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Cómo se manipula VI. Procedimientos dolosos
Si el manipulador consigue que las personas descuiden el cultivo de las tres cualidades de la inteligencia madura, se entreguen a experiencias de vértigo, se desliguen de la tradición que las nutre espiritualmente y se desvinculen de las otras personas y de las instancias que constituyen el alimento del espíritu -la verdad, el bien, la belleza, la justicia...-, puede dominarlas fácilmente mediante la movilización de ciertas astucias tácticas, tan simples como eficaces. Lo que nos da libertad interior frente a los intentos de someternos a servidumbre espiritual es nuestra decisión de vivir en la verdad y de la verdad, consagrarnos a hacer el bien, admirar la belleza y encarnarla en nuestra vida, practicar la justicia incondicionalmente. Si el canon que orienta nuestra conducta no viene dado por las exigencias de la realidad singularmente de nuestra misma realidad personal, de lo que verdaderamente somos-, quedamos sometidos a los vaivenes de nuestro libre albedrío y de los intereses inconfesados de quienes tienen medios para modelar la opinión pública. Tal modelado se lleva a cabo movilizando sin escrúpulos toda serie de procedimientos tácticos. Conviene conocerlos en pormenor, para saber en qué maraña de asechanzas encadenadas debemos movernos diariamente. Entre tales procedimientos, destacan los siguientes.
1. El boicot informativo
Cuando una realidad es valiosa -una persona, una obra artística, un movimiento cultural, un grupo social o religioso-, se hace valer de por sí con sólo presentarse. La mejor defensa que podemos hacer de lo que es espléndido es dejarlo resplandecer. No olvidemos que la verdad es la patentización del ser, y el resplandor de la verdad es la belleza. Nada hay más bello que el esplendor de lo perfecto . Para exaltar a Bach o a Mozart, basta interpretarlos bien, mostrar sus excelencias. Ellos se defienden e imponen por sí solos, por la fuerza de convicción que posee su valor intrínseco.
A la inversa, si queremos evitar que algo valioso se haga valer y se imponga, la única medida realmente eficaz es no dejarlos aparecer, emboscarlos, no permitirles tener vigencia, negarles la existencia en el concierto de los dinamismos sociales. Si se alude a una realidad excelente, aunque sea para atacarla y deformarla, se corre riesgo de que deje vislumbrar su grandeza y suscite en las gentes el afán de conocer su verdadero rostro. La vía radical para deshacerse de lo valioso es el silencio de mudez. Así como el lenguaje auténtico es el vehículo viviente del amor y la creación de ámbitos de unidad, el silencio de mudez encarna el odio y la voluntad destructora.
De aquí arranca la táctica del boicot informativo, que deja de lado a quien no interesa que tenga una presencia activa y eficiente en el mundo de la cultura. Das una conferencia brillante ante un público numeroso. La sala rebosa y al final se crea un clima de fervor y adhesión entusiasta. Vuelves a casa satisfecho del éxito obtenido, pero a la mañana siguiente observas que los medios de comunicación hacen caso omiso del acontecimiento. En cuanto a su resonancia social y a su eficacia ante el gran público, tu esfuerzo resultó en buena medida baldío, pues lo que no se comenta en los grandes medios de comunicación no adquiere vigencia social.
Hay muy diversas formas, tan siniestras como eficaces, de boicotear a personas e instituciones. Seleccionar las noticias, para dar unas y omitir otras; resaltar las que interesa difundir y silenciar u ofrecer de pasada las que conviene depreciar; convertir -mediante la aplicación de trucos técnicos- una manifestación multitudinaria en una marcha minoritaria... son ardides que pueden dañar gravemente el prestigio de las instituciones y personas afectadas.
Un partido político vive en un momento delicado a causa de disensiones internas. Puede tratarse de una crisis pasajera que no afecta a la buena marcha de su actividad. Pero un programador astuto da la noticia en primera página -de un periódico, de un espacio radiofónico o televisivo- y la convierte en una carga de fondo contra la buena imagen de tal agrupación. Es posible que la mayoría de las gentes no conozcan a fondo el asunto, pero quedan con la idea de que algo marcha mal en tal partido y éste no resulta, por tanto, muy de fiar. No puede decirse que el programador haya faltado a la verdad, falsificando la noticia. No ha mentido; ha manipulado la realidad, magnificando una noticia que debía, de por sí, pasar inadvertida o figurar en un plano secundario.
El hecho de no citar a un filósofo en una Historia de la Filosofía significa, en rigor, negarle la existencia. De ahí la grave responsabilidad de los autores de manuales académicos. Si afirmo que desde Suárez a Ortega no hubo en España ningún metafísico digno de mención, y omito el nombre -entre otros- de Ángel Amor Ruibal, colaboro no poco a que muchos lectores consagrados al pensamiento filosófico ignoren de por vida la existencia de este gran pensador, que, pese a su muerte prematura, dejó una obra cuantiosa y sorprendente por su originalidad y potencia intelectual. Como es sabido, Amor Ruibal adelantó en treinta años algunas de las tesis fundamentales de la filosofía de Xavier Zubiri. Aludo a un caso concreto acaecido en nuestra vida intelectual contemporánea, caracterizada por el empeño suicida de restringir todo lo posible el alcance de nuestro ámbito cultural y amenguar su valor.
Reviste especial gravedad el procedimiento del boicot informativo por el hecho de que pocas personas están en condiciones de advertir la existencia de lagunas notables en la información recibida. Caer en la cuenta de la intención partidista que inspira el ataque a una persona no es difícil. Descubrir que algo ha sido omitido exige mayores conocimientos, que el público atenido a los medios de comunicación no suele poseer. Para la gran mayoría, lo ausente no brilla por su ausencia; está sencillamente fuera del juego de su vida; no existe.
2. Las insinuaciones ambiguas y turbias
Es éste un procedimiento particularmente sinuoso que saca partido al poder sugestivo de lo ambiguo y prometedor. Tú me dices algo de otra persona, y yo respondo escuetamente: "Deja eso en paz, no me hagas hablar..." En realidad, no te he dicho nada preciso; nadie me puede inculpar de haber mentido, injuriado o calumniado, pero he dañado la imagen de esa persona ante tí. Es difícil calcular la influencia que se ejerce sobre el ánimo de otra persona cuando se emite ante ella un juicio sobre alguien o se deja caer la insinuación de que uno podría hacer más de una revelación sorprendente al respecto. Este tipo de juicios e insinuaciones polarizan en torno a sí, en la mente de quien los oye, todos los conocimientos fragmentarios que éste había ido adquiriendo y los orienta en un sentido muy determinado. La experiencia muestra que resulta muy arduo deshacerse de tal hechizo.
El recurso de las insinuaciones malévolas se halla operante en el origen del procedimiento del rumor. Yo revelo a un amigo un dato comprometido para una tercera persona. Lo hago con reparo, por falta de seguridad. Mi amigo es menos precavido y se lo cuenta a otro con más decisión. Este trasmite, a su vez, la noticia con mayor contundencia, y de este modo el indeciso dato inicial cobra difusión en la forma impersonal y oprimente del rumor.
Las insinuaciones borrosas parecen no encerrar mayores riesgos por el hecho de ser realizadas, en principio, de modo vacilante. Pero son peligrosas porque contribuyen a formar la bruma estratégica que es el caldo de cultivo ideal de las diversas formas de manipulación.
3. El ataque precipitado e infundado
Dentro del capítulo de las insinuaciones malintencionadas merece, asimismo, tratamiento aparte la táctica de implicar a personas o grupos en sucesos turbios que sorprenden a las gentes y causan impacto en la opinión pública. Tiene lugar un atraco espectacular a una sucursal bancaria. Una emisora de radio de gran audiencia introduce constantemente en sus programas cuñas informativas y en ellas alguien se cuida de indicar, con aparente frialdad informativa, que cierto grupo político está implicado en el suceso. En el momento primero de sorpresa ante la noticia, millones de ciudadanos se ven llevados a vincular en su cerebro dos nombres: el del banco asaltado y el del grupo aludido. En los días siguientes se suscita la duda sobre la verdadera autoría del hecho. Más tarde se descubre que dicho grupo político era ajeno al suceso. Unos comentaristas subrayan, como es justo, este dato. La mayoría de los medios de comunicación dan la noticia escueta y rápida. El efecto de erosión de la buena fama de tal orientación política se ha conseguido sin el menor coste. Nadie le pide cuentas a los intoxicadores. Si por azar surge la cuestión, dicen con desenfado que el error fue debido a la confusión del primer instante. Un daño grave e irreparable -como todos los referentes al buen nombre- acaba de ser cometido impunemente y sin entrar en guerra abierta, con sólo poner en juego el recurso de mezclar a alguien precipitada e infundadamente en un grave delito.
En esta línea de sugerencias taimadas y tendenciosas, hay quienes se expresan en forma neutral, objetiva y serena, cuando aluden a la figura del Papa Juan Pablo II, pero dejan caer sospechas una y otra vez sobre las finanzas del Vaticano. Una agresión directa al Sumo Pontífice podría resultar impopular entre ciertas partes de la población. Resulta más rentable sacar partido al tema de la economía vaticana. Basta ponerla en relación, como de pasada, con el escándalo de la trágica muerte de un financiero, con la logia italiana P2, con las actividades supuestamente ocultas de una controvertida institución religiosa para producir un efecto demoledor sobre la imagen del Papa ante las personas que no poseen información precisa acerca de tan complejos temas. El que realiza este tipo de manipulación no afirma nada concreto y apenas corre riesgo alguno, pues el tipo de valoración oblicua que practica no puede ser objeto de querella. Con toda impunidad pone en entredicho, de forma sesgada, el prestigio de personas e instituciones dignas del máximo respeto.
4. La táctica de la intimidación o la explotación del miedo
En vinculación estrecha con el recurso de las insinuaciones ambiguas o malévolas, se da la movilización del miedo como procedimiento estratégico. Sabemos que la decisión afina la sensibilidad para los valores, alerta la inteligencia ante las falacias y trampas, enardece la voluntad en orden a superar obstáculos, otorga poder de discernimiento para distinguir al guía del embaucador. El miedo, en cambio, cohíbe, intimida, resta energías para resistir, provoca la atonía en las sociedades, amengua la necesaria vitalidad para conservarse dignamente independientes frente a las pretensiones absolutistas de los tiranos. La cobardía trabaja en favor del demagogo. Un pueblo que se deja adormecer por los usurpadores se entrega a éstos antes de toda lucha.
Al recurso del miedo suele acudirse cuando se rehúsa abordar los problemas de modo racional, sereno, concienzudo. Basta sugerir de pasada que, si gana tal partido político, se sacarán "las masas" a la calle para que multitud de personas se decidan por el llamado "voto útil", que en muchos casos es el voto del miedo, del miedo infundido en el ánimo del pueblo con astucia premeditada, es decir, estratégica.
Los últimos decenios nos ofrecen casos llamativos de "asesinato de imagen" cometido mediante el recurso del miedo a retornar a situaciones anteriores a la instauración de la democracia. Se insiste una y otra vez en el carácter siniestro del nazismo, se empareja tácticamente nazismo con fascismo, y se identifica fascismo con todo género de régimen autoritario . Con ello se tiene a mano un abanico inagotable de posibilidades de descalificación de notables adversarios políticos que colaboraron de alguna forma con formas de gobierno autoritarias.
El recurso de explotar al máximo la tendencia del pueblo a evitar riesgos traspasa a veces el umbral de lo verosímil y se adentra en el mundo del ridículo. En un debate televisivo, un dirigente sindical declaró, con toda decisión, como quien afirma algo obvio, que "el enemigo a batir es siempre la derecha, porque si la derecha llega al poder, desaparecen todas las libertades por las que hemos luchado tanto". Una persona que ejerce la función de guía y portavoz de millones de trabajadores debería matizar sus expresiones y articular sus juicios de forma cuidadosa, pues la historia de los conflictos laborales es ya lo suficientemente amplia y fecunda en incidentes para hacer ver a las mentes menos agudas que la falta de ajuste en los conceptos provoca muy serias conmociones sociales. Parece que todas las pruebas sufridas en el último siglo y medio han sido en vano. Los grandes responsables siguen hablando de "libertad" y de "la derecha" con la misma borrosidad táctica de las épocas más sombrías. Esta actitud superficial no responde a incapacidad intelectual o a ignorancia, sino al afán estratégico de provocar en el pueblo un sentimiento irracional de temor al adversario político y atraerlo así -merced a la "valoración por rebote"- hacia las propias posiciones. Si mi oponente es el enemigo por excelencia de las libertades, yo -que soy su contrario- quedo erigido en heraldo de la libertad, y esta consagración gratuita seguirá operando en el ánimo de las gentes aunque, a lo largo del tiempo, mi actuación concreta sea opresora y dictatorial.
Esta circunstancia explica, por ejemplo, que un grupo pueda proclamar al mismo tiempo su voluntad de estatalizar al máximo los medios de producción y su condición de garante de las libertades públicas. Se trata de una contradicción flagrante. Para salvarla en alguna medida, los partidarios incondicionales de tal grupo, fascinados por la idea nunca revisada de que él y sólo él es quien garantiza la libertad social, hacen un giro mental y pasan a considerar como módulo de autenticidad democrática la eficacia, no la independencia y libertad económicas. Bien sabemos que "eficacia" es la palabra talismán en las dictaduras. Para desmarcarse de las dictaduras de "derechas" -que a la eficacia suelen unir el afán de fomentar las virtudes cívicas del orden, la unión familiar, la autoridad, la sobriedad de costumbres...-, los grupos aludidos suelen ofrecer a la sociedad, por vía de compensación, toda clase de libertades en materia de moral y costumbres, haciendo caso omiso del hecho incontrovertible de que tales libertades cercenan de raíz la única libertad humana auténtica, que es la "libertad para la creatividad". Esta consecuencia se da a medio plazo, y el demagogo se cuida en exclusiva del logro de beneficios inmediatos. Cuando llegue el momento de lamentar las consecuencias de las medidas tomadas, posiblemente el grupo responsable ya no estará en el poder y no tendrá que hacer frente a las mismas ni dar cuenta de ellas.
Una persona normal puede considerar esta explotación del miedo como un recurso despreciable, nada digno de atención. Tiene razones sobradas para ello, pero no debe olvidar que el pueblo es sumamente sensible a este género de insinuaciones. En las primeras elecciones celebradas en España tras la renovación democrática, buen número de ciudadanos cambiaron su voto debido a una simple frase pronunciada con tono patriarcal, dulce y aparentemente sereno, por un político que conocía la psicología de "masas", es decir, de las capas populares que se dejan manipular por carecer de la debida estructuración.
5. La valoración por vía de oposición o rebote
Es éste un recurso estratégico muy utilizado por los manipuladores debido a su carácter sinuoso y escurridizo. Juega hábilmente con la atención de las gentes; la desplaza hacia un lugar u otro y saca partido a las emociones subconscientes que despiertan ciertos vocablos e imágenes. No valora una realidad o acontecimiento de modo directo, en atención a sus condiciones, sino por vía de confrontación con una realidad distinta. Tal confrontación puede ser colisional o armónica.
- La valoración por vía de confrontación armónica o afinidad tiene lugar cuando se procura que en el espíritu de una persona se superpongan dos imágenes: la del producto a vender y la de una realidad que presenta un gran atractivo espontáneo para la sensibilidad de mucha gente. Se expone en un cartel la figura de una joven en posición sicalíptica, y en una esquina del mismo se deja caer, como al azar, el nombre de una marca de jabón. Cuando vayas al supermercado, este nombre aparecerá orlado de un cierto nimbo irradiante que te moverá inconscientemente a comprar el producto al que alude. Se dan casos de personas que se rebelan contra este tipo de propaganda y a la hora de la compra adquieren las mercancías sugeridas y exaltadas en ella. Naturalmente, uno sabe que, cuando compra un coche, por espléndido que sea, no se lleva a casa la bella señorita que lo presenta en los prospectos. No importa. El poder de arrastre se realiza en el subconsciente. Toda forma de manipulación opera con trucos que no se dirigen a la inteligencia razonadora sino al centro oscuro del que arrancan en buena medida los actos de decisión. El demagogo no intenta que las gentes piensen, reflexionen, sopesen las opiniones, tomen decisiones ponderadas; se limita a provocar y suscitar decisiones espontáneas e irreflexivas.
- Valoración por vía de confrontación colisional. Para que resulte efectiva ante los ojos de la gente, este tipo de confrontación debe hacerse con realidades que previamente hayan sido objeto de una campaña de descrédito. Ello explica que se acuda con tanta insistencia a la dialéctica de la lucha clasista entre "pobres" y "ricos", "desheredados" y "señoritos", "proletarios" y "burgueses"... Contraponer la "clase trabajadora" a la clase representada por los "ricos", "los burgueses", los "señoritos" crea una provocativa y explosiva dialéctica de lucha. En ésta, a su vez, se inspira y nutre una enigmática "mística" que es fuente de colosal energía, aplicable a la edificación de una sociedad mejor o a la liquidación total de la posibilidad de vivir en concordia.
6. El desvío de la atención
La defensa por vía de oposición, rebote o ataque constituye una forma de desvío de la atención. Este procedimiento admite diversas formas, desde el cambio de tema en un debate hasta la provocación de un escándalo que tape una noticia embarazosa.
En todos los debates se observa constantemente que apenas se prosigue la discusión de un tema durante unos minutos. Cada coloquiante expone su parecer sobre los temas que favorecen su imagen y soslaya los que pueden resultarle adversos.
Algo semejante acontece en buen número de entrevistas. Entre la pregunta y la respuesta hay una relación de contigüidad y sucesión pero apenas existe coherencia alguna. Si a una persona inteligente se le ofrecieran las respuestas dadas por ciertos políticos en una entrevista apenas sería capaz de adivinar las preguntas que le habían sido hechas. Sería un ejercicio divertido hacer una prueba de este género.
7. La insistencia como táctica de persuasión
Existen dos formas de repetición: la creadora, que constituye una fuente de belleza en cuanto colabora a fundar ámbitos expresivos, llenos de sentido, y la mecánica o pura insistencia en lo mismo. Cuando se repite maquinalmente una idea, se la graba a fuego en el espíritu de las gentes. No se acrecienta su sentido, no se la enriquece con valiosos pormenores; sencillamente, se la impone y hace valer. Dicha idea puede ser valiosa o banal, verdadera o falsa. Una idea falsa, mil veces repetida y voceada a través de los megáfonos de los medios de comunicación, no se convierte en una idea verdadera. Una media verdad, proclamada incesantemente, no da lugar a una verdad integral. Pero el mero hecho de repetir multiplica la presencia de lo repetido en el clima cultural, y esta presencia renovada lo hace cotidiano, y lo cotidiano acaba siendo tomado como una atmósfera nutricia que acoge, algo natural que no se pone en tela de juicio.
Sea cual fuere su valor, una idea repetida acaba imponiéndose. No importa que no pueda sostenerse ante una mirada crítica, pues los demagogos no aplican su astucia a convencer a las clases bien preparadas, dotadas de alto poder de discernimiento. Si lo que se pretende es dominar, lo que procede es repetir, insistir, martillear sin pausa una idea, un eslogan, un lema, una consigna, un razonamiento elemental, un sofisma, todo aquello que pueda contribuir a orientar el modo de pensar, sentir y querer de las gentes.
El poder que encierra la repetición lleva a ciertos grupos a insistir sobre unas cuantas ideas básicas, toscas, apenas sin roturar, carentes de toda fundamentación, pero astutamente pensadas y formuladas en orden a crear un clima de opinión favorable a las propias tesis y posiciones. Durante la guerra de Vietnam, todo ciudadano de los países libres estaba asediado por consignas de propaganda antinorteamericana. En vallas, en carteles, en pintadas, en los encerados de las clases, en los azulejos de los servicios públicos, en todos los rincones mostraban su rostro agresivo y ácido. ¿Ignora alguien hoy la eficacia que en plazo no muy largo tuvieron esos ataques repetidos indefinidamente como un eco universal y constante? Cada frase, cada idea, cada dibujo o caricatura era de una extrema pobreza, tanto de concepto como de realización. Espíritus selectos pueden muy bien haber despreciado tal forma de agredir al gigante. Cada protesta era como un ridículo ladrido de perro contra el poderío de los tanques y aviones. Sin embargo, día a día se formó una opinión adversa a esta guerra sostenida en tierra extraña, y el gran ejército retornó humillado a los lares patrios, provocando una honda depresión moral en todo el inmenso país.
Grabemos bien este dato: Hay recursos estratégicos que merecen nuestra repulsa por ser despreciables. No debemos, sin embargo, depreciar -es decir, minusvalorar- su poder táctico.
Las personas cualificadas consideran humillante, indigno de su condición, movilizar medios que no encierran en sí un valor. No puede negarse la nobleza de esta actitud, pero su eficacia es altamente discutible.
En tiempos recientes se advirtió una clara tendencia por parte de ciertos grupos políticos a montar campañas de protesta contra las dictaduras militares de Hispanoamérica. Con ello se intentaban conseguir diversos objetivos: minar paulatinamente el prestigio de algunos grupos considerados de "derechas", y sentar plaza de defensores exclusivos de la libertad, a pesar de mantener un silencio riguroso, implacable, sobre las dictaduras de corte marxista-leninista . La campaña fue montada de forma elemental a base de meras repeticiones. El afán de no perder la menor ocasión propicia, sea o no oportuna, venga o no a cuento, resulte o no pertinente, da lugar a situaciones grotescas. Hace unos años, una artista alzó su voz en un diario de ámbito nacional contra los impuestos, y concluyó afirmando que es triste aportar tan fuertes sumas de dinero al gobierno "para que éste luego facilite créditos a Pinochet". En vez de este nombre, lo pertinente, lo conforme a la verdad hubiera sido escribir "Nicaragua" -pues a este país y no a Chile fue destinada entonces la ayuda española-, pero ello hubiera roto la lógica de la estrategia montada.
Alguien podría indicarme en este momento: "¿Ve usted cómo no es tan difícil delatar los trucos de la estrategia del lenguaje? Usted mismo lo acaba de hacer. Con ello queda el recurso neutralizado". Lamentablemente, la vida social se orienta de otra forma. Una persona, un grupo entero puede descubrir un truco, dos, veinte, y dar publicidad a su descubrimiento. El número de personas que al final de esta operación se hallan alertadas frente al riesgo de ser arrolladas por la demagogia es incomparablemente menor que el de las sometidas a vasallaje intelectual. No debemos confiar demasiado en la firmeza espiritual que nosotros sentimos merced a nuestra preparación. Es necesario pensar en otra escala, la escala social, que opera con grandes cifras. Por ello, nuestra labor educativa, si ha de ser eficaz, requiere una infraestructura muy amplia y sólida. De lo contrario, no haremos sino formar pequeñas élites y el pueblo quedará desguarnecido.
Debiéramos tener presente en todo momento que los demagogos hacen cálculos muy fríos y precisos. Así, cuando utilizan los medios de comunicación para herir los sentimientos de buen número de lectores y oyentes con el fin de ir cambiando las actitudes morales y religiosas del pueblo, prevén que habrá algunas protestas. Pero no se preocupan del contenido de las mismas, de las ideas que aporten, de los argumentos que aduzcan. De forma tajante y gélida, examinan el mapa del campo de operaciones y razonan de la forma siguiente. Del número de ciudadanos con derecho a voto ¿cuántos estarán en contra? Indudablemente serán menos que los que acusarán el influjo del mensaje emitido. Por otra parte, el eco de las críticas dura poco, porque el que insiste se hace pesado y se expone al reproche de ser reaccionario, anticuado, intransigente, inquisitorial..., calificativos bien seleccionados por los virtuosos del arte de neutralizar adversarios. Como estaba previsto, aquí y allá surgen voces airadas de protesta. Si son poco relevantes, se las somete a la campana pneumática del silencio, que cae sobre ellas como una montaña de olvido e indiferencia. Si proceden de personas o grupos dotados de significación, se moviliza algún recurso descalificador para desvirtuar el efecto que puedan ejercer en el pueblo. Mientras esto sucede, en los medios de comunicación se continúa ofreciendo el mismo mensaje partidista -o incluso sectario- un día y otro.
Alguien ha dicho que "es posible engañar a algunos durante mucho tiempo y a todos durante algún tiempo, pero no cabe engañar a todos durante todo el tiempo". La segunda parte de esta aguda sentencia puede fallar en buena medida actualmente debido al poder inmenso de los medios de comunicación social. La redundancia desinformativa, tendenciosa, tiene un poder insospechado de crear opinión, de hacer ambiente, de instaurar un clima propicio a toda clase de errores. Basta, por ejemplo, imponer una actitud de superficialidad en el tratamiento de los temas serios para que sea posible la difusión fácil de todo tipo de falsedades. Anatole France solía afirmar que "una necedad repetida por muchas bocas no deja de ser una necedad". Sí, mil mediocridades no dan lugar a una genialidad. Pero una mentira o una verdad mutilada, si es repetida por un medio de comunicación que goza de prestigio ante los ciudadanos, acaba convirtiéndose en una verdad de hecho, incontrovertida, intocable, algo que nadie discute para no quedar descalificado socialmente.
Una propaganda hábilmente orquestada y bien financiada puede engañar a la mayoría durante mucho tiempo. Las gentes poco preparadas sólo consiguen liberarse de la opresión intelectual si una persona o un grupo cualificados dan la señal de alerta. Estas minorías críticas pueden hoy día quedar amordazadas por diversas razones: no cuentan con medios suficientes para realizar una labor de investigación y difusión; se hayan sometidas también al poder erosionante de la propaganda; se las amenaza con la impopularidad y con chantajes de diverso orden.
Recordemos la conocida frase del gran teórico actual de la comunicación, M. McLuhan: "El medio es el mensaje". No se dice algo porque es verdad; se toma como verdad porque se dice. Dentro de su evidente exageración, esta sentencia apunta certeramente hacia el giro que se ha operado en los últimos tiempos a favor de los medios de comunicación social.
8. La intimidación mediante el uso repetido de un vocablo prestigioso
Este recurso táctico nos permite advertir con especial claridad la tendencia del demagogo a reducir el valor de todas las realidades y acontecimientos y halagar la propensión humana a simplificar abusivamente las cosas por comodidad o por afán de dominio. El demagogo es muy injusto con la realidad, y de modo singular con la realidad humana, pero sabe hacerse simpático a las gentes y llevarlas a dónde casi siempre, de darse cuenta, no hubieran querido ir.
Los demagogos, sobre todo cuando actúan en grupo con el fin de imponer una determinada ideología, operan a largo plazo, con visión de futuro y gran paciencia, condiciones sin duda dignas de mejor causa en muchos casos pero siempre admirables desde el punto de vista táctico.
Durante largos años se ha venido haciendo hincapié en el vocablo "reconciliación". Todo parecía responder a la sana intención de fomentar la concordia. No se entreveía intención extraña alguna que enturbiase tan loable propósito. Años más tarde pudo comprobarse que este vocablo, tenazmente martilleado en la mente y el corazón de los creyentes, produjo un efecto inhibidor en cuanto a la defensa entusiasta y valiente de los propios ideales y convicciones. Con el señuelo de un término tan cargado de resonancias religiosas, se consiguió preparar el terreno para montar subrepticiamente una campaña contra los valores -de origen religioso- que están en la base de la cultura occidental. Veamos en esquema el proceso seguido.
Quienes tienen noticia de las dos últimas conflagraciones mundiales sienten escalofríos al oír la palabra "guerra" y miran con agrado al que pronuncia palabras de reconciliación y paz. Al amparo de esta tendencia clara del hombre actual, ciertos demagogos se apresuraron a tachar de beligerantes, intransigentes y sembradores de conflictos a quienes mostraban algún entusiasmo en la defensa de sus legítimas convicciones. De esta forma, aparentemente inocua, han conseguido infundir en multitud de creyentes un profundo temor ante cuanto signifique confrontación de pareceres, sana defensa de los propios ideales y creencias.
Bastaría un poco de reflexión para advertir que es intransigente el que sostiene una opinión con terquedad, sin abrirse al diálogo y sin mostrar la más leve capacidad de alterar sus convicciones a la luz que aportan los demás. Esta obcecación no tiene semejanza alguna con el entusiasmo de quien defiende ardorosamente aquello en que cree pero está dispuesto a modificar sus posiciones en cuanto alguien le ofrezca razones convincentes. La tenacidad no se confunde con la terquedad, ni el entusiasmo con el dogmatismo rígido, intolerante . Es tolerante el que busca la verdad en común, acepta lo que puedan tener de fecundo las opiniones ajenas y defiende con firmeza la propia posición en cuanto la considera justificada.
Todo esto es fácil de ver, pero el demagogo juega con habilidad la baza del escamoteo de conceptos, y, como buen ilusionista, saca partido a la capacidad humana de deslumbramiento. Pone ante los ojos de una persona palabras cargadas de prestigio y poder atractivo: reconciliación, paz, armonía, concordia... Inmediatamente, lanza la acusación de beligerante contra todo el que marque distancias en el campo de las convicciones y creencias. Indudablemente, marcar distancias es trazar fronteras; las fronteras dividen a las gentes; las gentes divididas pueden formar bandos situados unos en frente de otros; los bandos se transforman fácilmente en "banderías" enfrentadas, y éstas al fin entran en conflicto. Esta serie de acontecimientos la hace desfilar el demagogo ante nuestra mente con suficiente rapidez para que la temida palabra conflicto entre en colisión con la amada palabra reconciliación, y en medio de este choque violento quede aprisionada la persona que se muestra ardorosa en la defensa de sus convicciones y creencias. Vista en tal situación, aparece como intransigente y belicosa, vocablos que albergan una potencia descalificadora en un contexto de pacifismo a ultranza.
Este escamoteo demagógico lo denunció Erich Fromm al escribir: "En la actualidad es de buen tono llamar 'fanático' a cualquiera que tenga una convicción, y 'realista' a quien carece por completo de ella, o cuyas convicciones duran muy poco"[80].
9. El fomento del diálogo como pretexto para provocar el relativismo y el indiferentismo
El demagogo introduce en este momento del proceso manipulador un término nuevo y saca partido a las resonancias que suscita en el hombre de hoy. En estrecha vecindad con la tendencia a la reconciliación se halla la proclividad del hombre actual al diálogo. Es ésta una palabra "talismán" porque está vinculada con la libertad de expresión y con la liberación de crispaciones y encapsulamientos intelectuales. Se califica hoy de persona dialogante a la que está dispuesta a someter sus ideas a confrontación, por afán de buscar entre todos una verdad en la que participar comunitariamente. Sobre esta noble tendencia humana opera el demagogo y realiza sus juegos de manos con los conceptos.
Dialogar es intercambiar ideas a fin de clarificar la verdad y conseguir unión entre los coloquiantes. La unidad puede lograrse ascendiendo todos a un nivel de conocimiento de la verdad más alto y perfecto, o bien renunciando cada uno a una parte de sus convicciones para llegar a un núcleo admisible por los demás. La primera vía es la adecuada e ideal porque no sacrifica la verdad en aras de la unidad de quienes la buscan. La segunda es extremadamente peligrosa porque toma como meta la concertación, el compromiso entre los dialogantes, y para lograrlo sacrifica a menudo el conocimiento de la verdad. Lo decisivo, en esta vía, es evitar a cualquier precio la confrontación, hallar un punto posible de confluencia de intereses. De esta forma, llega un momento en que la verdad se muestra como algo inalcanzable, o al menos indefendible por parte de quienes estiman haberla encontrado. No importa tanto la verdad de lo que se afirma cuanto el hecho de que la sostenga la mayoría y sea posible de esa forma evitar el enfrentamiento. El número de opinantes empieza a primar sobre los derechos de la razón y de la verdad.
Con ello se llega al "relativismo" y se consigue cubrir de prestigio la actitud de superficial "irenismo" -o pacifismo ideológico y religioso-, según la cual vale la pena sacrificar cualquier convicción en aras de la convivencia y la cordialidad.
El relativismo y el declive del amor a la verdad
En otras épocas se concedía a la verdad la primacía y se luchaba a vida o muerte por defender lo que uno estimaba verdadero. Hoy día parece que preferimos la tranquilidad y la paz a ultranza, aunque sea cediendo parte de las verdades básicas e irrenunciables. Sin duda tenemos razón al conceder importancia a la concordia y al respeto mutuo. El peligro surge cuando los demagogos inducen a las gentes a renunciar a la búsqueda de la verdad para evitar posibles desacuerdos y conflictos entre personas y grupos. Veamos en acción el arte ilusionista de los prestidigitadores intelectuales, y observemos con qué habilidad simplifican y superficializan la cuestión.
La convivencia en paz -afirman- es un bien altísimo para el hombre. Parece plausible que cada uno renuncie a una parte de sus posiciones para garantizar la permanencia de dicho bien o su recuperación cuando se ha perdido. Planteado el asunto de forma tan simple, tenemos todo dispuesto para que las gentes asientan a dicha proposición. Deberíamos, sin embargo, ser un poco más rigurosos y advertir que sólo existe verdadera unidad, paz y sincera cordialidad entre los hombres cuando éstos se esfuerzan por ajustarse a la realidad, buscando la verdad con todas sus fuerzas y apertura de espíritu. Muchas verdades mutiladas no constituyen una sola verdad medianamente aceptable, sino una gran impostura. Y sobre la falsedad difundida por razones tácticas no puede asentarse la vida comunitaria.
A lo antedicho debe agregarse una circunstancia extremadamente grave. Con mucha frecuencia, los grupos sociales que entienden la reconciliación como una forma de concordia ganada a costa de diluir las propias convicciones defienden por principio una teoría relativista del conocimiento en todas sus vertientes -ética, religiosa, humanística...-, y no tienen nada que perder sino mucho que ganar si consiguen que sus adversarios ideológicos abandonen su posición firme y se resignen a difuminar su idea de la realidad y amenguar su poder configurador de la vida humana. Entre tales adversarios destacan los creyentes, que profesan una concepción opuesta a todo relativismo, por cuanto estiman que el hombre está capacitado para conocer la verdad, asentarse en ella y vivir de ella.
El relativismo provoca una actitud de indiferencia
El relativismo -la convicción de que toda idea es relativa a una situación y a un momento determinados, de modo que nunca se puede estar seguro de haber alcanzado un saber absoluto-acaba provocando el indiferentismo. Si todas las perspectivas que puedo tomar de una realidad son igualmente verdaderas y legítimas, si todo depende del momento y situación desde la que se contempla una realidad o acontecimiento, ¿por qué voy a defender con interés una verdad? Toda opinión puede ser sostenida con igual legitimidad que las demás en cuanto significa un punto de vista peculiar.
Según hemos visto, cuando dos personas, dotadas de igual agudeza visual, contemplan en idénticas condiciones de visibilidad una sierra desde vertientes distintas, obtienen sendas perspectivas de un mismo objeto que son ambas legítimas. No se anulan entre sí, no constituyen un dilema de modo que debamos optar por la una o por la otra, no se arroga ninguna la primacía; son complementarias e integrables. Se mira un mismo objeto desde dos ángulos diferentes y se cumplen las condiciones necesarias para que el acto de contemplación sea perfectamente válido. En este sentido, la teoría perspectivista procede de modo riguroso.
Si lo que se contempla no es un objeto sino una realidad de rango superior, el sujeto contemplador debe cumplir ciertos requisitos que superan el hecho de tener suficiente agudeza visual. Para captar el valor de un cuadro no basta tener una agudeza de visión normal. Se requiere una preparación técnica y una disposición espiritual adecuada. Si no satisfago las exigencias que me plantea la realidad que deseo percibir, mi perspectiva sobre ella será insuficiente. Puedo reclamar que se me conceda la debida atención, que se me dé un trato de igualdad respecto a las personas que han logrado un acceso más pleno a tal obra de arte por estar mejor dispuestas. Es posible que, por un erróneo concepto de lo que es la igualdad, se acceda a mi ruego sin exigirme una mayor preparación. De hecho, sin embargo, por mucho que se considere válido mi juicio, en mi acto de contemplación no se revela la realidad contemplada. Si por afán de tener voz en la sociedad, doy publicidad a mi opinión, he de reconocer que ésta no aporta nada valioso, no hace sino incrementar cuantitativamente el acervo de pareceres y dificultar, en definitiva, el hacer luz.
Táctica para desprestigiar a quien se entusiasma con lo valioso
Está claro el escamoteo de esquemas realizado por el manipulador en dos fases. Comienza emparejando el término reconciliación con paz, concordia, armonía, comprensión, apertura de espíritu, liberación de dogmatismos rígidos y de tabúes, y lo enfrenta a entusiasmo en la defensa de convicciones, adhesión a normas estables, a formas de vida comprometidas y fieles.
Por estar vinculados a la palabra talismán libertad -latente en el término liberación-, los términos reconciliación, paz, concordia, armonía, comprensión... quedan prestigiados, y los términos que supuestamente se les oponen (entusiasmo en la defensa de los valores, adhesión a normas...) son automáticamente desprestigiados. Este desprestigio fomenta -por vía de rebote-una inclinación al relativismo y la indiferencia. Los términos indiferencia y relativismo aparecen así conectados con vocablos altamente valorados: reconciliación, paz, concordia, armonía, comprensión, apertura de espíritu, liberación...
En este momento, el demagogo se las ingenia para unir estos términos con la palabra diálogo. Con ello, el dialogar aparecerá en sí como algo bueno, pero dialogar para discutir una cuestión de forma competente y entusiasta será interpretado como una acción reprobable, por ser opuesta a la reconciliación. Tras este juego de manos con los conceptos, sólo se entenderá como diálogo auténtico el intercambio de ideas realizado con espíritu de entreguismo pacifista.
La treta demagógica de confundir reconciliación y pacifismo a cualquier precio inspira a muchas personas y grupos sensibles a los valores que están en la base de la cultura occidental una moral de derrota o al menos de empate, moral de resignación que no conduce a ningún día de gloria. Un equipo deportivo que sale al campo a no perder se deja envolver en la red de medidas tácticas impuestas por el adversario, si es más decidido; ajusta su ritmo al de éste, no toma iniciativas, adopta una actitud pasiva, ofrece una imagen mezquina y se expone casi siempre a una derrota bochornosa. Igual suerte se preparan quienes, en cuestiones de ética y religión, toman como meta evitar cuanto pueda interpretarse como "triunfalismo" y renuncian así a cuanto signifique riqueza de sentido y de valores. Ciertamente, deben evitarse los montajes artificiosos, pero éstos no han de confundirse con lo que es realmente magnífico. Lo que es en sí grande presenta una fachada espléndida, y no por ello ha de ser rechazado. La trompetería huera ofrece un espectáculo ridículo, pero la grandilocuencia de lo que es de por sí muy expresivo encierra, indudablemente, un alto valor. Hoy día la Estética sabe apreciar los méritos inalienables del barroco.
El que adopta una actitud de pacifismo a ultranza tiende a rendirse al enemigo antes de divisar su estandarte; no saca energías de sus convicciones internas; no se esfuerza en inspirarse para defender acertadamente sus creencias más entrañables; se autoderrota al hundirse en el pantano de un complejo de inferioridad infundado.
El temor a dar testimonio abierto y decidido de las propias posiciones espirituales supone una deslealtad a la realidad en que uno está instalado y de la que recibe savia nutricia. Este género de infidelidades provocan una inhibición de las mejores energías, impiden ganar la velocidad de despegue y obtener la libertad propia del vuelo. Un avión potente dispone de energía sobrada para elevar su inmensa mole a una cota de 10.000 metros, pero esta capacidad queda anulada si el piloto renuncia a ganar la velocidad de despegue a fin de no ser tachado de presuntuoso y triunfalista por sus colegas de aeronaves más modestas. Se quedará pegado a la pista, envarado en un lugar que no es sino punto de partida para mayores empresas, y será fácilmente superado en capacidad de maniobra por cualquier vehículo elemental.
Mostrar la potencia, la energía, la riqueza y grandeza de aquello en que uno participa sin ser su dueño es un gesto gallardo de agradecimiento, no un signo de prepotencia. Pensar esto último responde a un concepto erróneo de lo que significa estar en vinculación activa con realidades que ofrecen grandes posibilidades creadoras. No olvidaré fácilmente el sano orgullo con que un comandante de un Boeing 747, el gigantesco "Jumbo", me explicaba la asombrosa complejidad y perfección de su aeronave. No veía en el avión una propiedad suya, de la que pudiera gloriarse, sino el gran compañero de juego que la sociedad actual -tras asumir las posibilidades creadoras que le transmitieron las generaciones pasadas- fue capaz de configurar y poner en sus manos. Una maravilla técnica como ésta es el punto de confluencia de miles de líneas de fuerza que se integran para conseguir una meta común. El fruto de este acontecimiento integrador es ese prodigio que llamamos "Jumbo". Este nombre está tomado del elefante gigantón que aviva la imaginación de tantos niños anglosajones. Entusiasmarse con algo que es, en definitiva, fruto de la unidad de múltiples ingenios y voluntades no es sino devolver con agradecimiento un don que se nos ha dado, como se le facilita al niño un juguete para que ponga en forma su capacidad de fundar relaciones creativas. ¿Puede alguien realizar esta magna tarea de manera fría? La revalorización de la emotividad -rectamente entendida- es una de las grandes tareas de la Pedagogía actual.
El manipulador se mueve en climas de superficialidad y confusión
Este breve análisis nos permite advertir que el demagogo es un espíritu elemental, incapaz de sostener una discusión pormenorizada y honda sobre un tema profundo. Su gran arma es la superficialidad, impuesta de modo rotundo y contundente desde el principio y por principio. Es norma fundamental de estrategia militar no aceptar la batalla en el terreno escogido por el enemigo. El terreno propio del demagogo, el elemento en el que se mueve como pez en el agua y tiene todas las posibilidades a su favor es la ambigüedad, la confusión, la tosquedad y superficialidad.
Tal vez un amable lector me advierta en este momento que temas como la reconciliación, la paz y el diálogo son todo menos superficiales pues aluden a cuestiones radicales de la vida humana, que afectan a fibras muy sensibles del hombre. Ciertamente, y ello entraña el riesgo temible de inducir a muchas personas a dar por supuesto que el problema está siendo planteado en un nivel de hondura. Pero no sucede así, porque se confunde de propósito la tenacidad en la defensa de las propias convicciones con la mera obstinación, el entusiasmo con el fanatismo, la fidelidad con la obcecación fanática, la tolerancia con el permisivismo. Tamañas confusiones sólo son posibles cuando no se ahonda en el sentido de los vocablos. La claridad, no lo olvidemos, radica en lo profundo.
10. El recurso de la mofa, burla o escarnio
Cuando una persona bien preparada se enfrenta a la doctrina propuesta por un demagogo, éste no suele aceptar el reto y entrar en debate franco y sereno. Da un rodeo y ataca al adversario ideológico por detrás, en su vida personal, a fin de descalificarlo ante el público y desvirtuar las razones por él aducidas. Con frecuencia, procura disponer de documentación privada para esgrimirla contra dicha persona e intimidarla. Con ello, la discusión queda desplazada violentamente al nivel de lo personal y alejada de las cuestiones debatidas en principio.
Para realizar esta forma oblicua de defensa, se recurre con frecuencia a la práctica de la mofa y el escarnio. Se busca el flanco más débil del adversario, se lo somete a un proceso de caricaturización e incluso a veces de abierta deformación, y se lo presenta así al público a través de medios propagandísticos que, en apariencia, se hallan lejos del área de influencia del manipulador para dar una impresión falaz de independencia. De esta forma sinuosa se va dejando poco a poco a dic ha persona, por valiosa que sea, fuera de juego, y la mayoría de las gentes harán caso omiso de las razones que haga valer contra el manipulador de turno.
Se comenta en un artículo periodístico el modo un tanto satrapesco de veranear que han adoptado ciertos políticos. Seguidamente, se alude a la costumbre de un político muy popular de pasar sus ocios en un sencillo pueblo de pescadores. Esta alusión podría significar un enaltecimiento de su espíritu sobrio. Para no dejar esta buena impresión ante los lectores, aparece al final una coletilla bufa: "Como ven, este caballero siempre con sus ideas fijas..."
Una persona de alta condición social realiza un estudio minucioso sobre un tema muy controvertido y delicado. Un locutor de una radio de amplia audiencia se limita a dar la noticia y elude entrar a fondo en el análisis de las razones aducidas por el autor con la mera indicación de que "ya todos conocemos al personaje"... Con esta vulgar expresión, dicha en tono irónico y levemente despectivo, se descalifica a una persona que se ha tomado la molestia de profundizar en una cuestión. Puede estar equivocado, pero merece una acogida atenta o, al menos, un silencio respetuoso. El recurso de la mofa consiste, en este caso, en tomar nota de la existencia de tal estudio, no adentrarse en él, no dialogar, no intentar sintonizar con la posible parte de verdad que pueda contener, sino desplazarlo con un gesto desabrido que, magnificado por el poder difusor y prestigiante de la radio, tiene el efecto contundente de dejarlo fuera de juego antes de entrar en juego. El recurso de la mofa no concede al adversario el don de la palabra, no le permite explicarse, defenderse, discutir un problema; lo pone en situación de desamparo total ante las gentes para que éstas no caigan en la tentación de iniciar con él un diálogo que pueda arrojar luz acerca de su verdadera valía.
Sorprende a veces penosamente tropezar en la práctica de la vida política con tipos de lenguaje desgarrados, descalificadores del adversario, dirigidos a reducir la imagen de personas muy cualificadas a ciertos rasgos grotescos. A menudo se atribuye esta conducta a defectos de carácter o a falta de contención en el ardor de la lucha electoral. La razón decisiva suele ser el afán de vencer a los adversarios mediante el recurso de la mofa.
No es raro que en las campañas electorales se difundan "videos" grotescos que, bordeando lo penal pero cuidándose de no caer en lo punible, desfigurando la imagen de ciertas personas cuya valía puede constituir un obstáculo a los propósitos del manipulador. Este se ampara en las licencias que otorga el género literario de lo "cómico", confundido a menudo con el del "humor". Tiene siempre a disposición el recurso de argüir que se trata de una broma. Y la persona afectada se encuentra ante una realidad hostil que quebranta su imagen pero no ofrece la posibilidad de contraatacar por vía legal. La defensa directa, consistente en devolver al manipulador la misma moneda, resulta inviable para muchas personas debido a sus criterios morales y religiosos. Esta circunstancia es explotada con harta frecuencia por ciertos manipuladores sin escrúpulos.
La eficacia del recurso de la mofa inspira a los manipuladores un gran afecto al mismo y una patente aversión a toda confrontación abierta de ideas y actitudes. Ello explica que, contra lo que era de esperar en principio, en ciertas democracias apenas se practique el debate público -como acabamos de comentar- y, cuando se monta alguno, se lo desvirtúe de forma dolosa y se lo convierta en un foro para que personas adictas a la posición del programador aventen ciertas ideas bien prefijadas de antemano.
11. La alteración sinuosa del sentido de términos y locuciones
Dada la carga emotiva que lleva consigo cada vocablo y cada expresión del lenguaje ordinario, el demagogo pone especial empeño en liberarse de unos y apropiarse de otros mediante un hábil juego de sustituciones. Se trata de un caso especial de "desvío de la atención".
Ejemplos de tal género de sustituciones de vocablos y locuciones son los siguientes. Se llama "guerra de liberación nacional" a la invasión de un país extranjero y autónomo. Se califica de "democracia popular" a regímenes totalitarios que no conceden a los ciudadanos la menor libertad de iniciativa política. Se habla de "reinserción social" para indicar una forma de indulto
o amnistía. Campos de concentración para presos políticos reciben el pomposo nombre de "centros de reeducación". Se designa con el noble título de "hospitales psiquátricos" a centros carcelarios donde se destruye la salud mental de los disidentes políticos. A ciertas bandas de malhechores se las llama "comandos", y a su actividad asesina se la denomina "lucha armada". La práctica del aborto es sugerida con la benévola expresión de "interrupción voluntaria del embarazo". Para no utilizar el término "cabeza" durante la realización de las prácticas abortivas, los médicos norteamericanos utilizan la expresión "number one" -número uno-, que resulta más impersonal y fría, menos dramática en tal contexto. El término "patria" parece hoy día vitando. Incluso decir "España" suena entre nosotros demasiado solemne; se recurre con frecuencia a una expresión más bien administrativa: "El Estado español" -que une a un carácter puramente denominativo, sin adherencia sentimental alguna, una cierta restricción del alcance de la realidad aludida-. En lenguaje más llano, se utiliza una expresión meramente geográfica: "este país". Pondere el lector la reducción que tal vocablo implica.
Indudablemente, se trata de "máscaras semánticas" que ocultan el verdadero rostro de los vocablos y de la realidad que éstos expresan y encarnan.
12. Mentir abiertamente y sin medida
Cuando una persona que tiene renombre o ejerce un cargo relevante propala con aplomo y contundencia una gran falsedad, suele ser creído por una multitud de personas de buena fe a las que parece inverosímil que falte a la verdad de forma tan patente y a veces fácil de detectar.
Siempre se ha dicho que el lenguaje diplomático está compuesto de medias verdades, de sutiles evanescencias y subterfugios evasivos. La prudencia exige, en casos, recurrir al arte de responder sin contestar, de no mentir sin proclamar tampoco la verdad. Es un recurso para satisfacer la curiosidad de los periodistas sin traicionar los intereses que uno defiende. Esto tiene, indudablemente, una justificación. Pero ahora se ha dado un salto cualitativo y se ha pasado a consagrar la mentira como un arma para conquistar el poder y mantenerlo.
La eficacia de este recurso es sorprendente y revela la falta de cautela con que proceden a veces ciertas personas bienintencionadas. En fecha no lejana un crítico reprochó a un autor no haber incluido en su obra a un grupo de pensadores. Procedió con evidente ligereza, si no con aviesa intención, ya que tales autores habían sido ampliamente tratados en el libro. Este juicio adverso se grabó en la mente de muchos lectores, incluso de algunos que habían leído el libro. "¿Cómo es posible -confesó uno de ellos, sorprendido al hacerle ver yo la realidad- que haya caído en tal error?" Sencillamente, por la fuerza de arrastre que posee el lenguaje.
La tendencia a falsificar deliberadamente los datos para conseguir reportajes sensacionales llega a veces a extremos cómicos. Recientemente, un diario europeo de prestigio publicó una crónica en la que un periodista bien conocido daba cuenta del fallecimiento repentino de un prelado español, muy popular, y, para conceder a su escrito cierta "originalidad", se permitía atribuir la causa de su muerte a una no menos famosa institución religiosa. Las interpretaciones no siempre resulta fácil refutarlas, pero un fallecimiento queda desmentido contundentemente por la excelente salud del interesado. Al ser increpado el periodista por semejante yerro, contestó tranquilo que había tenido noticia de que tal eclesiástico había sufrido un infarto y, al redactar la noticia, se le fue un poco la mano...
La eficacia del recurso de la mentira propalada sin vacilación alguna fue puesta al descubierto y valorada positivamente por diversos especialistas en estrategia política. Lenin no se recató de afirmar que la verdad es un prejuicio burgués y la mentira debe ser movilizada siempre que sea útil. De ahí su máxima: "Contra los cuerpos, la violencia; contra las almas, la mentira". Para Göbbels, el difusor de la mentalidad nacionalsocialista, una mentira repetida en la forma que prescribe la táctica de la manipulación acaba siendo creída por todos.
13. La utilización del lenguaje emotivo de las canciones
Una de las formas de sacar partido a la emotividad de las gentes y dejar fuera de juego a la facultad razonadora es la utilización de canciones para suscitar determinados sentimientos. Ciertas canciones cargadas de intencionalidad política o ética de cierto signo crean ambiente, saturan la atmósfera con el tipo de emociones que se quieren avivar, parecen decirlo todo y en realidad, si bien se mira, apenas expresan nada concreto que pueda ser sometido a control racional, a juicio histórico, a veredicto judicial.
Es un procedimiento hábil, movilizado a veces en espacios radiofónicos, en películas de tema histórico, en visiones retrospectivas de acontecimientos emotivos del reciente pasado, en incitaciones a diversos tipos de vértigo.
Ejercicios
- Abundan los relatos cinematográficos acerca de los campos de concentración nazis. Sorprende, en cambio, el silencio de los medios de comunicación acerca de los gulags soviéticos, no menos siniestros que los Lager nazis. Analice las posibles causas de esta disparidad en la forma de tratar dos fenómenos análogos.
- Durante la guerra del Vietnam, se produjo un clamor contra la participación del ejército norteamericano y a favor de la libertad del pueblo vietnamita. Invadido Vietnam del Sur por las tropas de Vietnam del Norte, se extendió un manto de silencio sobre las condiciones de vida a que fueron sometidos los habitantes sureños hasta el día de hoy. Las noticias sobre las peligrosísimas evasiones en masa a través del océano no despertaron el interés de los medios de comunicación. ¿A qué responde este sorprendente desvío de la atención?
- Analice la forma en que son empleados el término "diálogo" y sus derivados en las confrontaciones políticas y culturales del momento actual.
- En el texto de la canción Ruleta rusa, de Joaquin Sabina, el vértigo de la velocidad se alía con el de la ruptura de los ámbitos y la unidad.
"Dentro de algún tiempo estarás acabada,
metida en tu casa haciendo la colada,
nadie te dirá ´muñeca, ven conmigo´,
dónde irás cuando no tengas un amigo.
(...) Desconfía de quien te diga ´ten cuidado´,
sólo busca que no escapes de su lado, antes de que te aniquilen sus reproches déjalo que duerma y a medianoche sal por la ventana, pon en marcha el coche, pisa el acelerador, es estupendo. (...) Cuando la ceremonia de vivir se te empiece a repetir y en la película de ser mujer estés harta de tu papel pisa el acelerador, márchate lejos pisa el acelerador, es mi consejo pisa el acelerador, huye del nido pisa el acelerador, ¡qué divertido! rompe el código de la circulación y pisa el acelerador.
El que juzga que una mujer está "acabada" cuando realiza labores domésticas y no cultiva los amoríos fáciles ¿a qué valores concede la primacía? ¿En qué nivel de la realidad se mueve: en el de las sensaciones superficiales y las meras figuras o en el de las realidades personales y las imágenes?
Las canciones no intentan demostrar nada ni fundamentar lo que sugieren. ¿Carecen, por ello, de influencia sobre quienes las asumen como propias?
Notas
[80] Cf. La condición humana actual , Paidos, Barcelona 1981, p. 61.
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