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La ética nazi: esterilización, eutanasia, cámaras de gas...
La concepción pagana, racista y materialista del Tercer Reich se comprende mejor al analizar las medidas de política social aplicadas por el partido nazi apenas subió al poder. En orden a la higiene de la raza, Hitler pronto sacó leyes que prescribían la esterilización de los deficientes, de los anormales, de los alcohólicos, de los ciegos, de los sordomudos, de los pobres y de todas las personas «racialmente inferiores». Se instituyó «el tribunal para la salud de la estirpe», que tenía poderes absolutos. Sobre la base de la pertenencia a la raza aria, se decidía si se dejaba nacer o se abortaba un niño hasta el sexto mes de embarazo. Para el matrimonio era necesario un certificado de «arianidad» que impedía las uniones con las razas inferiores. También las relaciones sexuales con personas de otras razas se convirtieron en delito que se perseguía penalmente. La discriminación racial no se detenía en la mutilación del cuerpo con la esterilización sino que llegaba incluso a la eliminación física, primero con medidas como la eutanasia y después con los hornos crematorios de los campos de la muerte.
Frente a este horror, la Iglesia opuso una fuerte resistencia.
En 1933, apenas llegó al poder, Hitler promulgó la ley de esterilización genética. En tres años, el régimen nazi esterilizó a 225.000 personas entre discapacitados, esquizofrénicos, epilépticos, ciegos, sordos, alcohólicos y disminuidos.[24] A partir de 1939, Hitler no se contentó con esterilizar a aquellos que «envenenan la pureza de la sangre aria» y comenzó el programa de eutanasia forzada.
La ley alemana sobre la esterilización no encontró mucha oposición entre los países occidentales. Por el contrario, las sociedades eugenésicas de Estados Unidos y Gran Bretaña la saludaron con satisfacción, puesto que los autores alemanes de la ley admitieron que habían reproducido el programa de esterilización en boga en California.
A su vez, las autoridades académicas alemanas dieron doctorados honoris causa a los americanos Leon Whitney, Madison Grant y Harry Laughlin, conocidos por su racismo y por ser dirigentes y miembros conocidos del movimiento eugenésico. Los doctorados se acompañaron de cartas de felicitación escritas directamente por Hitler. Tales manifestaciones de simpatía no suscitaron escándalo en aquella época, porque las teorías raciales estaban muy difundidas, tanto que en 1935 Suecia, Dinamarca, Finlandia, un cantón suizo y varios Estados americanos habían legalizado la esterilización como medida eugenésica.
Mientras tanto, la Iglesia, arriesgándose a una feroz represión, se opuso enérgicamente. La Conferencia Episcopal alemana, reunida en Fulda, respondió rápidamente a la propuesta de ley de esterilización. Para evitar un conflicto abierto, Hitler presentó la ley el 25 de julio de 1933, veinte días después de firmar el concordato con la Iglesia. La ley entró en vigor en enero de 1934. Los nazis buscaron debilitar la oposición católica dando voz a profesores universitarios favorables a la esterilización y, al mismo tiempo, ofreciendo a la Iglesia exenciones para los católicos.
El cardenal de Breslau, Adolf Bertram, pensó escribir una carta pastoral contra la esterilización pero se le aconsejó que no lo hiciera para no sufrir una violenta represión. Entonces se pasó la voz a cada católico para que rechazara radicalmente tal práctica. El cardenal Clemens August von Galen, que por su valentía es recordado como el «León de Münster», el 29 de enero de 1934 expresó públicamente su amargura y sus protestas por la ley sobre la esterilización. La doctrina de la Iglesia estaba expresada claramente en la encíclica de Pío XI Casti connubi, publicada el 30 de diciembre de 1930, en la que se condenaba la esterilización y el control de nacimientos.
Los nazis se enfurecieron y los sacerdotes que se oponían o que hablaban contra la ley fueron castigados y perdieron el derecho de enseñar en las escuelas públicas. Las enfermeras católicas que rehusaron asistir a pacientes a los que se practicaba la esterilización fueron despedidas.
L'Osservatore Romano, entretanto, apoyaba a todos los sacerdotes que se oponían a la ley sobre la esterilización, pero la situación era muy dura para los católicos en Alemania.
El enfrentamiento entre la Iglesia y el nazismo se agudizó cuando el 1 de septiembre de 1939 Hitler anunció el programa de eutanasia con la eliminación de todos los enfermos incurables. El régimen nazi se aprovechó del inicio de la guerra para acelerar los programas de «selección de la raza». El programa seguía directrices eugenésicas, según las cuales, no sólo se eliminaba a los enfermos, sino a todos aquellos que el nazismo consideraba como elementos que podían corromper la raza aria, es decir: incapacitados, enfermos mentales, judíos, gitanos, asociales, opositores al régimen, prostitutas, mendigos, delincuentes, sordos, ciegos, etcétera.
Los pacientes «seleccionados» eran trasladados a manicomios especiales donde eran sometidos a una rápida visita médica, fotografiados y después enviados a las cámaras de gas, disimuladas como duchas, o en furgones donde se introducía el monóxido de carbono del tubo de escape. Los cadáveres eran quemados en hornos crematorios, de cuyas chimeneas, mal proyectadas, se elevaban llamas de hasta cinco metros de altura y que envolvían en una nube de humo tóxico los campos de los alrededores.[25] Los padres recibían la noticia del traslado del paciente, llegado en buenas condiciones, seguida una semana después de una carta sumaria de condolencia que anunciaba su desaparición. La causa de la muerte se imputaba a una de aquellas enfermedades caracterizadas por ausencia de síntomas. Los centros de exterminio tomaban todo tipo de precauciones para ocultar el alto número de muertos: cada uno de ellos tenía una oficina ocupada en falsificar los certificados de defunción, y cada uno empleaba correos para distribuir las urnas de cenizas a las diversas ciudades de la zona. No obstante, el programa de eutanasia se convirtió en un secreto a voces, por culpa de una serie de equivocaciones y errores del personal. El personal de los centros se dejaba llevar por macabros juegos de palabras sobre los fertilizantes de los terrenos circundantes. La gente percibía olor a muerte. Padres tenaces hicieron presión sobre las autoridades para descubrir la verdad, y creció rápidamente la rebelión en toda Alemania.
La protesta comenzó justo después de que el 19 de julio de 1940, Theofil Wurm, obispo luterano de Württemberg, enviara una carta al ministro del Interior, Wilhelm Frick, en la que protestaba por la muerte de algunos enfermos mentales y epilépticos, trasladados de los hospitales a una zona escasamente poblada y, allí, incinerados por razones de salud pública.[26] Quince días después de la carta de Wurm, los obispos católicos presentaron una protesta al secretario de la Reichskanzlei y, a través de él, a Hitler. Siguió otra carta del cardenal Adolf Bertram quien, en calidad de presidente de la Conferencia Episcopal alemana, escribió: «La eutanasia es irreconciliable con las leyes morales cristianas.» Habló de «ilicitud incondicional de tales acciones» que estaban «prohibidas del modo más absoluto», lo que «no es sólo doctrina de fe y de moral de la Iglesia católica, sino convicción de fe y de moral de todos los cristianos.» En la carta, el cardenal Bertram utilizó expresiones como «prohibición incondicional», «insuperable falta de excepciones de la conservación y de la protección de la vida de la persona inocente». El 6 de noviembre de
1940, el cardenal Michael Faulhaber añadió que «los fundamentos inalienables del orden moral y los derechos fundamentales de cada hombre no pueden ser abolidos ni siquiera en tiempo de guerra».[27]
El cardenal Clemens August von Galen, obispo de Münster, pronunció tres homilías contra la eutanasia que se hicieron famosas a nivel internacional. En la más dura de las tres, pronunciada el 3 de agosto de 1941, afirmó sin tapujos: «Jamás, por ninguna razón, un hombre puede matar a un inocente, si no es en guerra y por legítima defensa.» Y prosiguió: «Si se afirma y se acepta el principio según el cual podemos matar a nuestros hermanos "improductivos", la calamidad y la desventura se abatirán sobre nosotros cuando nos convirtamos en viejos y débiles. Si permitimos que uno de nosotros mate a quien no es productivo, la desventura se abatirá sobre los inválidos que han agotado, sacrificado y perdido salud y fuerza en el proceso productivo. [...] Es imposible imaginar qué abismos de depravación moral y de desconfianza general, incluso en el ámbito familiar, llegaremos a tocar si tal horrible doctrina fuera tolerada, aceptada, puesta en práctica. Caerá la desventura para el género humano, y para nuestra nación alemana, si se infringe el santo mandamiento de Dios "No matarás", que Dios nuestro Creador imprimió en la conciencia del género humano desde los inicios de los tiempos.»[28]
La homilía fue reproducida en octavillas, que fueron lanzadas por la RAF (Royal Air Force), sensible al problema desde que la propaganda nazi la acusó de haber bombardeado el manicomio de Bethel. Galen fue pronto imitado por otros sacerdotes. El 2 de noviembre de 1941, monseñor Konrad von Preysing, obispo de Berlín, protestó por las muertes de ancianos e inválidos, recordando que sólo en tres casos es lícito matar, en una guerra justa, en defensa de la patria, cuando el poder civil cree que un malhechor sea nocivo para el bien público, o cuando se es injustamente atacado y por legítima o personal defensa: «Toda otra muerte es un pecado grave, culpa grave, sea que se trate de un niño en el seno de su madre, o de un viejo inválido insano de mente, o de las así llamadas existencias improductivas... Los mandamientos de la ley de Dios dicen claramente: no debes matar.»[29]
Aunque en los ambientes nazis se acariciara la idea de matar al obispo de Münster,[30] el internamiento en los campos de concentración para quien había denunciado el programa de eutanasia se limitó a representantes del bajo clero. La protesta fue tan fuerte que, el 24 de agosto de 1941, Hitler declaró que se había puesto fin al programa de eutanasia. En realidad, el programa continuó en secreto bajo la sigla T-4. Según una estimación interna del T-4, hasta el 10 de septiembre de 1941, habían sido «desinfectadas» 70.273 personas. Sucesivas estadísticas, que consideraban también las personas muertas por otros medios distintos del gas, daban la cifra de 193.251 camas dejadas libres entre las 282.696 reservadas a los enfermos mentales.[31]
Pío XII no dejó de apoyar a los obispos alemanes, asegurando su respaldo y el de la Santa Sede a su valiente denuncia. Al obispo de Berlín, Pío XII escribió: «Te estamos agradecidos, venerable hermano, por las claras y abiertas palabras que has dirigido a tus fieles y a la opinión pública en diversas ocasiones. Pensamos, entre otras, en tus declaraciones sobre la concepción cristiana del Estado, y aquellas sobre el derecho a la vida y a la caridad de todo hombre y, en modo especial, a tu carta pastoral de Adviento sobre los derechos de Dios, sobre los derechos de los individuos y de las familias...»[32]
En la carta pastoral a la que aludía el papa, el obispo de Berlín, monseñor Konrad von Preysing, respondía a las persecuciones contra los judíos afirmando que «los derechos que el hombre posee a la vida, a la propiedad, a la libertad, al matrimonio no deben su existencia al arbitrio del Estado, no pueden ni deben ser quitados ni siquiera a quien no es de nuestra sangre y no habla nuestra lengua».[33]
Junto al respaldo dado a los obispos, Pío XII intentó dar una respuesta doctrinal al programa de la eutanasia. Hacia finales de 1940 ordenó a la Congregación para la Doctrina de la Fe (entonces del Santo Oficio) que emitiera una condena formal y explícita de los homicidios en masa que se estaban llevando a cabo en Alemania en nombre de la pureza de raza. El 6 de diciembre de 1940, L'Osservatore Romano publicó un decreto de la congregación, en el que se condenaba la eutanasia como «contraria al derecho natural y al divino positivo».[34]
Notas
[24] Daniel J. Kevles, In the name of eugenics, Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 1995, p. 117.
[25] Michael Burleigh, Wolfgang Wippermann, Lo stato razziale - Germania 1933/1945, Rizzoli Libri, Milán, 1992, p. 138.
[26] Robert A. Graham, «Il diritto di uccidere nel terzo Reich, preludio al genocidio», LaCiviltà Cattolica, cuaderno 2994, 15 de marzo de 1975, p. 561.
[27] Los textos de las intervenciones están publicados en J. Neuhäusler, Kreuz und Hakenkreuz, Munich, 1946, 2 volúmenes.
[28] Robert A. Graham, «Il diritto di uccidere nel terzo Reich, preludio al genocidio», LaCiviltà Cattolica, cuaderno 2994, 15 de marzo de 1975, p. 569.
[29] «La resistenza dei Vescovi», L'Osservatore Romano della Domenica, número especial monográfico, 28 de junio de 1964, p. 33.
[30] El libro de Rosario Esposito, Graf von Galen Clemens August. Un Vescovo indesiderabile, Edizioni Messaggero, Padua, 1985, pp. 80-82. Recoge algunos pasajes del diario de Rosenberg descubierto en 1948, en el que está escrito: «Tras la victoriosa conclusión de la guerra, el obispo Von Galen debe ser fusilado.»
[31] Henry Friedlander, Le origini del genocidio nazista, Editori Riuniti, Roma, 1997, pp. 40-45.
[32] «La resistenza dei Vescovi», L'Osservatore Romano della Domenica, número especial monográfico, 28 de junio de 1964, p. 33.
[33] Ibídem, p. 34.
[34] Robert A. Graham, «Il diritto di uccidere nel terzo Reich, preludio al genocidio», LaCiviltà Cattolica, cuaderno 2994, 15 de marzo de 1975, p. 565.
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