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En la iglesia Nueva, habitaciones cegadas y universidades falsas para salvar a los judíos
Una mañana de octubre de 1943, el padre Paolo Caresana, párroco de la iglesia Nueva, Santa María in Vallicella de Roma, se dirigía hacia la puerta de salida de la iglesia. Vio a un hombre atemorizado esconderse detrás de la puerta. Comprendió que aquel hombre huía de los alemanes que estaban registrando el Corso Vittorio. Aquel hombre era judío y estaba en juego su vida, si lo hubieran cogido habría sido su fin. Se trataba del doctor Calò, médico judío que trabajaba en la cárcel de Regina Coeli. «Venga conmigo», le dijo el padre Caresana. Todavía aterrorizado, el doctor Calò siguió al sacerdote que, después de haber recorrido un pasillo y doblado hacia la sacristía, lo introdujo en su habitación, situada en el primer piso de la casa, y le dijo: «Desde este momento usted es mi huésped.»[16] El doctor Calò permaneció allí hasta la llegada de los aliados. No fue el único judío escondido en la iglesia Nueva ni aquélla la primera vez que se hacía el bien a los judíos. La familia de los hermanos Bondi fue escondida en una habitación tapiada. Por una trampilla se les pasaba todo lo necesario para alimentarse y vestirse. Al final de la guerra dijeron que nunca habían estado tan tranquilos como en aquellos seis meses en que permanecieron tapiados.
Más detalles sobre cuanto ocurrió en la iglesia Nueva los ha recogido el padre Carlo Gasbarri: «En los momentos críticos, los refugiados llegaron a ser setenta, pero no todos permanecieron durante todo el periodo de la ocupación.»[17] El problema más grave que había que resolver era el de los documentos falsos y las correspondientes tarjetas de racionamiento. Por este motivo, el padre Caresana y el padre Gasbarri se inventaron una universidad. «Hacia los primeros meses del año 1944 -recuerda el padre Gasbarri- tuvo lugar en Roma una especie de censo. Las autoridades enviaron a los cabezas de familia y a los institutos un módulo con muchas casillas para cumplimentar, combinadas de tal manera que si uno no decía la verdad terminaba por delatarse.» Fue así cómo para justificar la presencia de tanta gente en la iglesia, los padres concibieron la idea de un «Colegio Superior de Estudios Filipinos», donde los jóvenes transformados en clérigos serían los alumnos y los más ancianos los profesores. Como es lógico, existiría una secretaría y unos bedeles. De esta manera fue posible presentar una plantilla de unas cuarenta personas. Según la acreditación de esta universidad fantasma, se solicitaron las tarjetas de racionamiento, con sus respectivas fotografías pero con los datos personales inventados. Para evitar ser descubiertos, al pasar por los pasillos, con frecuencia los padres preguntaban a quemarropa generalidades a los jóvenes para ver si estaban preparados para responder.
Notas
[16] P. P. (Roma), «Schindler cattolici/2», carta enviada al Avvenire el 20 de febrero de 1998, p. 26.
[17] Carlo Gasbarri, «Chiesa Nuova 1944», publicado por la Strenna dei Romanisti, 21 de abril de 1969, pp. 184-193.
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