» Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » Introduccion » §1.- Posibilidad y Valor de la Historia de la Iglesia
II.- Profundizacion de la Imagen de la Iglesia
1. La historia de la Iglesia es un medio apropiado para conocer más a fondo la esencia del mensaje cristiano y la Iglesia.
Cuando vino el Mesías, sus discípulos no comprendieron que tenía que padecer y morir y, cuando llegó la hora temida, creyeron perdida su causa; cuando Jesús volvió al Padre, las primeras generaciones cristianas creyeron que vendría en seguida a realizar el juicio final; cuando el primer día de Pentecostés fue fundada la Iglesia, muchos estaban convencidos de que la Iglesia sería una comunidad integrada sólo por santos y que el pecado jamás volvería a tener poder sobre sus miembros: el desarrollo histórico, recorriendo caminos muy distintos, ha venido a demostrar que aún no se había captado el significado completo de las palabras de Jesús. La historia de la Iglesia ha venido a ser una pedagoga, que hace entender la predicación de Jesús y su creación: la Iglesia.
La historia de la Iglesia ayuda, pues, a formarse un concepto justo de la Iglesia. Su más específica aportación a este respecto consiste en impedir una falsa espiritualización (espiritualismo) y la consiguiente volatilización de la realidad «Iglesia». Dicha historia muestra más bien, primero, que la Iglesia tiene un cuerpo, que es visible, superando así la falsa distinción entre una Iglesia «ideal» y otra «real» (haciendo asimismo entender que sólo hay una Iglesia, que es a un mismo tiempo institución divina y fruto del crecimiento histórico: Iglesia invisible, que sólo se puede captar por la fe, e Iglesia a la par visible y comprobable); y, segundo, preserva de una falsa visión de la santidad de la Iglesia. Esta santidad es objetiva; no excluye la pecaminosidad de los miembros y jefes de la Iglesia ni disminuye por causa de la misma.
Por este lado, y con toda claridad, la historia de la Iglesia remite a ese concepto sin el cual es imposible lograr una fructífera inteligencia e interpretación de la historia, a la felix culpa, a la culpa dichosa. El contenido fundamental de este concepto viene a decir que en los fenómenos históricos (personas, sistemas, acciones) error y culpa no equivalen a absurdo histórico, sino que pueden llegar a tener un hondo sentido según el plan salvífico de Dios y de hecho, a partir del pecado, con frecuencia decididamente lo tienen. Este concepto expresa el reconocimiento del Dios viviente en la historia. Responde a la afirmación agustiniana de que cuanto sucede en el tiempo es de Dios. Toma en serio la idea cristiana de la providencia. El error sigue siendo error; la cizaña, cizaña; el pecado, pecado; unos y otros son la antítesis reprobable de lo anunciado por Dios. Pero la voluntad salvífica de Dios gobierna el mundo y hace que incluso el error de los hombres sea útil para su santo designio.
2. Las enseñanzas del NT exigen inequívocamente la unidad de la Iglesia (Jn 17,21ss; Ef 4,5). La inmensa mayoría de la cristiandad ha vivido con esta conciencia hasta la Edad Moderna. Quienes se apartaban de esa unidad eran considerados como desviados de la doctrina verdadera (herejía, sectas, § 15) y tratados de acuerdo con la palabra del Señor: «Y si no hace caso ni siquiera a la Iglesia, considéralo como un pagano» (Mt 18,17).
Ni siquiera la gran escisión de la cristiandad a raíz de la Reforma del siglo XVI destruyó del todo este concepto. El proceso se consumó al consolidarse la separación y con la sucesiva y al parecer irremediable multiplicación de las escisiones (sobre todo a partir del siglo XVIII). También la filosofía moderna, con su destrucción del concepto de verdad objetiva y con su relativismo, ha tenido un influjo decisivo. Mas hoy, incluso en la cristiandad no católica, se vuelve a reconocer expresamente que la escisión en varias Iglesias está en abierta contradicción con la voluntad del fundador de la Iglesia.
Esta unidad implica que la verdad prometida a la Iglesia por su fundador sólo puede estar plena y objetivamente en una Iglesia. El católico cree y afirma que esa Iglesia es la católica romana. Ello no quiere decir en modo alguno que en ella se halle suficientemente expuesto el depósito de la fe en toda su plenitud, amplitud y libertad, y menos aún que se lo haya apropiado subjetivamente de una manera perfecta en todos los casos. La historia de la Iglesia demuestra lo contrario.
Pero la posesión objetiva de la verdad por parte de la Iglesia católica está garantizada, en el plano del análisis histórico científico, por una prueba directa y otra indirecta.
Prueba directa: la Iglesia católica es la única que, a pesar de no pocas pérdidas y muestras de agotamiento, ha mantenido en todo lo esencial la línea de desarrollo establecida por Cristo y los apóstoles. Ella sola, en especial, ha conservado plenamente el ministerio obligatorio y vinculante en conciencia, tal como lo tuvieron y ejercieron los apóstoles (§ 18). La evolución de la Iglesia primitiva no lleva a la Reforma, sino al Tridentino, que, por otra parte, no ha de entenderse como conclusión, sino como mera etapa del camino de la Iglesia católica[2].
Prueba indirecta: si la Iglesia católica no es la Iglesia fundada por Jesucristo, resulta que las diversas Iglesias cristianas no católicas son, en todo lo esencial, sucesoras legítimas de la fundación de Jesús. Esto implicaría: 1) la negación de la unidad de la Iglesia; 2) que en la Iglesia de Jesús podrían darse cosas abiertamente contradictorias (cf. las diversas opiniones sobre la persona del Señor, sobre el nacimiento virginal, sobre el sacramento del altar); 3) presupondría que la Iglesia fundada por Jesús, inmediatamente después de su partida, habría caído en errores sustanciales, en contra de su promesa; 4) significaría que la cristiandad entera habría estado equivocada en lo esencial desde los años 50-60, aproximadamente, hasta 1517.
La unidad de la Iglesia no significa que los no católicos bautizados en Cristo y creyentes en él, y otro tanto los paganos, no pertenezcan a la Iglesia una. La doctrina sobre la voluntad salvífica universal de Dios, sobre el Logos spermatikos, sobre las viae extraordinariae gratiae (caminos extraordinarios de la gracia), sobre la distinción (no muy feliz) entre pertenencia plena y parcial, ofrecen la base conceptual necesaria para desarrollar ulteriormente esta idea fundamental de la Iglesia católica[3].
3. La historia de la Iglesia es uno de los mejores instrumentos para hacerse cargo de la riqueza y la verdad de la fe católica, fe que no sólo ha satisfecho a tantas personalidades de todos los tiempos y lugares, tan grandes y tan diversas entre sí, sino que las ha impulsado a insuperables empresas en todos los niveles elevados de la vida.
Como miembro de la Iglesia, el católico siente la necesidad natural (que en cierto modo se convierte en un deber para el católico culto) de conocer la vida de la familia sobrenatural a que pertenece. Siente también esta necesidad como hombre moderno, pues la cultura actual del Occidente, aunque a menudo sea hostil o extraña a la Iglesia, en su óptima parte se basa en el cristianismo y en gran medida ha sido creada por la Iglesia. Europa es cristiana en sus raíces gracias a la Iglesia.
4. El estudio de la historia de la Iglesia constituye una eficaz apología de la misma. Esto es evidente en lo que respecta a sus grandes tiempos, figuras y empresas heroicas. Pero también es verdad con respecto a las variadísimas y graves taras que encontramos en la historia de la Iglesia. Porque: 1) estos fallos tienen un profundo sentido religioso y cristiano por cuanto significan la misteriosa continuación de la pasión de Jesús por parte de la Iglesia. Llevan al cristiano a conocer su propia situación: la del siervo inútil y pecador (Lc 17,10) que sólo se mantiene por la fuerza de la gracia de Cristo; le enseñan continuamente que, exceptuando el núcleo esencial, la Iglesia es también Iglesia de pecadores; 2) la Iglesia ha encontrado siempre, a menudo en las situaciones más difíciles, fuerzas para reformarse a sí misma y llevar a sus miembros a nuevas cimas de vida religiosa y moral. Esto es un signo evidente de que en ella no opera sólo la fuerza humana, sino también la gracia divina (la prueba más vigorosa en este sentido es sin duda la reforma católica de los siglos XVI y XVII); 3) esta idea es legítimo desarrollarla hasta el extremo de afirmar que tal vez la prueba más impresionante de la divinidad de la Iglesia estriba en que toda la pecaminosidad, debilidad e infidelidad de sus propios jefes y miembros no han conseguido destruir su vida. El Medievo tardío constituye un documento impresionante en favor de esta tesis.
Con esto queda claro que semejante «apología» no puede consistir de ningún modo en encubrir tendenciosamente las taras de la historia de la Iglesia. Esas taras son reales y enormes. Según las fuertes palabras de Newman, la misma verdad se encontró en una situación comprometida por culpa del papa Honorio (§ 27); y Alejandro VI, como representante legal de Jesucristo, sigue planteando hoy problemas de conciencia a más de un cristiano. Pero desde que Jesús fue condenado como malhechor y maldito y en la cruz pudo sentirse abandonado del mismo Dios, no es nada fácil poner límites a su agonía en la vida de su Iglesia.
Si mostramos honestamente las deficiencias (al menos aquellas que pueden comprobarse con seguridad) podemos justamente esperar que los adversarios de la Iglesia, o los que tienen otras creencias, escuchen y se fíen de lo que decimos cuando describimos los aspectos positivos de la Iglesia y asimismo acepten nuestro rechazo de doctrinas contrarias a la Iglesia con la seriedad que corresponde a una opción de conciencia científicamente probada y madurada.
Esta actitud fue prescrita por el fundador con la exigencia radical de hacer penitencia.
5. Para salir airoso de semejante tarea es del todo preciso que el estudioso tenga la interior libertad cristiana. «Cristiano» dice tanto como verdad y amor, ambos en inseparable unidad. Sólo el conocimiento fecundado por el amor, esto es, por el entusiasmo, llega al punto más íntimo de las cosas. Mas el conocimiento amoroso sólo puede tener por objeto una realidad. Así, pues, para conocer la verdad (sobre todo en la historia de la Iglesia) son necesarios el entusiasmo y la crítica, el amor y la veracidad. La actitud general ha de ser un entusiasmo desapasionado. Esto no significa en modo alguno frialdad o escepticismo; es más bien la plenitud del amor, porque lo es de la verdad. Es un optimismo auténtico, cristiano, realista, alejado de todo entusiasmo fanático y estéril. Sólo tal apología es duradera y útil para la causa sagrada de la santa Iglesia. Sólo ella ayuda a llevar la cruz, que nunca puede faltar en el cristianismo.
Jesucristo, su naturaleza, su vida, su pasión, su resurrección y su predicación resumen todo el mensaje del Padre a la humanidad. La historia de la Iglesia por él fundada debe narrarse tal como en realidad se ha desarrollado, no de otra forma. El valor o el juicio de este desarrollo depende naturalmente de la medida en que éste se haya mantenido fiel al mensaje del Padre en Jesucristo.
6. Todo estudio histórico corre un grave peligro: propende a tomar como reproducción objetiva de la totalidad de la historia lo que puede captar en las fuentes conservadas (leyes, escritos, monumentos arquitectónicos, etc.). La vida del verdadero pueblo, de la masa, pasa entonces fácilmente a segundo plano. Este reduccionismo peligroso, inadmisible, puede darse también en la historia de la Iglesia. La doctrina y actuación de la jerarquía y de los teólogos están la mayoría de las veces relativamente bien documentadas, mientras que la fe y sus repercusiones en los otros miembros del pueblo de Dios lo están muy poco o no lo están en absoluto.
Ahora bien: la plenitud de la verdadera fe en la masa de los miembros de la Iglesia es evidentemente lo que, junto con el ministerio y los sacramentos, constituye la realización del reino de Dios en la tierra. Y dado que mucho, tal vez la mayor parte de esta realización, yace en el anonimato, bajo el imperceptible cambio de los cuadros históricos, y permanece desconocido en sus detalles, resulta como consecuencia importante que sólo conocemos una pequeña parte de lo que constituye la vida histórica de la Iglesia. Toda historia es más rica que su rostro visible. Lógicamente, esto es aplicable en mucho mayor grado a la historia de los misterios de Dios en el mundo.
7. Lo que es válido para la historia política, lo es también para la eclesiástica: hay que captarla pensando; lo cual supone interpretar, juzgar y valorar. Es preciso poner de relieve el distinto significado de cada persona y de cada hecho. La mera yuxtaposición de hechos aislados es sólo un paso previo, o bien conduce a un historicismo relativista y a. la consiguiente negación de la verdad absoluta.
La plenitud y la riqueza de la historia de la Iglesia, aun manteniendo la distancia crítica, deben ser proclamadas vivamente, para interpelar e invitar al individuo. Porque es cierto que la historia se mueve en el pasado, pero no es simplemente pasado: se nos acerca viva, bien porque nos ofrece tesoros que verificar, bien porque nos exige realizar mejor y con mayor pureza tareas históricas que en su tiempo no se resolvieron satisfactoriamente. Esto es aplicable a la historia en general. Para la historia de la revelación salvífica, que nos compromete vitalmente, tiene, como es natural, un alcance mucho mayor, incluso en lo negativo. También en la historia de la Iglesia se da el hecho básico de los desarrollos negativos e interpretaciones erróneas, hasta con repercusión universal. Estos han de ser expuestos como tales, con toda claridad. Quien renuncia a exponer la verdad y a distinguirla de lo falso, puede que describa con tonos positivos fenómenos que se dicen cristianos, pero no escribe historia de la Iglesia de Cristo.
Notas
[2] Para el conjunto, cf. las distintas tesis de la más reciente exégesis protestante, que ya en Lucas constatan el sentido «católico».
[3] Una síntesis clásica de esta fe nos la ofrece Agustín: «¿Cuántos de aquellos que no nos pertenecen son, sin embargo, nuestros, y cuántos de los nuestros se hallan fuera?».
Del director
- Islandia: primer país sin nacimientos Síndrome de Down, el 100% son abortados
- 9 cosas que conviene saber sobre el Miércoles de Ceniza
- Juan Claudio Sanahuja, in memoriam
- Trumpazo: la mayoría de los católicos USA votaron por Trump (7 puntos de diferencia)
- Mons. Chaput recuerda y reitera en su diócesis la necesidad de vivir la castidad a los divorciados que se acerquen a la Confesión y la Eucaristía
- Cardenal Sarah, prefecto para el Culto Divino, sugiere celebrar cara a Dios a partir de Adviento
- Medjugorje: Administrador Apostólico Especial. Por ahora no parece.
- Turbas chavistas vejan y humillan a seminaristas menores