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Benedicto XV
Benedicto XV (Giacomo Della Chiesa) n. en Génova el 21 nov. 1845, hijo de los marqueses Giuseppe Della Chiesa y Giovanna Migliorati. Comenzó sus primeros estudios en la casa paterna; los siguieron en una escuela privada, y después los cursos secundarios en el seminario diocesano de su ciudad natal. Terminado el bachillerato en el verano de 1871, hubiera deseado seguir el camino del sacerdocio; pero, por deseo de su padre, en otoño del mismo año se matriculó en la Facultad de Derecho de la Univ. de Génova, consiguiendo la licenciatura el 5 ag. 1875 con una disertación sobre La interpretación de las leyes. Sin obstáculos ya para seguir su vocación sacerdotal entró en noviembre de ese mismo año en el Colegio Capránica de Roma, y siguió los cursos de teología en la Pontificia Univ. Gregoriana, sin descuidar los estudios de Derecho canónico, por los que tenía predilección. Celebró su primera misa en S. Pedro el 21 dic. 1878. Entre tanto, del Capránica había pasado a la Pontificia Academia Eclesiástica que prepara a los diplomáticos al servicio de la Santa Sede. En 1881, en el periodo de aprendizaje en la Secretaría de Estado, llamó la atención del entonces secretario para los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, mons. Mariano Rampolla del Tindaro, que, nombrado nuncio apostólico en España, en 1882, le eligió como secretario particular. En Madrid aprendió fácilmente a expresarse en español y, mientras perfeccionaba su formación al lado del nuncio, dedicó todas sus horas libres al ministerio sacerdotal y a la práctica de la caridad. Con ocasión de la epidemia de cólera (1885), se prodigó por los enfermos con generosidad sin límites. Volvió a Roma en 1887. Rampolla, elevado al cardenalato en el consistorio del 14 mar. de aquel año, había llegado a ser Secretario de Estado con León XIII. Oella Chiesa fue minutante de la Secretaría de Estado. Vivía con su familia y ejercitaba con celo su ministerio sacerdotal. Entre tanto, la colaboración asidua con el card. Rampolla desarrolla y profundiza en Della Chiesa sus grandes talentos naturales. En 1901 el minutante es promovido al cargo de Sustituto de la Secretaría de Estado; cargo que conserva durante los primeros cuatro años del pontificado de San Pío X. A Rampolla sucedió en el cargo de secretario de Estado mons. Rafael Merry del Val, que sólo más tarde recibiría el título cardenalicio retirándose aquél, en su calidad de cardenal arcipreste de la basílica de S. Pedro, al palacete, hoy demolido, reservado a quien ostentaba tal cargo, llevando una vida de ascesis y de recogimiento, que no turbaban ni sus viejos amigos; m. el 13 dic. 1913. Giacomo Della Chiesa fue nombrado arzobispo de Bolonia en octubre de 1907. Pío X le consagró personalmente en la Capilla Sixtina, el 22 de diciembre del mismo año. Su espíritu sacerdotal alcanza la plenitud pastoral y se derrama en un ministerio generoso e incansable. Los tiempos eran difíciles: la crisis modernista había originado un clima de inquietud en el mundo eclesiástico. En este ambiente, la promoción de mons. Della Chiesa pareció a muchos algo semejante a un destierro: el sustituto de la Secretaría de Estado era relegado a Bolonia y observado atentamente. El hecho de que, contrariamente a la costumbre, no fuese al poco tiempo elevado al cardenalato, pareció confirmar estas hipótesis. La elevación a la púrpura no llegó hasta siete años más tarde, en el consistorio del 25 mayo 1914, último del pontificado de S. Pío X; le fue asignado el título presbiterial de los S. Cuatro Coronados. Pocos meses después, el 20 ag. 1914, moría Pío X. El cardenal-arzobispo de Bolonia, con los otros miembros del Sacro Colegio, entraba en cónclave el 31 del mismo mes y, la mañana del 3 sept. 1914, el cardenal protodiácono Francesco Salesio della Volpe, anunciaba desde lo alto de la galería exterior de la basílica de S. Pedro, la elección de Giacomo Della Chiesa que, en memoria del otro arzobispo de Bolonia elevado a la cátedra de S. Pedro, el card. Próspero Lambertini, había tomado el nombre de 8enedicto XV. Europa vivía horas dramáticas. El primer conflicto mundial tendía a dilatarse cada vez más. S. Pío X, casi a punto de morir, había pedido a todos los católicos del mundo que hicieran impetraciones públicas para que, «casi obligado por las plegarias de los buenos» Dios acabara con la visión funesta de la sangre. A los cinco días de la elección Benedicto XV abrió su alma, manifestando la amargura y el horror que le habían embargado al dirigir su mirada al pueblo de Dios y a la humanidad. Había nombrado secretario de Estado a un antiguo alumno de Rampolla, el card. Domenico Ferrata, nuncio en Bélgica y cultivador profundo del Derecho, Desaparecido este colaborador en octubre, el Papa llamó para sucederle a otro jurista, el card. Pietro Gasparri. No era casualidad. En su primera Encíclica ( Ad Beatissimi Apostolorum Principis: 1 nov. 1914) se delinearon, en efecto, las primeras orientaciones de su pontificado, que fueron precisándose poco a poco hasta asumir una forma cumplida, casi sistemática. En un mundo dominado y arrastrado por la fuerza, era necesario afirmar el derecho. A finales de aquel mismo mes de noviembre propuso a los beligerantes una tregua navideña; faltó unanimidad en el consentimiento por parte de ambos bandos y no se logró nada. El 24 de diciembre se dolió de ello el Papa dirigiéndose a los cardenales; pero añadiendo que no se resignaba al fracaso: «... Nos parece que el Divino Espíritu nos dice: 'clama, no ceses'.». Eran éstos discursos que los gobiernos en guerra no querían escuchar. Miraban al Papa y pedían su alta intervención, pero para que tomase posición denunciando y condenando. y era una solicitud que procedía de ambos campos. Benedicto XV tomó resueltamente la defensa de los oprimidos por el poder del más fuerte (Alocución consistorial del 22 en. 1915); por la negación de la libertad de los mares (7 mayo 1915); y por las deportaciones de los civiles (4 dic. 1916). Todos comprenden que el Papa condena la invasión de Bélgica, el hundimiento del Lusitania, el trato dado a las poblaciones civiles en los países invadidos por los alemanes. Los aliados desearían que las responsabilidades germánicas fuesen denunciadas y reprobadas pública y severamente; pero el Papa está por el derecho contra quienquiera que lo viole; y mira, más allá de la guerra, a los arduos problemas de la paz, que antes o después, se plantearán a los responsables de pueblos y naciones. Así toma forma y extensión, mientras la Santa Sede está empeñada con todas sus fuerzas en aliviar los sufrimientos de la guerra, el proyecto de una paz fundada en la justicia, sin vencedores ni vencidos; es decir, asegurada por el derecho de gentes y no por las armas. Este proyecto tomará su forma más completa en la nota del 1 ag. 1917 de Benedicto XV a los Gobiernos beligerantes. Este paso, precedido por sondeos diplomáticos discretos, en los cuales se distinguió el aún joven nuncio en Baviera, mons. Eugenio Pacelli, tendía a que se pusiese fin a la «inútil destrucción» y proponía una paz negociada, sin vencedores ni vencidos, fundada sobre seis principios fundamentales: 1) desarme y arbitrio obligatorio para resolver las disputas entre las naciones; sanciones para quien no lo aceptase; 2) libertad garantizada de los mares; 3) condonación recíproca de los daños y de los gastos de guerra; 4) restitución de los territorios ocupados; 5) regulación de las cuestiones territoriales en armonía con las aspiraciones de los pueblos; 6) examen particular de las cuestiones territoriales de Polonia, de los Balcanes y de Armenia. La valiente iniciativa no tuvo éxito. Algunos Gobiernos la acogieron bien; otros con no disimulada hostilidad. Incluso se reprochó al Papa por parcialidad, o por haber desanimado a los combatientes definiendo a la guerra como «inútil destrucción». No se puede excluir que en los Gobiernos británico y francés influyese, además, una cláusula secreta del pacto de Londres que, en mayo de 1915, había comprometido a Italia a tomar parte en la guerra al lado de las potencias aliadas. El Gobierno de Roma había pedido y obtenido (articulo 15 del tratado) que la Santa Sede fuese excluida de toda gestión de paz. Pero sólo hacia finales de 1917 se tuvo noticias de esta cláusula, precisamente cuando los soviéticos, dueños ya del poder, publicaron los documentos secretos existentes en la Cancillería imperial rusa. La exclusión, pretendida y obtenida por el Gobierno italiano, confirmaba lo anormal que era, todavía en 1915, la posición de la Santa Sede a causa de la irresoluta «cuestión romana».
A la acción diplomática, Benedicto XV asoció, intensísima, la de la caridad, dirigida a aliviar los sufrimientos materiales y morales derivados de la guerra. Decenas de millares de prisioneros inválidos fueron intercambiados por los beligerantes; otros prisioneros, gravemente enfermos, fueron asilados en Suiza, tierra neutral; una oficina de información, constituida en el Vaticano, trabajó intensamente para buscar desaparecidos, internados, prisioneros, y por restablecer los ligámenes rotos con las familias de origen. De toda esta acción fue animador el ímpetu apostólico de caridad del Papa.
Como es conocido, al terminar el primer conflicto mundial se constituyó la Sociedad de Naciones, auspiciada por el presidente de los Estados Unidos para asegurar la paz en la seguridad de todos los Estados. Pero no surgió sobre la base, indicada por el Papa, de una paz de reconciliación. El pacto institucional de la Sociedad de Naciones, el Covenant, era parte integrante del tratado de Versalles, es decir, de una paz impuesta con la fuerza, y carecía, además, del requisito indispensable de la universalidad: permanecieron fuera los Estados Unidos, aun siendo los promotores; fueron excluidos en un primer tiempo los países vencidos; la URSS no perteneció durante mucho tiempo. Benedicto XV, que desde el cese de las hostilidades había implorado varias veces más a los hombres y a los responsables de las naciones la reconciliación de las almas, resumió sus amonestaciones en la encíclica Pacem Dei munus pulcherrimum del 23 mar. 1920.
Otros aspectos del pontificado de Benedicto XV merecen ser recordados; no se puede olvidar la promulgación del Código de Derecho Canónico. La codificación, querida por Pío X y dirigida por el card. Pietro Gasparri, fue completada bajo Benedicto XV, que la promulgó con la Constitución Providentissima Mater Ecclesia del 27 mayo 1917. También por orden suya en 1919, durante la conferencia de paz que se realizaba en Versalles, se efectuaron los primeros sondeos cerca de hombres de Gobierno italianos para la solución de la cuestión romana. La guerra, ya se ha visto, había mostrado cuán anormal era la posición de la Santa Sede y cómo su acción había sido obstaculizada por este grave problema, siempre abierto.
Benedicto XV murió, después de breve enfermedad, el 22 en. 1922, ofreciendo su vida como su predecesor por la paz del mundo. Débil de cuerpo, tuvo un gran ánimo, una inteligencia profunda e iluminada, y una esforzada tenacidad.
Sólo en los últimos años los historiadores objetivos comienzan a reconocer, junto con estos dones, su imparcialidad y su previsión profética. Fue hombre de caridad sin límites, hasta el punto de que alguno le consideró pródigo y no siempre prudente; frente al sufrimiento humano, prefería equivocarse por exceso más que por defecto. Una vena constante de humorismo le acompañó en todo su itinerario terreno, y al evocar su bondad noblemente generosa, incapaz de revestimientos, se refieren de él episodios y palabras que le avecinan en nuestra humanidad más como hermano que como padre.
Bibliografía.
E. VERCESI, II Vaticano, il papa e la guerra, Milán 1928; ÍD., Tre Papi, Milán 1928; F. VISTALLI, Benedetto XV, Milán 1955; G. B. MIGLIORI, Benedetto XV, Milán 1955; F. HAYWARD, Un pape méconnu, Benoit XV, París-Tournai, 1955; Benedetto XV: i cattolici e la prima guerra mondiale, en «Atti del Convegno di studio tenuto a Spoleto nei giorni 7-8-9 settembre 1962», Roma 1963, 12-904; G. JARLOT, Doctrine pontificale et histoire, Roma 1964.
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