conoZe.com » Leyendas Negras » Pío XII y el Nazismo » Los judíos, Pío XII y la Leyenda Negra: Historia de los Hebreos salvados del Holocausto » Capítulo segundo.- Escondidos en las catacumbas como los primeros cristianos

El testimonio del padre Merlino

Uno de los más fieles colaboradores de la labor caritativa de monseñor Barbieri fue el padre Francesco Merlino, quien contaba que «monseñor Barbieri ha sido para mí un auténtico benefactor. Empezó a hospedar perseguidos de todo tipo en el último piso del edificio de la Via Cernaia, 14, donde había instalado las oficinas de la Enciclopedia Católica Italiana».[13] El padre Merlino era el ecónomo de la Casa de la Sociedad de María (maristas), que se encontraba cerca y debía conseguir' provisiones. Recuerda que salía con un camión destartalado, junto con el hermano Angelo, hacia la zona de Viterbo y precisamente hacia San Lorenzo Nuovo, donde vivían los familiares del hermano Angelo, y allí se cargaba todo bien de Dios, alubias, patatas, aceite, siempre con el permiso de los alemanes, que no imaginaban a quién iban destinados aquellos víveres.

Entre las muchas cualidades de monseñor Barbieri, la más apreciada era su increíble capacidad de multiplicar carnets de identidad falsos, tarjetas de racionamiento y documentos de todo tipo.

El padre Merlino tenía un sobrino inspector en el Poligráfico del Estado, del cual logró obtener, a partir del 25 de julio de 1943, un gran número de módulos de tarjetas que se rellenaban con falsos nombres y falsos lugares de origen, por lo demás devastados por los bombardeos. Se instaló una imprenta clandestina en la biblioteca de los padres maristas, en el primer piso, sobre la sacristía; un dentista polaco llamado Giulio era el encargado; sus colaboradores eran el general Raffaele Cadorna, el padre Merlino y el hermano Aldo Gori. Mientras, un cierto Gino Francia se encargaba de añadir a los ficheros romanos los nombres. Los carnets de identidad que llegaron del Poligráfíco fueron treinta y siete mil, de los que se utilizaron unos veinte mil. También los sellos se editaban clandestinamente.

Fue quizá por esta capacidad por lo que monseñor Barbieri era llamado «el más grande falsificador del mundo». La capacidad organizativa de monseñor Barbieri era impresionante. Cuenta el padre Merlino que una vez consiguió una gran cantidad de telas de hizo que se confeccionaran una multitud de vestidos que después distribuía, o para disfrazar a los refugiados y huidos, o para vestir mejor a los prófugos de la zona de Cassino y de Valmontone. Monseñor Barbieri entregaba todo, incluso sus pantalones y su sotana, a los sacerdotes que huían de las zonas ocupadas. «Un día - recuerda el padre Merlino-, monseñor Barbieri compró a los alemanes un camión entero de arroz y pasta que habían robado de nuestros cuarteles. Eran quince quintales, que yo mismo pagué, tomando el dinero del Banco de Sicilia en la Via del Corso. La cantidad fue proporcionada por el doctor Gualdi, director del Instituto Inmobiliario.» Para ayudar a los necesitados en tiempo de guerra, en un patio de la Via Castelfidardo, donde estaban las monjas, se instaló una gran cocina en la que se distribuían más de seis mil comidas al día. El servicio lo garantizaba el Instituto Inmobiliario, y de ello se ocupaban cinco o seis monjas y un cierto número de chicas y peones.

Por allí pasaban con su tarjeta y su puchero incluso familias normalmente acomodadas. Muchas veces, él mismo o el sacristán cogían las raciones para las más conocidas y las distribuían separadamente.

Un capítulo aparte se debería dedicar a la asistencia que monseñor Barbieri prestó a los niños abandonados y, sobre todo, a los huérfanos y a los que eran víctimas de la guerra. Comenzó esta actividad caritativa con seis chicos, cuyos padres habían sido asesinados en las Fosas Ardeatinas. Puso a disposición de un grupo de señoras caritativas 260.000 liras para que pudieran alojarlos, vestirlos y alimentarlos. Nació así la Obra de la Infancia Abandonada (OIA), que desde 1943 en adelante asistió de quinientos a seiscientos huérfanos, garantizándoles, además de las necesidades vitales, también una educación humana y cristiana.

Debido a sus actividades, monseñor Barbieri corría muchos peligros, como cuando los cuatro hermanos judíos Sabatini tuvieron que ser salvados de manera precipitada, y solamente sorprendieron al anciano abuelo, para después desaparecer en los campos de la muerte, sólo porque se había retrasado en el baño. «Eran momentos peligrosos -recuerda el padre Merlino-. Si hubiésemos sido descubiertos, nos habrían fusilado. Por suerte, nosotros no escondíamos armas, sino sólo cristianos. No hemos querido tener nada que ver con armas, incluso cuando los partisanos insistían para encontrarles un escondite.»

A pesar de sus muchas responsabilidades, monseñor Barbieri no dejó de lado su misión sacerdotal, y así casó al senador Ivanhoe Bonomi, que no era practicante, después de años de convivencia con su esposa.

El padre Merlino ha resumido el pensamiento de monseñor Barbieri con las siguientes palabras: «Era un hombre de gran caridad. Yo hacía grandes sacrificios, y debía hacer un gran esfuerzo para reunir de diversos sitios, de varios conventos, alguna cosa, sobre todo aceite, que era considerado como algo precioso y peligroso porque estaba prohibido transportarlo, y él lo daba todo... Era de manga ancha: de ideas liberales, no había medidas en los deberes humanitarios. Sin embargo, era recto y profundamente enraizado en los principios religiosos. Era un verdadero sacerdote.»[14]

Notas

[13] Ibídem.

[14] Elio Venier, «Il Clero romano durante la Resistenza», extraído de la Rivista Diocesana di Roma, Tipografia Colombo, Roma 1972 p. 108.

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