conoZe.com » Leyendas Negras » Pío XII y el Nazismo » Los judíos, Pío XII y la Leyenda Negra: Historia de los Hebreos salvados del Holocausto » Capítulo cuarto.- Quien salva una vida es como si salvara al mundo entero

Los héroes de Asís

El 11 de septiembre de 1977, las más altas autoridades israelíes recordaron la gesta de auténtica caridad ejercida por la Iglesia de Asís durante la ocupación nazifascista de Italia plantando dos árboles y colocando dos placas escritas en hebreo y en italiano en la avenida de los Justos. Como comentario a la noticia, el Jerusalem Post escribió: «El difunto obispo de Asís, Giuseppe Placido Nicolini, que utilizó los conventos de la ciudad para esconder a centenares de judíos durante la segunda guerra mundial, y su principal colaborador, don Aldo Brunacci, ahora prior de la catedral de San Rufino en Asís, serán honrados en una ceremonia en el Yad Vashem en la avenida de los Justos.»

Don Aldo cuenta que el tercer jueves de septiembre de 1943, «después de la acostumbrada reunión mensual del clero que tenía lugar en el Seminario Diocesano, el obispo me llamó aparte a la entrada de la capilla y mostrándome una carta de la Secretaría de Estado me dijo: "Debemos organizarnos para ofrecer ayuda a los perseguidos y sobre todo a los judíos. Éste es el deseo del Santo Padre Pío XII. Todo se hará con la máxima reserva y prudencia. Nadie, ni siquiera los sacerdotes, debe saber nada."»

En el obispado ya funcionaba un centro de asistencia a los refugiados de los países devastados por la guerra, por lo que no fue difícil añadir la obra de asistencia a los judíos. La iglesia de San Francisco era una parada obligada para quien buscaba ayuda en Asís. Los judíos fueron escondidos en el convento de San Quirico, en el Laboratorio de San Francisco, en el convento de las Hermanas Alemanas, en la catedral y en el Seminario Diocesano.

«En ocasiones, no sólo era necesario esconder a las personas - continúa don Aldo- sino también los objetos y vestidos propios del culto hebreo, los libros sagrados y todo debía encontrar un refugio lo más seguro posible. Por eso, junto al obispo benedictino, que sabía de albañilería, excavamos en los subterráneos del obispado y ocultamos los objetos sagrados.»

A pesar de los peligros, riesgos y amenazas, monseñor Nicolini logró que los conventos y las distintas comunidades religiosas alojaran a centenares de judios. Todo lo cual conllevó una actividad clandestina y una organización eficiente.

Como subraya don Brunacci, toda la obra de ayuda se desarrolló con un gran respeto a las tradiciones religiosas judías. «El 8 de octubre de 1943 -cuenta el prior de San Rufino-, se reunió un grupo de judíos de diversas nacionalidades en el monasterio de San Quirico para celebrar la solemnidad del Kippur. Las monjas tuvieron la feliz idea de decorar el comedor y las mesas de fiesta. Cuando los huéspedes se sentaron para su primera comida, después del ayuno, y miraron en torno a ellos no se sintieron extranjeros y comprendieron que en el vínculo del amor habían sido acogidos como hermanos. Fue una jornada de intensa emoción. Una vez logramos dar sepultura a la señora Kelda Feld Clara Weiss de Viena, escribiendo Bianchi sobre la tumba. E incluso los soldados alemanes saludaron al cadáver. Con tal de salvar a los Finzi, una familia judía, monseñor Nicolini hizo que se abriera el convento de clausura de las clarisas coletinas francesas, que era la clausura más rígida de Asís. Piénsese que a pesar de ser el confesor de la abadesa Mère Hélène, una mujer doctorada en la Sorbona, jamás le he visto el rostro.»

Para tener una idea de cuanto se hizo en Asís, resulta relevante el testimonio que Emilio Viterbi, profesor en la Universidad de Padua, dio el 6 de enero de 1947 con ocasión del septuagésimo cumpleaños de monseñor Nicolini.

«Innumerables episodios se podrían citar para iluminar la indefensa y santamente humanitaria acción que el clero de Asís cumplió a favor de los judíos perseguidos, bajo la guía de su obispo, monseñor Placido Nicolini, que con tan gran amor y celo ha seguido la filantrópica voluntad del Santo Padre. Durante la última época de la ocupación alemana, su obispado se convirtió en asilo para una infinidad de refugiados y perseguidos. No obstante, cuando fui a verle para pedirle si en un momento extremo podría alojarme a mí y a mi familia, con su gran sencillez y con su sonrisa bondadosa me respondió: "No tengo libres más que mi dormitorio y mi estudio, pero puedo arreglármelas para dormir en este último. El dormitorio está a su disposición."»

El testimonio del profesor Viterbi se concluye con un agradecimiento: «Todos los judíos de Europa deben un reconocimiento profundo al clero católico por la, en verdad, santa obra de ayuda y protección que se les ha prestado en el triste periodo hace poco finalizado... No nos olvidaremos jamás de todo lo que se ha hecho por salvarnos y lo contaremos a los demás y a nuestros hijos; porque en una persecución que aniquiló a seis millones de judíos sobre seis millones y medio que vivían en nuestro viejo continente, en Asís ninguno de nosotros ha sido tocado. Sea ello ejemplo de la verdadera fraternidad que debe reunir a toda la humanidad.»

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