conoZe.com » Leyendas Negras » Pío XII y el Nazismo » Los judíos, Pío XII y la Leyenda Negra: Historia de los Hebreos salvados del Holocausto » Capítulo tercero.- Una red de asistencia judeocristiana

De Génova a Florencia por toda la Italia ocupada

Cuanto ocurrió en Roma, Génova y Florencia sólo era la punta de un iceberg cuya extensión cubría toda Italia.

En Turín, el punto de referencia era monseñor Vincenzo Barale, que había colaborado con la Delasem. Prosiguió su labor de asistencia hasta que un judío que él había salvado fue hecho prisionero y torturado. Dio su nombre. Para monseñor Barale significó el arresto y la cárcel. Por pura casualidad no fue deportado y se salvó.

«Judíos en los conventos de Milán», titulaba a toda página el Avanguardia del 12 de agosto de 1944, órgano de las SS italianas al mando de Felice Bellotti. El 26 de febrero de 1945, cuando la guerra estaba ya en las últimas, el capitán Giovanni Brutti, comandante de la «Compañía Especial» de la «Guardia Nacional Republicana», escribía a sus superiores: «Se puede afirmar sin peligro de equivocarse que el setenta por ciento de los despreciables israelitas ha pasado por sus (del clero) largas manos para ser salvados por sus rebeldes y bandidos.»[15] Brutti se refería en particular al cardenal Ildefonso Schuster de Milán, considerado el principal enemigo de los fascistas nazis. La labor de asistencia a los judíos del cardenal Schuster comenzó en noviembre de 1938, cuando después de pocos días de la publicación de las leyes raciales, durante la homilía dominical, el arzobispo de Milán condenó la doctrina racista como «una herejía antirromana y anticristiana». «El racismo -afirmó el cardenal Schuster-niega a la humanidad todo otro valor espiritual y se convierte así en un peligro internacional no menor que el del bolchevismo.» Desde entonces hasta el fin de la guerra en 1945, los judíos perseguidos se dirigieron al cardenal, quien, junto al clero ambrosiano, intentó salvarlos a todos. La red subterránea de asistencia abarcaba la diócesis entera. En un interesante artículo publicado en Avvenire se recuerdan «el Instituto de Cesano Boscone, el edificio por donde pasaron más de doscientos judíos en fuga, la parroquia del Sacro Volta de don Eugenio Bussa, donde algunos centenares de niños encontraron un sitio seguro donde ocultarse de la furia nazi, la Casa Alpina de Motta llevada por don Luigi Re, el San Carlo y el Instituto Gonzaga, donde estaba de capellán don Carlo Gnocchi».[16]

Para el resto de Lombardía, el cardenal Schuster dirigía las peticiones de ayuda a don Paolo Liggeri. Pero el 24 de marzo de 1944, los SS alemanes cayeron sobre la casa de don Liggeri y encontraron a once judíos. Don Liggeri fue arrestado y deportado, primero a Mauthausen y después a Dachau. Sobrevivió y volvió a Italia después de la guerra.[17]

Don Piero Folli, párroco de Voldomino de Luino (Varese), medalla de oro de la Resistencia, escondía a los judíos en la casa parroquial y, con la ayuda de personas de confianza, incluso de contrabandistas que conocían la frontera, los llevaba a territorio suizo. Denunciado por un espía, fue recluido en un instituto para discapacitados en Cesano Boscone (Milán), del cual regresó al final de la guerra para morir poco después.[18]

Al menos trescientos judíos fueron salvados por el obispo de Asís, Giuseppe Placido Nicolini, quien había levantado una eficiente red de asistencia junto a don Alcro Brunacci. Este último estaba en estrecha relación con don Federico Vincenti y el arzobispo Mario Vianello de Perugia. En la capital de Umbría se salvaron otro centenar de judíos.

Durante la guerra don Duilio Mengozzi dio refugio en su casa parroquial del Trebbio (una comarca de Sansepolcro, provincia de Arezzo) a muchos refugiados, entre los que estaba la señora Emma Goldshmed, judía de Trieste de setenta y cinco años de edad, de viuda Varadi. La señora permaneció con don Duilio hasta el fin de la guerra mientras que sus hijos lograron llegar a Suiza con la ayuda del mismo sacerdote.[19]

También el profesor Attilio Momigliano, un personaje bastante conocido en el mundo literario, en 1944 encontró junto con su mujer refugio seguro en el hospital de Sansepolcro, pudiendo confiar en la valiente protección del director, de las monjas y del capellán don Mengozzi, que mantenía los lazos con el exterior. El matrimonio Momigliano vivió durante seis meses en una habitación del hospital, sobre cuya puerta se colgó el letrero «tifus» para descorazonar excesivas inspecciones por parte de los alemanes. Cuando el frente se acercó a Sansepolcro, don Duilio trasladó del hospital a los Momigliano y, tras alojarlos en la casa parroquial, los guió sanos y salvos más allá de las líneas alemanas.[20]

Notas

[15] Annamaria Braccini y Davide Parrozzi, «Schuster e l'eresia ariana», Avvenire, 26 de febrero de 1998, p. 23.

[16] Ibídem.

[17] Susan Zuccotti, Olocausto in Italia, Arnoldo Mondadori Editare, Milán, 1988, p. 224.

[18] Domenica Zanin, Benevento, «Schindler cattolici/1», carta publicada en Avvenire el 20 de febrero de 1998, p. 26.

[19] Luigi Andreini (Arezzo), «Schindler cattolici», carta publicada en Avvenire el 19 de febrero de 1998, p. 26.

[20] Ibidem.

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