» Leyendas Negras » Pío XII y el Nazismo » Los judíos, Pío XII y la Leyenda Negra: Historia de los Hebreos salvados del Holocausto » Capítulo primero.- La caridad cristiana frente a la barbarie nazi.
Y por vestido un hábito de monja
«Ha habido mártires de la fe, que haya mártires de la caridad»,[18] con estas palabras sor María Goglia, ayudada por sus hermanas en religión, de manera especial por sor Valeria Bortone, comenzó su actividad de ayuda a los judíos en el mes de septiembre de 1943. Las Hermanas Compasionistas Siervas de María, respondiendo a la invitación del papa Pío XII, abrieron su casa de Roma, en la Via Alessandro Torlonia, 14, y allí acogieron a sesenta mujeres judías con sus hijas y a veinte familiares de oficiales italianos. Acoger a tantas personas no fue tarea fácil puesto que la escuela, por motivos obvios, debía funcionar con regularidad. Se llenó todo el espacio y así, entre habitaciones y salones, se podría decir que se ocupó cada hueco. «Nuestras huéspedes -recuerda sor Valeria- eran inscritas con regularidad en el registro de la comunidad con el título de hermanas y tenían su hábito religioso para vestirlo en caso de alguna visita no deseada. Ésta tuvo lugar, pero sor María Goglia, reconociendo en el grupo de soldados a un joven de Castellammare, logró que los alemanes sólo requisaran un coche de una familia milanesa, huéspedes nuestros, y no a la señora judía que querían llevarse. Algunos nombres, verdaderos o falsos, eran Ottolenghi, Fiorentino, Di Nepi. Muchos recibían nombres convencionales, como Nueva Italia, porque tenían un negocio con ese nombre, o indicaban a los huéspedes con la habitación ocupada por ellos.»
Después de algunos meses, las familias de los oficiales encontraron otro alojamiento; los judíos adultos, sobre todo los maridos de las mujeres huéspedes de la comunidad de las hermanas compasionistas, fueron acogidos por varias congregaciones eclesiásticas y por los padres Siervos de María de la Piazza Salerno y de San Marcello.
Monseñor Emilio Ruffini, canónigo de San Pedro, ahora con noventa y cinco años, era en 1943 párroco de la Natividad. «En aquel periodo - cuenta monseñor Ruffini- conocí a un comerciante de tejidos judío, un cierto Sonnino, al que le había aconsejado que se viniera a esconder en la Natividad, pero dudó en hacerlo, fue apresado por los alemanes y deportado a Alemania con su familia. Más afortunado fue otro comerciante de telas de Rocca Priora, de quien recuerdo el nombre, Marco, que se presentó con lágrimas en los ojos, suplicándome que le escondiera a él y a su familia. Después se le unieron otros quince judíos, que alojamos en las pequeñas habitaciones sobre la parroquia.»[19]
Para defender a sus huéspedes, monseñor Ruffini había hecho fijar en su puerta un letrero que decía: «Ésta es la casa del papa.» Si los nazis hubieran descubierto cuánta gente se escondía en aquel lugar, los habrían fusilado allí mismo.
Notas
[18] P. Davide Fernando Panella (Benevento), «Schindler cattolici», carta publicada en el Avvenire el 14 de marzo de 1998, p. 24.
[19] Fabrizio Condo, «Ebrei e sfollati nascosti nella cripta», Roma Sette, 31 de mayo de 1998, p. 4.
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