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Cómo se manipula V. Tácticas dominadoras
Como vimos en la Lección 1ª, la meta del manipulador es vencer a las gentes sin necesidad de convencerlas, arrastrarlas a dónde él quiere sin darles razones para ello. Este propósito lo consigue mediante cinco tácticas complementarias:
- Lograr que las personas desarrollen su vida en el nivel de las realidades que son meros objetos y pueden ser dominados y manejados al propio arbitrio. Esta actitud egoísta de dominio lleva al hombre a vivir atenido a las sensaciones inmediatas, que parece tener a mano y manejar a su gusto. Tal atenencia lo arrastra hacia los procesos de vértigo, que anulan la capacidad de encuentro. Ello lo vacía interiormente, lo priva de creatividad, de la capacidad de crear formas elevadas de unión con las realidades circundantes. Este hombre aislado es fácilmente dominable, manipulable.
- Conseguir que las gentes no cultiven la inteligencia -con sus tres condiciones: largo alcance, comprehensión, profundidad- y no piensen de modo aquilatado sino superficial, de forma que sean incapaces de descubrir las segundas intenciones que se esconden bajo los recursos tácticos de la estrategia manipuladora.
- Borrar en las gentes y en los pueblos la memoria del pasado y cortar, así, las raíces de las que procede su savia cultural.
- Empobrecer la vida de las personas mediante la táctica de no nutrir su espíritu con imágenes sino con meras figuras.
- Empobrecer a las personas amenguando la calidad de la unión que crean entre ellas y con las realidades del entorno, sobre todo las que fundamentan la vida ética y la religiosa.
El recurso de empobrecer para dominar
Hagamos el ejercicio de contemplar una fotografía de una persona y un retrato artístico de la misma. Salta a la vista la gran diferencia que existe entre ambos. La fotografía nos da la figura de su rostro, sus rasgos externos. El cuadro nos ofrece su imagen, toda su personalidad. En los impresionantes autorretratos de Van Gogh vibra todo el sol del mediodía francés, la fiebre con que el artista se apresuraba a dejar constancia de los colores inflamados por la luminosidad del ambiente, incluso el espíritu misionero de un hombre que quería hablar del Creador a los hombres con un lenguaje que entrara por los ojos de forma directa y honda. Figuras e imágenes pertenecen a dos niveles distintos de realidad y presentan valores diversos.
Es norma elemental en metodología filosófica que cada actividad humana debe moverse en el nivel que le corresponde. Si un pintor nos transmite, en sus retratos, la mera figura de los personajes representados, desciende de nivel y, por tanto, de rango artístico. No actúa como artista sino como artesano. De modo semejante, un músico que se limite a producir sonidos sin dotarlos de sentido artístico reduce el arte a una mera técnica u oficio.
Estas formas de reduccionismo -y otras afines-constituyen un empobrecimiento de la vida humana. Al tomar conciencia de ello, estamos en disposición de captar la gravedad de las consideraciones que haremos seguidamente acerca de ciertas tácticas manipuladoras.
El manipulador empobrece la vida del hombre para que éste se entregue al vértigo
El demagogo intenta empobrecer nuestra vida para dominarnos con la mayor facilidad. El recurso básico que pone en juego es seducirnos con ganancias inmediatas a fin de que nos entreguemos exaltadamente a las diferentes experiencias de fascinación o vértigo. Para ello no necesita sino halagar nuestra tendencia a procurarnos gratificaciones intensas y fáciles.
Ese halago consiste en ofrecer una justificación racional de dicha tendencia. En un grado u otro, a todos nos agrada sobremanera acumular sensaciones placenteras sin tener conciencia de envilecimiento personal. Las experiencias de vértigo, vistas en sí mismas, nos privan de cuanto nos constituye como personas y destruyen nuestra personalidad. Por eso el manipulador procura confundirlas arteramente con las experiencias de encuentro o éxtasis, que nos elevan a lo mejor de nosotros mismos, a la plenitud de nuestras posibilidades. Esta confusión ilegítima no resiste un mínimo análisis crítico. Pero hoy cuenta con una acogida masiva, por la tendencia actual a conceder la primacía al valor de lo agradable y placentero[64].
Recordemos que el ideal que se persigue actualmente es, con frecuencia, el ideal del cambio por el cambio, unido al ideal del dominio. El cambio de estímulos produce excitación y exaltación. Es la primera consecuencia del vértigo. Si uno vive atenido exclusivamente a cada una de las experiencias cambiantes, suele interpretar la saciedad de las pulsiones instintivas como plenitud espiritual. El que ha vivido experiencias extáticas sabe que tal saciedad no es plenitud sino embotamiento, pero el horizonte visual del que vive enquistado en el vértigo es demasiado restringido para captar esos matices. La saciedad colma sus apetencias, y él corre peligro de pensar que ha desarrollado al máximo sus posibilidades.
El empastamiento que produce el vértigo empobrece al hombre
Pensémoslo cada uno por cuenta propia. Si vivimos obsesionados por obtener gratificaciones inmediatas, ¿vemos los seres del entorno como fuentes de posibilidades para crear algo valioso? No, más bien los tomamos como fuente de estímulos placenteros. Con ello, los reducimos de rango. Y este rebajamiento va unido con la reducción del propio ser personal a mero aparato registrador de sensaciones agradables.
Entre el chorro de estímulos y el aparato receptor de los mismos no hay distancia de perspectiva sino empastamiento, porque la reacción a tales estímulos es inmediata y automática. Tú acaricias un abrigo de visón y sientes una sensación agradable al tacto. No eliges el que te agrade. Sencillamente, al tocar sientes agrado automáticamente. Quedas unido al estímulo sin distancia. No estás creando ninguna relación personal con el abrigo. Para crearla, tendrías que ofrecer unas posibilidades y recibir otras, y con las unas y las otras entreveradas dar vida a algo nuevo.
Esto acontece, por ejemplo, en el saludo. Yo toco tu mano y la aprieto al tiempo que me dirijo a ti, miro tu rostro y te digo unas palabras de bienvenida. Y tú haces lo mismo conmigo. Aquí hay también un tacto. Es posible que yo sienta agrado al tocar la palma de tu mano tersa, seca, tibia. Pero este agrado no es la meta que persigo al apretar tu mano. Esa sensación la trasciendo al saludarte, es decir, la tomo como el medio en el cual estoy realizando una acción de saludar, acción que crea algo nuevo: una relación interpersonal y, tal vez, el comienzo de un encuentro.
Cuando uno actúa preso de las sensaciones inmediatas y no vive sino para ellas, en ellas y de ellas, no entra en el mundo de la creatividad. Permanece en un nivel inferior a aquél en que se da la creatividad. A este nivel lo denominó Sören Kierkegaard "estadio estético", la actitud del que vive empastado en puras sensaciones. Obviamente, el adjetivo "estético" es utilizado aquí en su sentido originario, procedente del verbo griego "aisthanomai", sentir [65].
Actualmente, el término estético presenta un sentido mucho más amplio y rico, pero etimológicamente -es decir, en su raíz- equivalía a "sensorial". El "estadio estético" es el primero de los tres "estadios en el camino de la vida" que Kierkegaard distingue y analiza. El estadio inmediatamente superior es el "ético", caracterizado por una actitud de creatividad. Esta actitud la adoptamos cuando aprendemos a tomar distancia de perspectiva ante los estímulos y
fundamos relaciones con las realidades que nos estimulan. Estas relaciones enriquecen nuestra vida, afinan nuestra sensibilidad para los valores, acrecientan nuestra capacidad creadora, nos permiten captar el sentido de realidades y acontecimientos. Justo, este enriquecimiento es lo que el manipulador quiere a todo trance evitar. Por eso debemos abrir bien los ojos y percatarnos de que el manipulador, cuando fomenta el vértigo, no pretende incrementar los vicios de las gentes. Esto sería muy banal. Lo que intenta es bajarlas del nivel de la creatividad y amenguar sus defensas interiores.
En un texto de Jean Anouilh, Eurídice le dice a Orfeo: "No hables más. No pienses más. Deja que tu mano se pasee sobre mí. Déjala que sea feliz sola. Todo volvería a ser tan sencillo si dejaras que tu mano sola me quisiera. Sin decir nada más"[66]. Este empastamiento en lo sensible, que reduce al hombre a una mano fusionada con estímulos agradables, es la meta del manipulador. Un ser humano es instado a que renuncie a pensar y hablar con el fin de ser feliz. ¿Puede encontrar en ello una verdadera felicidad?
El estado de felicidad lo logra el hombre cuando desarrolla plenamente su personalidad y alcanza su meta. Llegar a la meta es el mayor bien del hombre. La felicidad es el sentimiento que acompaña a la conciencia de haber logrado el supremo bien de la vida. Para la mentalidad que encarna Eurídice en esta obra, la meta del hombre se reduce a bajar al plano infracreador. "No hables más. (...) Deja que tu mano se pasee sobre mí. (...) Todo volvería a ser tan sencillo si tu mano sola me quisiera". Sería sencillo, pero tal sencillez es un despojo. La única sencillez propia del hombre es la que se deriva de la integración de diversos elementos. Lo mismo que sucede en el arte. Mas integrar es difícil, cuesta esfuerzo, exige sacrificio: el sacrificio de jerarquizar los distintos valores y conceder la primacía a los más elevados. Haber perdido el sentido del sacrificio, entendido de esta forma, constituye una de las desgracias mayores de este siglo, porque priva al hombre de la energía que recibe de los valores supremos cuando los toma como ideales. Sin esa energía no es posible desarrollar la personalidad de forma cabal. Tal desarrollo debe seguir un proceso determinado, que está jalonado por estas fases: captación de valores, jerarquización de los mismos, concesión de la primacía a los más elevados -a los que se adopta como ideal de vida-, plenitud personal, meta de la vida, bien del ser humano, felicidad interior.
El manipulador sigue la vía propuesta por Eurídice a Orfeo: insta a los hombres a convertir la vida infracreadora en su hogar, y abrazarse hasta el final al absurdo que ella implica. Absurdo significa carente de sentido. El sentid o brota en el campo de juego que instauran los hombres creadores. Al renunciar a la creatividad, se despoja a la vida de sentido y se la convierte en absurda. Fue la decisión última del protagonista de El extranjero[67]. Por eso deseaba que en el momento de su ejecución en la plaza pública le miraran todos los espectadores con miradas de odio, porque el odio no invita a crear actitudes de agradecimiento, como sucede con la piedad; crispa a uno en la decisión de no crear relaciones interhumanas[68].
Leamos El túnel de Ernesto Sábato, y veamos entre líneas cómo el protagonista se mueve en un nivel infracreador[69]. Lo calcula todo con verdadero frenesí, llevado por el afán de tener las circunstancias bajo control y dominar a María, su amante, pero no crea relaciones personales con ella. El proceso que sigue este hombre sensible al arte pero insensible a los valores humanos muestra las características propias del vértigo. Era un hombre empastado en la ambición de poseer. No permitió nunca que entre María y él hubiera la distancia de respeto necesaria para fundar un campo de juego, de intercambio de posibilidades creadoras. Hacia el final, el relato se precipita, se hace "vertiginoso", porque el protagonista es cada vez menos libre para mantener las riendas de sus actos.
Justamente, lo que pierde radicalmente el hombre fascinado por las ganancias inmediatas -el hombre empastado en las gratificaciones del momento- es la libertad interior, la capacidad de elegir en cada momento lo más adecuado para el logro del ideal valioso que debe orientar su vida.
El intrusismo, la libertad de expresión y la falta de rigor mental
La sociedad actual facilita a multitud de personas ocasión propicia para hablar en público de temas que desconocen. Esa incursión en campos desconocidos se denomina intrusismo. La gravedad de tal entrometimiento ilegítimo es difícil de calibrar porque no se ve a primera vista. La experiencia nos advierte que la forma poco o nada profesional de tratar los temas decisivos de la vida crea un clima de superficialidad, de poca exigencia en el planteamiento de las cuestiones, de consagración de la ley del menor esfuerzo. Cuando en un debate, una persona habituada a pensar y razonar de modo concienzudo intenta precisar y matizar el pensamiento y la expresión suele ser interrumpida bruscamente por el moderador, que le reprocha su "deformación profesional" y le insta a que adopte un estilo de pensar y de expresarse más simple y expeditivo.
De ordinario, se intenta justificar la práctica usual del intrusismo con tres afirmaciones supuestamente obvias: "Todo ciudadano debe tener libertad de expresión"; "la libertad de expresión ha de ser absoluta"; "toda opinión es digna de respeto". El que de algún modo niegue la veracidad de estas opiniones es considerado como defensor de la censura -término desprestigiado al máximo en la actualidad, por haber sido estigmatizado como "antitalismán"- y desplazado, por ello, de la vida social.
Despreocupémonos de esta posible descalificación y tengamos libertad interior para destacar, en atención al bien de todos, las dos ideas siguientes:
1. Los grandes temas históricos, éticos, antropológicos, sociológicos y religiosos no deben quedar al arbitrio de meros aficionados, aunque éstos tengan un prestigio bien merecido en el ámbito de su profesión. Exigen, como todo lo complejo, rigor profesional. La Ética, por ejemplo, es una reflexión sistemática, bien fundada, sobre el modo de realizarse plenamente el hombre. Para llevar a cabo esta reflexión de modo ajustado, debemos conocer a fondo los tipos de relación que podemos instaurar con los distintos modos de realidad, las exigencias que estas formas de relación plantean, y otras cuestiones no menos sutiles que sólo a quien consagre tiempo y talento se revelan de forma clara y precisa.
Para dar un vuelco a las convicciones profundas de un pueblo en cuestiones morales y religiosas, hay que haberse cargado antes de razón, y ello implica un largo estudio, amplios diálogos, honda comprensión de las diversas corrientes de opinión, afán insobornable de buscar la verdad al margen de toda intención partidista. La más leve duda sobre la solidez de la propia posición debiera frenar todo expeditivo afán revolucionario en materias relativas a los fundamentos de la vida humana. No hacerlo es iniciar de modo violento un proceso de consecuencias imprevisibles.
Hay personas y grupos que reconocen haber cometido graves errores en su gestión pública, pero se obstinan en realizar cambios drásticos en materias pedagógicas, éticas y religiosas en contra del parecer de una parte del pueblo sumamente cualificada en el aspecto intelectual. La Historia nos enseña que ciertos sistemas políticos de alcance mundial, que quisieron modelar la vida entera de los pueblos al margen de toda religión, partieron en principio de una idea primitiva, tosca y parcial de lo que es e implica la experiencia religiosa, rectamente entendida. Ese malentendido dio lugar a mil choques -causa de innumerables desdichas- y cegó la fuente de diversas posibilidades de auténtico desarrollo.
La tendencia alocada a montar revoluciones -de uno u otro orden- sobre un conocimiento precario de cuanto implica la situación que se intenta conmover hasta los cimientos sigue lanzando actualmente a los pueblos por vías infecundas, cuando no siniestras.
2. La libertad de expresión no es un derecho absoluto, ab-soluto, es decir, libre de todo condicionamiento. Tenemos derecho a pedir libertad para expresarnos porque somos seres personales y debemos colaborar al bien común. Pero ejercer el derecho a la libertad de expresión para dañar el desarrollo personal de otros constituye una contradicción flagrante. Ese daño podemos hacerlo de múltiples formas: deformando injustamente su imagen ante la sociedad, o confundiendo a la opinión pública con declaraciones contundentes sobre temas que no conocemos a fondo.
La sociedad ha de concedernos libertad de expresión sin restricciones. Somos nosotros quienes no hemos de permitirnos la libertad de hablar en público si no estamos seguros de que nuestras manifestaciones contribuirán al bien común. La libertad de expresión debemos comprarla al precio de una debida preparación en cada caso.
Si doy consejos en público sobre un tema que desconozco -por ejemplo, cómo escoger las setas-, seré tachado de intruso o entrometido, y mi opinión no será considerada como respetable sino como reprobable. Pero figúrense que me atrevo a ejercer una profesión que afecta a la salud pública -médico, farmacéutico...- sin la correspondiente titulación. Seré objeto de castigo por parte de quienes deben velar por el bien de la sociedad.
Esto que parece tan obvio en los casos que afectan a la vida biológica no parece serlo para muchos ciudadanos en el plano de la vida creadora personal. Basta, sin embargo, un instante de reflexión para comprender que, si alguien -por falta de la debida preparación- entorpece o anula la creatividad de las gentes con sus manifestaciones banales e indocumentadas acerca de cuestiones relativas al sentido de la vida humana, cuanto dice no es en modo alguno respetable. Respetar algo no significa sólo tolerarlo sino estimarlo, asumirlo como un elemento fecundo en el juego de la propia vida. Lo que resulta perturbador para este empeño hacemos bien en no prestarle atención[70].
El que se manifiesta en público sin autoexigirse la debida calidad no es verdaderamente libre. No debería concederse a sí mismo la libertad de expresarse en ese preciso momento. Antonio Machado advirtió, a través de su Juan de Mairena -reflejo de sus preocupaciones pedagógicas-que lo importante para el hombre no es poder decir todo lo que quiere sino pensar con auténtica libertad.
Esta libertad es muy exigente: nos insta a desembarazarnos de prejuicios irracionales, de presiones ideológicas e intereses partidistas, y estar bien pertrechados de conocimientos. Para pensar con libertad se requiere tener la debida perspectiva, amplitud de horizontes, riqueza de saberes y experiencias.
Alguien podrá preguntarme quién es el ser escogido que haya de indicarnos si disponemos o no de la necesaria preparación para abordar un tema. En la interpretación musical, teatral, coreográfica y en los juegos deportivos nadie puede indicarnos desde fuera lo que hemos de hacer, pues el criterio de autenticidad es interno al juego mismo -juego artístico o deportivo-, y debemos dejarnos iluminar por la luz que en él surge. De modo semejante, el que se manifiesta en público debe adivinar por sí mismo, al hilo del discurso, si se mueve con soltura y eficacia en el campo al que pertenece el tema tratado. Cuando uno procede por amor a la verdad y con sana intención de hacer el bien a quienes le escuchan, se abre espontáneamente a la riqueza de los temas tratados, y éstos mismos le advierten si está bien encaminado para captar su pleno sentido. El que está dispuesto a oír esta voz es libre interiormente.
Karl Jaspers, el prestigioso filósofo existencial, bien conocido por su agudeza para penetrar en el secreto del desarrollo humano, subraya enérgicamente el nexo de libertad y verdad:
"La libertad es la victoria aplicada sobre el arbitrio. Pues la libertad coincide con la necesidad de la verdad. Cuando soy libre, no quiero tal cosa o la otra porque la quiero, sino porque me he persuadido de que es justo". "Una simple opinión no es todavía certeza. El arbitrio se impone de nuevo cuando quiero imponer una opinión pretendiendo que toda opinión es válida desde el momento en que alguno la defiende. La conquista de la certeza (...) exige que las opiniones vulgares se superen"[71].
"El individuo debe exigirse mucho. Debe saber ponerse en lugar del otro, sea quien sea, poner a las claras la verdad en la comunicación, no dejar
endurecérsele el corazón, sino estar abierto, preparado a escuchar, preparado a ayudar activamente y a corregir sus propias concepciones"[72].
Esta actitud de búsqueda respetuosa de la verdad en colaboración con los demás es el antídoto radical de la tendencia manipuladora, que, para dominar a las gentes, intenta destruir en su espíritu el ethos de verdad, entendido como la capacidad de sobrecogerse ante la riqueza de la realidad tal como se manifiesta a una mirada libre de prejuicios.
El manipulador priva a personas y pueblos de su pasado histórico
La riqueza de la realidad no la podemos captar si no estamos activamente ensamblados en nuestro "pasado histórico". Este pasado histórico no implica todo cuanto ha ocurrido hasta el momento actual, sino la parte del pasado que sigue vigente en nuestra vida a través de las posibilidades que nos ha legado para dar sentido a nuestra existencia y proyectar el futuro. El "futuro histórico" no es todo lo que está por venir. Es la parte del porvenir que estamos ya proyectando en el presente. No debe ser considerado histórico lo que acontece por primera vez y resulta novedoso, sino lo que abre posibilidades para gestar el futuro o las quita. La historia no es el tránsito del futuro al pasado a través de un presente reducido a mero instante. Es la transmisión de las posibilidades que una generación alumbra y entrega a la siguiente. Esta transmisión constituye la tradición, vocablo que procede del verbo latino tradere (entregar). Sin la tradición, así entendida, no podríamos ser creativos en cada instante y situación de nuestra vida.
El sujeto de la historia no viene constituido por cada uno de nosotros, como personas aisladas, sino por la sociedad en que vivimos. Nos insertamos en la historia activamente cuanto asumimos las posibilidades que nos ofrecen las generaciones anteriores a través de la comunidad a la que pertenecemos. Cursamos estudios en centros sostenidos por nuestra sociedad. Sus profesores nos transmiten diversas posibilidades que generaciones anteriores nos legaron y que son mantenidas vivas por la sociedad actual en sus bibliotecas y centros académicos. Merced a ellas podemos realizar inventos técnicos, elaborar métodos de investigación nuevos, resolver problemas de uno u otro orden... Al transmitir a las generaciones más jóvenes estas posibilidades de vida, nos insertamos activamente en la tradición histórica, vivimos históricamente, no nos limitamos a dejar que transcurra el tiempo medido por el reloj.
Asombra pensar en el cúmulo de riquezas que recibimos de nuestro pasado histórico: obras literarias y artísticas que nos instan a vivir de forma creativa, dando pleno sentido a nuestra existencia; creencias religiosas que nos abren a horizontes trascendentes y nos permiten adivinar todo el alcance de la vida y de la muerte; doctrinas filosóficas y antropológicas que nos ayudan a profundizar en el secreto de lo que es pensar, sentir, amar, realizar proyectos que nos engarzan en la trama de relaciones que constituye la cultura... Este impresionante legado se anula de raíz cuando nos desvinculamos de nuestra tradición, la que forma nuestro hogar cultural. Al carecer de la luz que nos da el pasado, corremos riesgo de aventurarnos en revoluciones alocadas, basadas en el señuelo de promesas utópicas, que no se nos hacen para cumplirlas sino para lanzarnos a un cambio incesante e iluso. El recurso más siniestro del demagogo embaucador es ilusionarnos con promesas falsas para volvernos ilusos. Sabemos por la Historia que buen número de revoluciones hacen tabla rasa del pasado y se limitan a extender el futuro, como una pantalla, ante los ojos de las gentes para que proyecten en ella sus deseos, insatisfacciones y resentimientos. Cada anhelo se convierte en un ideal al ser proyectado en ese impreciso y sugestivo horizonte de utopías infundadas. Este tipo de ideales tan halagadores como difusos e inalcanzables generan una energía indómita, capaz de conmover las bases de la sociedad. No por azar, ciertos grupos políticos han utilizado un lenguaje pseudorromántico, ambiguo, cargado con las resonancias emotivas de una aventura de lo imposible . Todos los vocablos que remiten de alguna forma a ese futuro encandilante quedan orlados de un prestigio enigmático ante las gentes poco avisadas. Cambio, ruptura, revolución, progreso, modernidad... son términos agraciados con esta gratuita valoración.
Lo antedicho explica que los grupos aludidos acudan reiteradamente al simplismo efectista de consignas y eslóganes imprecisos pero abiertos a un futuro ilusionante. Expresiones generales como "cambiar la sociedad de forma progresista", "repartir igualitariamente la riqueza", "modernizar las costumbres"... albergan un temible poder explosivo cuando operan desde el vacío y hacia el vacío , desde el vacío de un pasado con el que se ha roto y hacia el vacío de un futuro que no se puede proyectar de forma sólida. Una persona medianamente formada advierte enseguida que tales proclamas no indican nada concreto que pueda ser sometido a un análisis riguroso. Pero la tosquedad de las mismas, unida a la rudeza en el tono y el gesto de quienes las difunden, provoca oleadas de emoción popular sumamente inquietante en situaciones agitadas.
Podemos preguntarnos cómo es posible que pueblos enteros se enardezcan ante proposiciones hueras, repetidas de forma mecánica, carentes de toda fundamentación sólida. Adivinamos la contestación al advertir el efecto embriagador que ejerce el lenguaje manipulado sobre los pueblos a los que se ha dejado fuera del juego de la historia. El hombre despojado del pasado histórico no puede ejercitar la capacidad creadora que implica vivir históricamente. Para que tenga la impresión de llevar esa valiosa forma de vida, el manipulador lo lanza a la agitación del cambio de forma precipitada para que no descubra que esa forma de activismo es años luz inferior a la actividad que implica el auténtico decurso histórico.
En una sociedad empobrecida, el cambio se convierte en el único valor absoluto . Por eso es considerado a menudo actualmente como término "talismán". Resulta, en verdad, sarcástico que, en virtud de la exaltación de este vocablo, los hombres dejen de ser sujetos activos de la historia para convertirse en objetos pasivos del cambio . El hombre y la sociedad pierden su carácter de seres históricos para reducirse a seres cambiantes. Pese a su interna pobreza, lo cambiante es valorado al máximo, pues no se reconoce nada cuyo valor desborde el decurso temporal y los vaivenes del sentimiento.
El verdadero sentido del término "conservador"
Una vez exaltado el término cambio y considerada la urgencia de cambiar como algo ineludible, el término conservador cae en un pozo de descrédito. La actitud conservadora es considerada precipitadamente -siempre la misma prisa táctica...-como opuesta a cuanto significa progreso, avance, cambio, proyección al futuro... Un grupo denominado conservador puede tener una preparación excelente para gobernar, pero, si no recupera el lenguaje secuestrado por los magos de la manipulación, apenas podrá evitar las derrotas electorales, pues hoy día los éxitos suelen decidirse en el campo minado de la astucia y el lenguaje trucado.
Para proyectar con garantía de éxito un futuro ilusionante, hemos de analizar a fondo los términos "progresista" y "conservador" a la luz de la actual Filosofía de la Historia, según la cual el hombre verdaderamente "conservador" no vive en el pasado sino en el presente, pero en un presente conectado con la parte del pasado que está todavía ofreciéndole posibilidades para actuar con sentido y labrar un futuro que signifique un auténtico progreso sobre el presente. Este progreso sólo puede lograrlo si asume tales posibilidades en un proyecto de vida inspirado en un ideal valioso, que responda a las exigencias de la vida humana en un grado superior a los ideales que impulsaron la vida de sus mayores. Si alguien se arrellana en las realizaciones del pasado y las repite cómodamente sin impulso renovador alguno, no merece el calificativo de conservador sino de mero repetidor.
El manipulador seduce al hombre con el halago de las figuras
Para amenguar la capacidad creativa del hombre, el manipulador seduce a éste con torrentes de imágenes reducidas a meras figuras. Un ser expresivo conjuga dos modos de realidad: la que se expresa y la que le sirve de medio expresivo. Te digo una broma y tú te sonríes. Tu sonrisa es el medio en el cual toda tu persona me sonríe, es decir, me muestra la complacencia que le ha producido mi ocurrencia. Tu sonrisa es el lugar en el cual se revela toda tu persona sonriente. Tu persona no está detrás de la sonrisa, más allá de los gestos faciales que la componen. Está revelándose toda ella en la sonrisa, aunque no del todo. Tu rostro sonriente ejerce aquí una función de imagen. Toda imagen presenta una peculiar tensión y riqueza de sentido; posee un carácter ambiguo, bifronte, simbólico. Simbólico quiere decir remitente. La imagen nos remite a zonas íntimas de los seres expresivos porque éstas se revelan y vibran en ella. En los autorretratos de Rembrandt vibra todo el drama de su vida, saturada de colorido y desbordante de vida interior. Son por ello imágenes, no meras figuras. La figura es la parte sensible de la imagen vista de modo estático, sin la vibración que le comunica la revelación en ella de una realidad que posee intimidad.
Una foto vulgar transmite figuras. Un retrato artístico plasma imágenes. La imagen se instaura de dentro a fuera, en virtud de un impulso creador. Te hizo gracia mi broma y esbozas una sonrisa, es decir, estás creando con todo tu ser, espiritual y corpóreo, una imagen sonriente, te manifiestas sonrientemente , benévolamente, hacia mí. La figura es un conjunto de rasgos que forman un todo lleno de sentido, pero que son tomados en sí, como algo aparte. Por eso la figura puede ser dibujada artificiosamente. Una "imagen robot", compuesta para identificar a una persona, se reduce a mera "figura". Una imagen debe ser creada de dentro afuera. Un autorretrato no puede hacerse con el simple recurso de copiar una fotografía vulgar. El artista necesita reproducir los rasgos de un rostro, pero esos rasgos deben estar vivificados por la persona entera que se revela en ellos. Si no sientes en tu interior la tensión hacia la sonrisa, porque tu persona no se halla en actitud sonriente, e intentas sin embargo dibujar una sonrisa en tu rostro, el resultado será una mueca, no una sonrisa. La mueca viene a ser una imagen reducida a mera figura.
Acércate a un espejo y quédate mirando fijamente los rasgos de tu cara. No pienses en nada; redúcete a mero aparato de mirar. No tardarás en observar que tus rasgos faciales se independizan de tu persona, se convierten en mera figura. Por eso te sentirás alejado de ti, extraño. Es la desazonante "experiencia del espejo" que viven los protagonistas de varias obras literarias de Unamuno, Camus y Sartre[73].
Por ser un lugar de expresión, la imagen es elocuente, constituye una forma de lenguaje humano. Y, como todo lenguaje verdadero, no comunica sólo algo ya existente; da cuerpo expresivo a los ámbitos de vida y realidad que se van instaurando a lo largo del tiempo. Una sonrisa compartida funda un ámbito de comprensión, de acogida complaciente, de dulce serenidad. Un gesto hosco, en cambio, crea un clima de repulsa y distanciamiento.
La imagen es un nudo de relaciones, un lugar de confluencia y vibración. El principito -en el relato de Saint-Exupéry-le dice al piloto que tiene sed. El piloto no le deja ir solo por el desierto en busca de agua. Encuentran el agua, el principito bebe del balde, y en este beber comenta el piloto-todo era dulce como una fiesta[74]. Era bello y era una fiesta por una razón profunda: esa agua buscada en común, con un espíritu de amistad que induce a arriesgar la vida por el amigo, es un lugar de entreveramiento de dos personas. Esa interacción la dota de poder simbólico.
El silencio y la captación de las imágenes
Las realidades que confluyen en cada imagen sólo pueden ser captadas si se mira de forma sinóptica y se piensa en suspensión, no yendo de una realidad a otra, sino considerándolas en bloque, en interacción mutua. Ese modo de captación simultánea se da en el campo acogedor del silencio . En su sentido más hondo, guardar silencio no significa estar callado. El mero callar puede reducirse a silencio de mudez. Guardar silencio implica, positivamente, prestar atención global a diversas realidades confluyentes que producen un desbordamiento expresivo. Para percibir toda la riqueza de un coro de Bach, la magnificencia de una cadena de montañas, la elocuencia de un párrafo oratorio... se requiere silencio.
Esta forma de silencio cargado de expresividad, rebosante de sentido, sólo puede darse cuando el hombre adopta ante las imágenes el ritmo lento que corresponde a su profundidad. Si bombardeo la vista con un chorro de imágenes, no tengo tiempo a percibir cuanto implica cada una de ellas. Me veo obligado a reducirlas a meras figuras, viéndolas de modo superficial, como meros conjuntos de rasgos.
Por su misma riqueza, cada imagen pide al contemplador que se tome tiempo, que serene el ritmo del mirar, para que pueda entreverar su ámbito de vida con el de las realidades que confluyen en ella, en la imagen. Ese encuentro enriquece sobremanera al contemplador y a la imagen. En cambio, el fluir frenético de figuras insta al espectador a dejarse llevar y abandonarse al vértigo succionante del torrente de meros estímulos. Analicemos, a esta luz, el texto de Alain Robbe-Grillet -conocido representante de la "novela objetiva"- en el que invita al espectador de la película El año pasado en Marienbad -de cuyo guión es autor- a seguir el curso de las impresiones y no intentar descubrir mensaje alguno de tipo racional:
"(El espectador) puede reaccionar de dos maneras: intentar reconstruir algún esquema 'cartesiano', lo más lineal, lo más racional posible, en cuyo caso el film les parecerá difícil, si no incomprensible, o bien, por el contrario, dejarse llevar por las extraordinarias imágenes proyectadas ante sus ojos, por la voz de los actores, por los ruidos, por la música, por el ritmo del montaje, por la pasión de los protagonistas...; en tal caso, el film le parecerá el más fácil que jamás haya visto: un film que se dirige únicamente a su sensibilidad, a su facultad de contemplar, de escuchar, de sentir y de emocionarse".
"La historia narrada le parecerá la más realista, la más verdadera, la que mejor corresponde a su vida afectiva cotidiana, tan pronto como acepte prescindir de ideas hechas, del análisis psicológico, de los esquemas más o menos groseros de interpretación que las novelas o el cine rimbombantes le machacan hasta el hastío, y que son la peor de las abstracciones"[75].
Ese dejarse llevar por las imágenes, los ruidos, la música, el ritmo del montaje y la pasión de los protagonistas ¿es un modo de ver la película digno del hombre? El autor nos invita a adoptar esa actitud más bien pasiva porque desea quitar hondura a la película, cuya meta -según propia confesión-es acabar con el "mito de la profundidad". La música, por supuesto, la entiende como mero estímulo sensible, no como expresión de un mundo humano peculiar. Y las imágenes las toma como meras figuras.
"Dejarse llevar" por ese tipo de realidades supone un modo de fascinación que no permite hacer juego y alumbrar el sentido de cuanto acontece. Por eso el autor hace de necesidad virtud y agrega que el film le resultará fácil al espectador fascinado porque se dirigirá únicamente a su sensibilidad, a su facultad de contemplar (entendido restrictivamente como mero ver), de escuchar, de sentir y de emocionarse (tomada la emoción, asimismo, de modo superficial). Robbe-Grillet pone las cartas boca arriba y confiesa su intención de situar al espectador en un plano de pura sensibilidad, de sentimientos espontáneos y superficiales. Otros autores -literatos, cineastas, pensadores de tipos diversos- persiguen la misma meta sin confesarlo abiertamente.
Esta presión ejercida sobre el hombre actual para que oriente su vida por una vía infracreadora provoca un empobrecimiento de la existencia humana peligrosísimo. El hombre sólo actúa de modo seguro cuando se esfuerza en hacer justicia a todas sus vertientes y complementarlas entre sí. Vincular las vertientes sensibles y las espirituales, las sentimentales y las volitivas, las receptivas y las activas significa enriquecer la vida humana. Independizar unas potencias de otras, dejarlas a su merced y desorbitarlas deja al hombre rebajado a un estado de radical desvalimiento. Este empobrecimiento causado por una salida de órbita o descentramiento desencadena en breve los conflictos más graves.
Con frecuencia, los periodistas lamentan la escalada actual de violencia y confiesan que no entienden este preocupante fenómeno. Un breve análisis de los procesos de vértigo -que anulan nuestro poder creativo-les daría luz suficiente para comprenderlo en su génesis, en su desarrollo y en sus consecuencias.
El carácter realista de la imaginación
La facultad destinada a configurar y captar las imágenes, entendidas como lugar de vibración y confluencia de diversos elementos, es la imaginación. La imaginación es profundamente realista porque no da cuerpo a meras ficciones, a evasiones fantásticas o ensoñaciones pseudorománticas; plasma los modos más elevados de realidad, los que se fundan en el encuentro. El hombre imaginativo -a diferencia del meramente fantasioso-no vive en el mundo de lo irreal sino en el de lo ambital, que es fuente de sentido. De ahí la necesidad de la imaginación a la hora de crear formas artísticas, inventar artefactos, descubrir estructuras desconocidas de lo real, diseñar modos distintos de sociedad... Mediante el poder de la imaginación, el hombre se adelanta hacia el futuro porque es capaz de configurar en la mente estructuras llamadas a vertebrar modos originarios de realidad.
Entras en una catedral, recorres lentamente sus naves, penetras en el sentido profundo que tiene su estructura, entreveras tu ámbito de vida con el mundo peculiar que quisieron plasmar en tal edificio sus constructores. ¿Este mundo es irreal? Si lo fuera, ¿cómo hubiera tenido la impresionante eficiencia que tuvo cuando impulsó y dio sentido a tan excelente obra? Estamos ante un tipo de realidades que no son meros objetos. Una catedral no es un conjunto de piedras. Es todo un ámbito, estético y religioso. Y tanto lo religioso como lo estético ostentan modos de realidad distintos al de los meros objetos. Por eso parecen irreales al que toma el modo de realidad "objetivo" como el único o, al menos, el modélico. Son modos de realidad ambitales, que presentan un alto rango a los ojos de quien sepa descubrir formas diversas y complementarias de realidad[76].
Este tipo de hombre abierto a la riqueza integral de la realidad tiende a tomar la imagen como punto de vibración y manifestación de algo que trasciende la vertiente sensorial de los seres. En cambio, el que vive atenido en exclusiva a las realidades objetivas -asibles, mensurables, delimitables...- propende a reducir toda imagen a mera figura. Como las figuras son superficiales y no sacian el afán de conocer del hombre, éste -si es superficial- se hace la ilusión de que, precipitando el ritmo de la percepción de figuras, va a sentirse saciado. Se equivoca. Llegará a estar ahíto de figuras, pero no obtendrá plenitud interior.
Tal precipitación se da, casi inevitablemente, en los medios de comunicación. Por eso ofrecen éstos al manipulador tantos recursos para rebajar al hombre a un nivel de vida banal. Las imágenes, si son contempladas de forma rápida y diversificada, di-vierten al espectador, lo sacan de sí, lo evaden, lo succionan, le impiden ahondar en las realidades valiosas que ellas expresan cuando son vistas con la debida lentitud y serenidad. De ahí que susciten más bien movimientos agitados de vértigo que elevaciones entusiastas de éxtasis. En virtud de esta condición de la imagen rebajada de rango, el arte cinematográfico ofrece de por sí más facilidades para expresar formas de amor meramente erótico que de amor integralmente personal. Nada extraño que a menudo las películas de contenido religioso nos decepcionen y las que se apoyan en grandes creaciones literarias se queden en los aledaños del mundo que el autor quiso plasmar.
El manipulador reduce las imágenes a figuras y las personas a clientes
Esta reducción de la imagen a mera figura es un requisito previo para el uso estratégico de las imágenes en la propaganda comercial. Como vimos, en ésta se proyecta la imagen del producto que se quiere vender sobre imágenes que poseen un atractivo inmediato sobre millones de personas. Tal proyección se realiza para irradiar ese atractivo sobre dicho producto y seducir al comprador sin dar una sola razón de la bondad o utilidad del mismo.
Analicemos, a la luz de la distinción entre imagen y figura, algunos anuncios publicitarios. Comencemos por uno ya aducido. La pantalla televisiva nos muestra un coche. De repente, por la parte opuesta aparece la figura de una joven bellísima, que no dice nada, no da razón de su presencia, pero se hace ver. Su mera vecindad con el coche sitúa a éste en el área de encantamiento que crea una realidad extraordinariamente atractiva. El rostro de la joven no es una imagen, porque en él no vibra un ser personal. Es una mera figura, una bella estampa. Esta reducción del rango de la persona hace posible el truco manipulador. Cuando tú, encandilado por el anuncio publicitario, vas a comprar el coche, te dan el coche pero no la señorita. Y con razón, porque nadie te había hecho semejante promesa. Se te ofrece un coche, se te presenta una señorita, y tú conectas las dos figuras: la del vehículo ofrecido y la de la joven presentada. Pero no te engañes: ésta no te fue ofrecida como persona sino como figura. Todo lo personal está aquí rebajado. Tú mismo eres tomado como mero cliente , no como persona. Y se te trata como tal.
Notemos que en los anuncios de coches suelen presentarse los nuevos modelos como portadores de los valores humanos que halagan nuestro amor propio, nuestro afán de sobresalir, de ensalzar nuestra imagen, de aparecer como unos señores, no de serlo . Al leer tal propaganda, tendemos a pensar que nos están elevando de nivel, porque nos hablan de triunfo ante la vida, de distinción, de señorío, de estar al día y abiertos al futuro, de ser avanzados, no quedarnos atrás, no renunciar a nada, ser hombres a la altura de su tiempo..., pero estos valores no son sino un señuelo para convertirnos en clientes. Lo prueba la frase que sonaba en off al tiempo que se mostraban las imágenes del anuncio antedicho: "Entrégate a todo tipo de sensaciones". Entrégate a las sensaciones, no a las imágenes. Es decir: lánzate a las ganancias inmediatas y fugaces; cultiva el vértigo. Pero el vértigo se da cuando la persona se mueve en un nivel infracreador y, por tanto, infrapersonal.
Este doble juego de exaltar al cliente y reducirlo a servidumbre quedó al descubierto de forma cómica en el anuncio -ya comentado- que invitaba al lector a tener personalidad y saber elegir, pero al mismo tiempo le hacía saber que sólo será libre si elige justamente lo que se le propone. "Sé libre; elige este producto".
En un cartel inmenso se presenta la figura de un bebé sonriente, y debajo de ella dos palabras: "Es él..." Uno piensa en principio que se trata de destacar el encanto de esa criatura admirable. Pero un segundo anuncio resuelve la duda. Él no es el niño, sino un flamante televisor en color de marca X. En este caso, el descenso de nivel es tan brusco que resulta excesivo hasta para personas poco avisadas en cuestiones de manipulación.
Un joven se halla abrazado a una joven, que está de espaldas al espectador, y exclama: "¡Qué haría yo sin ella!". Sin duda piensas que alude a la joven a la que está unido, y te fijas en su estampa atractiva. Pero, al hacerlo, reparas en que la mano del joven, que sujeta la cintura de la joven, muestra una agenda. De lo que no podría él privarse no es de la joven sino de la agenda.
En las tácticas manipuladoras se da siempre un trueque: se presenta algo que prende la mirada porque resulta valioso para nosotros en el sentido de atrayente , y de forma dolosa se lanza luego nuestra atención hacia el producto con el que se nos quiere encandilar. La primera realidad actúa de puro señuelo. Si se trata de una realidad personal, esa reducción a medio para el logro de unos fines comerciales constituye un envilecimiento ilegítimo.
Actualmente, el público parece preferir los medios de comunicación que le ofrecen más bien figuras que imágenes: revistas para hojear, películas para ver sin pausa, tertulias en las que se tratan de modo ligero diversos temas de actualidad... Ello puede ser indicio de cortedad de miras, falta de penetración en la mirada, quiebra de la imaginación, déficit notable de creatividad.
Esta falta de imaginación creadora deja a las gentes en manos de la astucia demagógica. La astucia es la imaginación puesta al servicio no de las imágenes -que es su objeto propio- sino de la reducción de las imágenes a meras figuras. Es sintomático que hoy día se valore mucho la inteligencia que es astucia maniobrera, y bastante menos la que entraña sabiduría vital, capacidad de penetrar en los estratos más hondos de la realidad.
El cultivo masivo de la imagen no indica siempre un ascenso al plano de la creatividad y plenitud personal, de modo semejante a como el fomento del arte y el deporte no garantizan una buena formación, y el hecho de vivir en un régimen democrático no implica el logro automático de libertad interior. La imagen tiene dos vertientes. Si sólo atendemos a la vertiente sensible, caemos en el vértigo de la curiosidad sensorial. Si nos adentramos en la vertiente metasensible, nos entreveramos con una realidad capaz de encuentro, nos orientamos por la vía plenificante del éxtasis.
El manipulador empobrece a las personas amenguando la calidad de la unión que fundan entre ellas y con las realidades del entorno
A menudo se nos incita a rebelarnos, ganar independencia y ser autosuficientes. Con ello se halaga el afán de libertad congénito en todo hombre, sobre todo en los jóvenes. Debiéramos ser precavidos ante tal halago porque toda autonomía supone división, y ésta degenera no pocas veces en escisión. La escisión desguaza las estructuras. La falta de estructura desvertebra y empobrece, resta energía, amengua la capacidad creativa y el poder de resistencia, en el sentido positivo de perduración. Esta debilidad torna a los seres humanos fácilmente dominables.
La vida del hombre se nutre de las formas elevadas de unidad que él mismo contribuye a fundar: familia, lenguaje, instituciones, movimientos culturales, estilos artísticos, experiencias religiosas... Para desvincular al hombre de ese suelo nutricio y agostarlo, el manipulador se esfuerza en disminuir la cohesión de las corporaciones, enfrentar a los diversos estamentos entre sí, avivar la lucha de clases dentro de las diversas agrupaciones sociales, escindir a cada persona de cuanto la sostiene e impulsa. Pero ¿cómo logra el manipulador que hombres y grupos rompan la unidad con el entorno, que es su fuente básica de vitalidad y energía?
Como siempre, comienza con un ofrecimiento fascinante.
- Ofrece libertad frente a la sujeción a normas. Parece ignorar que el atenimiento a normas sólo se opone a la libertad de maniobra, no a la libertad creativa. El que para ser libre deje de lado las normas que regulan su conducta no conseguirá nunca ser libre interiormente y desarrollar su personalidad.
- Ofrece autonomía personal frente a la atenencia a la verdad. Oculta el hecho de que la única autonomía fecunda de una persona finita es la que ésta logra mediante el ajuste activo a la realidad, vista tal como se nos manifiesta en toda su complejidad y riqueza, es decir: en su verdad plena. Un intérprete de Bach es auténtico y verdadero cuando las obras que vuelve a crear son "verdadero Bach", como solemos decir al oír a Harnoncourt o a Leonhart. El manipulador nos tienta con una vana ilusión: ser autónomos a solas, de forma desarraigada. Si nos ilusionamos con ella, nos convertimos en ilusos. Todo iluso carece de la firmeza que le otorga el vincularse a la realidad. Por eso queda en manos del manipulador.
Esta misma táctica malévola de comenzar ofreciéndonos algo halagador para dejarnos al final desvalidos la sigue el manipulador en diversos aspectos de la vida social. Por ejemplo, existen a veces gobiernos afanosos de poder que intentan minar la cohesión interna y la capacidad de acción de las instituciones a fin de convertirlas en meras colectividades o incluso en masas, sumas de individuos no articulados entre sí y, por tanto, fácilmente dominables. Cuando ellas se oponen a esta labor demoledora, son acusadas de corporativismo. La mera movilización de este vocablo pone a la opinión pública a favor de los poderes públicos, que parecen velar por la igualdad y solidaridad de todos los ciudadanos. En realidad, tal acusación es un recurso demagógico tendente a debilitar la sociedad y controlarla, lo que constituye una meta contraria a la que se proclama ante el pueblo . La fortaleza de una sociedad y la libertad de la misma frente a posibles abusos gubernamentales va unida a la existencia de corporaciones fuertes, robustamente vitales.
El riesgo del pluralismo educativo
El ataque a las instituciones se realiza, a menudo, por vía de desintegración interior. La desintegración se provoca en los centros educativos mediante la introducción del pluralismo en cuanto a ideas y concepciones de la vida. Se comienza insistiendo en una idea que parece obvia: la variedad de ofertas implica riqueza. El manipulador siempre comienza con una idea tentadora: El alumno debe contar con un abanico amplio de posibilidades donde elegir. A primera vista, parece ésta una proposición aceptable pues implica variedad de perspectivas, riqueza de puntos de vista. En cambio, la adopción de un ideario común al centro reduce la multiplicidad de ofertas a un común denominador, que amengua la libertad de enseñar y de recibir doctrinas diversas. Pero no caigamos en la precipitación que cultiva el manipulador.
Veamos el asunto de cerca. ¿De verdad la multiplicidad de doctrinas ofrecidas a un niño o a un joven constituye para éstos una riqueza? En abstracto , puede decirse que la oferta de varias doctrinas implica más riqueza que la existencia de una sola. Al menos en el aspecto cuantitativo ello es cierto. Pero, en orden a la formación de un niño, obligarle a escoger entre una oferta diversificada, ¿constituye para él un impulso al desarrollo pleno de su personalidad, o frena este impulso de modo insalvable?
En primer lugar, los niños y los jóvenes no siempre tienen perspectiva suficiente para seleccionar las concepciones de la vida más adecuadas a su futuro. En segundo lugar, la formación humana no se reduce a presentar diversas opciones intelectuales en orden a orientar la propia existencia. Significa la puesta en marcha de la propia personalidad, y esto exige la elección de un ideal y de la vía a él correspondiente. No se puede caminar al mismo tiempo por vías opuestas. Se ve perfectamente en la interpretación musical. No tiene sentido aprender a tocar un instrumento con métodos diferentes. Se anula toda posibilidad de adquirir una técnica adecuada.
Aunque niños y jóvenes fueran capaces de asimilar una serie de ofertas diversas, el resultado sería una mera información, no una verdadera formación. Esta exige una opción radical desde el principio. Naturalmente, tal opción supone una renuncia a otras posibilidades. Pero esta renuncia no debe ser entendida ni vivida como represión y empobrecimiento , sino como la condición de todo progreso. Al utilizar un tipo de versificación, el poeta deja otros muchos de lado. Pero lo hace para dar vida a un poema originario, que enriquece el universo. No debe atender tanto a la pérdida de ciertas posibilidades cuanto a la ganancia real que ha obtenido.
Lo decisivo es acertar con la vía adecuada para desarrollar el proyecto que uno quiere realizar. Niños y jóvenes tienen ante sí el gran proyecto de configurar acertadamente su personalidad. Es responsabilidad de padres y educadores orientarlos por vías fecundas en orden a tal configuración. Si lo consiguen, esos niños y jóvenes irán troquelando una personalidad recia, sólida, capaz de resistir los embates de los manipuladores de turno.
Tal reciedumbre se opone a los planes del demagogo. Ello explica que éste fomente el pluralismo en los centros escolares que se escapan a su dominio e imponga un centralismo coactivo e implacable cuando disfruta del poder.
Utilización estratégica de la cogestión
Una consideración análoga puede hacerse respecto al intento de imponer en los centros educativos el sistema de "cogestión". Dirigir un centro a través de un "consejo" parece un avance en la democratización de las instituciones. Esa medida, sin embargo, es ambivalente. Puede contribuir a repartir el poder y evitar abusos. Cabe también utilizarla para privar al director de toda autoridad real y desplazarla hacia personas dotadas de habilidad estratégica para dominar las asambleas.
Los ataques al centralismo hallan siempre buen eco en las personas sometidas a disciplina, del orden que sea. El manipulador se vale de esta circunstancia para fomentar la independencia de hombres y grupos. Pronto se cuidará de convertir la autonomía en escisión. "Dividir para vencer" es lema eterno de la estrategia de la lucha. El manipulador le agrega el dolo de presentar la división como autonomía, término que, por su afinidad con libertad, ostenta hoy un prestigio fascinante.
La autonomía se convierte en escisión y ruptura cuando los hombres se entregan a los diversos tipos de vértigo, sobre todo el de la ambición. La ambición recluye al hombre en sí mismo y no le permite buscar la verdad, le hace rehuir los debates y convertir los diálogos en monólogos alternantes. Este empobrecimiento acaba reduciendo al hombre a mero objeto, destinado a servir a quienes proclaman estar a su servicio.
Ejercicios
- Cuando vea una película o lea una revista, piense si está contemplando imágenes o viendo meras figuras. Será una buena forma de discernir si se está moviendo en nivel profundo o superficial, fecundo o estéril...
- Lea estos textos de J. Anouilh, que complementan el pasaje citado en esta lección, e indique en qué nivel de la realidad se mueve Eurídice y en cuál desearía moverse Orfeo. Recordemos que, según el mito, Orfeo acaba de recobrar a su amada Eurídice y, para conservarla junto a sí, debe pasar una noche sin mirarla al rostro:
Eurídice: "El día va a levantarse pronto, querido, y podrás mirarme..."
Orfeo: "Sí. Hasta el fondo de tus ojos, de un golpe, como en el agua. (...) Y que me quede allí, que me ahogue allí..."
Eurídice: "Sí, querido". Orfeo: (...) "Estamos solos. ¿No crees que estamos demasiado solos?"
Eurídice: "Apriétate fuerte contra mí". "No hables más, no pienses más. Deja que tu mano se pasee sobre mí. Déjala que sea feliz sola. Todo volvería a ser tan sencillo si dejaras que tu mano sola me quisiera. Sin decir nada más".
Orfeo: ¿Crees que esto es a lo que llaman felicidad?"
Eurídice: "Sí. Tu mano es feliz en este momento. Tu mano no me pide más que estar ahí, dócil y caliente bajo ella. No me pidas nada tú tampoco. Nos amamos, somos jóvenes; vivamos. acepta ser feliz, por favor..."
Orfeo: "No puedo".
Eurídice: "Acepta, si es que me amas".
Orfeo: "No puedo".
Eurídice: "Pues cállate, al menos"[77].
Una vez descubierto el nivel de realidad en que se mueven los dos jóvenes, se dispone de una clave de orientación para descubrir por qué Orfeo se siente tan solo:
"Porque al fin es intolerable ser dos. Dos pieles, dos envoltorios impermeables alrededor de nosotros, cada uno para sí con su oxígeno, con su propia sangre, haga lo que haga, bien cerrado, bien solo en su bolsa de piel. Uno se aprieta contra el otro (...) para salir un poco de esta espantosa soledad (...) pero pronto vuelve a encontrarse completamente solo (...)"[78].
Advierta cómo el vivir entregado a las impresiones sensibles inmediatas va unido con la falta de una inteligencia de largo alcance e implica, de ordinario, la actitud hedonista que provoca las experiencias de vértigo. Para aprender a distinguir modos distintos de cercanía y de distancia , analice el siguiente texto de Martin Heidegger:
"El apresurado anular las distancias no trae cercanía, pues la cercanía no consiste en una pequeña medida de distancia. Pequeña distancia no es ya cercanía. Gran distancia no es todavía lejanía. ¿Qué es la cercanía si, no obstante la reducción al mínimo de las mayores distancias, permanece ausente? ¿Cómo puede ser que con el desplazamiento de las grandes distancias todo siga lo mismo de lejano y de cercano?"[79].
¿A qué tipo de distancia y de cercanía se refiere el autor? Los términos lejano y ausente ¿se refieren a la distancia física o a la espiritual?
Son numerosas las personas de toda condición -pensadores, inventores, científicos, navegantes, políticos...- que se convirtieron en bienhechores de la Humanidad por haber vivido históricamente: asumieron activamente las posibilidades recibidas de la tradición y legaron posibilidades nuevas a las generaciones siguientes. Ya anciano y con el final de
sus días a la vista, debido a una enfermedad, el filósofo español Xavier Zubiri puso en juego esforzadamente sus amplios saberes para culminar varias de sus obras más renovadoras y fecundas. Esa forma de vivir históricamente nos permite hoy poseer uno de los legados filosóficos más prometedores del siglo XX. Aduzca ejemplos de personas que en el presente o en el pasado hayan vivido el decurso histórico de esta forma.
Notas
[64] Véase, sobre esta cuestión, mi obra Tolerancia y manipulación, Rialp, Madrid 2001, págs. 215 -232
[65] Sobre los tres "estadios (o actitudes) en el camino de la vida", según Kierkegaard, puede verse mi obra Estrategia del lenguaje y manipulación del hombre, Narcea, Madrid 4] 1988, págs. 48-84.
[66] Cf. Eurydice, La Table Ronde, Paris 1958, p.143; Eurídice, Losada, Buenos Aires 4] 1968, p. 280.
[67] Cf. A. Camus: L'étranger, Gallimard, Paris 1957; El extranjero , Alianza Editorial, Madrid 1971. Véase un amplio análisis de esta obra en mi Estética de la creatividad .Juego. Arte. Literatura , Rialp, Madrid 3] 1198, págs. 431-464.
[68] Cf. L'étranger, p. 188; El extranjero , p. 143.
[69] Cf. O. cit., Cátedra, Madrid 1982.
[70] Sobre el recto sentido de la libertad de expresión y las diversas formas de desmesura que pueden darse en el uso de la misma, ofrezco amplios análisis en La revolución oculta. Manipulación del lenguaje y subversión de valores, PPC, Madrid 1998, págs. 179 -205.
[71] Cf. Varios: El espíritu europeo, Guadarrama , Madrid 1957, p.291.
[72] Cf. O.cit., p. 312.
[73] Véase mi Estética de la creatividad , págs. 394-396.
[74] Cf. Le petit prince, p. 96; El principito, p. 96.
[75] Cf. El año pasado en Marienbad, Seix Barral, Barcelona 1962, págs. 21-22.
[76] Por falta de una teoría de los ámbitos, J.P. Sartre confina la obra de arte al plano de lo irreal. Cf. L'imaginaire. Psychologie phénoménologique de l'imagination, Gallimard, Paris 1940, págs. 239-246.
[77] Cf. Eurydice (suivi de Romeo et Jeannette), La Table Ronde, Paris 1958, págs. 143-144. Versión española: Eurídice, Losada, Buenos Aires 4] 1968, págs. 279-281.
[78] Cf. Eurydice, p. 142; Eurídice, p. 280.
[79] Cf. Vorträge und Aufsätze (Conferencias y artículos), Neske, Pfullingen, 1959, p. 163.
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