conoZe.com » Leyendas Negras » Pío XII y el Nazismo » Los judíos, Pío XII y la Leyenda Negra: Historia de los Hebreos salvados del Holocausto » Capítulo cuarto.- Quien salva una vida es como si salvara al mundo entero

Los judíos salvados junto al cuartel de las SS

«Fue el pontífice Pío XII quien nos ordenó abrir las puertas a todos los perseguidos. Si no hubiera sido por la orden del papa, habría sido imposible salvar a tanta gente.» Quien habla es sor Ferdinanda que, el 17 de marzo de 1998, recibía de la embajada israelí en Roma la medalla de Justo entre las Naciones por haber contribuido a salvar a muchos judíos durante la ocupación nazi de Roma. Sor Ferdinanda ha recibido la medalla en representación del Instituto de las Hermanas de San José de Chambéry, pero insiste en las intenciones de Pío XII y muestra, como confirmación de sus palabras, una carta del secretario de Estado, cardenal Luigi Maglione, enviada a la reverenda madre superiora el 17 de enero de 1944, en plena ocupación nazi. En la carta, el secretario de Estado escribía: «Su Santidad, paternalmente agradecida, implora sobre estos amados hijos las inefables recompensas de la divina misericordia, de manera que, reducidos los días de dolor, les conceda el Señor un sereno, tranquilo y próspero futuro. Entretanto, en signo de particular benevolencia, Su Santidad, admirado por la obra de misericordia que estas amadas Hermanas de San José de Chambéry ejercitan con comprensión cristiana, les envía a ellas y a los queridos refugiados la bendición apostólica.» Cuenta sor Ferdinanda que «todo comenzó en septiembre de 1943 cuando, con muchas dificultades, llegaron a la portería muchos señores y señoras, muchos niños y jovencitas. Eran judíos que, perseguidos y rastreados, buscaban refugio en nuestro instituto. Pío XII había pedido a todas las comunidades religiosas que abrieran sus puertas a estos hermanos perseguidos. Nuestras superioras, confiando en la Divina Providencia, con valentía y amor evangélico, acogieron a los que se presentaban. Así, poco a poco y como mejor se podía, fueron muchos los hermanos alojados y, según su número, las habitaciones, las clases, se transformaban en dormitorios y salas de estar. Recuerdo, entre otras, a Lia Levi, a la señora Ravenna, mujer de un rabino, con dos nietos, la señora Calderoni, la señora Pugliese y tantas otras de quien no se sabía el nombre porque, además de a los judíos, la casa se abrió a algunas familias de militares en peligro».

«Para evitar sospechas -cuenta sor Ferdinanda-, a los niños judíos en edad escolar se les hizo pasar por alumnos regulares. La directora les proporcionó documentos de algunos coetáneos que frecuentaban el instituto antes del estallido de la guerra. Así, las clases se desarrollaron de manera regular. Pero no podíamos estar tranquilas, estábamos siempre en peligro, porque en la cercana Villa Coen, hoy sede del Colegio Mexicano, estaba el mando de las SS. Nuestro instituto estaba en el número 260 de la Via del Casaletto, y el de Villa Coen era el 314. Nuestro jardín limita con el de Villa Coen. Hay que decir, además, que los alemanes pasaban continuamente por las cercanías de nuestro instituto, y con frecuencia venían para pedirnos usar la cocina, un salón con piano para sus tardes de diversión, o exigían platos y vasos para sus reuniones. Un capitán llamado Sigismondo venía con frecuencia para tocar el armonio de nuestra iglesia. Una vez, este capitán cogió del brazo y bromeó con Rosannina, una niña judía que teníamos con nosotros porque no estaba todavía en edad escolar. »Para evitar que descubrieran la identidad de nuestros huéspedes -explica sor Ferdinanda- nos habíamos organizado. Cada vez que los alemanes se acercaban, sor Anastasia Palombi, una rápida y atenta portera, avisaba a todos con signos y palabras acordadas. Seguía un revuelo lleno de miedo.

Las mujeres se transformaban en monjas enfermas en la cama o en trabajadoras en la cocina. Muchas se vestían con un delantal y un pañuelo en la cabeza y hacían como que trabajaban en las labores del huerto. Estas escenas de terror colectivo se repetían también cuando sor Anna María nos advertía que en las cercanías daban vueltas patrullas alemanas para rastrear a judíos y perseguidos. Entonces, por el altavoz, se nos comunicaba: "Los hermanos de sor Guglielmina (que era alemana) se encuentran cerca de nosotros."

»Con la llegada de las tropas aliadas se terminó la guerra y también nuestra aventura compartida con los judíos. Algunos de ellos han vuelto a ver el instituto, y el 15 de noviembre de 1996, Roberto Calderoni, que era uno de los niños refugiados, acudió con dos representantes de la comunidad judía de Roma y nos entregaron un bellísimo documento en recuerdo y reconocimiento de la hospitalidad de aquellos días lejanos.»

En el documento está escrito: «Quien salva una vida es como si salvara al mundo entero», firmado por «La Comisión Judía de Roma a las Hermanas de San José en Casaletto, recordando a cuantos arriesgando su propia vida se prodigaron para salvar a los judíos de las atrocidades nazifascistas».

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