» Leyendas Negras » Pío XII y el Nazismo » Los judíos, Pío XII y la Leyenda Negra: Historia de los Hebreos salvados del Holocausto » Capítulo cuarto.- Quien salva una vida es como si salvara al mundo entero
Una monja a la que llamar mamá
Emanuele Pacifìci no ha tenido una vida fácil. De niño sufrió el horror del Holocausto. Su padre, Riccardo, rabino de Génova, y su madre, Wanda Abenaim, murieron en Auschwitz. Él se salvó, junto a su hermano Raffaele, gracias a las monjas del Instituto de Santa Marta de Settignano, cerca de Florencia. Enfermo de tuberculosis, pasó varios años en sanatorios. Tras su curación, encontró trabajo y formó una familia, pero el 8 de octubre de 1982 estuvo a punto otra vez de morir, herido de lleno por la bomba que explotó frente a la sinagoga de Roma. Sobrevivió y es, en la actualidad, el presidente italiano de la asociación Amigos del Yad Vashem. Los recuerdos más felices de Emanuele Pacifìci están ligados a la figura de sor Cornelia Cordini, sor Ester Busnelli y don Gaetano Tantalo. Todos recordados en los Justos entre las Naciones.
Cuenta Pacifìci: «En 1943, cuando yo tenía doce años, mi padre fue capturado por los nazis. Entonces, junto a mi madre y a mi hermano Raffaele de seis años, buscamos refugio en Florencia. Fuimos ayudados por el cardenal de Génova, Pietro Boetto, y por el cardenal de Florencia, Elia della Costa, que nos proporcionaron una lista de conventos en los cuales podríamos escondernos. La búsqueda no fue fácil ya que los conventos contactados estaban todos llenos. Tras mucho peregrinar, y ya desesperados, fuimos acogidos por sor Ester Busnelli, que nos abrió la puerta del convento de las franciscanas misioneras de la Piazza del Carmine en Florencia. Pero en el convento sólo podían alojar a mujeres, por lo que mi hermano y yo fuimos trasladados al convento de Santa Marta en Settignano. Pocos días después, los nazis irrumpieron en el convento de sor Ester y se llevaron a mi madre junto a otras ochenta mujeres judías. Fueron deportadas a Auschwitz y ninguna de ellas volvió.»[3]
«Como paja en la tempestad -continúa Pacifici- y ya huérfanos sin saberlo, encontramos alojamiento, comprensión y afecto en el convento de Santa Marta. Recuerdo que todas las noches, antes de irnos a la cama, cada niño debía besar la cruz que las monjas llevaban sobre el pecho. Pero cuando me tocaba a mí, sor Cornelia, sin que nadie se diese cuenta, ponía dos dedos sobre el crucifijo de manera que besase sus dedos y no la cruz. Después me susurraba al oído: "Ahora vete a la cama y reza tus oraciones bajo las mantas." Y esto fue así durante un año. Estoy tan agradecido a sor Cornelia que siempre la he llamado "mamá Cornelia".»[4]
«En 1939, durante las vacaciones -sigue contando Emanuele Pacifìci- mis tíos y yo hicimos amistad con don Gaetano Tantalo, párroco de Tagliacozzo. Don Gaetano sabía leer y escribir muy bien hebreo. En 1943, mis tíos, perseguidos por los nazis, pidieron hospitalidad a don Gaetano, quien con la ayuda de su hermana encontró un refugio seguro a la numerosa familia de los Pacifìci y a la de los Orvieto. Permanecieron encerrados durante nueve meses sin salir nunca. Don Gaetano proveía todas las necesidades. Al acercarse la Pesach (la fiesta judía de la Pascua), el tío Enrico se dio cuenta de que no sabía la fecha exacta. Don Gaetano hizo los cálculos y descubrió que el 14 de nisán (marzo-abril en el calendario hebreo) caía el 8 de abril de 1944. Además, les proporcionó harina para hacer pan ázimo y alguna sartén nueva para poder cocinar. Así, con los alemanes a dos pasos, el tío Enrico y su familia pudieron comenzar el Seder, la ceremonia de la Pascua judía. En la ceremonia participó también don Gaetano. Después de su muerte, los familiares encontraron entre sus cosas una pequeña caja que contenía un fragmento de pan ázimo con el que había celebrado la Pascua judía con mis tíos. Hace poco he sabido que la Iglesia católica ha comenzado el proceso de su beatificación.»
Lia Levi, conocida escritora y durante muchos años directora de la revista judía Shalom, tenía doce años cuando comenzaron en Roma las represalias nazis.
Los padres, a través de la directora de la escuela judía, entraron en contacto con las monjas de San José, que tenían un convento en Casaletto, una zona que estaba entonces en plena campiña. Cuenta Lia que: «La disponibilidad de las religiosas fue inmediata. Se ofrecieron a darnos asilo, en cualquier momento.»[5] Tres hermanas Levi llegaron al convento de Casaletto. Por poco, porque el 16 de octubre de 1943 fue la fecha de la gran redada del gueto y un millar de judíos romanos fueron enviados a los campos de concentración. Después de la redada, aumentó el número de septiembre de 1997; «I funerali di Suor Ester Busnelli celebrati dal Vescovo mons. Gianni Danzi», L'Osservatore Romano, 14 de septiembre de 1997. chicas judías refugiadas entre los muros del convento. «Eramos treinta en una habitación -recuerda Lia- y había otras chicas. Luego, cuando la situación empeoró, llegó también mi madre y la alojaron en una pensión aparte.» Lia Levi ha recordado aquella experiencia en el libro Una bambina e basta. En el convento, las chicas judías se sentían protegidas y respetadas. Las monjas vigilaban. Las religiosas repartieron a las muchachas judías documentos falsos de alumnas que estaban en el sur de Italia. «He guardado hacia las monjas una gran gratitud -confiesa Lia-. Durante muchos años hemos ido a visitarlas.»
Notas
[3] Para conocer más detalles sobre los hechos de la vida de Emanuele Pacifici, véase: Emanuele Pacifici, Non ti voltare - autobiografia di un ebreo, Editrice La Giuntina, Florencia, 1993, y los artículos: Giancarlo Capecchi, «Nazisti nel Convento, drammatico diario di una suora», La Nazione, 5 de diciembre de 1984; «Cornelia, una suora da chiamare mamma», Shalom, núm. 2, febrero de 1997; «É morta suor Ester, angelo degli ebrei. Commosso ricordo di un sopravvissuto», La Nazione, 22 de
[4] Antonio Gaspari, «Quell'odissea trá i chiostri», Avvenire, 19 de febrero de 1998, p. 20.
[5] Marco Politi, «Pio XII ci salvó delle mani di Kappler», La Repubblica, 18 de marzo de 1998, p. 9.
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