» Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » II.- Edad Media: El Periodo Romano-Germánico » Primera época.- Fundamentos de la Edad Media Epoca de los Merovingios » §39.- Alianza del Papado con los Francos. el Estado de la Iglesia. Ruptura con Bizancio » Período primero.- Lucha VIctoriosa de la Iglesia por la «Libertad». Reforma Interna de la Iglesia y Sus Efectos » §50.- Renovacion de la Piedad. Bernardo de Claraval y el Cister
I.- VIsion General Politico-Eclesiastica
1. En Roma no había cesado la lucha de los partidos de la nobleza. Los cardenales adictos a los Frangipani, tras la muerte de Honorio II (1124-30), papa Frangipani, eligieron informalmente a Inocencio II (1130-43), riguroso hombre de Iglesia, mientras la mayoría eligió correctamente a Anacleto II, ambicioso y de grandes dotes, de la rica familia de los Pierleoni, de antecedentes judíos. También aquí intervino el dinero[41]; Roger de Sicilia se adhirió a él (era cuñado suyo). Inocencio II huyó a Francia (como ya lo hiciera Gelasio II [1118-19]). La decisión fue tomada esta vez por las fuerzas carismáticas de la Iglesia: Bernardo de Claraval, el venerable Pedro de Cluny y Norberto de Xanten se decidieron por Inocencio. Fácilmente se obviaron las disposiciones canónicas en contra: Anacleto se declaró dispuesto a una revisión jurídica de la doble elección; pero Inocencio, aconsejado por Bernardo, no se prestó a ello: donde ha hablado ya toda la cristiandad, ningún otro tribunal especial tiene competencia. En todo caso, en el año 1130, toda Francia y Alemania y, luego, Inglaterra, España y parcialmente Italia se decidieron por Inocencio[42]. El rey Lotario lo llevó a Roma y fue coronado por él en Letrán (ya que Anacleto se mantenía firme en el castillo de Santángelo y en el barrio leonino, que incluía la Iglesia de San Pedro). Entonces el rey recibió del papa los bienes «matildianos» a cambio de una renta anual y prestó los servicios de mariscal; así surgió la versión de la curia: el emperador es un feudatario del papa, una concepción que quedó perpetuada en Letrán en una imagen con su correspondiente inscripción. A pesar de dos graves contragolpes, Bernardo impuso finalmente el reconocimiento de Inocencio. La unidad se restableció con la repentina muerte de Anacleto (1138) y fue sellada en el décimo Concilio general de Letrán (1139).
2. Desde el momento en que el papa se había convertido en señor territorial, una de las constantes dificultades -hasta bien entrada la Edad Moderna- fue que el Estado de la Iglesia debía, primero, buscarse aliados que lo protegieran y, después, defenderse de esos mismos poderes protectores porque se habían hecho demasiado fuertes. Así ocurrió también ahora; desde que los normandos del sur de Italia se convirtieron de enemigos en aliados, comenzaron a ser incómodos. Inocencio II se esforzó en vano por impedir la formación de un poderoso Estado unitario en el sur de Italia bajo el mandato de Roger. El anatema lanzado contra él no surtió efecto y la expedición militar emprendida (en unión de Roberto de Capua) terminó en una derrota. El papa cautivo tuvo que reconocer la dignidad real de Roger concedida por Anacleto y entregar Apulia y Capua a sus hijos como feudo.
3. Mientras tanto los movimientos de las clases sociales más bajas, que ya conocemos por la pataria de Milán y por toda la Lombardía, alcanzaron también a Roma: poco a poco se formó allí una república ciudadana con un senado y un «patricio». Los disturbios, en los que también tomaron parte las grandes familias (un Pierleoni, hermano del antipapa anterior, Anacleto, fue elegido patricio), continuaron bajo los siguientes pontificados; y motivaron que también Eugenio III (1145-53), discípulo de Bernardo, residiera la mayor parte del tiempo fuera de Roma.
4. La idea de que el pueblo romano era el verdadero portador del poder estatal nunca había desaparecido por completo. Esta conciencia se había manifestado de diversos modos en la colaboración en la elección del papa y en las luchas de los grandes de Roma por dominar la silla de Pedro.
Paralelamente a los impulsos de la burguesía de otras ciudades de Occidente, también en Roma se manifestaron tendencias democráticas que preanunciaban un tiempo nuevo, todavía lejano. Estos movimientos ya no se aquietaron, hasta que de ellos surgió, con Cola de Rienzo († 1354), aquel movimiento «nacional» italiano que constituye la primera característica del «Renacimiento». Y como siempre hasta la gran guerra de los campesinos del siglo XVI, también en el siglo XII los movimientos democráticos llevaron el sello de lo social y religioso: protesta contra la riqueza del clero y exigencia de la pobreza apostólica, en lo cual, también como siempre, estas exigencias plenamente justificadas se vieran mezcladas con elementos sectarios y fanáticos. El principal propugnador de estas ideas en el siglo XII fue Arnaldo de Brescia, discípulo de Abelardo, quien ya en el campo científico era un crítico de la situación vigente (§ 51). Por su causa el papa Adriano IV (1154-59, hasta hoy el único inglés en la serie de los papas) lanzó la excomunión, por primera vez en la historia, sobre la Roma rebelde. Finalmente, con la ayuda de Barbarroja (1155), Arnaldo fue ajusticiado como hereje y rebelde.
Tales disturbios constituyeron, naturalmente, un gran obstáculo para la realización del programa político-eclesiástico, entonces también eclesiástico-religioso, de los papas.
Notas
[41] Como en los días de Gregorio VI (§ 45).
[42] Con lo cual, naturalmente, no están aún justificados los argumentos presentados por Bernardo y su círculo, y mucho menos la observación de que hubiera sido una vergüenza para la silla apostólica el que un descendiente de los hebreos hubiera llegado a ser papa. Este es uno de los puntos por los cuales se puede comprender directamente el carácter poco equilibrado y mudable de las opiniones del gran abad, que precisamente en los territorios renanos se convertiría luego en protector de los hebreos.
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