conoZe.com » Leyendas Negras » Pío XII y el Nazismo » Los judíos, Pío XII y la Leyenda Negra: Historia de los Hebreos salvados del Holocausto » Capítulo tercero.- Una red de asistencia judeocristiana

Los obispos franceses en defensa de los judíos

Lo que ocurrió en Italia es solamente una parte de la labor de asistencia a los judíos perseguidos por los nazis que la Iglesia desarrolló en cualquier parte donde le fue posible. En Francia, por ejemplo, la contribución prestada por la Iglesia y por los católicos a la defensa de los judíos es mucho más vasta de lo que se pueda pensar.

De los documentos recogidos por el padre Michael O'Carroll[21] se extrae que doscientos mil judíos franceses se salvaron gracias a la ayuda de los diplomáticos, los funcionarios de policía y la población, pero sobre todo por las actividades de apoyo de los sacerdotes y de los religiosos católicos. En esta obra de caridad se distinguieron, en particular, el arzobispo de Toulouse, cardenal Julies Gerard Saliège, el primado de Francia y arzobispo de Lyon, cardenal Pierre Marie Gerlier, y el obispo Pierre Marie Théas de Montauban (que llegó a ser después obispo de Lourdes). Por causa de esta actividad, los nazis encarcelaron a monseñor Théas; el cardenal Saliège habría sufrido la misma suerte de no estar tan enfermo, de modo que no podía ser trasladado, y el primado de Francia, Gerlier, se salvó gracias al hecho de ser cardenal y gozar de un amplio apoyo popular.

Otros documentos recogidos por Philip Friedman[22] confirman que el clero francés se rebeló de manera decidida contra las deportaciones de judíos.

El 20 de agosto de 1942, monseñor Saliège, arzobispo de Toulouse, fue informado durante un retiro sacerdotal de que en la región del Alto Garona los judíos eran deportados en masa. Monseñor Saliège, que desde el principio había condenado el antisemitismo y desde el comienzo de la guerra había ordenado a las comunidades religiosas que acogieran a los numerosos judíos refugiados en la región de Toulouse, decidió protestar enérgicamente. Escribió una carta a los fieles para que se leyera en la iglesia durante la misa del domingo en la que, entre otras cosas, decía: «En nuestra diócesis han ocurrido escenas terroríficas en los campos de Noé y Récébédou. Los judíos son hombres, los judíos son mujeres, nada se puede permitir contra ellos, contra estos hombres, contra estas mujeres contra estos padres, contra estas madres de familia. Forman parte del género humano. Son, como muchos otros, nuestros hermanos. Un cristiano no puede olvidarlo.»[23]

El prefecto presionó para que monseñor Saliège retirase la carta, pero el arzobispo rehusó. Entonces el prefecto, tras haber consultado al gobierno de Vichy, telegrafió a todos los ayuntamientos del departamento para prohibir la lectura del mensaje, pero sólo unos pocos se sumaron a la prohibición. El texto de la carta provocó una explosión de cólera en los nazis y el entusiasmo entre los aliados.

Saliège se convirtió en un héroe nacional, pero los nazis no podían aguantar una voz crítica tal y, el 9 de junio de 1944, se presentaron en su residencia para arrestarlo. Monseñor Saliège, anciano, enfermo y con el cuerpo paralizado, no puso pega alguna. Pero la enfermera que lo atendía hizo notar a los dos oficiales la gravedad del estado de salud del arzobispo.

Temiendo la gran popularidad de la que gozaba, los nazis renunciaron a arrestarlo.

Tras la liberación, la Resistencia judía plantó centenares de abetos en la carretera que, desde Jerusalén, lleva a Tel-Aviv, en recuerdo de los judíos que fueron salvados por el cardenal Saliège.

En septiembre de 1942 comenzaron las deportaciones de judíos también en Lyon, y el cardenal Gerlier decidió protestar públicamente. Escribió una recomendación que se leyó en todas las iglesias de la diócesis el domingo 6 de septiembre de 1942: «Las medidas de deportación promovidas contra los judíos -escribió el cardenal Gerlier- suscitan en todo el territorio de la diócesis escenas tan dolorosas que nos vemos en el imperioso y penoso deber de elevar la protesta de nuestra conciencia. Asistimos a una dispersión de las familias en la que nada se tiene en cuenta, ni la edad, ni la debilidad, ni las enfermedades. El corazón se encoge al pensar en el trato sufrido por miles de seres humanos y más todavía si se piensa cuál será su destino. No olvidamos que existe para las autoridades francesas un problema que resolver y valoramos las dificultades que nuestro gobierno tiene que afrontar. Pero ¿quién podrá echar en cara a la Iglesia que confirme, en esta hora oscura, y ante todo cuanto se nos ha impuesto, los derechos inalienables de la persona humana, el carácter sagrado de los lazos familiares, la inviolabilidad del derecho de asilo y las imperiosas exigencias de esta caridad fraterna que Cristo ha enseñado a sus discípulos? Es el honor de la civilización cristiana, y éste debe ser también el honor de Francia, no abandonar jamás tales principios...»

La declaración levantó un escándalo, la prensa filonazi pidió la cabeza del cardenal, acusado de ser un «talmudista delirante», «traidor a su fe, a su país y a su raza», a la vez que testimonios de gratitud llegaban de la Asamblea general de rabinos franceses y de los grandes rabinos de Londres y Jerusalén.

Ante la deportación de los judíos, también el obispo de Montauban, Pierre Marie Théas, ordenó a los sacerdotes de su diócesis que leyeran el siguiente mensaje: «Mis queridos hermanos: escenas de indescriptible sufrimiento y horror están teniendo lugar en nuestra tierra... En París, decenas de miles de judíos son sometidos a bárbaros tratos. En nuestro distrito hemos visto a familias divididas, hombres y mujeres tratados como bestias y deportados. Manifiesto toda mi indignación en nombre de la conciencia cristiana y proclamo que todos los hombres son hermanos, creados por el mismo Dios. Las actuales medidas antisemitas son una violación de la dignidad humana y del sagrado derecho de los individuos y de las familias. Que Dios pueda confortar y fortalecer a quienes son perseguidos.»

A causa de esta carta y de sus actividades de ayuda a los judíos, el obispo de Montauban corrió el riesgo de ser deportado, hecho que impidieron las manifestaciones de apoyo del clero y de la población.

Cartas de protesta similares fueron escritas por el obispo Delay de Marsella, por el obispo Moussaron de Albi y por el obispo Remond de Niza. Una declaración conjunta escrita por el cardenal Suhard, arzobispo de París, al mariscal Pétain decía: «Estamos profundamente afectados por los arrestos en masa y por los tratos inhumanos a los judíos prisioneros en el aeródromo de Hiver.»[24]

Notas

[21] Michael O'Carroll, Pius XII Greatness Dishonoured - a documented study, Laetare Press, Blackrock, Co., Dublin, 1980.

[22] Philip Friedman, Their Brothers Keepers, Holocaust Library, Nueva York, 1978.

[23] Jean Toulat, «Due cardinali di Francia, Due protettori degli ebrei», en Il Papa ieri ed oggi, L'Osservatore Romano della Domenica (número especial monográfico), 28 de junio de 1964, pp. 28-29.

[24] El aeródromo de Hiver se encuentra en París.

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