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Diversos modos de manipulación

Tras la visión sinóptica del fenómeno de la manipulación realizada en la lección anterior, debemos ahora ampliar algunos de los puntos ya esbozados en ella. Comencemos delatando algunos modos de manipular.

En numerosos anuncios comerciales aparece una bella joven en lugar destacado. Su figura es realzada por su atuendo, su actitud insinuante, el tono seguro de su expresión. Pero ¿juega aquí esa joven, como persona, un papel digno que afirme su personalidad? Todo lo contrario; de manera solapada, es reducida de persona a señuelo erótico. Esa reducción artera fue ideada por un especialista en trucos estratégicos que permiten vencer a las gentes sin necesidad de convencerlas con razones.

La reducción de las personas a una condición inferior es la quintaesencia de la manipulación. Con su fino sentido para lo esencial, Antoine de Saint-Exupéry nos muestra la actitud manipuladora de las personas que encuentra el principito en su viaje estelar. Recordemos cómo el rey reduce las personas a la condición de súbditos:

-¡Ah! He aquí un súbdito -exclamó el rey cuando vio al principito.
Y el principito se preguntó:
-¿Cómo puede reconocerme si nunca me ha visto antes?
No sabía que para los reyes el mundo está muy simplificado. Todos los hombres son
súbditos. -Acércate para que te vea mejor -le dijo el rey, que estaba orgulloso de ser al fin rey
de alguien. El principito buscó con la mirada un lugar donde sentarse, pero el planeta estaba totalmente cubierto por el magnífico manto de armiño. Quedó, pues, de pie, y como estaba fatigado, bostezó. -Es contrario al protocolo bostezar en presencia de un rey -le dijo el monarca-. Te lo
prohíbo. -No puedo impedirlo -respondió confuso el principito-. He hecho un largo viaje y no
he dormido... -Entonces -le dijo el rey- te ordeno bostezar. (...) Es una orden. -¿Puedo sentarme? -inquirió tímidamente el principito. -Te ordeno sentarte -le respondió el rey, que recogió majestuosamente un faldón de
su manto de armiño.
-Señor -le dijo-, os pido perdón por interrogaros...
-Te ordeno interrogarme -se apresuró a decir el rey.
-Señor, ¿sobre qué reináis?
-Sobre todo -respondió el rey con gran simplicidad.
-¿Sobre todo?
El rey con un gesto discreto señaló su planeta, los otros planetas y las estrellas.
-Sobre todo eso... - respondió el rey.
Las personas mayores son bien extrañas, díjose a sí mismo el principito durante el viaje[9].

Esta misma conclusión sacó el pequeño de su conversación con el vanidoso -que reducía las personas a admiradores-, el bebedor -que sólo prestaba atención a lo que podía satisfacer su afán de olvidar-, el hombre de negocios, afanoso de poseer más y más estrellas... Pero, hacia el final del viaje, se encontró con un farolero, que consagraba la vida a una tarea bella, la de encender y apagar el farol a las horas debidas. Y se dijo: "Este es el único que no me parece ridículo. Quizá porque se ocupa de una cosa ajena a sí mismo". "Este es el único de quien pude haberme hecho amigo"[10].

Fijémonos en la conexión que existe entre el individualismo egoísta, la actitud manipuladora -reduccionista- y la imposibilidad de fundar amistad. El egoísmo lleva al vértigo de la ambición, y éste suscita el afán manipulador. La amistad, por su parte, es una relación que debe crearse, y toda creatividad pide generosidad, que es lo contrario de la ambición de poder.

Las formas de manipulación son diversas, pero tienen un rasgo común: destruyen la creatividad del hombre, su capacidad de pensar, sentir y querer por propia cuenta, con perfecta libertad interior. Y lo hacen de forma artera, solapada. Por eso debemos insistir en nuestro empeño de conocer a fondo los recursos manipuladores que permiten tergiversarlo todo de modo soterrado.

La democracia no garantiza la libertad interior

Hoy día es opinión general que basta vivir en un régimen democrático para tener a salvo la libertad. Tal ingenuidad nos deja desguarnecidos ante el fenómeno de la manipulación. En una dictadura no se disfruta de ciertas libertades, pero esta limitación es patente, y uno toma medidas para conservar e incrementar la libertad interior. Es admirable la resistencia de ciertas personas a dejarse despojar de su libertad creativa. En las democracias se presenta como meta máxima la libertad, cotas nunca alcanzadas de libertad. ¿De qué tipo de libertad? Se nos da una amplia libertad de maniobra -capacidad para elegir entre diversas posibilidades-, pero la libertad interior -la decisión para elegir en virtud del ideal auténtico de nuestra vida- debemos conquistarla nosotros con gran esfuerzo.

En las democracias se practica con frecuencia la coacción de guante blanco. Se procede como si se respetara la libertad, que es el término talismán por excelencia y resulta por ello intocable. "Sois libres de no pensar como yo -advierte la opinión pública a los ciudadanos independientes-; vuestra vida, vuestros bienes, todo lo conservaréis, pero desde ese día sois un extranjero entre nosotros"[11]. Quien no se someta a los dictados de la opinión pública quedará fuera de juego; no recibirá posibilidades de su entorno, ni votos en las confrontaciones electorales, ni siquiera la estima del pueblo; lo abandonarán incluso los que creen que tiene razón cuando se opone al pensar general. Le va a ser muy difícil tener libertad interior y actuar con criterios propios.

La opinión pública es una realidad envolvente que actúa con la impunidad del anonimato y presiona sin mostrar un rostro preciso. Su fuerza está en proporción directa a su carácter difuminado y ambiguo. Nada extraño que el manipulador saque amplio partido a la fuerza de la opinión pública porque él tampoco actúa nunca a cara descubierta: desea modelar la mente, la voluntad y el sentimiento de personas y pueblos de forma dolosa, inadvertida. Se mueve siempre a impulsos de intereses inconfesables, y los oculta arteramente al tiempo que presenta una faz magnánima y bienhechora.

De ahí que la primera condición para conservar la libertad interior frente a las agresiones de los manipuladores sea poner al descubierto los recursos malabaristas que éstos movilizan. Con ese fin indicaremos sucintamente a continuación los principales grupos de manipuladores y sus ardides peculiares.

Distintos tipos de manipuladores

1. La manipulación de los mercaderes

Todo el que ofrece un producto al mercado -un coche, un viaje turístico, un espectáculo, un libro...- desea promocionar su venta. Esta promoción puede realizarla poniendo de manifiesto las excelencias del producto ofrecido. En tal caso, no es un manipulador sino un guía. Manipula, en cambio, si moviliza trucos efectistas para seducir a las gentes con sus productos.

Podemos distinguir tres tipos de mercaderes manipuladores:

A. Los mercaderes de poder. Manipulan a las personas en busca de mando. Les ofrecen promesas a cambio de votos. Las reducen a votantes. Para descubrir la manipulación política, basta repasar los programas y los mítines electorales, y confrontar las promesas hechas en ellos con las realizaciones llevadas a cabo por el partido vencedor.

B. Los mercaderes de dinero. Para incrementar sus ingresos económicos, encandilan con sus productos a los ciudadanos y los reducen a clientes. Los estrategas de la propaganda comercial no intentan mejorar la mercancía que ofrecen sino la opinión de la gente sobre ella. El afán de aumentar la clientela lleva a ciertos periódicos y revistas considerados como serios a invadir el campo de las llamadas "revistas del corazón" e introducir en sus páginas profusos relatos de escándalos sociales y fotos sicalípticas. Todo ello con el pretexto de que el pueblo soberano tiene derecho a estar debidamente informado de todo y en todo momento.

C. Los mercaderes de prestigio. Ponen la vida a la tarea de reclutar admiradores. Reducen los seres humanos a espectadores y lectores. El afán de prestigio y el escaso amor a la verdad llevan a no pocos intelectuales a dejarse llevar cómodamente por el oleaje de las corrientes ideológicas que parecen imponerse en cada momento.

El ansia de alcanzar renombre y popularidad resta libertad interior a multitud de profesionales de la educación, la comunicación y la política para delatar los peligros de ciertas tendencias autodenominadas "progresistas" y para investigar y defender la verdad con absoluta independencia de espíritu.

Es interesante, a este respecto, observar a qué autores se citan en ciertas obras y a qué otros se silencia incluso cuando es obligado remitir a algún trabajo suyo. Ejemplo poco edificante de dependencia de los propios intereses fue un conocido escritor que, en la segunda edición de una obra, omitió las frases en las que dedicaba el trabajo a un notable pensador, por haber caído éste en desgracia de los grupos dominantes.

La manipulación realizada por los mercaderes encierra graves riesgos para el pueblo porque induce a adquirir bienes deleznables, realizar actividades fútiles, conferir el mando a personas más sobresalientes por su ambición y astucia que por su competencia. Pero mayor peligrosidad encierra todavía la manipulación realizada por quienes desean cambiar nuestra mentalidad para favorecer sus intereses.

D. Los mercaderes de ideas y actitudes. El manipulador comercial agudiza su habilidad para trasvasar su propio sistema de valores al ánimo de las gentes y orientar su comportamiento.

Si para mí encierra mucho valor la música de Mozart, una nueva versión de una obra suya se me presenta como algo valioso. Mi afición a la música me abre todo un campo de bienes y, por tanto, de productos apetecibles. Cuanto pueda satisfacer mi deseo de buena música constituye para mí un valor, y puedo llegar a desearlo y hacer un sacrificio para adquirirlo.

Pero supongamos que llevo una vida recoleta, entregada de lleno al estudio. Es muy posible que un coche -por lujoso que sea-no me reporte ventajas, sino más bien inconvenientes, porque me ocupa tiempo, me causa preocupaciones, me distrae de mi tarea fundamental. Los anuncios de automóviles, por sugestivos que sean, me dejan indiferente. No les presto atención, ya que están fuera de mi radio de actividad. Un experto propagandista verá enseguida que, para venderme discos o partituras, no necesita cambiar mis gustos, mis coordenadas mentales y sentimentales, es decir, mi escala de valores. Basta que me sugiera que se trata de un producto excelente para que yo entre en deseos de conocerlo y gustarlo. En cambio, si quiere venderme un coche, no tendrá más remedio que alterar mi modo actual de enfocar la vida. Podrá excitar, por ejemplo, mi afán de ser valorado en la sociedad, y me dirá que acudir a clase en autobús no da categoría a un profesor y que, si "trajes hacen gente" -como dicen los suizos-, "coches crean imagen".

El cambio de mentalidad y de hábitos es difícil provocarlo en cada persona individualmente. Hoy se realiza de forma conjunta mediante la creación de un clima social consumista, más preocupado del parecer que del ser[12]. Este ambiente frívolo ha ido configurando la opinión de que fumar ayuda a establecer relaciones, beber es el acompañante obligado de toda conversación cordial, la potencia del coche mide el rango social de una persona, no tener una segunda casa es signo de haberse estancado en la vida... Poco importa que psicólogos lúcidos, como Abraham Maslow, subrayen que el hombre debe intentar llegar a ser lo que puede ser, no lo que supera sus posibilidades. La propaganda sigue bombardeando nuestros centros de decisión con esloganes incitantes: "No te prives de nada"; "Marca la pauta, no deje s que te la marquen"; "Sé un señor: he aquí tu coche". Y se nos invita a ser libres vistiendo determinada ropa, ser triunfadores bebiendo tales licores, acumular éxitos amorosos perfumándonos con las esencias más costosas...

Este martilleo propagandístico, unido a la preocupación actual por la imagen, altera paulatinamente nuestro sistema de valoraciones. Tal vez, personalmente, unos esposos estén lejos de sentir necesidad alguna de cambiar el piso en que habitan por un chalet lujoso, pero, como padre y madre de familia, lo juzgan adecuado al rango de ésta y lo consideran indispensable. Se hace el traslado, y a las letras pendientes se unen los gastos originados por el nuevo entorno. Ya tenemos a los esposos sacrificando su existencia al único fin de mantener un alto nivel de vida. No han sido engañados, pero sí manipulados por una astuta propaganda que vinculó confusamente en su imaginación el bello chalet y la felicidad. Esta vivienda es deliciosa, sin duda, pero no les concede la mínima cuota de reposo espiritual que es necesaria para ser felices.

La propaganda excita nuestra voluntad de poseer para disfrutar. Al ser dueños de lo que nos fascina, debiéramos sentirnos satisfechos y autorrealizados. Pero no es así. Nos corroe la comezón de aumentar nuestras posesiones, y nos falta tiempo y sosiego para pensar que la felicidad no se alcanza entregándose al goce de dominar, que es "vértigo", sino al gozo de colaborar, que es "éxtasis". Esta decepción provoca ansiedad al principio y apatía después.

Tal situación de abatimiento interior no le preocupa al manipulador comercial, ya que él se ocupa de clientes y no de personas.

2. La manipulación de los ideólogos

En el sentido peyorativo del término, por ideología se entiende una concepción de la vida humana simplificada, tosca y utópica. Los ideólogos no profundizan en los temas que tratan, no fundamentan las afirmaciones que hacen, no se someten a verificación alguna. Se asientan únicamente en la firmeza con que hacen promesas para el futuro. Se presentan con ímpetu visionario de profetas laicos, para vencer a las gentes sin necesidad de convencerlas[13].

Al no ajustarse a la realidad, las ideologías -según hemos visto-no tienen poder de convicción y persuasión y sólo pueden ser inoculadas a las gentes de dos formas: por la violencia, y se va a la dictadura, o por la astucia , y se entra en el campo de la manipulación ideológica. Esta forma dolosa de invasión espiritual presenta especial gravedad porque compromete vertientes muy importantes de la vida humana.

Es fácil calibrar lo perturbadora que puede resultar en nuestra vida una ideología de contenido ético, es decir, una manera de concebir la vida y la conducta humana que no se ajusta al verdadero ser del hombre sino que está postulada por una orientación política. Los ideólogos de orientación partidista ponen en juego mil artimañas para inculcar en el ánimo de las gentes criterios de vida, normas de conducta, formas de interpretar las acciones humanas que no responden a las exigencias de la realidad del hombre. Si lo consiguen, prestarán un notable servicio a su partido político, pero dejarán al pueblo expuesto a peligros abismales.

Resulta temible la habilidad de ciertos ideólogos en el arte de vencer sin convencer, de seducir con razones trucadas, planteamientos falsos y razonamientos falaces. No es fácil descubrir en cada momento que nos están manipulando y en qué punto preciso introducen el truco manipulador. Los manipuladores suelen ser verdaderos especialistas en el arte de persuadir dolosamente.

Este malabarismo mental es ejercitado también por los técnicos de la publicidad, como hemos indicado. Utilizan el lenguaje con doble sentido, proyectan unas imágenes sobre otras, sacan partido a los flancos débiles de las gentes. Pero estos trucos, más o menos sofisticados, no son difíciles de descubrir. En cambio, los trastrueques de ideas, los escamoteos de conceptos y las extrapolaciones de planos de realidad que realizan los ideólogos son mucho más complejos y ambiguos. Se requiere un adiestramiento especial para pillarlos al vuelo y refutarlos contundentemente.

Esta contundencia es ineludible, porque las ideologías se presentan como algo inalterable, sólido, firme, sin fisuras ni vacilaciones. Tal modo de presentarse es un recurso táctico temible, pues el pueblo suele dejarse impresionar por lo que aparece firme como una roca. Los pensadores auténticos -los que no sirven a intereses de grupo o partido-dialogan constantemente con la realidad, se ajustan a ella, corrigen un pormenor y otro. Esta voluntad de adaptación y corrección es interpretada a menudo como inseguridad, inmadurez y debilidad de temple, condiciones que se oponen a un programa de acción que quiera ser brillante y persuasivo. Por eso las ideologías suelen marcar cada vez más sus límites y endurecer sus posiciones.

La carga sentimental de las ideologías

Al ir adscritas a una orientación política, las ideologías se cargan rápidamente de adherencias sentimentales, que tienen un incalculable poder de arrastre. Los partidarios de una corriente política suelen defender la ideología que han asumido como propia al modo como se defiende una bandera, un símbolo del honor personal, y lo hacen de modo tajante, unilateral, implacable. De ahí que, si un partido político identificado con una ideología determinada incluye en su ideario una meta, es inútil discutir con sus afiliados si ésta se ajusta o no a la realidad y, por tanto, si es justo y legítimo el perseguirla. Así, con quienes defienden por principio el divorcio y el aborto resulta vano pretender analizar si estas prácticas hacen justicia a la realidad que es la unidad matrimonial y la vida del no nacido. No se detendrán a sopesar las razones que alguien presente en contra de su posición. La mayoría se limitarán a aducir motivos especiosos con objeto de mostrar que su postura es racional. Movilizarán todos los recursos de la demagogia para dar a entender que su actitud responde a motivaciones sólidas, pero nadie sabe mejor que ellos que su actitud obedece a una toma de posición predeterminada por una estrategia de conjunto. En ciertas ideologías se incluye el fomento del divorcio, el aborto, la eutanasia y el amor libre, no porque el análisis de la realidad les ofrezca una justificación suficiente para ello, sino porque sus ideólogos prevén que tal promoción les otorga ante el pueblo una imagen de apertura, liberalidad y progreso.

No se trata de una opción racional -basada en el estudio de las exigencias de la realidad-. Estamos ante una decisión impuesta por la voluntad de poder e inspirada en los criterios de astucia propios de toda estrategia. El diálogo con tales ideólogos se nos aparece como el fracaso de la razón, la humillación de la capacidad humana de razonar, de ir al fondo de las cosas y basar las decisiones en las exigencias de la realidad. Estamos en una reunión; se plantea una cuestión importante y se abre un debate largo e intenso. Al final, se percata uno de que todo fue en vano. Desde el principio estaba previsto que no habría más fuerza decisoria que el poder frío e irracional del voto emitido por fidelidad a una posición ideológica. Cuando se observa en un Parlamento que un número elevado de diputados dan su voto de forma unánime, sin la menor fisura, una y otra vez, tras haber oído argumentos muy sólidos en contra de la propuesta votada, uno tiene derecho a sospechar que no es la realidad la que marca aquí la pauta a seguir sino los esquemas ideológicos que constituyen la trama intelectual del partido.

Las ideologías escinden a los grupos humanos

Esta atenencia rígida a un bloque de ideas calcificado escinde a los pueblos en grupos antagónicos irreconciliables. Antes de las elecciones generales celebradas recientemente en cierto país, un periodista preguntó a una conocida escritora si estaría dispuesta a cambiar su voto en caso de advertir un día que sus correligionarios habían fracasado en la gestión pública. Ella contestó indignada, con la contundencia propia de quien cree expresar algo obvio: "¡Eso nunca! ¡Jamás concederé el voto a mis enemigos!" He aquí una neta actitud "ideológica". A pesar de su refinamiento como escritora, esta persona no ha logrado, a juzgar por su respuesta, descubrir que los diversos sistemas de pensamiento son vías hacia el descubrimiento de la verdad, no posiciones irremediablemente antagónicas. Lo son únicamente cuando responden a meros intereses tribales.

El estudio de la realidad solemos iniciarlo los hombres desde puntos de mira diversos, bajo el impulso de intereses distintos y al abrigo de sentimientos dispares. Todo parece llevarnos por vías divergentes. Pero, si nos encaminamos hacia una meta común -la de ser fieles a la realidad, que es una y la misma para todos, y nos nutre y hace posible el desarrollo de nuestra personalidad-, los caminos de nuestras vidas tomarán una dirección convergente, en cierto modo al menos. Dar por supuesto que nunca tendrá lugar un encuentro, por vía de participación en una verdad común, es transformar la propia posición en una fortaleza, alzar los puentes, ahondar los fosos y hacer imposible toda comunicación. Pero la comunicación es esencial al desarrollo genuino del hombre. Hacerla inviable de raíz supone quedarse bloqueado en un estadio primitivo.

En el aspecto económico, los partidos políticos no pueden actualmente atrincherarse en sus principios ideológicos. Deben acomodarse flexiblemente a las condiciones de cada situación. Esta acomodación acerca las posiciones de los distintos partidos de forma llamativa. Para mantener la propia identidad, algunos de ellos no dudan en acentuar las diferencias en el campo moral y en el religioso. En éstos les parece que todo es opcional y no hay exigencias precisas por parte de la realidad. Tan grave error lo paga el pueblo muy caro en forma de envilecimiento de las costumbres, y tal deterioro acaba repercutiendo incluso en el campo de la economía.

Cuando estas consecuencias se hacen palpables, los responsables se apresuran a declarar que se trata de un signo de los tiempos, como si los fenómenos surgieran por generación espontánea sin causas bien determinadas. El que piense esto de buena fe ignora lo que es la vida humana y las leyes que rigen su desarrollo normal. Tal ignorancia provoca graves errores, que son verdaderos atentados contra la realidad. Y la realidad acaba siempre vengándose. Los desastres ecológicos, por ejemplo, son una venganza de la realidad por el afán ambicioso que tiene el hombre de dominar la naturaleza. El envejecimiento de la población es una venganza por la actitud hedonista ante la vida.

La ideologización de la vida profesional

La altanería en el cultivo de la propia especialidad lleva a ciertos intelectuales a defender sus puntos de vista como decisivos y a depreciar toda otra perspectiva posible. Ese pensamiento absolutizado se cierra sobre sí mismo y se esclerosa. Le falta visión relacional, que integra perspectivas diversas.

En la serie de programas ofrecidos por cierta empresa televisiva hace unos años con el título Hablemos de sexo, un equipo de médicos, psicólogos y sociólogos emitieron toda clase de juicios valorativos sobre diversas actividades sexuales sin tener en cuenta los dictados de la Ética y las exigencias del método propio de esta disciplina. Afirmaban, por ejemplo, que la homosexualidad no es una enfermedad ni una aberración cromosómica, y seguidamente sentenciaban: "Las prácticas homosexuales constituyen una opción más entre otras posibles. Depende del gusto de cada uno elegir una práctica u otra". Sin duda, estos profesionales partían de la base de que la ciencia se desarrolla al margen de los valores éticos y no está sometida a juicios valorativos; es autárquica, y puede, por sí misma, explicar los fenómenos humanos y la orientación que ha de dárseles para obtener el bienestar deseado. Este encapsulamiento en un método de conocimiento determinado supone una parcialidad empobrecedora del saber humano. El pensamiento empobrecido constituye una ideología , no un sistema de pensamiento vivo y fecundo.

Una concepción de la vida, cuando está viva y no se encierra en sí, se halla dispuesta a colaborar con otras, limar sus aristas, perfeccionar sus puntos de vista. El resultado de tal colaboración humilde es el enriquecimiento del saber. Por el contrario, la consecuencia directa de la cerrazón ideológica es la desfiguración de la realidad. En el programa antedicho no se habló nunca de la vida sexual humana. Se disertó sobre una sexualidad reducida a búsqueda de sensaciones placenteras, desgajada de toda finalidad procreadora e incluso de todo proceso de intensificación del amor personal. Esta sexualidad artificiosa -que no es animal porque no está reglada por los instintos, y no es humana pues no está orientada hacia un ideal valioso, correlativo a la vocación más honda del hombre- no puede sino ser fuente de extremismos y desvaríos, de los que se desprende un gran desasosiego y ninguna felicidad.

Algunas formas de manipulación ideológica

Para conseguir que el pueblo adopte como propia una ideología, se necesita preparar el terreno astutamente, a fin de que esa forma de pensar seduzca incluso a quienes no aceptan sus posiciones en el plano reflexivo. Esa configuración artificiosa de un clima intelectual y afectivo propicio a la difusión de ciertas ideologías se realiza a través de medios muy diversos:

  • la educación (planes de estudio, libros de texto, selección de obras a analizar...);
  • las obras culturales y los espectáculos;
  • los medios de comunicación;
  • la publicación de estadísticas -reales o ficticias- que favorecen la idea de que ciertas actitudes son generales, normales, y han de considerarse como normativas;
  • la promulgación de determinadas leyes que regulan la conducta de los ciudadanos y crean opinión, porque, al ser legales ciertos comportamientos, son considerados precipitadamente por muchas personas como legítimos moralmente. Llama a veces la atención el interés preferente de algunos partidos en dictar leyes que no son tan urgentes como otras que sufren aplazamientos reiterados. Esa discriminación no responde, obviamente, al afán de regular ciertos aspectos de la vida ciudadana, sino al de crear un caldo de cultivo de la ideología que subtiende toda su actividad política.

3. La manipulación de los empresarios

La función del empresario en la sociedad es ineludible y debe ser apreciada en alto grado, pues implica de ordinario una medida considerable de riesgo, exige talento y espíritu emprendedor, produce graves tensiones y no concede, en muchos casos, un momento de respiro. La empresa actual está sometida a las exigencias de la competitividad y a las normas de la lógica propia de la actividad productiva y comercial. De ahí que el empresario se vea instado a mantener una disciplina estricta y a cumplir con rigor las normas de la producción.

Eso explica que muchos empresarios no parezcan tener otra meta que lograr los beneficios necesarios para triunfar en su aventura. Esta forma unilateral de encarar su vida profesional los lleva con frecuencia a considerar a los trabajadores como "material humano", es decir, como un medio entre otros para conseguir los fines de la empresa. La expresión entrecomillada es fruto de una actitud gravemente reduccionista : se ve al trabajador como una simple pieza del engranaje de la empresa, no como una persona, dotada de la rica complejidad que ostenta por ser un "nudo de relaciones".

El empresario sensible a la dignidad de la persona humana procura que las distintas formas de trabajo tengan verdadero sentido para quien las realiza, y los empleados se hagan cargo de ello y tengan conciencia de estar colaborando animosa y lúcidamente a la buena marcha del proyecto en que se halla inserto.

La Doctrina Social de la Iglesia está impulsada por esta finalidad básica: garantizar la dignidad personal que a menudo es conculcada por las prácticas manipuladoras. En esta misma línea se advierte hoy en diversos países un noble afán de vincular la actividad empresarial y el desarrollo ético de quienes la llevan a cabo. Suele decirse que "la ética es rentable para la empresa". Las clases dirigentes han advertido que la formación ética de los trabajadores incrementa la eficacia de su trabajo. Esto es cierto y valioso, pero mayor valor encierra el hecho de que, al vincular el interés por aumentar la productividad y el afán de promover la calidad humana de los trabajadores, se convierte el trabajo en un medio de formación y en una fuente de satisfacción para cuantos comparten, en diversos niveles, la responsabilidad de la empresa.

La gran tarea de la Filosofía del trabajo consiste actualmente en aprender el arte de ser implacablemente competitivos, con toda la dureza que implica, y ayudar cordialmente a las personas a desarrollarse de modo cabal.

4. La manipulación de los intelectuales

El planteamiento tendencioso de los temas permite a ciertos intelectuales presentar como plausibles algunas interpretaciones de sucesos, actitudes y orientaciones que un examen riguroso descubre como falsas. Se considera, por ejemplo, que no existe otro método para conocer la realidad que el científico, y se concluye que el conocimiento ético y el religioso son "irracionales", ya que dependen más bien del sentimiento que de la razón. Esta posición es inaceptable. Un científico tiene pleno derecho a sentir entusiasmo por el método que le permite avanzar en el conocimiento de la parcela de realidad que acota la ciencia como su campo propio de acción. Pero comete una desmesura si afirma que sólo ese método constituye una vía legítima para conocer la realidad.

Debemos distinguir en nuestro entorno modos diferentes de realidad y precisar cuál de ellos estudia la ciencia y cuáles son objeto de atención por parte de otras disciplinas. Durante siglos, los científicos han tendido a considerar su método de conocimiento como el único eficaz y auténtico. Y es hora de admitir, para bien de todos, que cada disciplina acota una vertiente de la realidad como objeto peculiar de conocimiento, y, si cumple las exigencias que tal objeto plantea, puede darle alcance y enriquecer el conocimiento humano.

Valerse del prestigio de la ciencia para alzarse con el monopolio de la verdad y de la capacidad investigadora significa una reducción de las posibilidades del hombre. Este empobrecimiento concede a la ciencia una autonomía total en cuanto a métodos y metas. Parece que puede prescindir de toda exigencia y norma ética, así como de todo ideal valioso. Esa autarquía sirve a los científicos para llevar adelante sus investigaciones sin la menor traba, guiados solamente por la lógica interna del método propio de su especialidad. Tal libertad se traduce en un incremento rápido del saber teórico y del poder técnico. Este poder, desconectado de toda Ética del poder, constituye a medio plazo un grave riesgo para la humanidad[14].

Cuando sólo se atiende al desarrollo del saber científico y técnico, cada nuevo logro significa un triunfo. Para el gran físico alemán Otto Hahn, inventar la fisión del átomo de uranio constituyó el gran éxito de su vida. Pero poco tiempo pudo celebrarlo, ya que, algunos meses después, ese adelanto científico hizo posible alcanzar la cumbre técnica que significa la construcción de la bomba atómica y pulverizar dos bellas ciudades japonesas en unos instantes. Al enterarse de que su hallazgo científico había sido convertido en instrumento de devastación, el genial investigador sintió la tentación de poner fin a su vida por verla carente de todo sentido.

Su compañero de cautiverio, el gran humanista y científico Werner Heisenberg, contó emocionado esta anécdota en una conferencia pronunciada en Munich pocos días después de enviar a Konrad Adenauer el Manifiesto antiatómico en el que afamados científicos manifestaban su decisión de no investigar los secretos de la materia sino para fines pacíficos. En sus Memorias, publicadas en castellano con el título Diálogos sobre la física atómica[15], relata Heisenberg las divergencias que había tenido con Hitler respecto a la finalidad que debe perseguir la investigación de las partículas elementales.

La ciencia debe reconocer sus límites

Los científicos más avisados cobran cada día una conciencia más clara de que la ciencia no ha de procurar sólo su propio triunfo por la ilusa creencia de que el avance en el saber teórico y técnico se traduce automáticamente en una mayor felicidad humana. Los biólogos, especialmente los genetistas, saben bien que la investigación se halla actualmente bordeando simas muy peligrosas y debe llevarse a cabo con precaución, por afán de hacer bien al hombre, no de progresar a cualquier precio en el conocimiento de la realidad y en el poder de transformación de la misma. En qué consiste el bien integral del ser humano y cómo se logra es una cuestión ardua que no puede clarificar la ciencia a solas, en virtud de su propio método de análisis. Requiere la colaboración de otras disciplinas. Lo advierte Robert Jungk en su libro El futuro ya ha comenzado:

"Los científicos y los técnicos que se apoyan en sus conocimientos creían de ordinario poder operar al margen de los criterios valorativos ropuestos por las diferentes religiones y éticas. Pero, ahora, las consecuencias del inmenso poder técnico que han adquirido les han obligado ocuparse de las cuestiones filosóficas, teológicas y sociológicas que antes consideraban superfluas"[16].

Por la fuerza de propulsión de su propio método, toda disciplina tiende a extender indefinidamente el área de su conocimiento y aplicación práctica. Es justa esta tensión hacia cotas más altas, pero se torna súbitamente injusta -es decir, no ajustada al ser del hombre- si no se alía con la preocupación por el bien global de la Humanidad, al que toda actividad humana debe servir.

Desgajar la actividad científica o técnica del conjunto de la vida humana significa una alteración de su sentido, una reducción de su valor. Este rebajamiento de rango facilita que se la tome como medio para fines ajenos a la auténtica vocación del hombre. Tal desajuste es provocado por los manipuladores para poner el inmenso poder de la ciencia y la técnica al servicio del dominio de las gentes.

Una vez más descubrimos la "parcialidad" o "unidimensionalidad" como una característica básica de la actividad manipuladora. En este sentido, la labor crítica realizada por la Escuela de Frankfurt puede servir de ayuda para liberarnos del yugo de la manipulación y recobrar el lenguaje secuestrado:

"Sin valoraciones, es decir, sin la razón que opina -escribe F. Böckle -, no puede realizarse ningún orden social. Para esto no basta la racionalidad puramente empírica". "El módulo de pensamiento de las ciencias exactas no puede aplicarse sin más a la sociedad. La condición de la verificabilidad experimental conduce necesariamente a la contemplación unidimensional del hombre. En este sentido, la
'teoría crítica' tiene razón al oponerse a tal 'modelo operacional' exigiendo una transformación cualitativa del comportamiento del hombre para lograr un ordenamiento más humano de la existencia"[17].

Esta despreocupación de muchos científicos por la vertiente "humanista" de la existencia fue delatada, asimismo, por un científico tan prestigioso como J.M. Rodríguez Delgado:

"El estudio en el campo de la filosofía y de la introspección viene considerado generalmente como una distracción que no tiene relación directa con la preparación de los futuros miembros de la sociedad industrial, y la conclusión de que el hombre puede tener más éxito en este mundo si no gasta demasiado tiempo en estudiar sus relaciones con él fomenta todavía más la divergencia entre el mundo técnico y el mundo de las ideas"[18].

El gran científico contemporáneo Theodosius Dobzhansky subraya el riesgo que implica dar por hecho que sólo el método científico de conocimiento es riguroso y constituye la única base sólida con que cuenta el hombre para orientar su vida. "Dewey -escribe-consideró acertadamente como un 'escándalo intelectual' la separación entre la ciencia y la ética y los valores"[19].

En efecto, resulta injustificado que un científico no reconozca los límites de su método y se lance a determinar, desde su perspectiva propia, cuestiones que por principio no son accesibles desde ella. En un acto homicida hay multitud de ingredientes físicos y biológicos que son objeto de investigación científica, por ejemplo la energía que se despliega al mover el brazo agresor; pero el sentido de tal acción es competencia de la Ética, no de la ciencia física o biológica.

5. La manipulación de los políticos

La política debiera ser el arte de configurar la vida social del modo más adecuado posible a la vida humana. Actualmente, sin embargo, se está convirtiendo a menudo en el arte de engañar y seducir, mejorar la imagen propia y desfigurar la ajena, guardar las apariencias para ganarse las voluntades. No se ponen las cartas boca arriba; se las vuelca y se las marca para vencer a la gente de buena fe. Pero conviene proclamar que las muchas trampas destruyen el juego. El tramposo vive a costa del que respeta las normas.

Para engañar sin ser advertido, el político demagogo tiende a reducir el voltaje moral de las gentes para amenguar su capacidad de exigir una mayor calidad en el planteamiento de los problemas y la búsqueda de soluciones. El afán de tales políticos no se dirige a perfeccionar la vida de las personas, sino a conseguir que éstas adopten como ideal de su vida lograr el bienestar mediante la posesión y el consumo de bienes. Si lo hacen, juzgarán al poder político sólo desde el punto de vista de la eficacia en orden a garantizar la holgura económica.

Esta tendencia de ciertos grupos políticos explica que actualmente no se ataque un determinado tipo de moral y se defienda otro; se procura dejar de lado la dimensión de la moralidad y el sentido de la vida. Se muestra de una forma y otra -a través, por ejemplo, de la conducta de los héroes cinematográficos y de personajes famosos- que es posible llevar una vida normal, plenamente racional, incluso espectacular, sin la menor preocupación por conferir un sentido pleno, éticamente valioso, a las propias acciones.

6. La manipulación de los dirigentes

En la vida política, en la familiar, la académica, la religiosa... pueden darse abusos de poder. Si el que tiene el mando toma a los "súbditos" como medios para unos fines particulares, ajenos al bien común, se extralimita; manipula.

Un político que dedica fondos públicos a ciertos fines con el mero propósito de obtener votos para su grupo manipula a los contribuyentes, no administra sus bienes con el debido respeto.

Un profesor que convierte la clase en un lugar de reclutamiento astuto de futuros adeptos a su ideología política realiza una labor manipuladora. No así el que presenta unos valores y da razón de su importancia para el hombre. Este profesor es un guía, un maestro, porque se dirige a la inteligencia y la libertad de los alumnos.

El superior religioso a cuyo juicio ser obediente se reduce a considerarse como arcilla en manos del alfarero y trata a sus súbditos como meras piezas de relleno para cubrir puestos vacantes gobierna de modo manipulador.

La forma sana y justa de ejercer la autoridad es la que promociona al tiempo que manda. Recordemos que la palabra autoridad procede del término latino auctoritas, y éste de augere, promocionar, de donde se deriva auctor. Autor es el que promueve y realiza algo: un libro, un proyecto, una actividad... Ser capaz de ello significa un poder, una virtus, una virtud.

Ordenar significa dar órdenes, pero también orientar la conducta de forma virtuosa, facilitar pautas eficaces para lograr una actividad llena de sentido. Una acción tiene sentido pleno cuando encierra el valor que le compete. Mandar con autoridad implica saber descubrir los valores a los súbditos. Pero un valor sólo puede ser descubierto a quien lo asume activamente, de forma lúcida y razonada. He aquí la razón profunda por la cual el mando auténtico, el promocionante, va necesariamente unido con un diálogo que sea fuente de clarificación. Un mandato emitido a distancia es entendido fácilmente como una coacción. Parece destinado, más bien, a promocionar al que manda que al mandado. Si la orden es emitida a la luz que ha brotado en un diálogo clarificador, va orlada con un carácter promocionador a todas luces.

El jefe, superior o gobernante que busca, en diálogo con los súbditos, el bien común no renuncia a su deber de ordenar con autoridad, pues a él compete dirigir la sociedad, y toda dirección exige que alguien tenga la última palabra. Renuncia a la posibilidad de manipular, de convertir a los súbditos en meros medios para unos fines.

Lo contrario de la manipulación del poder es el diálogo. Avenirse a dialogar no significa en el superior un acto de benevolencia obsequiosa con el súbdito, sino el reconocimiento sensato de que la autoridad debe ejercerse a la luz de la verdad, y a la verdad no se llega a solas sino en comunidad. Una orden emitida después de un diálogo auténtico y en virtud de la luz ganada en el mismo no es nunca manipuladora, sino promocionadora.

Por eso el diálogo entre quienes desempeñan papeles de dirección y de subordinación es indispensable para coordinar la solución de los problemas y la salvaguardia de la dignidad personal. Esto es obvio cuando se trata de personas adultas, que no deben verse nunca reducidas a meros "súbditos" o seres "inferiores", opuestos drásticamente a quienes ejercen de "superiores".

Los niños pequeños son incapaces de dialogar acerca de lo que deben hacer o evitar. Conviene, por ello, que el educador se adelante a darles normas, por vía de orientación y encauzamiento. Pero no ha de hacerlo de forma brusca y altanera que dé al niño la impresión de que tales normas emanan sencillamente de la voluntad arbitraria de los mayores. Debe aprender el arte de dialogar en forma asequible a los destinatarios de su labor formativa.

El manipulador finge siempre que dialoga para ganarse las voluntades, pero dirige el diálogo de tal forma que lo desvirtúa. Hacer una encuesta significa una forma de diálogo. Da la impresión de que el pueblo es consultado porque se tiene en cuenta su opinión. El que da órdenes, promulga leyes y orienta la vida social en virtud del conocimiento de la opinión pública que le facilitan los sondeos parece ejercer la autoridad de modo dialógico. Pero, si tal gobernante se cuidó de inocular en el pueblo ciertas ideas y actitudes antes de hacer la encuesta, ha recogido del pueblo las opiniones que él mismo había suscitado de antemano. En tal caso no hubo diálogo, ni voluntad promocionadora del pueblo, sino afán de dominio absoluto. Este dominio puede proseguirlo mediante la promulgación de leyes que contribuyen a alejar al pueblo de los grandes valores y amenguar sus defensas espirituales. Es bien sabido que las leyes no son importantes sólo por lo que mandan o permiten, sino también por el espíritu que irradian.

7. La manipulación de los educadores

Los tiranos procuran por todos los medios que las gentes se mantengan en un nivel cultural bajo, para que su poder de discernimiento sea mínimo y resulten fácilmente manipulables. "En sociedades y estados autoritarios -escribe B. Häring-se orienta todo el proceso de la educación a obtener ciudadanos dóciles y fáciles de manipular, y se evita o reprime todo lo que puede suscitar un espíritu crítico"[20].

También en los regímenes democráticos, el que desea vencer sin convencer suele encauzar los planes y métodos de estudio en forma tal que no se fomente el poder de discernimiento, la sensibilidad para los grandes valores, el entusiasmo creativo, el afán de realizar tareas relevantes. Con el pretexto de "desdramatizar" los problemas, se banaliza la vida humana. Bajo capa de liberalismo -mal entendido-, se lanza a las gentes al cultivo de las experiencias de vértigo que enceguecen para lo valioso y amenguan la libertad para la creatividad.

El afanoso de poder suele proclamar su interés por la cultura, pero se trata de una cultura que tiende a dominar, no a crear unidad. De ahí el fomento de las ciencias en detrimento de las humanidades, y, lo que es peor, el interés por orientar la potencia creadora del hombre, sobre todo de los jóvenes, hacia modos infraculturales de actividad, infraculturales por no creativos.

Este tipo de manipulación educativa opera en vinculación soterrada con la manipulación ideológica. Como es sabido, el escritor italiano Antonio Gramsci elaboró toda una táctica para lograr el poder político a través del dominio cultural. Este dominio intenta alcanzarlo a través de un proceso en el cual las ideas y los sentimientos de los intelectuales son asumidos por el pueblo y se convierten en una fuente de energía revolucionaria. "Cuando se consigue -escribe­ introducir una nueva moral conforme a una nueva concepción del mundo, se termina por introducir también esta concepción, es decir, se determina una reforma filosófica total"[21].

Queda aquí patente que la difusión de ciertos criterios éticos o bien el fomento de una actitud de indiferencia ante toda posición ética no se reduce a una cuestión "práctica"; tiene un alcance "teórico" que afecta al modo de orientarnos en la existencia. También, a la inversa, las ideas -según Gramsci- han de ser convertidas en impulsos para un tipo determinado de acción. De ahí la necesidad de otorgar a las gentes una amplia formación intelectual que les permita asumir de modo activo las metas sociopolíticas que se les propongan.

"Crear una nueva cultura no significa sólo hacer individualmente descubrimientos, significa también -y especialmente -difundir críticamente erdades ya descubiertas, socializarlas -por así decir-y, por consiguiente, convertirlas en base de acciones vitales, en elemento de oordinación y de orden intelectual y moral. Llevar a una masa de hombres a pensar coherentemente y de modo unitario el presente real y efectivo es un hecho filosófico mucho más importante y original que el descubrimiento por parte de un genio filosófico de una nueva verdad que se convierte en patrimonio exclusivo de pequeños grupos intelectuales"[22].

Enseñar al pueblo a pensar con rigor es, efectivamente, una tarea de primer rango, que exige vivir las cuestiones básicas hasta el fondo y exponerlas con fuerza imaginativa de tal modo que los demás se adentren asimismo en ellas y las comprendan por dentro. Ahora bien. Esta labor no debe realizarse con el fin de adquirir poder y dominio sobre el pueblo, sino de conferirle una verdadera libertad interior. La educación de las personas no ha de constituir nunca y bajo ningún pretexto, por noble que parezca, un recurso estratégico para conseguir un fin ajeno a ellas. Debe ser la puesta en marcha de la personalidad de cada ser humano, que es un fin en sí mismo y no un medio, como bien destacó el filósofo Immanuel Kant.

En este momento cobra especial vigencia la siguiente observación de Gabriel Marcel, uno de los pensadores contemporáneos más preocupados por el destino del hombre: "Probablemente, de lo que el mundo actual tiene mayor necesidad es de educadores. Desde mi punto de vista, ese problema de los educadores es el más importante, y aquí es donde la reflexión filosófica debe ser puesta a contribución"[23].

Es urgente aplicar los resultados de una investigación filosófica penetrante al quehacer formativo. Con esta aplicación lograremos evitar que el proceso educativo sea puesto al servicio de los demagogos, como suele suceder según B. Haering: "La educación es la plaza de mercado al que concurren las diferentes ideologías y aquellos que ponen su esperanza principalmente en manipular a otros"[24].

8. La manipulación de los constructores y urbanistas

Todo el que construye edificios y puentes, diseña barrios y levanta urbanizaciones turísticas debiera conocer a fondo lo que es el entorno humano auténtico. El que se entrega al ideal del dominio tiende a considerar el suelo como un lugar explotable comercialmente ­visión económica-, como un medio para resolver el problema de expandir la ciudad y dar acomodo a los inmigrantes -visión administrativo-política-, como un lugar de esparcimiento ­visión turística-...

Si uno persigue el ideal de la unidad, ve el espacio circundante como una posibilidad para crear ámbitos de vida humana. Al diseñar un barrio, lo dotará de cuanto requiere para ser habitable por seres personales: espacios libres, parques, iglesias, escuelas... La cuestión económica la tendrá en cuenta, pero no fijará la atención obsesivamente en el afán de obtener el máximo lucro posible. Considerará al mismo tiempo otros aspectos: el bienestar, el deporte, la salud, la belleza, la vida cultural y religiosa. Esa forma global de abordar los problemas es propia del pensamiento relacional, que el hombre cultiva cuando descubre en su entorno no sólo objetos sino ámbitos[25].

El que se despeña por el vértigo de la ambición y ofrece viviendas a la gente pero no un ámbito de vida personal comete un atropello ecológico y ético al mismo tiempo. Ecológico, porque afecta al entorno humano. Ético, pues no permite al hombre desarrollar su tendencia al encuentro y lo deja cercado en el asfixiante círculo de los hogares-colmena. En muchísimas ciudades, las calles y plazas han dejado de ser lugares de encuentro reposado para convertirse en espacios de tránsito febril. Los niños no encuentran sitios de esparcimiento adecuados. Los adultos, para conversar, tienen que refugiarse en viviendas privadas o en el recinto ruidoso de las cafeterías. La ciudad ya no invita al intercambio personal. Cuando los hombres disponen de tiempo para relacionarse, huyen de la ciudad a las viviendas individuales que poseen en el campo[26].

Tal huída puede significar una renuncia al encuentro y la creatividad. El hombre no puede ser creativo a solas; necesita un entorno adecuado. Ortega y Gasset acuñó la frase: "Yo soy yo y mi circunstancia". Es una expresión certera, a condición de que no se entienda la circunstancia como un conjunto de objetos y meros espacios sino como una trama de ámbitos. El entorno verdadero del hombre viene constituido por un tejido de ámbitos, realidades que merecen respeto y no deben ser sometidas a ningún tipo de manipulación envilecedora.

En un plano inferior, un piano, visto como instrumento, ofrece al pianista posibilidades de producir cierta clase de sonidos que le permiten crear formas musicales. Podemos decir que se relaciona activamente con él; está abierto a su poder creador de formas; no tiene unos límites rígidos, como los objetos; ha de ser considerado también como un ámbito.

La unión de dos o más ámbitos da lugar a ámbitos de mayor envergadura. Por ejemplo, un hombre y una mujer se unen en matrimonio y forman un hogar. Este es un ámbito porque quienes lo forman son ya, en sí, seres ambitales, capaces de crear modos fecundos de unión. (Cf. mi obra La tolerancia y la manipulación , Rialp, Madrid 2001, págs. 40-43).

La manipulación del espacio por parte de los constructores dificulta al máximo la creación de ámbitos. En la misma medida destruye la verdadera cultura y empobrece la vida del hombre hasta la asfixia.

9. La manipulación de los médicos

Si un médico obliga a un paciente innecesariamente a someterse a una red de análisis y exploraciones, lo manipula, lo reduce a mera fuente de ingresos.

El director de un centro sanitario que coacciona a un profesional de la medicina para que tome parte en una intervención abortista o eutanásica que le resulta aversiva comete un acto violento de manipulación, porque el cometido de tal profesional es curar y aliviar, no eliminar vidas. Tal género de manipulación reduce al médico a medio para conseguir fines que él considera ajenos a su profesión.

10. La manipulación de los biólogos y genetistas

La investigación científica abre actualmente la posibilidad de intervenir en el futuro del hombre y de la misma especie humana. Este horizonte se muestra lleno de venturosas esperanzas y de riesgos escalofriantes. El investigador que, sin mayores razones, se arriesgue a afirmar que todo lo factible es aceptable y que lo científicamente posible acaba siendo inexorablemente realizado manipula la opinión pública y crea un clima propicio a graves desmesuras.

La historia reciente nos advierte que resulta excesivamente peligroso considerar que el avance científico significa siempre un progreso del hombre hacia cotas de mayor felicidad. Esta advertencia es desoída a menudo por la decisión "ideológica" de favorecer cuanto suponga apertura de nuevas posibilidades, sea cual fuere su valoración ética.

Conviene advertir cómo se engarzan la manipulación biológica y la ideológica mediante el recurso de conectar una serie de ideas y convicciones entre sí. Se piensa que el método científico es la vía por excelencia, la mejor, la única auténtica para el conocimiento profundo de la realidad, pues la penetración en los secretos del universo permite dominar las fuerzas naturales, elaborar artefactos de todo tipo, mejorar la calidad de vida de las personas, elevar el grado de felicidad de las gentes. Como hacer el bien a la Humanidad encierra un alto valor ético, se concluye que todo experimento científico que incremente el saber está justificado éticamente.

11. La manipulación de la prensa y los espectáculos

Los medios de comunicación tienden por principio a satisfacer la necesidad de información que siente el pueblo. El pueblo tiene derecho a estar informado, y hace surgir de sus filas grupos que se especializan en el arte de informar. Esta actividad procede de un derecho y supone, por tanto, un derecho.

Al constituirse en sociedades, los medios de comunicación cobran independencia respecto al pueblo del que proceden y al que deben servir. Un grupo que se propone una meta queda sujeto a las leyes que rigen el tipo de actividad que conduce a ella. Todo medio de comunicación se configura en secciones, y éstas deben ser llenadas día a día y requieren material adecuado.

Debido a ello, la sociedad acaba siendo reducida a la condición de mera fuente de "material noticiable". Ya sabemos que "noticiable " es para un periodista lo llamativo, lo novedoso. Por urgencias de su modo de ser, los medios de comunicación se convierten con frecuencia en voceros de lo no cotidiano, lo a-normal, lo raro y excepcional; pero lo excepcional sobre todo de signo negativo, pues lo positivo atrae menos la atención. Un periódico norteamericano que se propuso ofrecer casi en exclusiva buenas noticias y se llamaba precisamente Good news fracasó. Ahora bien. Lo anormal no suele ser edificante. Lo poco edificante tiene en los medios de comunicación un foro espléndido de exhibición y magnificación, pues ya sabemos que el mero presentar algo y prestarle atención lo exalta. Hagan un recuento de argumentos de películas, y vean en qué medida prevalecen las conductas desarregladas sobre las ordenadas. Un matrimonio que vive feliz no es noticiable, no ofrece el desgarramiento que produce tensión y aviva el interés.

Para los medios de comunicación y los espectáculos, lo importante se reduce casi siempre a lo interesante, lo excitante, lo que estimula los sentidos y enciende la pasión. Una cadena televisiva de cierto país basó la campaña publicitaria de su lanzamiento en esta frase: "La llave de la pasión". Y a su flanco se presentaban imágenes de escenas "apasionantes".

Por la necesidad diaria de ganar clientela y mantenerla, los medios de comunicación se ven urgidos a dar primacía a lo espectacular sobre lo profundo. Ello supone un cultivo prevalente de lo banal sobre lo valioso. Pero la sensibilidad humana se embota rápidamente, por razones internas, y requiere cada vez estímulos más incitantes si ha de conservar el mismo grado de vivacidad y excitación. Los medios de comunicación necesitan adoptar un ritmo rápido que no dé respiro a quien los lee, oye o contempla. Este río de impresiones superficiales de todo orden anega el espíritu del hombre, no lo fecunda, porque invita a la recepción pasiva, que es una forma de vértigo.

Tal agitación rítmica ha de unirse con la forma agresiva de presentar los contenidos a fin de que produzcan "impacto". De ahí que, en los medios de comunicación, el "altavoz" prevalezca sobre el mensaje transmitido a su través, de modo semejante a como, en ciertos tipos de mal llamada música, el martilleo rítmico y el volumen exacerbado del sonido ocultan del todo el núcleo musical.

Estos recursos y otros semejantes son movilizados para convertir las personas en clientes y salvar el aspecto económico de la empresa. Pero ésta juega un papel ineludible en el concierto sociopolítico de cada momento. Toda su actividad está dirigida por un grupo de estrategas que persiguen una meta. Esa meta consiste en difundir un sistema de ideas abierto, flexible, dialogante con los demás, o bien, por el contrario, una ideología , un sistema de ideas calcificado, cerrado en sí, monologante. En el primer caso, el medio de comunicación pondrá las cartas boca arriba, defenderá sus convicciones abiertamente, aportará razones, se dirigirá a la inteligencia de sus destinatarios. En el segundo caso, convertirá la información en propaganda, movilizará todos los recursos manipuladores para seducir al lector con ideas y orientaciones que no sabe defender gallardamente. Los medios de comunicación que siguen esta línea se convierten en persuasores ocultos, "seductores secretos".

Dos casos de manipulación periodística

El editorial de un periódico de gran tirada tenía por título: La histeria de Reagan. Sabemos que el lector de periódicos actúa con rapidez, lee los grandes titulares y, en caso de sentir interés por algún tema, se anima a leer el primer párrafo. Si éste prende mucho su atención, prosigue la lectura. Pocas veces lee entero un artículo o crónica. Más bien se pasa al párrafo último con objeto de ganar una idea del conjunto. Este ritmo rápido lo tiene en cuenta el manipulador para dosificar cuidadosamente los incentivos que sirven a sus fines. Así, en este editorial, el primer párrafo indicaba que el entonces Presidente de Estados Unidos había sufrido un ataque de histeria y había tomado unas medidas desmesuradas contra el uso del alcohol y la droga. Yo decidí no dejarme llevar de la tendencia general del lector de periódicos, y seguí leyendo. Mi sorpresa fue grande al observar que el segundo párrafo del editorial estaba consagrado a transmitir cifras escalofriantes sobre el número de alcohólicos y drogadictos que hay en diversos países. Seguidamente, se aludía a la escalada en el consumo de drogas blandas y duras que se está dando en todo el mundo. En el último párrafo se reconocía que el problema es pavoroso, pero, con el fin estratégico de retomar el hilo del título y del primer párrafo, se concluía diciendo que es necesario hacer algo contra el alcoholismo y la drogadicción pero debe llevarse a cabo de forma tranquila y discreta, no con "el desaforado histerismo" del Presidente Reagan.

Véase con qué astucia se dedicaron los espacios más impactantes del editorial -el titular, el primer párrafo y el último- a denigrar una figura relevante con el mero recurso de aplicarle unos términos peyorativos -histeria y desmesura-. El lector que haya leído el titular y el primer párrafo y, para redondear la información, haya corrido la vista rápidamente hacia el último se quedó con la idea de que este prestigioso diario lanzaba un ataque demoledor contra el Presidente Reagan. Es incalculable el daño que se puede hacer a una figura pública y -lo que es peor-al sistema de ideas que ella representa cuando un día y otro, tomando pie de cualquier motivo, se los zahiere sin dar razón alguna que pueda ser sometida a un análisis serio.

El subdirector de un programa de radio estatal manifestó en una entrevista escrita que el equipo director del mismo no es anticlerical y no quiere reírse del hecho religioso; se limita a "no tratarlo rigurosamente, sino en forma de ironía y chanza". Este profesional parece no saber que rebajar de rango una realidad constituye un acto de violencia y envilecimiento que resulta agresivo cuando se trata de algo que millones de personas consideran sagrado y vital, por constituir el sentido y el impulso de su vida. Pero no seamos ingenuos. Está lejos de ignorarlo; lo sabe muy bien y lo aplica a sus fines ideológicos. Es consciente de que un ataque frontal a lo religioso puede provocar una reacción adversa en el público creyente; por eso prefiere emboscarlo en la capa protectora de un supuesto "humorismo". Es el procedimiento cobarde y eficaz de la falacia manipuladora.

El abuso tiránico de la libertad de expresión

Los que dirigen y dominan la prensa hablada y escrita proclaman enfáticamente que ésta es la garantía de las libertades cívicas siempre que disfrute de una libertad de expresión absoluta. Es cierto que la libertad de informarse y de informar constituye un freno para los que ostentan el poder. Pero ella, a su vez, constituye una forma de poder que puede desmadrarse y volverse manipulador.

De hecho, la capacidad de expresarse en público es privilegio de muy pocas personas, casi siempre profesionales de la política y el periodismo. La mayoría de los ciudadanos -incluso los que ejercen profesiones muy prestigiosas-se ven reducidos al papel de lectores, radioescuchas y televidentes. Apenas tienen posibilidad alguna de exponer sus opiniones de palabra y por escrito. Los periódicos reservan un pequeño lugar para los lectores, en la sección de Cartas al Director. Pero incluso esta mínima posibilidad de hacerse oír pende de la decisión del periódico, no del autor de la carta.

En caso de polémica, este desequilibrio entre el poder de la prensa y el de la multitud de ciudadanos que carecen de medios de comunicación propios se hace abismal y dramático. Los recursos de un periódico para hacer sentir su prepotencia a quien se vea atrapado en una controversia son tan poderosos que hablar de libertad de expresión resulta un sarcasmo. Eres atacado en un periódico y pides derecho de réplica. Te lo conceden, haciendo alarde de liberalismo. Pero tardan en publicar tu contestación, te la mutilan, la sitúan en lugar poco destacado, y al lado te colocan otro escrito adverso... Entre el cazador y la presa hay menos diferencia en cuanto a poder de atacar y defenderse que entre un periódico y un ciudadano que se enfrenta con alguien afecto al mismo.

La prensa hablada y escrita ejerce actualmente un verdadero colonialismo de la opinión pública. Orienta al pueblo conforme a los dictados de su propia forma de pensar. Para ello selecciona los colaboradores, filtra las noticias, convierte las informaciones en interpretaciones y comentarios, destaca los datos que favorecen la propia posición o dañan la imagen del adversario ideológico. Basta confrontar dos periódicos o dos canales de televisión de orientación diversa para advertir de qué formas tan distintas puede interpretarse un mismo acontecimiento.

Esta parcialidad -a veces sectaria - de los medios de comunicación resulta muy peligrosa, pues buen número de ciudadanos no tienen otro contacto con la realidad que el que les facilitan tales medios. Lamentablemente, no puede ni siquiera hablarse de contacto con la realidad, pues lo que se ofrece al lector no es la realidad de lo acontecido sino una interpretación de la misma. La mayoría de las personas se mueve espiritualmente en un mundo configurado por los medios de comunicación según sus apetencias partidistas.

Si queremos perforar esta trama de interpretaciones y alcanzar en alguna medida la realidad en sí misma, debemos acudir a diversas fuentes de información y adoptar frente a ellas una postura crítica que permita ir entreviendo dónde está la verdad de cada suceso. Para tener poder discernimiento, es necesario conocer un tanto la técnica periodística, porque ello permite tomar distancia y descubrir multitud de trucos. A veces se concede un titular de tres columnas ­que significa de por sí una alta valoración de lo noticiado- a cuestiones insignificantes que el medio quiere magnificar. El que está advertido no cae en la trampa de leer sólo el título, sino que se adentra en la crónica para juzgar por sí mismo el valor de lo comunicado en ella.

La persona dotada de poder crítico no deja que los medios piensen y juzguen por él. Mantiene la iniciativa en todo momento, aunque esté atenido a lo que se le ofrece a través de tales medios. Estos condicionan en gran medida a sus destinatarios. Pero no es menos cierto que ellos, si tienen personalidad, pueden ejercer una presión nada desdeñable sobre quienes pretenden sojuzgarlos. En definitiva, el cliente manda. Pero esta forma de mando exige un grado de formación no pequeño, que puede y debe ser adquirido por todo el que desee conservar en alguna medida la libertad interior que le compete como persona. El que es verdaderamente libre procura que los medios nutran su espíritu y no lo aneguen.

Es utópico esperar que los medios colaboren, siquiera mínimamente, al logro de tal formación. Sería limitar su libertad de maniobra, y esto resulta intolerable a quienes no admiten que la libertad de elección ha de estar supeditada al logro de valores más elevados que el que ella implica. Para no tener que perfeccionar su idea de libertad -lo que supondría una renuncia a las prácticas manipuladoras-, los medios suelen aferrarse a un estilo superficial de pensar y de expresarse.

Engarce de la manipulación ideológica con las demás formas de manipulación

Por razones de claridad, hemos distinguido diversas formas de manipulación, y hemos destacado entre ellas la ideológica. Era necesario hacerlo, debido a la temible peligrosidad que implica en sí misma y, además, porque los otros tipos de manipulación -la comercial, la intelectual, la política, la científica, la médica...-van aliados siempre con algún tipo de manipulación ideológica. La propaganda comercial no sólo promociona un producto; difunde una mentalidad consumista, hedonista, ambiciosa de parecer y destacar. El gobernante impone una interpretación del poder que facilita el ejercicio tiránico del mismo. Las leyes son promulgadas con frecuencia para regular conductas ya existentes, pero esas conductas han sido provocadas a través de una propaganda estratégica y son fomentadas ahora mediante el refrendo de la ley. Al promulgarlas, suele decirse que se regula democráticamente lo que ya está en la calle, pero en rigor se está dando carta de naturaleza a lo que previamente se había decidido que sucediera.

En una lección posterior veremos de cerca cómo se ha vinculado la actitud ideológica con la manipulación del lenguaje para hacer plausible ante la opinión pública la ley despenalizadora del aborto en tres supuestos. Ahora vamos a descubrir el nexo de la manipulación comercial y la ideológica a través de varios anuncios comerciales.

  1. Bajo el título "En el futuro no renuncie a nada" se presenta un coche de espléndida figura y se exponen sus lujosas prestaciones. Esta exhibición de lujo va inspirada por la idea hedonista de que no debemos prescindir de nada que resulte apetecible y gratificante.
  2. Con el expresivo lema "¡Déjate seducir!", una atractiva señorita ofrece un coche a un joven que permanece indiferente. La chica va vestida del mismo color que el coche y habla en plural para hacer causa común con él. De forma decidida afirma que ambos van a seducir al joven. Para ello se dirige a éste, con la falda levantada por las oleadas de entusiasmo que suscita el coche, y, mirando hacia arriba en actitud segura de sí, le promete que va a vivir una experiencia única, con una realidad de hermosa figura, "impresionante por fuera y llena de detalles por dentro". La interferencia constante -en la imaginación del lector-entre el coche y la joven confiere a estas palabras un carácter picante y seductor. Parece que se está ofreciendo al lector una aventura erótica, cuando en realidad sólo se le garantiza el viajar en coche, en un coche como cualquier otro. Pero la invitación a dejarse seducir crea un espíritu de hedonismo y fascinación. "Disfruta, gozarás, déjate seducir..." son palabras que instan a entregarse a las gratificaciones fáciles.
  3. Un anuncio comercial centra la atención del lector en este lema: "Hay quien sigue las tendencias y hay que las marca". Obviamente, quiere halagar la pasión por sobresalir, por ser persona que lleva la delantera y pone el sello a la vida social. Invita a destacar en personalidad, empuje, disfrute de servicios y sensaciones, temperamento, elegancia, satisfacción de todos los deseos, estilo propio.
  4. Con el lema "Objeto de deseo" se ofrece un coche y se agrega que "está hecho a la medida de tus deseos". La idea de que alguien se anticipa a tus necesidades halaga tu vanidad. Te sientes protagonista. La técnica está pendiente de tus gustos, tus anhelos, tus tendencias...

La manipulación ideológica afecta a las raíces de nuestra conducta, a la orientación que damos a nuestra existencia, a la concepción del mundo y de la vida que otorga sentido a nuestro ser. La manipulación comercial determina algunos de nuestros actos de elección. La manipulación ideológica decide nuestra opción fundamental: la del ideal que orienta e impulsa nuestra existencia. Con ello domina totalmente nuestra voluntad y nuestro sentimiento. Se adueña de nuestro espíritu.

Ejercicios

  1. Vea con ojos críticos la televisión y el cine; contemple de modo penetrante revistas ilustradas; oiga con atención los comentarios que se hacen en las tertulias radiofónicas a diversas cuestiones de actualidad..., y destaque los casos de manipulación que advierta.
  2. Reflexione sobre su modo de tratar a otras personas: amigos, hijos, padres, alumnos..., con la intención precisa de descubrir posibles actitudes manipuladoras.
  3. Advierta cómo se incrementan en ciertos espectáculos los elementos que -según los organizadores-aumentan la audiencia. Los que se dejan seducir por esas ofertas interesadas de erotismo y violencia ¿son conscientes de que están siendo reducidos a la condición paupérrima de "meros clientes", "consumidores de caramelos envenenados"?

Notas

[9] Cf. Le petit prince, Harbrace Paperbound Library, Nueva York 1943, p. 42; El principito, Alianza Editorial, Madrid 2] 1972, p. 46.

[10] Cf. Le petit prince, p. 61, El principito, p. 64.

[11] Cf. Alexis de Tocqueville: La democracia en América, FCE, México 1957, p. 261.

[12] "Los consumidores -escrib e Th. McMahon- pueden ser manipulados en cuanto a su jerarquía de valores, de forma que la cuestión de cómo y hasta qué punto los bienes de consumo dan la medida de las verdaderas necesidades, anhelos y deseos del hombre tenga como respuesta la teoría motivacional que aplica la gestión de mercados" Cf. "Manipulación y bienes de consumo", en Concilium 65(1971), p. 254.

[13] Sobre la decadencia de las "ideologías", cf. G. Fernández de la Mora: El crepúsculo de las ideologías, Espasa-Calpe, Madrid 8] 1986.

[14] Romano Guardini subrayó con la mayor energía el peligro que entraña el desequilibrio actual entre el poder técnico de que dispone el hombre y el escaso poder que tiene sobre dicho poder. Cf. Die Macht, Werkbund, Würzburg, 1951 (El poder, Cristiandad, Madrid 1982).

[15] BAC, Madrid 1972.

[16] Die Zukunft hat schon begonnen, (Libros de Bolsillo, Rororo, nr. 558), p. 231. Citado por R. Amman en Unterwegs zum Ich, Patris, Schönstatt, 1987, p. 16.

[17] Cf. F. Böckle, en Concilium 65(1971)167.

[18] Cf. "Physical control of the min d", p. 18. Cit. por B. Haering, Ética de la manipulación , Herder, Barcelona 1978, p.67.

[19] Cf. Genetic diversity and Human Equality, Basic Books, Nueva York, 1973, p. X. Cit. por Haering, O. cit., p. 33.

[20] Cf. O. cit. p. 29.

[21] Cf. Introducción a la filosofí a de la praxis, Península, Barcelona 1976, p. 67.

[22] O. cit., p. 14.

[23] Cf . "La violación de la intimidad y la destrucción de los valores", en Dos discursos y un prólogo autobiográfico, Herder, Barcelona 1967, págs. 71-72.

[24] O. cit., p. 29.

[25] Por "ámbito" entiendo ciertas realidades que no están cerradas en sí sino abiertas, en cuanto ofrecen posibilidades de uno u otro orden. La persona humana, por ser corpórea, se halla delimitada, pero, por ser espiritual, puede pensar, sentir, querer, unirse con otras, asumir el pasado y proyectar el futuro... Abarca cierto campo; es más bien un "ámbito de realidad " que un objeto cerrado en sí.

[26] Cf. M. Picard: La huida de Dios, Guadarrama, Madrid 1962. Versión original: Die Flucht vor Gott, Herder, Friburgo 1958.

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