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§49.- Las Cruzadas

Con la reforma gregoriana despertó la conciencia cristiana y eclesiástica de Occidente en toda su plenitud. Y en la figura de Gregorio VII, que dominó y determinó toda la época, tal conciencia alcanzó la cima de la vida eclesiástica. Así, ya pudo aprestarse a producir por sí misma nuevas obras cumbres en todos los campos de la vida: la sociedad caballeresca se puso por entero al servicio de la idea de las cruzadas; al mismo tiempo, san Bernardo configuraba un nuevo tipo de piedad personal, como fruto del nuevo concepto del ideal monástico de los cistercienses; el espíritu de Occidente comenzó a expresar la plenitud y armonía del patrimonio cristiano-eclesial en la primera Escolástica y en el gótico primitivo. Se anuncia la época de esplendor de la Edad Medía.

1. En el movimiento de las cruzadas convergen las energías del papado universal con las de una gran parte de la caballería occidental. Toda Europa vive una eclosión al servicio de una gran idea.

a) A una con la auténtica veneración de las reliquias (y estrechamente relacionada con ella), la piedad occidental ya se había manifestado muy tempranamente en el ansia de visitar los Santos Lugares. En el siglo XI se multiplicaron las peregrinaciones a Tierra Santa. Hasta entonces, a pesar del mahometismo imperante (dominio de los árabes desde el año 637), los peregrinos y los cristianos de Palestina apenas habían sido molestados, mas ahora comenzaron a oírse fuertes quejas. En el año 1071 Jerusalén había sido conquistada por los seléucidas turcos. Mas cuando los mahometanos fueron expulsados de Sicilia por Roger, hijo de Roberto Guiscardo (cf. § 48, 8), y la reconquista española obtuvo sobre los moros la victoria de Toledo (1085), la presión enemiga sobre Constantinopla se hizo tan fuerte, que pareció que se iba a superar la fatídica separación de la Iglesia oriental y la occidental: Alejo I (1081-1118), emperador bizantino, al que entonces se le levantó la excomunión, pidió ayuda a la Iglesia latina (cf. § 48, 9). El sentido religioso despertado por la reforma y la conciencia (de poder) eclesial victoriosamente expresada por Gregorio estimaron la situación como una ignominia. El acceso a los Santos Lugares prohibido para los cristianos: ¡esto era un asunto que afectaba a todo el Occidente! Y se planteó el problema de una acción militar. Se hubiera debido pensar que su solución competía exclusivamente al emperador. Pero no fue así. Nada pone más de relieve el cambio de la situación, nada nos muestra mejor dónde residía ahora la verdadera fuerza vivificadora y dominadora del Occidente que el hecho de que el papa se pusiera a la cabeza del movimiento de las cruzadas.

b) El papa Urbano II (1058-1099), antiguo gran prior de Cluny, segundo sucesor de Gregorio VII, quiso llevar a la práctica el programa de las cruzadas planeado por éste. Lo logró cuando el excomulgado Enrique IV quedó políticamente impotente por la sublevación de su hijo y por las monstruosas acusaciones de su segunda mujer (adúltera).

Occidente se enteró de la llamada de auxilio del emperador romano de Oriente en el sínodo de Piacenza (1095). En el sínodo de Clermont (1098), donde nuevamente se habló de las investiduras, de la simonía y del matrimonio de los sacerdotes y donde también se promulgó la «Tregua» Dei (§ 45) como ley general de la Iglesia, la iniciativa del papa obtuvo la indiscutible jefatura de Occidente, reactivando la conciencia general cristiana en favor de los Santos Lugares de Oriente. En un arrebatador llamamiento anunció la «Cruzada»[31] para liberar Tierra Santa de manos de los infieles. La expedición, así lo anunció el papa, debería ser una expiación de la cristiandad mancillada por el robo, el asesinato y la opresión. Esto supuso un enorme cambio de rumbo de los instintos naturales desordenados hacia una meta mucho más alta. Dado que aquí se había establecido un solo objetivo y un solo adversario, el movimiento de la cruzada se convirtió también en una obra de instauración o de revitalización de la unidad del Occidente cristiano. Urbano concedió una indulgencia plenaria (= remisión total de toda penitencia aún no cumplida por pecados confesados). Este llamamiento, propagado de ciudad en ciudad por los delegados del papa (como el belicoso obispo Ademar de Puy) o por otros predicadores populares (como Pedro de Amiéns, que representa más bien el elemento espiritual), halló, como en Clermont, por ejemplo, un eco insospechado.

2. El mismo papa nombró el comandante en jefe del primer ejército, es decir, ejerció las funciones imperiales, puesto que Enrique IV y Felipe de Francia se hallaban entonces excomulgados (Felipe por un asunto matrimonial). Desgraciadamente, los preparativos fueron absolutamente insuficientes; se contentaron con un increíble minimum de organización (después de señalar el lugar de reunión, todo lo demás se dejó en manos de los particulares). Los primeros en ponerse en marcha fueron los campesinos; la mayoría pereció en el camino, después de haber provocado en su excitación al atravesar los territorios renanos sangrientas persecuciones de judíos. Sólo llegaron hasta el Asia Menor los que iban al mando de Pedro de Amiéns, pero allí fueron aniquilados por los seléucidas[32].

Los caballeros alcanzaron su meta pasando por Constantinopla (donde prestaron el juramento feudal al emperador Alejo). Desgraciadamente, las fuentes contemporáneas no permiten ningún género de duda sobre el hecho de que los conquistadores del Santo Sepulcro, al tomar Jerusalén, derramaron a raudales sangre inocente (julio de 1099); no perdonaron a mujeres, niños ni ancianos, siempre que se tratase de «infieles». Cierto es que, aparte de crueles asesinatos y saqueos, también nos informan de obras de piedad, penitencia y viva fe. Estos informes, sin embargo, son tan poco diferenciados que resulta difícil establecer si de hecho (y en qué medida) a los saqueos y asesinatos siguió una conversión interior.

En Jerusalén, Godofredo de Bouillon fue elegido príncipe del Santo Sepulcro. Ya antes, durante la marcha por el Asia Menor, habían sido fundados los estados cruzados de Edesa y Antioquía. Luego surgió Trípoli. Todas estas fundaciones tuvieron muy corta vida.

Así, pues, la primera cruzada no dejó de tener consecuencias políticas, pero fueron de escasa duración. Esto vale para todas las cruzadas. Tras el fracaso de otro gran intento en el año 1101, no hubo ningún impulso más hasta mediados del siglo. El predicador de la cruzada fue entonces el hombre más fascinante de Occidente, Bernardo de Claraval. La participación fue cien por cien europea, bajo la dirección militar de Luis VII de Francia y Conrado III de Alemania. Este último, sin embargo, no tomó parte hasta que, acosado por la fuerte presión moral del animoso abad de Claraval, dejó a un lado sus muchas reservas, que no dejaban de estar harto justificadas. Porque esta que se dice segunda cruzada resultó una terrible catástrofe.

Debido a la conquista de Jerusalén (1187) por el sultán Saladino, se organizó la tercera cruzada bajo el mando de Federico Barbarroja, Felipe Augusto y Ricardo Corazón de León; fue una empresa grandiosa, pero en el fondo inútil. La cuarta, iniciada por el gran Inocencio III, llegó, contra la voluntad del papa, hasta la conquista de Constantinopla. Pero lo más lamentable de esta cruzada fue el gran papel que en ella desempeñaron sobre todo los intereses comerciales venecianos. Los cruzados intervinieron de entrada en las discordias de la dinastía bizantina y repusieron en el trono a Isaac Angelos (suegro de Felipe de Suabia), a quien su hermano había derrocado y dejado ciego. Tras su asesinato y el de su hijo, los latinos, bajo la dirección de Balduino de Flandes, fundaron absurdamente el llamado Imperio latino[33]. Con ello quedaron completamente destruidas las esperanzas del papa en una unión con los griegos.

Quien mayor éxito tuvo fue, al parecer, Federico II, el cual, en 1228, excomulgado por el papa, consiguió por medio de negociaciones que le fuese cedida Jerusalén, donde él mismo se coronó rey en el 1229.

Los esfuerzos del santo rey Luis IX de Francia (en 1250 y 1270) lo único que le reportaron fue el cautiverio y la muerte (en Túnez).

A todo esto, en el año 1212 había tenido lugar la tragedia de la cruzada infantil, en la que perecieron multitud de niños franceses y alemanes en su marcha hacia Tierra Santa.

Tras una lucha cuajada de enormes pérdidas a lo largo de dos siglos, en el año 1291, con la pérdida definitiva de la tantas veces conquistada Akkón (San Juan de Acre), volvió a caer en manos musulmanas la última posesión cristiana en Oriente. Por fin, el choque directo con el Islam[34] había llegado, y se fracasó. Sin embargo, las cruzadas, no sólo como expresión de la esencia medieval, sino por sus repercusiones sobre Occidente, figuran entre los sucesos más importantes de la historia medieval.

3. Aunque en la génesis de las cruzadas intervino toda una serie de causas político-temporales[35] las cruzadas deben considerarse ante todo como un fenómeno religioso de base eclesial-universal.

a) La historia de su origen, la persistencia de semejantes movimientos de masas y en parte también su desenlace son una prueba clara de su carácter religioso[36]. Decir que las cruzadas nacieron por la voluntad de los papas de extender su poderío en Oriente es un simple desconocimiento, aparte de su represión en España, en el sur de Italia y en las ciudades primero, de los hechos y, segundo, de los presupuestos psíquicos del obrar humano. Ya hemos reconocido que la idea de poder fue codeterminante del programa papal de esta época, pero especialmente en los siglos XI y XII se trató de un ideal de carácter eclesiástico-religioso, no de una categoría de la política de poder. Jamás la idea de poder de unos individuos habría podido durante dos siglos hacer salir de sus casas y hogares hacia tierras extrañas a innumerables multitudes de diversos pueblos -a los que, por lo demás, debido a la dificultad de las comunicaciones, malamente podían llegar las órdenes dimanadas de una dirección central-. Eso solamente puede lograrlo el entusiasmo por un ideal religioso. Tercero: el movimiento de las cruzadas no pudo afirmarse porque, a pesar del heroico, casi inimaginable impulso de su fe, discurrió sin ningún orden previo ni posterior; murió por debilidad interna, en cuanto en el siglo XIV se hizo más débil el entusiasmo religioso medieval, y en la medida en que en las mismas cruzadas los objetivos políticos pasaron a primer plano.

Cuarto: el núcleo religioso, si se exceptúa el período inicial, se hace particularmente evidente con Bernardo: la pérdida de la tierra de Dios ha conmovido profundamente a los hombres; la cruzada es una oferta de la infinita misericordia de Dios a la humanidad pecadora, la oferta de luchar por él y verse así libre del pecado. Naturalmente, nos hallarnos aquí, como en el caso de sus irreales promesas de victoria (¡tan apodícticamente presentadas!), ante un profetismo «inspirado», no susceptible de comprensión racional; y lo mismo sucede con su sobrehumana reacción ante la enorme aflicción que la fracasada cruzada por él predicada causó a los pueblos, reacción que se pone de manifiesto en su trágicamente heroica exclamación: «¡Benditos sean tus juicios, Señor!».

b) Las cruzadas, naturalmente, también ponen de manifiesto desde una nueva perspectiva cuán profunda fue en el Medievo la implicación de lo espiritual en lo temporal y cuántas dificultades acarreaba esto a lo religioso. Occidente, en cierto sentido, se había convertido finalmente en una sola cosa, y lo esencial de esta unidad era cristiano-eclesiástico; así, toda obra realizada en pro de este organismo, el Occidente cristiano, entraba en el ámbito del proceso cristiano de la salvación. Consiguientemente, se llegó a la convicción de que cualquier acción guerrera en favor de esta cristiandad era meritoria para la bienaventuranza. Las llamadas a la lucha contra los eslavos equiparaban sin más este esfuerzo con una ayuda a la «Iglesia necesitada» y con una «guerra de Cristo», con lo cual uno «salva su alma». Hasta las empresas de mera colonización se valoraban religiosamente (comparándolas directamente con Mt 19,27 y con la pregunta de Pedro allí formulada). Algo más tarde, las expediciones a la Alemania oriental también se equipararon con las cruzadas de Palestina, en su efecto de remisión de los pecados.

c) Pero ahora hemos de preguntarnos seriamente cuál fue la esencia de este tan celebrado fenómeno religioso. Es preciso distinguir claramente entre la autocomprensión de entonces, de la cual ya hemos hablado repetidas veces, y una valoración basada en el evangelio.

A los contemporáneos les parecieron las cruzadas una empresa «divina», en modo alguno humana. Siguiendo concepciones veterotestamentarias, los cruzados se identificaban a sí mismos con el «pueblo elegido» y sus jefes eran comparados con Moisés y Aarón. Por muy extraño que pueda parecemos, los cruzados entendieron su decisión como un auténtico seguimiento de la cruz. El que caía en la guerra santa, moría como testigo de Cristo y podía contar con la gloria de los mártires[37]. El movimiento se nutría también de la idea de la propagación misionera: es preciso quebrantar la fuerza que aún le queda al demonio y a la infidelidad para que el «Reino de Dios y la Iglesia» abarque todo el mundo.

En realidad, las cruzadas acusan todo el lastre de los graves problemas de la piedad específicamente medieval y de la excesiva vinculación de lo religioso a lo material y temporal, de lo que ya hemos hablado.

Más aún: existe una tensión inmanente, incluso una cierta oposición entre la religión del amor y del crucificado, por una parte, y, por otra, el intento de difundir y hasta imponer esta religión con los medios del poder externo, con la espada. Porque las cruzadas, por desgracia, fueron las «guerras más crueles y más sangrientas de la Edad Media», una contienda que según nuestros conceptos actuales podríamos calificar de guerra mundial. Se vio implicada casi toda Europa, gran parte de Asia occidental y grandes regiones del norte de África. La guerra santa de la cristiandad fue un paralelo de la guerra santa del Islam. «El odio contra los enemigos de la fe apenas fue condenado, incluso a menudo era fomentado por los sacerdotes... Se vivía en plena entrega a lo sangriento de la tarea... El pensamiento de alcanzar el cielo mediante acciones sangrientas...» se hizo algo vivo (Von Ruville).

Y esta tergiversación de valores figuraba en el programa de la jerarquía eclesiástica. Lo que nosotros hemos reconocido como expresión del poder pontificio, carga sobre los papas una grave responsabilidad ante la historia y en el crecimiento del reino de Dios. Nos hallamos ante los mismos defectos que, no obstante toda su grandeza y fuerza histórica, tuvimos que constatar restrictivamente en el ideal pontificio de la alta Edad Media. El movimiento de las cruzadas, inspirado y dirigido por los papas, adolece de una depravación interna similar. Si anteriormente habían sido los reyes y los emperadores los agentes de la «misión de la espada», ahora era la misma Iglesia la que en una empresa claramente ofensiva reclamaba el derecho de la espada (gladius materialis), el «derecho al derramamiento de sangre».

El mismo ideal caballeresco (que naturalmente también incluye la alta estima de la fuerza corporal) quedaba aquí ampliamente sobrepasado (Huizinga). Ya desde un principio, y posteriormente de forma lamentablemente creciente y aterradora, influyeron también los más diferentes motivos terrenos (a menudo muy poco nobles). Por esta razón la cuarta cruzada fue en la práctica una repugnante tergiversación de la gran idea de las cruzadas. Estas anomalías, cuyos «pacientes» solían ser los cristianos orientales, contribuyeron no poco a aumentar la aversión del cristianismo oriental por el occidental y a hacer incurable la escisión de la Iglesia.

Miradas las cosas desde este punto de vista, el fracaso de las cruzadas no se debió sólo a fallos político-estratégicos y a la parálisis de las fuerzas religiosas, sino que este debilitamiento también lo provoco una necesidad objetiva: el ideal cristiano-espiritual de las cruzadas no era capaz de vivir por sí mismo. El «viacrucis con la espada en la mano» y bajo la dirección de la jerarquía adolece de una contradicción interna en que hombres con la mejor voluntad podían incurrir por error, pero que nosotros no debemos tomar a la ligera. El intento de erigir el Regnum Christi et Ecclesiae con la espada no correspondía a la íntima ley de vida del reino de Dios a nosotros prometido e inicialmente dado. Esta contradicción interna aparece también harto clara en la última fase: mientras Jerusalén (1244) se pierde definitivamente y los mongoles paganos amenazan los confines orientales del imperio, el papa (Inocencio IV) manda predicar la «cruzada» contra el emperador (Federico II).

Religiosamente fructífera y, al mismo tiempo, peligrosa fue la inundación de Occidente con reliquias de Palestina y Constantinopla. El culto de las reliquias se practicó entonces de forma morbosa y, con harta frecuencia, indiscriminadamente. También los efectos remotos sobre la formación de corrientes subcristianas en la piedad popular, tanto eclesial como privada, a finales de la Edad Media fueron tristemente muy fuertes (por ejemplo: los cataros).

d) El papado no nacional (y eventualmente el emperador como representante del Imperio romano-cristiano universal) fue el supremo jefe de las cruzadas; pueblos de todo el Occidente tomaron parte en ellas bajo el mando de sus príncipes; la auténtica tropa de choque de toda la empresa fueron los caballeros de Occidente; la caballería era universal tanto por sí misma como por las fundaciones de órdenes de caballería directamente motivadas por las cruzadas. Pero hacia finales del siglo XIII la comunidad cultural de Occidente, unitaria, supranacional, universal comenzó a disolverse. Y esto también sustrajo a las cruzadas la base de su existencia.

La disolución del Imperio carolingio había ido poco a poco transformando la autodefensa armada del individuo en una característica componente de la época (§ 41). Los económicamente más fuertes se convirtieron en «caballeros». Durante mucho tiempo tal nombre fue sinónimo de la apropiación indiscriminada, es decir, del robo y del saqueo. Paulatinamente se formó un ideal natural, rudo, de valentía puramente guerrera. La educación cristiana ennobleció estos conceptos en ciertos puntos esenciales (protección de los débiles, de las mujeres). Y finalmente, mediante una consagración religioso-litúrgica, elevó al caballero a un determinado tipo de milicia espiritual. Así se formó una conciencia de clase universal cristiano-occidental. La caballería fue la «organización» unitaria de la nobleza en todo el Occidente; era universal. Entre tanto, esta tendencia a lo universal, y con ello el servicio a la universalidad, se desarrolló verdaderamente sólo gracias a las órdenes de caballería.

4. Después de la primera cruzada el pensamiento misionero cristiano adquirió una fisonomía especial dentro de la caballería. Los Estados cristianos surgidos en Palestina y sus alrededores fueron formaciones extrañas en suelo extraño, que por la inseguridad de las circunstancias externas y por la falta total de colonización previa pudieron mantenerse únicamente a base de grandes sacrificios. Las órdenes de caballería se dedicaron a la protección permanente de estas nuevas formaciones; los caballeros se hicieron monjes: una imagen claramente perfilada de la implicación medieval de lo guerrero y lo «sacerdotal», la espada y la cruz.

a) Los templarios fueron fundados en el año 1119 por ocho caballeros de Francia (Hugo de Paynst, † 1136). Se obligaban a la pobreza, la castidad, la obediencia y la protección de los peregrinos. Vivían en comunidad en Jerusalén, en el «Templo de Salomón» (parte del palacio real); de ahí su nombre. Su regla procede esencialmente de san Bernardo de Claraval, quien además los defendió en sus escritos[38]; su organización interna (o distribución fundamental) en caballeros (nobles), capellanes y hermanos servidores procede de Inocencio II (1139).

Gracias a la literatura, que cantó las hazañas de los caballeros desde finales del siglo XII, la imagen del valeroso caballero cristiano quedó vivamente grabada en la conciencia de Occidente.

b) Antes de la fundación de los templarios ya existía en Jerusalén una comunidad hospitalaria, esto es, un hospital de san Juan para los peregrinos. Por su buena organización se convirtió en modelo para el Occidente y promovió el cuidado de los enfermos. Su regla revela un activo amor al prójimo por amor de Cristo en forma muy interiorizada. Los enfermos y los pobres eran los «señores» de los hermanos legos. Este convento admitió posteriormente caballeros, y de la orden hospitalaria nació hacia el año 1137 la orden caballeresca de los Johannitas. Tras la caída de Akkon o San Juan de Acre (1291) se trasladaron a Rodas, el puesto más avanzado de la cristiandad; luego a Malta: la Orden de Malta[39].

c) La Orden de los Caballeros Teutónicos nació de un lazareto fundado a las puertas de Akkon (1190) en la tercera cruzada por ciu dadanos alemanes (de Bremen y Lübeck).

Durante la cruzada de Federico II, el entonces Gran Maestre de la Orden Teutónica, Hermann de Salza, trabó estrecha amistad con el emperador (intento de mediación entre el excomulgado y el papa). Cuando el duque cristiano de Moscova se dirigió al imperio para conseguir ayuda contra los prusianos, el emperador encomendó esta tarea a la orden y el papa concedió a esta cruzada los mismos privilegios que a las expediciones a Tierra Santa. En una cruzada que duró medio siglo se logró la sumisión y conversión de los prusianos, intentada ya otras veces, pero siempre sin resultado; surgió el Estado de la Orden Prusiana. Las creaciones artísticas, desde entonces jamás igualadas en esta región (por ejemplo, Marienwerder, Marienburg), ideadas por artistas no autóctonos, nos permiten incluso hoy percibir el alcance universal de aquellas ideas que inspiraron la creación de tal institución eclesiástico-caballeresca y la impulsaron a la evangelización. Los colores de la orden eran manto blanco con cruz negra; luego pasaron a ser los colores del nuevo país

d) Por obra de la Orden de la Espada[40] que desde hacía algún tiempo intentaba la conversión de los países bálticos, también esta región, en el transcurso de un siglo, fue haciéndose poco a poco cristiana. Sin embargo, sobre todo los lituanos, opusieron tenaz resistencia a la religión predicada por las espadas de sus enemigos. Sólo cuando Jagiello, el Gran Príncipe lituano, se casó con Heduvigis, heredera del reino polaco, pudo el cristianismo imponerse definitivamente.

Y con esto terminó la tarea propia de la Orden Teutónica. Los misioneros se convirtieron en señores y opresores extranjeros, tanto más cuanto que los estatutos de la orden prohibían el ingreso de la nobleza autóctona, que poco a poco iba formándose. Así, necesariamente, la orden fue incrementando una hostilidad frente al gran reino de Lituania-Polonia, ahora convertido al cristianismo, que habría de resultarle fatal (su derrota en la batalla de Tannenberg [1410]).

La retirada de las órdenes de caballería del Oriente fue en definitiva una consecuencia del avance turco. Pero también las propias órdenes contribuyeron a ello por su relajamiento interior y, entre otras cosas, por su creciente antagonismo recíproco a partir del siglo XIII.

5. Los efectos de las cruzadas fueron incalculables. No consisten tanto, como ya se ha indicado, en las escasas y efímeras conquistas políticas. Se trata más bien de consecuencias indirectas, mediatas y de efectos a largo plazo. Su manifestación plena la encontramos en el movimiento ascensional, extraordinariamente rápido en todos los aspectos de la vida, en que entró el Occidente a partir del siglo XII. Este ritmo de desarrollo, extraordinariamente acelerado en comparación con la primera Edad Media, es una característica histórica de suma importancia Evidentemente, no todos los fenómenos que vamos a mencionar se deben única y exclusivamente, y del mismo modo, a las cruzadas. El despertar de Europa (que tantas veces hemos mencionado y aún está por discutir), iniciado en el primer siglo del segundo milenio, tiene muchas raíces. En lo que a continuación se dice no hay que olvidar esta acotación.

a) A pesar de las muchas deficiencias de las cruzadas (discordias envidias, espíritu aventurero, afán de lucro), la vida religiosa experimentó un fuerte impulso. La imagen del Salvador pobre, peregrinando por Palestina y, sobre todo, sufriente fue cobrando color; la historia entera de la salvación se acercó más y más a la vida de los occidentales; la piedad de san Bernardo (§ 50), con su mística inclinación al Salvador ensangrentado y a nuestra Señora, denota profundas influencias de todo ello; el eco de su piedad en Occidente estuvo en buena parte condicionado por las nuevas experiencias de los pueblos. También se despertó y creció el sentido comunitario cristiano-religioso, y otro tanto el ideal misionero.

b) Más fuertes aún fueron los impulsos en la vida cultural general; el comercio floreció de forma insospechada, y como consecuencia, junto a la nueva riqueza, en Italia, en Francia y en el Rin se desarrolló la nueva cultura ciudadana, con su burguesía activa y llena de aspiraciones, lo que para la historia de la Iglesia revistió una grande y casi inestimable importancia. Aumentaron las necesidades corporales tanto como las espirituales y religiosas. Coincidiendo con la llegada de los fuertes impulsos filosóficos del Oriente, venidos a Europa a través de España y del sur de Italia, tuvo lugar un despertar general. Aquí comenzó ya a desarrollarse el grande, el fundamental problema de toda la Edad Moderna: el ansia de independencia espiritual, religiosa y eclesiástica, especialmente de los laicos. Y aquí también comenzó la inevitable crisis de todo despertar espiritual. Precisamente esto es, en su sentido más hondo, importantísimo en la historia de la Iglesia y digno de ser meditado. El hecho de que el proceso de maduración cambiara la fisonomía de las comunidades y presentara nuevas tareas a la cura de almas es parte integrante de la misma problemática.

c) Tampoco dejó de haber inconvenientes en este crecimiento (en parte excesivamente rápido). 1) La riqueza enardeció el deseo natural de los estamentos más bajos (no raras veces oprimidos) de participar en la misma; surgió un nuevo problema social. 2) La cultura que llegaron a conocer en el Oriente era superior a la occidental. ¡Y por cierto no era cristiana! Por vez primera el Occidente cristiano-eclesiástico experimentó en gran medida el hecho de que también fuera del mundo cristiano, eclesiástico y papal estaban en vigor otras fuerzas y valores (por ejemplo, un elevado florecimiento científico y, en parte, también ascético en el islamismo de entonces: el teólogo y asceta Al Ghazali [1058-1111]). Pese a los estímulos positivos de aquí dimanados, la situación no estaba exenta de peligros. Aquí se asentó un importante presupuesto para la indiferencia dogmática que encontramos, por ejemplo, en Federico II (§ 54) o en la política civil y eclesiástica de Venecia; aquí radicaron importantes impulsos para una tolerancia poco interesada por el dogma en Sicilia, las crecientes críticas a la Iglesia y el germen de futuros errores.

Notas

[31] Las expresiones de «cruzada» y «cruzado» son desconocidas en el latín de los siglos XI y XII. Entonces se decía: viaje a Jerusalén, peregrinación al sepulcro del Señor, y los «caballeros cruzados» se llaman soldados de Cristo, jerosolimitanos, pueblo de Dios. Más tarde se empleó el nombre de «cruzada» para designar también las expediciones armadas contra los herejes (cátaros, husitas).

[32] Se calcula que participaron de veinte a treinta mil hombres, la décima parte de los cuales eran caballeros. Ningún alemán; en la expedición de Godofredo Bouillón solamente participaron lotaringios.

[33] De esto nos informa una relación muy interesante de un testigo ocular: Nicolás Chomiates. Según él, los caballeros cruzados cristianos no se diferenciaron de los paganos en el placer del asesinato y del desenfreno

[34] Es decir, marítimas.

[35] Por ejemplo, las cruzadas también provocaron un importante movimiento migratorio y popular. Tanto las malas cosechas (a partir de 1095) como la opresión por parte de los señores movieron a los campesinos a marchar a tierras extrañas. Muchos segundones de familias nobles, al no tener tierras, vieron en las cruzadas la única posibilidad de conseguir unos dominios propios. Como factores de importancia histórica hay que recordar también el placer de la aventura, la expectativa y después la experiencia real de muchas cosas exóticas que, en este caso, despertaban la fantasía de los pueblos occidentales. Hay que mencionar también los grandiosos proyectos de las industriosas ciudades marineras (Pisa, Venecia).

[36] Como eventualmente nos informan los historiadores de las cruzadas, incluso los ermitaños y los solitarios salieron de su soledad para tomar parte en la piadosa empresa. Nada más iniciarse el movimiento, Urbano II tuvo que intervenir para frenar una participación demasiado numerosa de monjes, obispos y religiosos; entonces se difundió la idea de que entrar en el estado religioso era mejor y más valioso que viajar a Jerusalén.

[37] Una concepción más religiosa (con fuerte acentuación de la idea de la recompensa) se encuentra ampliamente expresada en los cantos de los cruzados de finales del siglo XII.

[38] En su «Exaltación del nuevo ejército de combatientes» (1128). Los describe así: Bajo la protección de la fe están completamente seguros, no temiendo «ni al diablo, ni a los hombres, ni a la muerte», mas deseando morir para vencer, combatiendo por Dios, a los enemigos de la cruz de Cristo. Adoptaron el manto blanco de los cistercienses; más tarde, la cruz roja sobre el manto.

[39] Este es el nombre que todavía hoy lleva la rama católica, que es la última orden de caballería aún existente. En las regiones protestantes de Europa permaneció el nombre de Johannitas; todavía existen en la actualidad.

[40] Fue fundada en 1202 como única orden de caballería destinada directamente al noroeste de Europa. En el año 1236 fue severamente diezmada en la batalla del Saule.

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