conoZe.com » Leyendas Negras » Pío XII y el Nazismo » Los judíos, Pío XII y la Leyenda Negra: Historia de los Hebreos salvados del Holocausto » Capítulo séptimo.- La iglesia entre antijudaísmo, «mea culpa» y martirio

Pío XI y Pío XII: la Iglesia contra el racismo

Algunos historiadores modernos tienden a apoyar la tesis según la cual no hubo entre Pío XI y Pío XII una continuidad de oposición a los regímenes nazifascistas. Como prueba de ello se cita la encíclica contra el racismo preparada por John LaFarge bajo encargo de Pío XI y nunca publicada por Pío XII.[43]

En realidad, ambos pontífices, a pesar de tener un temperamento distinto, siguieron una línea de acción coherente con el papel que se espera de la Santa Sede y las condiciones que encontraron. Basta una rápida consulta a la historia de aquella época para descubrir que Achille Ratti y Eugenio Pacelli actuaron de común acuerdo durante un largo periodo de tiempo. Al final de los años treinta, el gobierno de la Santa Sede se movía entre la impetuosidad de Pío XI y la prudencia del secretario de Estado Pacelli. La única diferencia significativa, que ayuda a entender las diferentes posturas, tiene que ver con el conflicto bélico. El papa Pío XI pudo manifestar de forma más abierta ciertas denuncias porque su pontificado se desarrolló en un periodo histórico tumultuoso pero todavía no devastado por la guerra, mientras el reinado del papa Pío XII estuvo condicionado precisamente por el estallido de las actividades bélicas.

Ratti y Pacelli se conocían desde hacía más de veinte años. Eugenio Pacelli, un oficial en la Secretaría de Estado, solía verificar los precedentes históricos de sus análisis en textos de la Biblioteca Vaticana, dirigida por monseñor Achille Ratti.[44] Nació así una respetuosa amistad entre ambos que se mantuvo durante tiempo. En 1930, Ratti, pontífice desde hacía ocho años, nombró cardenal y secretario de Estado a Eugenio Pacelli. Juntos afrontaron los graves problemas que se estaban agolpando sobre el mundo.

Ambos estaban convencidos de la doble amenaza bolchevique y nazi, aunque hacia el final de los años treinta debieron afrontar con valentía la creciente amenaza hitleriana. Mucho antes que los nazis lanzaran la campaña de discriminación contra los judíos, la Santa Sede había denunciado el antisemitismo.

El 25 de marzo de 1928, después de obtener la aprobación de Pío XI, el Santo Oficio decretaba la supresión de la Obra Sacerdotal Amigos de Israel, una asociación que tenía como fin convertir a los judíos, con una declaración que decía: «La Iglesia católica ha tenido siempre la costumbre de rezar por el pueblo judío, que fue el depositario de las promesas divinas hasta Jesucristo... ¡Con qué espíritu de caridad la Sede Apostólica ha protegido siempre a este pueblo contra injustas vejaciones! Puesto que es contraria a todo odio y animosidad entre los pueblos, la Sede Apostólica condena de la manera más decidida el odio contra el pueblo, un tiempo bendecido por Dios, un odio que hoy se acostumbra a llamar con el nombre de "antisemitismo".»[45]

El 13 de abril de 1938, Pío XI hizo que la Sagrada Congregación para los Seminarios y Universidades dirigiera una carta a los rectores y a los decanos de facultad en la que se inducía a todos los profesores de teología a refutar, con el método propio de cada disciplina, las seudoverdades científicas con las que el nazismo justificaba su ideología racista.[46] El 28 de julio de 1938, en un discurso a los miembros del colegio de Propaganda Fide, Pío XI añadió: «Católico quiere decir universal, no racista, no nacionalista, en la acepción separatista de estos dos atributos...

No queremos llevar separación alguna a la familia humana... La expresión "género humano" denota, precisamente, la raza humana. Se debe decir que los hombres son sobre todo un gran y único género, una gran y única familia de vivientes... Existe una única raza humana universal... y con ella y en ella, algunas variaciones... He aquí la respuesta de la Iglesia.»[47]

El 6 de septiembre de 1938, Pío XI afirmó: «El antisemitismo no es admisible. Espiritualmente, nosotros somos semitas.»[48]

En condiciones en las que era más difícil elevar ciertas denuncias, Pío XII tomó muchas ideas que formaban parte del patrimonio cultural del papa Ratti. En el mensaje de radio de la Navidad de 1942, el papa Pacelli afirmó que, entre los postulados erróneos del positivismo jurídico, «hay que reconocer una concepción que reivindica para naciones particulares o estirpes o clases el instinto jurídico como último imperativo y norma inapelable». El papa hizo un vibrante llamamiento a un nuevo y mejor orden social: «La humanidad le debe este voto a los centenares de miles de personas que, sin culpa alguna propia, por razones de nacionalidad o de estirpe, están destinadas a la muerte o a la progresiva desaparición.»[49]

Para comprender mejor la unidad de intenciones y de visión que había entre Pío XI y el cardenal Pacelli, es necesario recorrer los momentos de preparación, redacción y publicación de la encíclica Mit brennender Sorge sobre la situación de la Iglesia católica en Alemania. Cuando se leyó y difundió desde todos los púlpitos de las iglesias de Alemania el 21 de marzo de 1937, el mundo quedó atónito por la enérgica denuncia de la persecución y, no menos, por la cuidada organización que consiguió eludir a la Gestapo.

Cierta historiografía crítica sostiene que Pío XI estaba aislado en su juicio sobre la situación alemana y en la condena del nacionalsocialismo. En realidad, la encíclica fue decidida con el mismo parecer por representantes del episcopado alemán reunidos en torno al papa Ratti y a su secretario de Estado Eugenio Pacelli.[50]

Entre 1933 y 1937, la Santa Sede envió más de cincuenta notas diplomáticas de protesta al gobierno nazi sin tener respuesta. A pesar de haber firmado un concordato con la Iglesia católica, el régimen de Hitler estaba desmantelando las florecientes organizaciones eclesiásticas. En enero de 1937, los cardenales Adolf Bertram, Karl Schulte, Michael Faulhaber y los obispos Von Galen y Von Preysing fueron a Roma para discutir con el papa y el secretario de Estado cómo comportarse frente al régimen de Hitler. Los prelados alemanes pidieron al papa una encíclica. El cardenal Faulhaber fue el encargado de desarrollar los puntos principales en lo referente a la parte doctrinal y pastoral. Desarrolló una cuidadosa labor y la entregó al cardenal Pacelli y al papa. Las primeras palabras de la encíclica eran «Mit grosser Sorge»,[51] cambiadas luego en «Mit brennender Sorge».[52] El encuadre histórico de la encíclica se confió a Pacelli, que en su calidad de ex nuncio era un testigo directo de cuanto había ocurrido en Alemania. A principios de marzo, la tercera redacción de la encíclica fue sometida a la atención del papa, que la aprobó. Algunas páginas del borrador de la encíclica conservadas en el Vaticano muestran todavía las correcciones al margen de Pacelli.

De esta manera, un documento memorable de la historia de la Iglesia alemana llevaba el nombre de Pío XI y era fruto de una total colaboración con su secretario de Estado y el episcopado germano.

Si el cardenal Pacelli estuvo íntimamente ligado a la redacción de la encíclica, le tocó también la tarea de defenderla. El 12 de abril de 1937, Von Bergen, embajador alemán ante la Santa Sede, presentó al secretario de Estado una violenta nota de protesta del gobierno del Reich. En la nota se acusaba a la Santa Sede de una acción política internacional en perjuicio de la nueva Alemania, y se la hacía responsable de la imposibilidad para el gobierno del Reich de observar el concordato. Al mismo tiempo, los nazis lanzaron una violenta campaña de prensa contra la Santa Sede, denunciando la encíclica como un acto criminal contra el Estado nacionalsocialista y el pueblo alemán.

La inquietud fue tal que, con ocasión de la visita de Hitler a Roma el 8 de mayo de 1938, Pío XI se retiró a Castelgandolfo y mandó cerrar los museos vaticanos para impedir que los nazis pusieran el pie en el Vaticano. El papa Ratti hizo saber que «estaba entristecido al ver ondear en Roma una cruz que no era la de Cristo».[53]

Notas

[43] Cfr. George Passelecq, Bernard Suchecky, L'Enciclica nascosta di Pio XI, Editrice Corbaccio, Milán, 1997.

[44] Cfr. Enrico Nassi, «Pio XII e la Shoah: Il papa del silenzio assordante», Storia eDossier, núm. 129, julio-agosto de 1998, Giunti Editore, Florencia, pp. 12-23.

[45] Cfr. George Passelecq, Bernard Suchecky, L'Enciclica nascosta di Pio XI, Editrice Corbaccio, Milán, 1997, p. 100.

[46] Cfr. Documentation Catholique 1938, 579-580. La indicación de este texto se recoge también en el documento de la Pontificia Comisión Iustitia et Pax, «La Iglesia frente al racismo, por una sociedad más fraterna», Ciudad del Vaticano, 1988, p. 14.

[47] Intervención publicada por L'Osservatore Romano, 30 de julio de 1938.

[48] Cfr. George Passelecq, Bernard Suchecky, L'Enciclica nascosta di Pio XI, Editrice Corbaccio, Milán, 1997, p. 155.

[49] Radiomensaje de Navidad de 1942, AAS XXV (1943), 14, 23.

[50] «Il cardinale Pacelli e l'enciclica contro il nazionalsocialismo», L'OsservatoreRomano della Domenica, número especial monográfico, 28 de junio de 1964, p. 12.

[51] Con gran preocupación.

[52] Con apremiante preocupación.

[53] Cft. Giancarlo Zizola, I Papi del XX secolo, Newton Compton Editori, Roma, 1995, p. 42.

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