conoZe.com » Leyendas Negras » Pío XII y el Nazismo » Los judíos, Pío XII y la Leyenda Negra: Historia de los Hebreos salvados del Holocausto » Capítulo segundo.- Escondidos en las catacumbas como los primeros cristianos

El testimonio de sor Gertrude

Singular es la historia de sor Gertrude, que cuenta: «Algunos se lamentan de la falta de documentos que certifiquen la ayuda que la Iglesia, a través de los obispos, habría dado a los judíos. Por eso me siento en el deber de contar la historia de mi familia. Éramos cuatro: mi padre, mi madre, mi hermano y yo. Habíamos tenido que huir de la Alemania nazi y vivíamos, desde marzo de 1937, en Florencia. Mi padre era pintor y mi madre también era artista y, como tales, fascinados por la cultura cristiana italiana desde su juventud, pensaron que no se podía vivir en Italia sin ser católicos y, por eso, en la Navidad de 1938 fuimos bautizados los cuatro en el baptisterio de San Juan de Dante.[18]

»En 1939, durante la visita de Hitler a Italia -continúa sor Gertrude-, mi padre fue encarcelado como judío alemán, pero sólo durante unos días: en efecto, el bautismo no nos quitaba la "raza", de lo que éramos conscientes, pero no nos habíamos hecho cristianos para escapar a nuestro destino, especialmente yo, por la profunda convicción de que sólo en Cristo la vida humana se sumerge en Dios. Con la ocupación de Italia por los alemanes, justo después del 8 de septiembre de 1943, nos vimos obligados a escondernos. ¿Dónde? Mi padre encontró refugio con una familia modesta conocida: de los dos esposos, él era artesano y ella lavandera, pero de una humanidad y una valentía realmente increíbles. Mi madre pidió ayuda a la curia florentina y el secretario del arzobispo, Elia della Costa, la alojó en un monasterio de benedictinas, puesto que el arzobispo había ordenado a las monjas que abrieran la clausura. Mi hermano era amigo de un seminarista, tenía diecinueve años y el rector del seminario mayor lo escondió en el seminario menor de Florencia, donde permaneció hasta la liberación de Roma. Después, atravesó el frente, y en Roma trabajó en el Vaticano en las oficinas que buscaban a los desaparecidos de guerra, dirigidas por monseñor Montini. Yo, que tenía veintiún años, ya había entrado en el convento en el que todavía vivo hoy, pero sólo era postulante. Pedí a la superiora que me buscara un refugio fuera del convento, porque en el pueblo se sabía que yo era judía y no quería poner a mis hermanas en peligro. La superiora pidió consejo al vicario para las religiosas y él, siempre por orden del arzobispo, me envió primero a un monasterio, pero como no estaba garantizada la seguridad porque se encontraba en plena ciudad, me mandó al mismo monasterio donde estaba alojada mi madre y allí pasamos juntas cerca de diez meses, sintiéndonos atemorizadas y siempre con angustia por nuestros "hombres", el padre y el hermano, de quienes nos llegaban algunas pocas noticias por medio de amigos.»

Cuenta sor Gertrude que «las monjas benedictinas tuvieron una gentileza inmensa. Repartían la poca comida de las tarjetas de racionamiento con nosotras, que no teníamos. La abadesa, consciente del peligro, no nos dejó irnos ni siquiera cuando los alemanes irrumpieron en un convento y deportaron a todas las judías escondidas en él. Nosotras nos podríamos haber refugiado en los bosques, aunque era invierno, para no poner en peligro a las monjas, pero ellas no quisieron ni oír hablar de la idea.

»Si mi familia, después de que los alemanes dejaron atrás Florencia, pudo volverse a reunir, fue gracias a todas estas personas, y es verdad lo que se dice: los fascistas persiguieron a los judíos y los italianos los salvaron; yo añado: la Iglesia los salvó».

Como prueba de la gran ayuda de la Iglesia, sor Gertrude cuenta que, «en los años cincuenta, cuando mi hermano recurrió para conseguir en Alemania una compensación patrimonial, como se prometía a los judíos, se necesitaba un testimonio de nuestras peripecias. Entonces los tres monseñores que nos habían escondido, el secretario del arzobispo, monseñor Meneghello, que ayudó a muchísimas personas, el vicario y el rector del seminario vinieron con nosotros al juzgado para suscribir un testimonio. De mi familia sólo estoy viva yo, pero puedo asegurar que nuestra gratitud jamás ha decaído...».

Notas

[18] Sor Gertrude Steinberg (Florencia), «Nazifascismo, la Chiesa a difesa degli ebrei», carta publicada en Avvenire el 13 de febrero de 1998, p. 24.

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