereses de diverso orden. La Historia nos enseña que, si un modo de pensar es adoptado y mantenido como programa inalterable por un partido político, se carga de una fuerte dosis de emotividad, pero pierde de día en día su poder de persuasión. No parece tener más salida que imponerse coactivamente de modo dictatorial, o infiltrarse en la opinión pública de forma dolosa, mediante los recursos de la manipulación. El que difunde sus ideas y muestra su validez de forma abierta y sincera no es un manipulador; es un maestro, un guía. Puede equivocarse, pero su equivocación no constituye un engaño; es sencillamente un error.

Nos interesa sobremanera distinguir cuidadosamente lo que es manipulación y lo que es magisterio. Ciertas personas rehuyen orientar a sus hijos o discípulos hacia los valores por temor a que ello constituya una manipulación. No necesitan preocuparse. Acercar a un niño o a un joven al campo de irradiación de los valores no es una acción seductora que obnubile la mente y embriague la voluntad. Los valores actúan con discreción. Se hacen valer y atraen, pero no arrastran. Por eso el verdadero maestro, fiel al modo de ser de los valores, no fuerza a sus discípulos a asumirlos y realizarlos; los lleva a su presencia, los sitúa en su área de influencia para que capten su atractivo y su eficacia.

  1. Para incrementar sus ventas, el mercader manipulador moviliza con frecuencia las astucias del ideólogo demagogo a fin de crear un clima social de consumismo, de presuntuosidad, de afán de embriagarse con la posesión de bienes y con el disfrute de toda clase de sensaciones halagadoras. Esta complicidad entre las dos formas de manipulación -la de los mercaderes y la de los ideólogos- contribuye no poco al descenso de la calidad personal de las gentes: de su capacidad creativa, su poder de discernimiento, su decisión para tomar iniciativas valiosas...

Para qué se manipula

El mercader que manipula se mueve por afán de incrementar sus ganancias, triunfar en su profesión y elevar su posición social. El manipulador "ideológico" tiende a dominar al pueblo de forma rápida, contundente, masiva y fácil. Quiere someter espiritualmente a pueblos enteros de forma inapelable, con la facilidad que otorgan los recursos estratégicos de la manipulación.

Para dominar a un pueblo de esta forma, sólo se necesita privarlo de su carácter comunitario y reducirlo a masa. El concepto de masa es cualitativo, no cuantitativo. Un millón de personas que se manifiestan en una plaza con un sentido bien definido y valioso no constituyen una masa, sino una comunidad, un pueblo. En cambio, dos personas -un hombre y una mujer- que comparten la vida en una casa pero no se hallan debidamente ensambladas forman una masa. La masa se compone de seres que están cerca pero no se complementan. La comunidad es formada por personas que entreveran sus ámbitos de vida para dar lugar a nuevos ámbitos y enriquecerse. Esta vinculación de las personas forma un tejido muy sólido y resistente frente a cualquier ataque del exterior.

La masa se compone de seres que actúan de forma individualista y no se aúnan entre sí. Una familia, por ejemplo, forma una masa cuando sus miembros son un mero montón de individuos que viven cerca pero no se comunican. Su falta de cohesión los hace fácilmente vulnerables. Esto explica que el medio más rápido y eficaz para dominar a un conjunto de personas no sea atacarlas desde el exterior sino amenguar en cada una la capacidad de crear relaciones con las realidades del entorno.

Ser creativo no es un don que sólo posean las personas geniales; es la capacidad de establecer modos relevantes de unión con las realidades del entorno: las personas, las instituciones, las obras de arte, literatura y pensamiento, las tradiciones, usos y costumbres, los valores de todo género, el paisaje, el lenguaje, el hogar, el pueblo, la nación, el Ser Supremo... Si nos unimos estrechamente a este conjunto de realidades, podemos desarrollar en la vida una acción fecunda en diversos aspectos. A solas, somos incapaces de realizar la menor acción valiosa.

Para ser creativos en la vida, debemos tener conciencia clara de esta condición relacional, dialógica, de nuestro ser. Cada uno de nosotros vivimos como personas y nos desarrollamos como tales creando relaciones de encuentro con lo que nos rodea. Pero el encuentro auténtico nos plantea, para darse, diversas exigencias: generosidad, veracidad, fidelidad, cordialidad, voluntad de compartir valores elevados...

Si a una persona o a un pueblo se les lleva a pensar de tal forma que no ven posibilidad de unirse a las realidades del entorno de modo fecundo, se destruye de raíz su creatividad, su capacidad de formar tramas inexpugnables. ¿Cómo es posible suscitar en las gentes esa forma de pensar? Mediante el abuso del lenguaje, que es -según veremos-el vehículo viviente de la creatividad.

El lenguaje es un medio para comunicar algo a los demás, pero, en un nivel más profundo, es el medio en el cual creamos unidad entre nosotros. A menudo hablamos con personas a las que apenas tenemos nada que comunicar; lo hacemos para incrementar los lazos de amistad. En condiciones normales, los seres humanos procedemos del encuentro amoroso que nuestros padres iniciaron con una palabra de afecto. Venimos, por tanto, de un tipo de lenguaje tan poderoso que creó una familia y nos llamó a la existencia. Romano Guardini afirma que, para crear los seres inferiores al hombre, Dios les mandó existir, y, para crear al ser humano, lo llamó por su nombre. Nacemos porque somos llamados, y el sentido de nuestra vida consiste en responder positivamente a dicha llamada, creando nuevas relaciones amorosas[5]. Con razón advirtió Ferdinand Ebner -genial precursor de la actual filosofía del lenguaje - que no hay otro lenguaje auténtico que el inspirado por el amor[6].

El lenguaje dicho con odio se destruye a sí mismo, se autodisuelve. Nada hay más grande en la vida humana que el lenguaje, pero nada más temible debido a su condición bifronte. El lenguaje puede construir una vida o destruirla, puede ser tierno o cruel, noble o banal, proclamador de verdades o propalador de mentiras. El lenguaje ofrece posibilidades para descubrir en común la verdad y facilita recursos para tergiversar las cosas y sembrar la confusión.

Con sólo conocer tales recursos y manejarlos hábilmente, una persona poco preparada, pero astuta, puede dominar fácilmente a personas y pueblos enteros si éstos no están sobre aviso. El manejo estratégico del lenguaje opera de modo automático sobre la mente, la voluntad y el sentimiento de las personas antes de que entre en juego su poder de reflexión crítica.

Cómo se manipula

El tirano -el que quiere vencer sin convencer-no lo tiene fácil en los regímenes democráticos. Quiere dominar al pueblo, y ha de hacerlo de forma dolosa para que las gentes no lo adviertan, pues lo que prometen los gobernantes en una democracia es, ante todo, libertad. En las dictaduras se promete eficacia , a costa de las libertades. En las democracias se garantizan cotas nunca alcanzadas de libertad aun a riesgo de amenguar la eficacia. ¿Qué medios tiene en su mano el tirano para someter al pueblo mientras lo convence de que es más libre que nunca?

Este medio es el lenguaje. Para comprender el poder fascinante del lenguaje manipulador debemos analizar cuatro puntos: los términos, los esquemas, los planteamientos y los procedimientos.

1. Los términos "talismán"

El lenguaje crea palabras, términos, y en cada época de la historia algunos de ellos se cargan de un prestigio especial de forma que nadie osa ponerlos en tela de juicio. Son términos "talismán", que parecen condensar en sí todas las excelencias de la vida humana. La palabra talismán de nuestra época es libertad. Todo término talismán tiene el poder de prestigiar las palabras que se le avecinan y desprestigiar a las que se le oponen o parecen oponérsele. Hoy se da por supuesto -el manipulador nunca demuestra nada, da por supuesto lo que le conviene- que toda forma de censura se opone a todo tipo de libertad. En consecuencia, la palabra censura está actualmente desprestigiada. En cambio, las palabras independencia, autonomía, democracia, cogestión... van unidas con la palabra libertad y quedan convertidas, por ello, en una especie de términos talismán por adherencia.

El manipulador saca amplio partido de este poder de los términos talismán. Sabe que, al introducirlos en un discurso, el pueblo queda intimidado, no ejerce su poder crítico, acepta ingenuamente lo que se le proponga. Cuando, en cierto país europeo, se llevó a cabo una campaña a favor de la introducción de la ley abortista, el ministro responsable de tal ley intentó justificarla con este razonamiento: "La mujer tiene un cuerpo y hay que darle libertad para disponer de ese cuerpo y de cuanto en él acontezca". La afirmación de que "la mujer tiene un cuerpo" está pulverizada por la mejor filosofía desde hace casi un siglo. Ni la mujer ni el varón tenemos cuerpo; somos corpóreos. Hay un abismo entre ambas expresiones. El verbo tener es adecuado cuando se refiere a realidades poseibles, es decir, a objetos. Pero el cuerpo humano, el de la mujer y el del varón, no es algo poseible, algo de lo que podamos disponer; es una vertiente de nuestro ser personal, como lo es el espíritu. Te doy la mano para saludarte y sientes en ella la vibración de mi afecto personal. Es toda mi persona la que te sale al encuentro. El hecho de que en la palma de mi mano vibre mi ser personal entero pone al trasluz que mi cuerpo no es un objeto. No hay objeto, por excelente que sea, que tenga ese poder. Pues bien, el ministro intuyó sin duda que la frase "la mujer tiene un cuerpo" es muy endeble, no se sostiene en el estado actual de la investigación filosófica, y para dar fuerza a su argumento introdujo inmediatamente el término talismán libertad: "Hay que conceder libertad a la mujer para disponer de su cuerpo..." Sabía que, con la mera utilización de esa palabra supervalorada en el momento actual, millones de personas iban a replegarse tímidamente y a decirse: "No te opongas a esa proposición porque está la libertad en juego y van a tacharte de antidemócrata, de fascista, de ultra". Y así sucedió, efectivamente.

Si queremos ser de verdad libres interiormente, debemos perder el miedo al lenguaje manipulador y matizar el sentido de las palabras. El ministro no indicó a qué tipo de libertad se refería, porque la primera ley del demagogo es no matizar el lenguaje. De hecho aludía a la "libertad de maniobra", la libertad -en este caso- de maniobrar cada uno a su antojo respecto a la vida naciente: respetarla o eliminarla. La "libertad de maniobra" no es propiamente una forma de libertad humana auténtica; sólo es una condición para ser libre. Uno comienza a ser libre como persona cuando, pudiendo elegir entre diversas posibilidades, no opta sencillamente por la que más le apetece en cada momento sino por la que le permite desarrollar su personalidad de modo pleno. Y ahora preguntémonos: Una persona que se arrogue una libertad de maniobra absoluta y la utilice en contra del germen de vida que marcha aceleradamente hacia la plena constitución de un ser humano ¿se orienta hacia la plenitud de su ser personal? Vivir personalmente es vivir fundando relaciones comunitarias, creando vínculos. El que rompe los vínculos fecundísimos con la vida que nace destruye de raíz su poder creador y bloquea, por tanto, su desarrollo como persona.

Todo esto se ve claramente cuando se reflexiona. Pero el demagogo, el tirano, el que desea conquistar el poder por la vía rápida de la manipulación, opera con extrema celeridad para no dar tiempo a las gentes a pensar, a reflexionar sobre cada uno de los temas. Por eso no se detiene nunca a matizar los conceptos y justificar lo que afirma; lo da todo por consabido y lo expone con términos ambiguos, faltos de precisión. Ello le permite destacar en cada momento el aspecto de los conceptos que le interesa para su fines. Cuando subraya un aspecto, lo hace como si fuera el único, como si todo el alcance de un concepto se limitara a esa vertiente. De esa forma evita que las gentes a las que se dirige tengan suficientes elementos de juicio para clarificar las cuestiones por sí mismas y hacerse una idea serena y bien aquilatada de las cuestiones tratadas. Al no poder profundizar en una cuestión, el hombre está predispuesto a dejarse arrastrar. Es un árbol sin raíces que lo lleva cualquier viento, sobre todo si éste sopla a favor de las propias tendencias elementales. Para facilitar su labor de arrastre y seducción, el manipulador halaga las tendencias innatas de las gentes y ciega en lo posible su sentido crítico.

Toda forma de manipulación es una especie de malabarismo intelectual. Un ilusionista hace trueques sorprendentes y al parecer "mágicos" porque realiza movimientos muy rápidos que el público no percibe. El demagogo procede, asimismo, con meditada precipitación, a fin de que las multitudes no adviertan sus trucos intelectuales y acepten como posibles los escamoteos más inverosímiles de conceptos. Un manipulador proclama, por ejemplo, ante las gentes que les ha devuelto "las libertades", pero no se detiene a precisar a qué tipo de libertades se refiere: si a las libertades de maniobra que pueden llevar a experiencias de fascinación -que despeñan al hombre hacia la asfixia - o a la libertad para ser creativos y realizar experiencias de encuentro, que llevan al pleno desarrollo de la personalidad. Basta pedirle a un demagogo que matice un concepto para desvirtuar sus artes hipnotizadoras.

2. Los esquemas o pares de términos

Del mal uso de los términos se deriva una interpretación errónea de los esquemas que vertebran nuestra vida mental. Cuando pensamos, hablamos y escribimos, estamos siendo guiados por ciertos esquemas: libertad-norma, dentro-fuera, autonomía-heteronomía... Si pensamos que estos esquemas son dilemas, de forma que debemos escoger entre uno u otro de los términos que los constituyen, no podemos realizar en la vida ninguna actividad creativa. La creatividad humana es siempre dual; exige nuestra colaboración con las realidades del entorno. Si pienso que todo lo que está fuera de mí es distinto, distante, externo y extraño a mí, no puedo colaborar con cuanto me rodea y anulo mi capacidad creativa en todos los órdenes.

Una alumna me dijo un día en clase con aire maternal: "No se moleste, profesor; en la vida hay que escoger: o somos libres o aceptamos normas; o actuamos conforme a lo que nos sale de dentro o conforme a lo que nos viene impuesto de fuera". Esta joven entendía el esquema libertad-norma como un dilema. En consecuencia, para ser auténtica y actuar con libertad interior se sentía obligada a dejar de lado cuanto le habían dicho de fuera acerca de normas morales, dogmas religiosos, prácticas piadosas... Con ello se alejaba de la moral y la religión de sus mayores y -lo que es todavía más grave-hacía imposible toda actividad verdaderamente creativa.

He aquí el poder temible de los esquemas mentales. Si un manipulador te sugiere que para ser autónomo en tu obrar debes dejar de ser heterónomo -es decir, no aceptar norma alguna de conducta que te venga propuesta del exterior-, dile que es verdad pero sólo en un caso: cuando actuamos de modo pasivo, no creativo. Tus padres te dicen que hagas algo, y tú obedeces forzado. Entonces no actúas autónomamente. Pero suponte que percibes el valor de lo que te sugieren y lo asumes como propio. Esa actuación tuya es a la vez autónoma y heterónoma, por ser creativa.

Cuando era niño, mi madre me dijo un día: "Toma este bocadillo y dáselo al pobre que llamó a la puerta". Yo me resistí porque era un señor de barba larga y me daba miedo. Mi madre insistió: "No es un delincuente; es un necesitado. Vete y dáselo". Mi madre quería que me adentrara en el campo de irradiación del valor de la piedad. El valor de la piedad me vino, así, sugerido desde fuera, pero no impuesto. Al reaccionar positivamente ante esta sugerencia de mi madre, fui asumiendo poco a poco el valor de la piedad hasta que se convirtió en una voz interior. Al hacerlo, este valor dejó de estar fuera de mí para convertirse en el impulso interno de mi obrar. En esto consiste el proceso formativo. El educador nos adentra en el área de imantación de los grandes valores, y nosotros los vamos asumiendo como algo propio, como lo más profundo y valioso de nuestro ser.

Ahora vemos con claridad la importancia decisiva de los esquemas mentales. Un especialista en revoluciones y conquista del poder, José Stalin, afirmó lo siguiente: "De todos los monopolios de que disfruta el Estado, ninguno será tan crucial como su monopolio sobre la definición de las palabras. El arma esencial para el control político será el diccionario". Nada más cierto, a condición de que veamos los términos dentro del marco dinámico de los esquemas, que son el contexto en el que juegan su papel expresivo.

3. Los planteamientos estratégicos

Con los términos del lenguaje se plantean las grandes cuestiones de la vida. Debemos tener máximo cuidado con los planteamientos. Si aceptas un planteamiento, vas a donde te lleven. Desde niños deberíamos acostumbrarnos a discernir cuándo un planteamiento es auténtico y cuándo es falso.

En los últimos tiempos se están planteando mal, con el fin estratégico de dominar al pueblo, temas tan graves como el divorcio, el aborto, el amor humano, la eutanasia... Casi siempre se los plantea de forma unilateral y sentimental, como si sólo se tratara de resolver problemas acuciantes de ciertas personas. Para conmover al pueblo, se aducen cifras exageradas de matrimonios rotos y abortos clandestinos, realizados en condiciones infrahumanas... La táctica de difundir tales cifras es un ardid del manipulador. El Dr. Bernhard Nathanson, director un día de la mayor clínica abortista de Estados Unidos, manifestó que fue él y su equipo quienes inventaron la cifra de 800.000 abortos al año en su país. Y se sorprendían al ver que la opinión pública recogía el dato y lo propagaba con toda candidez. Hoy, convertido a la defensa de la vida, se siente avergonzado de tal fraude, y recomienda vivamente que no se acepten las cifras aducidas para apoyar ciertas campañas.

4. Los procedimientos estratégicos

El manipulador moviliza diversos medios para dominar al pueblo sin que éste se dé cuenta. En el siguiente ejemplo yo no miento pero manipulo. Tres personas hablan mal de una cuarta, y yo le cuento a ésta exactamente lo que dicen, pero altero un poco el lenguaje. En vez de comunicarle que tales personas en concreto están realizando esas manifestaciones, le indico que lo dice la gente . Paso del singular al colectivo. Con ello no sólo le infundo miedo a esa persona sino angustia , que es un sentimiento mucho más difuso y penoso. El miedo es temor a algo adverso que te hace frente de manera abierta y te permite tomar medidas. La angustia es un miedo envolvente. No sabes a dónde acudir. ¿Dónde está la gente que te ataca con su maledicencia? La gente es una realidad anónima, envolvente, a modo de niebla que te bloquea. Te sientes angustiado.

Esta angustia es provocada por el fenómeno sociológico del rumor, que suele ser tan poderoso como cobarde, debido su anonimato. "Se dice que tal ministro realizó una evasión de capitales". ¿Quién lo dice? La gente , es decir, nadie en concreto y potencialmente todos.

Otra forma oblicua, sesgada, subrepticia, de vencer al pueblo sin preocuparse de convencerlo es la de repetir una vez y otra, a través de los medios de comunicación, ideas o imágenes cargadas de intención ideológica. No se entra en cuestión, no se demuestra nada, no se va al fondo de los problemas. Sencillamente se lanzan proclamas, se hacen afirmaciones contundentes, se propagan eslóganes a modo de sentencias cargadas de sabiduría. Este bombardeo diario configura la opinión pública, porque la gente acaba tomando lo que se afirma como lo que todos piensan, como aquello de que todos hablan, como lo que se lleva, lo actual, lo normal, lo que hace norma y se impone. Actualmente, la fuerza del número es determinante, ya que lo decisivo se resuelve mediante el número de votos. El número es algo cuantitativo, no cualitativo. De ahí la tendencia a igualar a todos los ciudadanos, para que nadie tenga poder directivo de tipo espiritual y la opinión pública pueda ser modelada impunemente por quienes dominan los medios de comunicación multitudinarios. Una de las metas del demagogo es anular, de una forma u otra, a quienes puedan descubrir sus trampas, sus trucos de ilusionista.

La redundancia desinformativa tiene un poder insospechado de crear opinión, de fundar un clima propicio a toda clase de errores. Basta establecer un clima de superficialidad en el tratamiento de los temas básicos de la vida para hacer posible la difusión de todo género de falsedades. Según Anatole France, "una necedad repetida por muchas bocas no deja de ser una necedad". Ciertamente, mil mentiras no constituyen una sola verdad. Pero una mentira o una media verdad repetida por un medio poderoso de comunicación se convierte en una verdad de hecho, incontrovertida; viene a constituir una "creencia", en el sentido orteguiano de algo intocable, de suelo en que se asienta la vida intelectual del hombre y que no cabe discutir sin exponerse al riesgo de quedar descalificado. A formar este tipo de "creencias" tiende la propaganda manipuladora con vistas a obtener un control soterrado de la mente, la voluntad y el sentimiento de la mayoría.

El gran teórico de la comunicación M. MacLuhan acuñó la expresión de que "el medio es el mensaje": no se dice algo porque sea verdad; se toma como verdad porque se dice. La televisión, la radio, la letra impresa, los espectáculos de diverso orden poseen un inmenso prestigio para quien los ve como una realidad que se impone desde un lugar inaccesible para él. El que está al corriente de lo que pasa entre bastidores tiene cierto poder de discernimiento. Pero el gran público permanece fuera de los centros que irradian los mensajes y se deja seducir por el poder que implica la posibilidad de llegar a los rincones más apartados y penetrar en los hogares y hablar a multitud de personas al oído, sin levantar la voz, de modo sugerente.

Antídoto contra la manipulación

La práctica del ilusionismo mental a través del lenguaje -y de las imágenes, que son de por sí expresivas, por tanto elocuentes-desorienta espiritualmente a las gentes, les quita capacidad de pensar por propia cuenta y de modo riguroso, amengua su sensibilidad para los grandes valores, las incapacita en buena medida para actuar en virtud de criterios internos bien sopesados y sentimientos nobles, las deja inermes ante la vida, entregadas a un estado de gregarismo e infantilismo.

La práctica de la manipulación altera la salud espiritual de personas y grupos. ¿Poseen éstos defensas naturales contra ese virus invasor? ¿Cabe poner en juego un antídoto contra la manipulación demagógica?

Actualmente, no podemos reducir el alcance de los medios de comunicación o someterlos a un control eficaz de calidad. La única defensa frente al uso manipulador de los mismos consiste en adquirir una formación adecuada. Tal formación abarca tres puntos básicos:

  1. estar alerta, conocer los recursos arteros del manipulador;
  2. aprender a pensar con rigor y tener agilidad de mente para exigirlo a los demás;
  3. ejercitar la creatividad en todos los órdenes. El que conoce los "trucos" del ilusionista-manipulador amengua el peligro de caer en la red de sus juegos de conceptos. Si, además, sabe pensar con rigor y utilizar debidamente el lenguaje, está bien dispuesto para descubrir los fallos tácticos que comete el manipulador para tergiversarlo todo a su arbitrio. Al vivir creativamente, comprende por dentro el sentido preciso de los acontecimientos humanos. El que es fiel a una promesa sabe por experiencia que la fidelidad no se reduce a mero aguante , y tiene cierta garantía de no ser seducido por el manipulador que, al verlo en un momento difícil, le sugiera que no aguante, que rompa los vínculos establecidos y busque libremente su felicidad. "En efecto -podrá reargüirle-, no estoy destinado a aguantar, sino a algo superior: a ser fiel, porque la fidelidad es una actitud creadora; debo crear en cada momento lo que en un determinado momento he prometido crear".

El conocimiento de los ardides del manipulador es el medio más eficaz para defenderse de sus insidias. A ellos se refiere M. Ende al hablar de los "hombres grises":

"Los hombres grises sólo pueden hacer su oscuro negocio si nadie los reconoce (...). ¡Lo único que tenemos que hacer es cuidar de que resulten visibles! Porque el que los ha reconocido una vez los recuerda, y el que los recuerda los reconoce en seguida. De modo que no pueden hacernos nada: seremos inatacables".

"El cree (...) que los hombres grises consideran un enemigo a todo aquel que conoce su secreto, por lo que lo perseguirán. Pero yo estoy seguro de que es exactamente al revés, que todo aquel que conoce su secreto está inmunizado contra ellos y ya no le pueden hacer nada"[7].

Un antídoto contra el antídoto

En nuestros días se está movilizando un recurso tan eficaz como siniestro para neutralizar la eficacia del antídoto contra la manipulación. Se trata de la confusión deliberada de las experiencias de vértigo o fascinación y las de creatividad o encuentro.

1. El proceso de vértigo o fascinación

Si adopto en la vida una actitud egoísta, intento dominar cuanto me agrada para ponerlo a mi servicio , como fuente de sensaciones placenteras. Figurémonos que me hallo ante una persona que, por sus excelentes cualidades, me encandila . Encandilar significa dar luz, pero también cegar. Me deslumbra el agrado de las cualidades de dicha persona, y ese deslumbramiento me impide tener en cuenta que se trata de una persona y no de un mero haz de cualidades atractivas. No la estimo en cuanto persona, con todo lo que implica -capacidad de desear, proyectar, crear relaciones...-; me fijo exclusivamente en el provecho que puedo sacar del trato con ella. Esa mirada fija y exclusiva constituye una forma de fascinación o arrastre.

Este apego fascinado a lo que enardece mis instintos me produce un sentimiento de euforia , una exaltación súbita, superficial y pasajera, como una llamarada de hojarasca. Tal exaltación se convierte en una decepción deprimente al advertir que, por haber reducido dicha persona a objeto de complacencia , no puedo encontrarme con ella, pues el encuentro exige respeto mutuo, trato en condiciones de cierta igualdad.

Al no encontrarme, freno mi desarrollo personal, que tiene lugar a través del encuentro. Ese bloqueo, aunque sea parcial, me causa tristeza, sentimiento que surge al sentir que me he alejado de mi meta -que es crear unidad con los seres del entorno- y me estoy vaciando de mí mismo, de lo que tendría que llegar a ser a través de mi encuentro con cuanto me realiza como persona.

Si dejo de encontrarme un día y otro, dicho vacío se torna abismal, y, al asomarme a él, soy presa de esa forma de vértigo espiritual que llamamos angustia. La angustia acontece cuando nos vemos amenazados por todas partes y peligra nuestra subsistencia.

En caso de que sea incapaz de cambiar mi actitud egoísta inicial y siga sin poder crear relaciones auténticas de encuentro, la angustia da lugar a la desesperación, la conciencia amarga de que he cerrado todas las puertas hacia la realización de mí mismo. Estoy bordeando mi destrucción como persona, pero no puedo volver atrás. Pronto acabo sumido en una soledad de aislamiento , que me asfixia y destruye como ser personal que debe crecer fundando vida de comunidad.

Sobrevolemos lo dicho: Al principio, el proceso de vértigo no nos exige nada, nos halaga prometiéndonos una plenitud inmediata, y al final nos lo quita todo: anula nuestra voluntad de encuentro, nos enceguece para los valores más altos, amengua al máximo nuestra capacidad creadora[8].

2. El proceso de éxtasis o de encuentro

Si adopto en la vida una actitud de generosidad, reconozco gustosamente que no soy un ser privilegiado al que deban servir todos los seres del entorno. Muchos de éstos son personas y no pueden ser reducidos a medios para mis fines. Si sus cualidades me resultan atractivas, considero este agrado como una invitación, no a poner esa persona a mi servicio, sino a colaborar con ella para realizarnos conjuntamente mediante la oferta mutua de posibilidades de todo orden. Ese intercambio de posibilidades da lugar al encuentro, forma de unión constante y fecunda.

Al encontrarme de este modo, siento alegría por partida doble, pues con ello perfecciono mi ser de persona y colaboro a enriquecer a quien se encuentra conmigo.

Si me encuentro con un ser que me ofrece grandes posibilidades de crecimiento personal, siento entusiasmo, un gozo desbordante que supone la medida colmada de la alegría. Entusiasmarse significó para los antiguos griegos estar absorto en lo divino, es decir, en lo perfecto . El entusiasmo se enciende en nosotros cuando acogemos activamente unas posibilidades de actividad creadora tan valiosas que nos elevan a lo mejor de nosotros mismos. Si asumo un poema o una obra musical de alta calidad, desbordo entusiasmo pues participo íntimamente en la creación de una realidad perfecta. Yo configuro esas obras en cuanto me dejo configurar por ellas. Este tipo de experiencias de doble dirección me llevan a la plenitud de mi vida personal. Tal ascenso a lo mejor de uno mismo es denominado de antiguo "éxtasis", salida de sí hacia lo alto.

Al ver que estoy realizando plenamente mi vocación de persona, siento felicidad, es decir, paz interior, amparo, gozo festivo... Toda fiesta procede de un encuentro y es fuente de luz. Las fiestas resplandecen con luz propia. De ahí su carácter simbólico y la función primordial que desempeñan en la vida cultural y religiosa de los pueblos.

En síntesis. El proceso de éxtasis es una marcha hacia la madurez personal que en principio nos exige todo -generosidad, apertura a la colaboración, fidelidad...-, nos promete plenitud personal y, al final, nos la da con creces: incrementa nuestra capacidad creadora de encuentros y de vida comunitaria, afina nuestra sensibilidad para los grandes valores, nos permite realizar nuestra vocación y nuestra misión.

3. La confusión de los procesos de vértigo y de éxtasis

Estos dos procesos son totalmente opuestos por su origen, su desarrollo y sus consecuencias. Hoy, sin embargo, se tiende a confundirlos a fin de proyectar el prestigio secular de las experiencias de éxtasis sobre las de vértigo y ocultar el riesgo que implica entregarse a las distintas formas de fascinación aniquiladora. Con ello se intenta que las gentes, sobre todo los jóvenes, confundan la euforia del vértigo con el entusiasmo del éxtasis, y se rindan al halago de las experiencias que nos prometen todo al principio para privarnos al final de la capacidad creadora de encuentros.

Si caemos en esta artera trampa, no pondremos en juego las dos últimas medidas del antídoto contra la manipulación -pues dejaremos de pensar con rigor y vivir creativamente-, y quedaremos inermes frente a las insidias de los manipuladores.

Ejercicios

  1. Observamos a menudo que personas de distintas tendencias admiten que debemos ser más exigentes respecto a la calidad de los alimentos espirituales que se facilitan a los jóvenes a través de los medios de comunicación y los espectáculos. En cuanto advierten que esa exigencia debe traducirse, para ser eficaz, en alguna forma de censura, suelen negarse a firmar cualquier manifiesto en el que figure esta palabra. ¿A qué se debe este reparo casi automático a vincular el propio nombre al término censura? A diario se utilizan expresiones como ésta: "Hay que incrementar el control de los alimentos, de los medicamentos, de los talleres mecánicos, de las condiciones sanitarias de los hospitales..." ¿Por qué profunda razón utilizar el término "control" está bien visto y, en cambio, mostrarse partidario de la "censura", aunque sea de forma restringida y bien matizada, le deja a uno fuera de juego en la sociedad actual?
  2. Contemple atentamente diversos anuncios comerciales. Advertirá que, a menudo, no se indica nada concreto acerca de los objetos presentados. Sencillamente, se pone su figura en contacto con otras que irradian atractivo sensorial y provocan exaltación psicológica. Analice si se habla a su inteligencia y su libertad, o, más bien, se intenta halagar sus apetencias instintivas.

Bibliografía

Brown, J.A.: Técnicas de persuasión, Alianza Editorial, Madrid 1978.
Concilium (revista): El hombre manipulado, Mayo 1971.
Correa de Oliveira, Plinio: Trasbordo ideológico inadvertido y diálogo, CIO, Madrid 1971.
Fernandez Areal, M.: El control de la prensa en España, Guadiana, Madrid 1973.
Gambra Ciudad, Rafael: El lenguaje y los mitos, Speiro, Madrid 1983.
Häring, Bernhard: Ética de la manipulación. En medicina, en el control de la conducta y en genética, Herder, Barcelona 1978
López Quintás, Alfonso: Estrategia del lenguaje y manipulación del hombre, Narcea, Madrid 1988.
La revolución oculta. Manipulación del hombre y subversión de valores, PPC, Madrid 1998.
Valverde, Carlos: "Aggiornamento e inculturación", en Sillar 24 (1986)438-449.

Notas

[2] Cf. Nietzsche I , Neske, Pfullingen 1961, p. 400.

[3] Cf. Benda, Bernanos, Jaspers: El espíritu europeo, Guadarrama, Madrid 1957, págs. 280-281.

[4] Con profunda intuición tituló Tirso de Molina " El burlador de Sevilla..." la obra en que plasma la figura de Don Juan, el seductor por excelencia.

[5] Cf. Mundo y persona, Encuentro, Madrid 2000, p. 123. Welt und Person, Werkbund, Würzburg 1950, p. 113. Cf. F. Ebner: La palabra y las realidades espirituales, Caparrós, Madrid 1995, págs. 64-65; Das Wort und die geistigen Realitäten, Herder, Viena, 1952, p. 74.

[6] "La palabra y el amor se implican. Todas las desgracias que ocurren entre los hombres proceden de que éstos rara vez pronuncian la palabra recta. La palabra recta es siempre aquella que pronuncia el amor". La palabra y las realidades espirituales, p. 125. (Das Wort und die geistigen Realitäten, p. 151). Una amplia exposición del pensamiento de Ebner se halla en mi obra El poder del dialogo y del encuentro , BAC, Madrid 1996, págs. 3-91.

[7] Momo, Alfaguara, Madrid 23] 1985, pp. 98, 102-3.

[8] Esta descripción del vértigo se refiere a personas que, en perfecto de salud física y mental, se entregan a alguna forma de fascinación. Tratamiento aparte merecen quienes sufren las secuelas de una enfermedad psíquica. Sobre los procesos de vértigo y de éxtasis puede verse una amplia exposición en mis obras Vértigo y éxtasis. Bases para una vida creativa, Madrid 21992; Inteligencia creativa. El descubrimiento personal de los valores, BAC, Madrid 1999.

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