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Las Hermanas de la Caridad
Las Hermanas de la Caridad, más conocidas como Hermanas de María Niña, tienen una casa en la Via di Sant'Uffizio, justo al lado izquierdo de la columnata de la plaza de San Pedro. El edificio tiene un origen noble y antiguo, y lleva esculpido en muchos lugares el escudo del papa Urbano VIII de los Barberini, que lo hizo construir como villa propia hacia el 1600. Utilizado como edificio escolar, dispone de una hermosa terraza que domina la plaza de San Pedro. También para ellas fueron años terribles, pero no dejaron de desempeñar la caridad que es parte de su carisma. Sor Eugenia Lorenzi, que ha recogido los testimonios de las hermanas de su comunidad, refiere[15] que, a pesar de las garantías de los aliados, los años de la segunda guerra mundial se caracterizaron también en Roma por momentos terribles en los que el miedo, la angustia, el hambre, los peligros y las tensiones marcaban la vida de la escuela. La situación empeoró en 1943, porque tanto las alumnas como las maestras intentaron aliviar el inmenso dolor de los refugiados y prófugos que se presentaban en la puerta del convento.
Resumiendo del diario de guerra de sor Eugenia: «En el primer trienio 1940-1943, ningún peligro parecía amenazar la ciudad... Todos estaban convencidos de que los horrores de la guerra no llegarían a la sede del Vicario de Cristo, cuna de la civilización europea. Pero el 19 de julio de 1943, fiesta de San Vicente de Paula, la situación cambió: un terrible bombardeo se abatió sobre Roma, quedando dañados el barrio de San Lorenzo y el aeropuerto, provocando víctimas, muertos y heridos, y dejando a unas cuarenta y cinco mil personas sin techo... Multitudes de afectados llaman a nuestra puerta, entre ellos veintidós monjas españolas, pidiendo ayuda. Pronto las aulas se convierten en dormitorios, el salón en comedor, la cocina en el centro de gravedad de la casa... Después del bombardeo se han establecido 120 personas en la escuela; entre ellas, judíos perseguidos, personas de alto rango, recomendadas por la Santa Sede, por la misma Secretaría de Estado que, en nombre del papa Pío XII, pedía que acogiésemos a familias o políticos perseguidos...
«Cuando el espacio se llenó, se pensó en abrir una casa en la Via della Camilluccia, donde encontraron asilo más de treinta personas... Dar refugio a judíos significaba exponerse a durísimas penas impuestas por las leyes alemanas y al peligro de una pesquisa por parte de la policía alemana o fascista, cosa que tuvo lugar el 22 de octubre: ocho soldados alemanes con un oficial y un fascista se presentaron en nuestra puerta pero, gracias a la protección de san José, una vez que vieron el documento que declaraba al Colegio de María Niña propiedad extraterritorial de la Santa Sede, debidamente regularizado por el Vaticano y por el alto mando alemán, se retiraron sin oposición. ¡Los refugiados están salvados! Pero con qué miedo...
»El inicio del año escolar 1943-1944 -continúa sor Eugenia- encuentra las aulas ocupadas y los refugiados no piensan buscar otro alojamiento... Por otro lado, no es posible dejar de abrir la escuela... se incumplirían los derechos de equiparación, declarados hace poco. Se ponen en marcha los medios más ingeniosos para llevar adelante las dos tareas: las clases se imparten en horario doble; el gimnasio se transforma en tres aulas cuyo muro de división lo constituyen bañeras alineadas... con qué molestia y... humorismo, se intuye. La situación de Roma se hace más grave en 1944: opresión alemana, falta de recursos, el espectro del hambre, los registros y vigilancias hacen que se piense en pedir a los refugiados que busquen un lugar más seguro... pero de la Secretaría de Estado llega una invitación a abandonar tal decisión, enviando un destacamento de guardias palatinos que se turnan día y noche para defender la casa. Un letrero bilingüe, firmado por el coronel alemán Stahel y por las autoridades vaticanas, indica la extraterritorialidad, lo que implica la exención jurídica de registros y embargos. Un tercer bombardeo, el 1 de marzo de 1944, deja caer seis bombas cerca de la casa, intentando golpear al Vaticano. También en esta ocasión nos protege san José. Ninguna víctima... sólo el ruido de cristales hechos pedazos y tejas que vuelan por los techos... Finalmente, el 2-4 de junio, a través de la Via di Sant'Uffizio,un ininterrumpido ejército de soldados, de cañones, de tanques abandona el Vaticano. El ejército alemán se retira de Roma sin disparar un tiro, mientras entran las tropas aliadas, que son acogidas con un entusiasmo arrebatador. La misma tarde del 4 de junio, desde la terraza, monjas, refugiados y alumnas asisten a un espectáculo inolvidable: un río de gente se dirige a la plaza de San Pedro, aclamando al papa -Pío XII-, que aparece en la ventana bendiciendo y agradeciéndole todo a la Virgen del Divino Amor, la Virgen de los romanos. Después de algunos meses, los queridos huéspedes dejan la casa, tras haber rezado y agradecido a María Niña el haberles protegido y bendecido. Sin embargo, para la comunidad comienza otra época de actividad caritativa, confiada por la Santa Sede: todas las semanas se envían prendas de vestir desde el Vaticano para preparar y enviar a los afectados de las distintas parroquias. Las monjas le echan una mano a la Oficina de Información del Vaticano, preparando miles de mensajes para los prisioneros y pasando a máquina las peticiones de las diócesis de subvenciones para edificios religiosos dañados por los bombardeos. Algunos judíos que han sido huéspedes de nuestra casa y mantenido contacto con la religión católica, sobre todo por la caridad manifestada por ella también a través del papa, dejan ofrendas para la nueva capilla y para el santuario dedicado a María Niña, en Milán, completamente destruido por el bombardeo del 15 de agosto de 1943. Entre ellos está el senador Isaia Levi[16] y su esposa, de religión judía, como confirma una carta del cardenal Gustavo Testa, que se acercan a los sacramentos y desean participar económicamente en la reedificación de la capilla.»
Entre las muchas cartas de agradecimiento por cuanto hicieron las Hermanas de María Niña, impresiona el testimonio de Giacomo Terracina, un judío que perdió a su familia en Auschwitz. Con ocasión del centenario de la fundación de las Hermanas de María Niña, en 1995 Terracina escribió:
«Me alegro al recordar con gratitud la hospitalidad afectuosa que recibí en el terrible invierno 1943-1944, cuando se cerraban tantas puertas para los perseguidos.
»También recuerdo a mis pobres abuelos y a otros familiares arrestados por los nazis en la redada del 16 de octubre de 1943 en Roma y deportados, sin retorno, al campo de exterminio de Auschwitz.
«Recemos por las víctimas y por los verdugos.
»La Biblia nos enseña que es necesario perdonar, pero no absolver.
»¿Qué quiere decir esta sólo aparente contradicción?
«Quiere decir que se debe hacer justicia, pero sin odio. En recuerdo de todos los Justos.»
Notas
[15] Sor Eugenia Lorenzi, Suore di carità, Tipografia Palazzotti, Roma, 1996.
[16] Isaia Levi es el mismo personaje que donó a Pío XII la Villa Giorgina, actual sede de la Nunciatura ante el Estado italiano.
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