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El papa que estuvo a punto de venir a El Escorial
Cuando en 1915 Italia rompió su alianza con Alemania y Austria y se unió a los Aliados, el papa Benedicto XV quedó aislado en Roma. El rey Alfonso XIII le ofreció el monasterio de San Lorenzo de El Escorial para que pudiera seguir sus labores pastorales y diplomáticas en busca de la paz.
La unificación de Italia bajo la dinastía Saboya es una historia de invasiones y atropellos. Por medio de Garibaldi y sus mercenarios o por medio de sus tropas, los Saboya atacaron Estados reconocidos internacionalmente, como el Reino de las Dos Sicilias –entonces el más industrializado y rico de la península– y los Estados Pontificios. En septiembre de 1870 las tropas piamontesas penetraron en Roma, defendida por voluntarios católicos de muchas nacionalidades (españoles, franceses, austriacos, bávaros…) y Víctor Manuel II convirtió la ciudad en capital del reino de Italia. El papa reinante, Pío IX, que al poco de ser elegido en 1846 había concedido una Constitución liberal, instituido un Parlamento y abolido el gueto judío, se consideró prisionero en el Vaticano.
Hasta los Pactos de Letrán de 1929 no se solucionó la cuestión romana y el papado no recuperó soberanía territorial ni personalidad internacional. Es decir, el Estado italiano podía cortar el acceso de personalidades y fieles al Papa e incluso detener a éste, ya que era ciudadano italiano y se encontraba en su territorio.
En los años anteriores a la Gran Guerra había dos alianzas enfrentadas: la Entente, formada por Rusia, Francia y el imperio británico, y la Triple Alianza, formada por Alemania, Austria-Hungría e Italia. La guerra estalló en julio de 1914 y todos los aliados entraron en combate, salvo Italia, que declaró su neutralidad.
El Papa busca la paz
Unos días después, cuando ya habían empezado a tronar los cañones de agosto y a desplazarse millones de soldados por sobre las fronteras, falleció Pío X (1903-1914), quien sería el único papa del siglo XX en ser canonizado. El cónclave, que se abrió el 31 de agosto, pudo reunirse gracias a la neutralidad italiana. De los 65 cardenales con derecho a voto participaron 57, entre ellos los purpurados de Alemania, Inglaterra, Francia y Austria. El 3 de septiembre fue elegido Papa el cardenal Giacomo della Chiesa, arzobispo de Bolonia, que tomó el nombre de Benedicto XV.
El nuevo papa tenía una amplia experiencia diplomática, hecho que seguramente pesó en su elección. Entre 1882 y 1887 fue secretario del nuncio en España, monseñor Mariano Rampolla, que le mantuvo como hombre de confianza cuando fue nombrado secretario de Estado por León XIII. Viajó a Viena, participó en el arbitraje entre España y Alemania por la soberanía de varios archipiélagos en el Pacífico y estuvo al frente del departamento de comunicaciones cifradas…
Desde el primer momento, Benedicto XV se volcó en conseguir la paz. Su predecesor, cuando el emperador Francisco José I le pidió la bendición para sus tropas, contestó: «Yo sólo bendigo la paz». El 8 de septiembre, ya elegido papa, calificó la guerra de «flagelo de la ira de Dios». En noviembre Benedicto publicó la encíclica Ad Beatissimi Apostolorum, en la que condenaba la guerra y reclamaba la paz. En diciembre propuso a los combatientes una tregua por Navidad, que desoyeron las autoridades… pero cumplieron los soldados del frente occidental. Su neutralidad entre ambos bandos causó más malestar entre los católicos separados por los frentes que admiración, esperanza o respeto.
El ofrecimiento de Alfonso XIII
Sus esfuerzos toparon con un inmenso obstáculo cuando el Gobierno liberal italiano rompió sus compromisos con Viena y Berlín y se unió a los Aliados. En el tratado secreto de Londres, firmado en abril de 1915, se prometía a los italianos territorios en los Alpes, el Adriático y Turquía. El 23 de mayo Roma declaró la guerra a los Imperios Centrales. Una de las consecuencias fue el aislamiento completo del Papa: se marcharon los embajadores de Baviera, Austria y Prusia, y los funcionarios del Vaticano quedaron sometidos a restricciones de movimientos, censura y registros.
En cuanto se conoció la decisión italiana, el rey Alfonso XIII, hijo de una archiduquesa austriaca y marido de una aristócrata británica, ofreció al Papa el monasterio de San Lorenzo de El Escorial como residencia. El historiador Carlos Seco Serrano encontró el borrador de una de las cartas del monarca al Papa en el archivo del político Eduardo Dato, que desde octubre de 1913 era presidente del Gobierno. El papel en el que estaba escrita tenía como membrete la corona real. Uno de sus párrafos decía:
Como Rey Católico de España, hijo sumiso de la Iglesia y deseoso por consiguiente de que la figura de V. S. ocupe el puesto en el mundo que como Vicario de Cristo en la tierra de derecho le corresponde creo que Vuestra Beatitud debe tomar en consideración mi ofrecimiento del monasterio del Escorial como su residencia durante esta conflagración europea. De esta manera, V. S. estará en contacto con todas las naciones del mundo y podrá sin presiones de ninguna especie influir para que su deseo ardiente de paz sea escuchado sin prevención en todo el mundo.
Las gestiones reales, que aparecieron en la prensa española en esa primavera, implicaron no sólo a Palacio, también al Gobierno y a la embajada.
Como sabemos, Benedicto XV permaneció en Roma y sus trabajos para acabar con la Gran Guerra, a la que llamó «suicidio de la Europa civilizada» y «la tragedia más oscura del odio humano y de la demencia humana», fueron ignorados por los Gobiernos. La guerra sólo concluyó por el agotamiento de los combatientes en el otoño de 1918.
Era improbable que el Papa considerara abandonar Roma, dado el pésimo precedente de las décadas del siglo XIV en que el papado estuvo residenciado en la ciudad francesa de Aviñón.
Germanófilos y aliadófilos
Por otro lado, la presencia del Papa en España habría agravado la división ya existente de la sociedad en germanófilos y aliadófilos.
Los carlistas, separados de su pretendiente, el príncipe Jaime III, que estaba arrestado en Austria debido a su apoyo a los Aliados, estaban dirigidos por el germanófilo Juan Vázquez de Mella. El conservador Antonio Maura, el liberal Romanones y el republicano Alejandro Lerroux eran aliadófilos. Los nacionalistas del PNV y de la Lliga catalana estaban en general a favor de los Imperios Centrales por motivos confesionales y hasta políticos (contra el centralismo francés), mientras que sus cúpulas se dedicaban a los negocios (el naviero Ramón de la Sota, jelkide del PNV, puso sus mercantes al servicio británico, cobrando los fletes, por supuesto, de tal manera que fue ennoblecido por el rey Jorge V en 1921). La influyente masonería estaba con los Aliados, al igual que el generalato, mientras que los oficiales jóvenes admiraban a Alemania por su avance en la ciencia militar y su sentimiento antibritánico y antifrancés. La alta aristocracia española tenía vínculos familiares y comerciales con la inglesa y recurría a París para derrochar su fortuna y comprar productos de lujo. La menguada clase empresarial, dedicada a la agricultura, la minería y la ganadería, prefería el mantenimiento de la neutralidad para mejor vender sus productos a los combatientes.
Según comprobó Seco Serrano, a Dato le llegaron presiones en contra del proyecto de asilo al Papa. Un amigo del político, el escritor Manuel Bueno Bengoechea, le escribió una carta en junio de 1915 en la que, desde una perspectiva liberal, moderada y, por supuesto, desinteresada, acusaba a Benedicto XV de comportarse con «escaso tacto» y añadía, ni más ni menos: «El Papa en España es la guerra civil y la caída de la dinastía».
El pobre Bueno no podía sospechar que la guerra civil en España estallaría sin que interviniese el Papa: fue fusilado por milicianos en Barcelona en agosto de 1936.
En diciembre de 1915 Dato dejó de ser presidente de Gobierno; le sustituyó el conde de Romanones. En junio de 1917 Dato volvió a la presidencia, pero para entonces el proyecto de refugio al Papa ya había sido desechado.
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