conoZe.com » Leyendas Negras » Código Da Vinci » La verdad sobre El Código da Vinci. » La verdad sobre El Código da Vinci (Parte Tercera).- Lo que hay detrás (del velo de la diosa)

Los mensajes secretos de meser Leonardo

El su página web, Dan Brown afirma que ha investigado a fondo la producción artística y las teorías de Leonardo da Vinci. El periodista Matt Lauer entrevistó a Brown en su programa de televisión, en el que se produjo este diálogo:

Pregunta Lauer: ¿Qué porcentaje de todo esto está basado en la realidad, en el sentido de cosas que ocurrieron en realidad? Sé que usted realizó una gran investigación para escribir este libro.

Dan Brown: Absolutamente todo. Todo el arte, la arquitectura, los rituales secretos, las sociedades secretas, todo eso son hechos históricos[28].

Sin embargo, las constantes menciones que en El Código da Vinci se hacen al genio toscano ponen de manifiesto que Brown tiene un conocimiento muy confuso de Leonardo.

Hay un sencillo dato extremadamente revelador de sus equivocadas nociones al respecto. En la versión original en lengua inglesa, Brown se refiere al artista como «Da Vinci», en lugar de Leonardo, o Leonardo da Vinci. Este error es tan obvio que el traductor al español, con buen criterio, ha vertido «Leonardo» en todas las ocasiones que Brown escribió «Da Vinci» (sic). En todas, menos en el título, que delata la escasa familiaridad que adquirió Dan Brown con Leonardo en los dos años de «extensa investigación» y el dudoso provecho que extrajo de su paso por una no identificada Escuela de Arte en Sevilla.

Da Vinci no es el apellido del autor, sino un añadido a su nombre, a imitación de su padre, Piero da Vinci, natural de esa villa toscana, próxima a Prato, y de quien fue hijo ilegítimo. En su época, como en la nuestra, Leonardo era conocido por su nombre de pila, y de forma más oficial, añadiéndole el «da Vinci». El lector angloparlante experimenta la misma extrañeza que hubiera sentido el lector español al encontrarse con frases como «las pinturas de Da Vinci en las que aparece el Santo Grial...». Bruce Boucher, conservador de Arte decorativo y Escultura europeos del Art Institute de Chicago señala con ironía que esa «terminología sugiere falta de familiaridad con la abundante bibliografía acerca del pintor, lo mismo que las referencias del señor Brown a los "cientos de lucrativos encargos del Vaticano". En realidad, Leonardo era conocido por su exigua producción y pasó poco tiempo en Roma. Tampoco, en ese sentido, es fidedigno llamar a Leonardo "notorio homosexual", puesto que pese a las acusaciones contra él cuando era joven, la información sobre su orientación sexual sigue siendo fragmentaria y no permite concluir nada»[29]. En cuanto a los «cientos de lucrativos encargos del Vaticano» sólo hay constancia de que se formalizara una petición de la Santa Sede al genio toscano.

En El Código, Leonardo ofrece enigmáticas claves de la presencia e importancia del ancestral culto a la diosa. Una de esas huellas es la «Divina Proporción» que de alguna forma misteriosa vendría a probar que Leonardo era adorador ecofe-minista y que la realidad entera nos habla a gritos de la diosa. El lector no sabe cómo establecer esa deducción, pero para el personaje Langdon está muy clara y lo mismo les pasa a sus alumnos. Boucher se sorprende: en el libro «nunca se explica de qué manera se establece una relación entre El hombre de Vitruvio[30] y la Divina Proporción, ni en qué obras de arte y de arquitectura fue usada. [...] En realidad, las creencias de Leonardo al respecto distan mucho de estar claras. Aunque pasó por una etapa en la que creyó que la anatomía podría reducirse a una certeza matemática, luego se dio cuenta de que la relación entre las matemáticas y el arte no era directa»[31].

El narrador de El Código dice de Leonardo que era «un bro-mista que [...] incorporaba en muchas de sus obras religiosas símbolos ocultos que no tenían nada que ver con el cristianismo: tributos a sus propias creencias y sutiles burlas a la Iglesia»[32].

En la segunda parte se ha tratado de cómo algunas de las obras que Brown pone como ejemplo de esos «símbolos ocultos» son en realidad magníficos ejemplos de arte sacro, con independencia de la mayor o menor piedad personal de su autor. Veamos ahora algunas otras de esas supuestas «bromas» del toscano.

A) Mona Lisa

Ya se han mencionado en la segunda parte ciertas inconsistencias en las ensoñaciones del profesor Langdon sobre La Gioconda. Su falta de preparación queda también al descubierto cuando Brown afirma que el retrato de Mona Lisa es, en realidad, el retrato de un hermafrodita y que «se han hecho análisis mediante un ordenador tanto del cuadro como de algunos de sus autorretratos [de Leonardo] y se han encontrado similitudes sorprendentes»[33]. Como afirma el profesor Boucher «en contra de la opinión popular, no existen imágenes de Leonardo documentadas con seguridad»[34], de modo que difícilmente se puede cotejar La Gioconda con ninguna imagen del maestro Leonardo. Los pretendidos autorretratos de Leonardo son obras sin título y no hay indicios seguros que hagan pensar que representan al propio pintor.

Generaciones de críticos y de estudiosos de arte han sido incapaces de detectar ningún signo de androginia en Mona Lisa y su opinión constante ha sido que se trata del retrato de la mujer de un ricohombre de Florencia. Esta opinión se vio reforzada tras la publicación en 1991 del inventario de bienes de un ayudante de Leonardo que se realizó con ocasión de su muerte, en 1525. El ayudante, Gian Giacomo Caprotti, tenía entre sus posesiones el famoso cuadro, que a falta de título, queda consignado en la lista con una descripción genérica: Retrato de una dama florentina.

No hay mensaje oculto de complementaridad masculino-femenina, ni del culto a la diosa.

B) La última cena

Cuando termina la lectura de El Código da Vinci bulle en la cabeza del lector la enigmática interpretación que hacen Lang-don y Teabing de La última cena. No en vano, para los personajes del libro esta obra es la máxima prueba de la relación sentimental entre Jesús y María Magdalena. El propio Brown declara que tuvo conocimiento de este sensacional secreto mientras asistía a las ya famosas clases en una innominada Escuela de Arte de Sevilla.

Para Brown, la clave está en que el cuadro refleja el momento de la institución de la Eucaristía, pero en él ¡no se ve ningún cáliz! Sophie miró el cuadro y «vio que todos tenían una copa delante, incluido Jesús. Trece copas. Las copas eran en realidad unos vasos de vidrio muy pequeños, sin pie. En aquel fresco no había cáliz. No había Santo Grial. [...] Un poco raro, ¿no le parece?, teniendo en cuenta que tanto la Biblia como la leyenda establecida sobre el Grial consideran que ese momento es el de la entrada en escena del Cáliz Sagrado. Y resulta que a Leonardo va y se le olvida pintarlo. [...] En realidad, en este fresco se encuentran todas las claves para entender el misterio del Santo Grial. En La última cena Leonardo lo aclara todo». Entonces Sophie pregunta: «¿Este fresco nos dice lo que es el Grial en realidad? -No lo que es. Más bien quién es. El Santo Grial no es una cosa. En realidad es... una persona»[35].

En la segunda parte se ha mostrado cómo los datos bíblicos y de la tradición hablan de que San Juan, el apóstol amado, era poco más que un adolescente en el momento de la muerte de Jesús. En la forma de representarlo en La última cena, Leonardo se atiene a los cánones tradicionales y de su época. La falta de barba, las manos menos curtidas y la túnica de amplios pliegues son argumentos que pueden excitar la fantasía, y aun eso a costa de ignorar el relato del evangelio que Leonardo quiso reflejar, pero no pueden convertir a un adolescente en una mujer. Por si fuera poco, Brown pasa por alto que el meticuloso Leonardo realizaba pormenorizados bocetos de sus obras. De haber consultado el boceto que se conserva de esta obra en el que aparecen singularizados los personajes, hubiera disipado sus neblinosas fantasías, y no le cabrían dudas sobre la identidad masculina de San Juan. Además, si Leonardo hubiera deseado incluir a María Magdalena en la composición, al lado de los apóstoles, cosa que no tiene fundamento, «entonces, dónde está Juan: ¿fue al baño?, ¿salió a ver si llovía?»[36], ¿por qué iba Leonardo a suprimir al apóstol amado? Es inútil continuar.

Pero como nos tiene habituados, según la norma de sus creencias, Brown ha sembrado generosamente el relato de falsedades.

En toda ocasión se refiere a La última cena diciendo que es un «fresco», pero no es el caso. Leonardo pintó este mural con témpera: «a la témpera». Si Brown no es capaz de distinguir una técnica de otra, no demuestra excesiva maestría sobre la materia. Recuérdese aquella promesa del comienzo: «Todas las descripciones de obras de arte que aparecen en esta novela son veraces». Ya.

Más importante aún: los lectores quedan perplejos al observar que en la imagen, efectivamente, falta el Cáliz de la Consagración y se preguntan si no tendrá razón el autor al señalar un enigma oculto... La explicación es decepcionantemente sencilla. El malentendido proviene de que Brown manipula el auténtico motivo que refleja la obra y de que la mayor parte de los lectores ya no están familiarizados con el relato evangélico.

La última cena, la noche del Jueves Santo, fue el momento en que Jesucristo instituye el sacramento de la Eucaristía[37]. En esa cena tiene lugar la primera Misa de la historia, pero también es el momento en que Cristo aprovecha para dar importantes enseñanzas a sus discípulos, consciente de la inminencia de su cruel muerte. Por ejemplo, les lava los pies, enseñándoles la humildad y la obediencia. Cuando un artista pinta el lavatorio de los pies, también está pintando la última cena de Jesús con sus discípulos. En el caso de La última cena de Leonardo, o La santa cena, como también se la conoce, la escena que plasma el pintor no es la de la Consagración ni del Pan ni del Vino. La escena en cuestión sucede después de que Jesús lavara los pies a los apóstoles, pero ¡antes de la institución de la Eucaristía! Es un momento lleno de tensión: Jesús revela que es consciente de su fin y que sabe que uno de los suyos le va a entregar a la muerte: «En verdad os digo que uno de vosotros me entregará. Los discípulos se miraban unos a otros no sabiendo a quién se refería»[38].

Por ese motivo los apóstoles, conmocionados por las palabras de Jesús, se miran entre sí, sorprendidos y atemorizados, preguntándose quién de ellos será el traidor. «De ahí la expresión pasmada de los comensales que, no, no se muestran consternados porque alguien se robó una copa, sino porque hay una serpiente oculta entre ellos»[39]. El Evangelio de San Lucas cuenta cómo «empezaron a preguntarse entre sí quién de ellos sería el que iba a hacer tal cosa»[40].

San Pedro, que era el jefe de los discípulos, sabía que San Juan era el predilecto de Jesús, así que «le hizo señas y le dijo: "Pregúntale de quién habla"»[41].

Ahora tome el lector una reproducción de La última cena y verá cómo reproduce fielmente ese preciso momento. Jesús, con la mirada baja («se turbó su espíritu»[42] al decir esto) ocupa el centro de la composición. A su derecha, dos grupos de apóstoles: tres, que se preguntan entre sí quién será el perjuro, y otros tres, vueltos hacia el Señor, le piden en silencio pero con gestos ostensibles, que les aclare. De éstos, uno dirige hacia sí mismo las manos diciendo «¿Acaso soy yo, Señor?»[43].

A la izquierda de Cristo, están los otros seis apóstoles, entre los cuales, los tres con más relevancia en los acontecimientos de la Pasión (San Juan, San Pedro y Judas, el traidor) ocupan la parte más próxima al Señor. Los otros tres están también captados mientras gesticulan llenos de temor.

Según Brown, en el cuadro, «Pedro se inclinaba amenazador sobre María Magdalena y le ponía la mano en el cuello como si fuera una cuchilla»[44]. En realidad esa mano es la izquierda de San Pedro, que está haciendo una señal en dirección a Cristo después de haber atraído la atención de San Juan. Éste inclina su oído hacia Pedro quien, susurrándole, le solicita que le pregunte al Maestro «de quién habla». Mientras, Judas observa con torva mirada, y escucha la conversación, sin soltar la bolsa.

La mano que asoma por la espalda de Judas es la derecha de San Pedro, y sostiene una espada corta. La misma que un rato después usará para cortar la oreja de Malco, el siervo del Sumo Sacerdote, cuando los soldados vayan a prender a Jesús en el huerto de los olivos: «Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó, golpeó a un siervo del Pontífice y le cortó la oreja derecha»[45]. Para Brown, la mano que sujeta la daga es «anónima»: «Si se cuentan los brazos, esa mano no es de nadie. Carece de cuerpo»[46]. Por más aplomo que ponga en sus palabras, no sobra ninguna mano, como comprobará el lector si observa el cuadro: a la izquierda de Jesús hay seis apóstoles y ¡doce manos!

Uno de los rasgos distintivos del genio de Leonardo era la facilidad para captar sentimientos, temperamentos, estados de ánimo y en general actitudes interiores difíciles de expresar pictóricamente. En esta obra lo logra con maestría: el pesar de Cristo; la indignación, el temor, el asombro de los apóstoles. En particular, capta con finura el carácter de San Pedro y precisamente con los gestos de sus dos manos: impetuoso y consciente del papel de mando que tiene. Es el hombre de acción. San Juan, con su semblante sereno y sus manos entrelazadas refleja al águila de Patmos, al místico, al contemplativo que todo lo abandona en el Señor.

Hay en el texto algunas otras extravagantes interpretaciones del cuadro y de las crípticas intenciones de Leonardo, pero son todas inconsistentes, como deducirá el lector tras examinar las acusaciones más graves. Leonardo es una pieza fundamental de la teoría de Brown. Por supuesto, de haber sido ciertas sus suposiciones, nada demostrarían acerca de Jesús, mil quinientos años después de su paso por la tierra. Pero, no, Leonardo no fue adorador de la diosa, ignoramos si fue homosexual, pero no hay indicios que lo sugieran, y además ejecutó con precisión los temas pictóricos que le encargaron las instituciones religiosas, sin ocultar en ellos mensajes revolucionarios.

El Priorato de Sión

Capítulo 23:

«Langdon suspiró y bajó aún más la voz.

»-Estoy bastante seguro de que tu abuelo era miembro de una sociedad secreta. Una hermandad muy antigua. [...] Se llaman a sí mismos Prieuré de Sion, Priorato de Sión. Tienen su sede aquí en Francia y atraen a influyentes miembros de toda Europa. De hecho, son una de las sociedades secreta en activo más antiguas del mundo».

En El Código da Vinci el Priorato de Sión es una hermandad secreta fundada en 1099 por Godofredo de Bouillón en Jeru-salén. Desde entonces, el priorato se ha dedicado mantener el culto a la diosa y a custodiar las reliquias y los documentos secretos que hallaron los templarios en sus excavaciones bajo las ruinas del Templo de Salomón. Los grandes maestres han sido por lo general notables artistas y hombres poderosos.

Brown parece recibir el tema del Priorato de Sión de una obra de historia ficción publicada en 1982, Holy Blood, Holy Grial[47] (en español traducida como El enigma sagrado). De hecho, Brown homenajea a los autores de aquel libelo al crear la identidad de uno de los protagonistas, sir Leigh Teabing, tomándola prestada de los autores de aquella obra: el nombre de pila lo toma del apellido de uno de ellos, Richard Leigh, y el apellido es un anagrama del apellido de Michael Baigent (Teabing y Baigent tienen las mismas letras, en diferente orden).

Holy Blood, Holy Grial difunde la leyenda esotérica del pue-blecito francés Rennes-le-Cháteau y del cura Bérenger Sauniére (1852-1917), en cuyo homenaje es bautizado el personaje del abuelo de Sophie, Jacques Sauniére, Gran Maestre novelesco del priorato. Esa leyenda, que en vida del mismo Sauniére fue desacreditada como fraude, sigue alimentando la imaginación de numerosas cabezas, que todavía están buscando los fantásticos tesoros que supuestamente halló el buen párroco excavando en su iglesia. Entre los tesoros encontrados por Sauniére habría varias genealogías que confirmarían la tesis de que los merovin-gios sobrevivieron a Dagoberto II. El cura comenzó a llevar una vida de lujos y a gastar grandes sumas de dinero, lo que aumentó la leyenda e hizo pensar que había encontrado un gran tesoro. En realidad parece probado que se dedicaba a actividades lucrativas incompatibles con su ministerio y por esa razón el obispo de Carcasona lo suspendió a divinis en 1911, impidiéndole ejercer sus funciones sacerdotales hasta su muerte.

Pero el libro de Baigent, Leigh y Lincoln inserta también la historia de un Priorato de Sión, de la descendencia de sangre de María Magdalena y de Jesucristo, y de cómo esa descendencia puede llegar hasta hoy. El libro no aporta una sola prueba, pero adopta el tono solemne del que revela un gran secreto, lo que causó gran sensación entre el público. Es exactamente el mismo tono de El Código da Vinci y la misma falta de pruebas. El único atisbo de prueba lo hacen al mencionar el «descubrimiento, en la Bibliothéque Nationale de París, de unos papeles que pasaron a conocerse como Les Dossiers Secrets»[48]. Según Brown, «catalogados bajo el código 4 º lm1 249, los dossieres secretos habían sido autentificados por numerosos especialistas, y confirmaban de manera incontrovertible lo que los historiadores llevaban mucho tiempo sospechando: entre los Grandes Maestres del Priorato estaban Leonardo da Vinci, Botticelli, Isaac Newton, Victor Hugo y, más recientemente, Jean Cocteau, el famoso y polifacético escritor parisino»[49].

La realidad es bien distinta, como nos podemos temer. Los dossieres secretos no sólo no han sido «autentificados por numerosos especialistas», sino que ningún historiador serio los considera: tan manifesta es su falsedad. Por cierto que esos sensacionales Dossiers Secrets son unos burdos folios mecanografiados, sin ningún valor ni antigüedad, de los que el propio priorato se desvinculará más tarde.

Aunque sí existió una institución llamada Priorato de Nuestra Señora de Sión -un grupo de canónigos encargados de custodiar la Iglesia de Santa María de Sión, en Jerusalén-, estos canónigos no guardaron ninguna relación particular con los Templarios, como querría Brown. En 1219, los soldados del sultán de Damasco arrasaron la Iglesia de Santa María y los canónigos que sobrevivieron se trasladaron a Sicilia, donde la comunidad continuó hasta el año de 1617, cuando se integró colectivamente en la Compañía de Jesús[50].

«La pretendida resurrección del priorato fue, ya en pleno siglo XX, el 7 de mayo de 1956, que es la fecha en la que se registran sus Estatutos como Asociación. [...] No habiendo existido en fechas anteriores, difícilmente podía morir y luego renacer»[51]. En esta complicada trama, totalmente falsa, además de la falta de pruebas existen datos que apuntan claramente al fraude. Los Dossiers Secrets recogen una supuesta genealogía de Grandes Maestres, el último de los cuales es Pierre Plan-tard, pero el anterior a él, hasta su muerte, en 1962, es supuestamente el literato Jean Cocteau. Sin embargo, en los estatutos que se presentaron en 1956, no aparece la firma de Cocteau y sí aparece la del tal Pierre de Plantard, «empleado como delineante en los establecimientos Chanovin»[52].

El asunto del Priorato de Sión es el resultado de un cóctel explosivo: pensamiento irracionalista, esoterismo, un cierto legitimismo monárquico, antisionismo y necesidad de notoriedad social, factores todos que obsesionaban a un individuo llamado Pierre Plantard. En realidad él no se sumó abiertamente a las tesis de la sucesión de sangre de Jesucristo. Él quería reivindicar su ascendencia merovingia y obtener un cierto reconocimiento en ambientes esotéricos.

Plantard nació en 1920 y antes de fundar el Priorato de Sión participó desde muy joven en asociaciones esotéricas y antijudías. Desde que fundara en 1956 el Priorato de Sión, y a lo largo de su azarosa vida, modificó varias veces sus pretensiones en relación con el priorato. Al principio sostuvo firmemente la tesis de la fundación por Godofredo de Bouillón. Pero años después, en una carta «a todos nuestros Hermanos» (los supuestos miembros del priorato), fechada el 6 de julio de 1989 se desdijo oficialmente: «Por fin he podido concluir las investigaciones sobre el origen del Priorato de Sión. He podido acabar con una "mitología" de falsos Grandes Maestres con los que se pretendería formar una cadena que llegara hasta la Orden del Temple, ¡e incluso hasta Jesús! El Priorato de Sión es reciente, ya que las actas encontradas en Barcelona prueban su creación en 1681 en Rennes-le-Cháteau, lo que queda muy lejos de la desaparición de la Orden del Temple en 1314»[53].

En 1990, Plantard, muñidor y organizador, alma y cuerpo del priorato, escribe: «Nunca he pretendido ser un descendiente directo por la línea masculina de Dagoberto II, ni pretendiente al trono de Francia, como no he pretendido nunca ser descendiente de Jesús. Todo eso son engaños de escritores, cuya motivación era y sigue siendo generar beneficios financieros provenientes de la venta de libros o de la realización de películas. [...] Si alguien puede reclamar ser descendiente de Segisberto IV en línea directa sólo puede ser Otto de Habsbur-go, y nadie más»[54].

Es decir, para 1990, Plantard ya no pretendía ser descendiente directo de Segisberto, pero sí seguía manteniendo que lo era por vía indirecta. Aún mantenía que corría por sus venas sangre merovingia, pero había desacreditado sus anteriores reclamaciones. Todo esto sucedió años después de la publicación del fantasioso Holy Blood, Holy Grial, pero ¡trece años antes de la publicación de El Código da Vinci Dan Brown sostiene en su libro todas las teorías que el propio inventor, Plantard, había desechado ya.

Todas esas retractaciones no fueron las únicas humillaciones por las que había de pasar monsieur Plantard. En 1993, el juez Thierry Jean-Pierre se encargó del caso de la muerte de Patri-ce Pelat, un íntimo amigo de Francois Mitterrand.

Pelat, implicado en un escándalo financiero, se había suicidado. La relación de Plantard con la investigación es grotesca. Plantard había dimitido como Gran Maestre el 10 de julio de 1984. De forma curiosa, en la carta de dimisión, fechada el día 11 de julio, Plantard menciona por primera vez haber sido «iniciado» en el priorato por el sacerdote Francois Ducaud-Bourget, en 1943. Daba la extraña y conveniente coincidencia de que don Ducaud-Bourget había fallecido el 12 de junio, apenas un mes antes de esta revelación.

A Plantard le sucede al frente de la organización, supuestamente, Philippe de Chérisey, quien muere el 17 de julio de 1985. En la documentación del priorato, es precisamente Roger-Patrice Pelat quien aparece como siguiente Gran Maestre...

Pero la primera mención a su gran maestrazgo sucede en
la revista oficial del priorato, Vaincre, en la edición de junio de 1989, en la que se afirma que hasta el 6 de febrero de ese mismo año Pelat había sido Gran Maestre del priorato. Extra ñamente también, Pelat se había suicidado el 7 de marzo de 1989... Tres meses antes de que su nombre aparezca por primera vez en los elencos públicos del priorato. Plantard afirma que la organización le pidió que retomara su dirección el 9 de marzo. Es precisamente durante este segundo mandato cuando Plantard revisa algunas de las tesis que hasta entonces había sostenido el priorato, como se ha mencionado más arriba. En ese período Plantard y el priorato se desvinculan de Philippe Toscan, autor de los fraudulentos Dossiers Secrets -tan valorados en El Código-, acusándole de haber confeccionado aquellos documentos bajo la influencia del LSD e incluso de haber sido arrestado por ello ni más ni menos que en 1967. El priorato desautoriza las teorías expuestas en Holy Blood, Holy Grial, como «productos de la imaginación».

Como dice Paul Smith, por entonces «fantasías completamente nuevas sustituyeron a las viejas, y toda la estructura del mito relacionado con la fundación del Priorato de Sión tuvo que modificarse también»[55]. Ya no había sido fundado en 1099, sino en 1681. Concretamente, el 17 de enero.

Así las cosas, el juez Jean-Pierre ordena detener a Pierre Plantard para que declare sobre su relación con Patrice Pelat, supuesto sucesor y antecesor suyo como Gran Maestre y cuyo suicidio trataba de aclarar. Plantard estuvo detenido durante 48 horas y cuando tuvo que declarar ante el juez, «admitió que él se lo había inventado todo»[56].

«Tras ordenar un registro de la vivienda de Plantard que tuvo como resultado un montón de "documentos del priorato" en los que se señalaba a Plantard como el "verdadero Rey de Francia"', el juez Thierry Jean-Pierre se convenció de que Pierre Plantard era un chalado inofensivo y lo dejó en libertad, no sin antes darle una severa reprimenda por sus "juegos"»[57].

Plantard murió el 3 de febrero de 2000, en París.

El priorato fue la locura megalómana de un inadaptado, locura que adquirió notoriedad gracias a autores que pretendieron darle una credibilidad sin ningún fundamento y sacar provecho económico de ella.

Notas

[28] De la página web www.danbrown.com. La entrevista tuvo lugar el 9 de junio de 2003, en el programa The Today Show, de la cadena norteamericana NBC.

[29] Bruce Boucher. «Does 'The Da Vinci Code' Crack Leonardo?». New York Times. 3 de agosto de 2003.

[30] Grabado de Leonardo que según Brown revela la importancia de la «Divina Proporción» en la naturaleza.

[31] Bruce Boucher, art. cit.

[32] Capítulo 8.

[33] Capítulo 26.

[34] Bruce Boucher, art. cit.

[35] Capítulo 55.

[36] Rodrigo Fresan. «La sonrisa de Dan Brown». Buenos Aires. 2004, p. 12.

[37] Mt 26, 21-25; Mc 14, 18-21; Lc 22, 21-23; Jn 13, 18-30.

[38] Jn 13,21-22.

[39] Rodrigo Fresan. Art. cit.

[40] Lc 22, 23.

[42] Jn 13, 21.

[43] Mt 26, 22.

[44] Capítulo 58.

[45] Jn 18, 10.

[46] Capítulo 58.

[47] Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln. Holy Blood, Holy Grial. Nueva York. Dell Publishing. 1983.

[48] Capítulo 48.

[49] Ibídem.

[50] Robert Richardson. The Priory of Sion Hoax. www.alpheus.org. Primavera de 1999.

[51] Luis Miguel Martínez Otero. El Priorato de Sión. Barcelona. Ediciones Obelisco.2004, p. 30.

[52] Ibidem, p. 97.

[53] Luis Miguel Martínez Otero. Op. cit, p. 98.

[54] Paul Smith. Pierre Plantard and The Priory of Sion Chronology. www.priory-of-sion.com

[55] Paul Smith, art. cit.

[56] Ibidem

[57] Ibidem.

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