conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » II.- Edad Media: El Periodo Romano-Germánico » Primera época.- Fundamentos de la Edad Media Epoca de los Merovingios » §39.- Alianza del Papado con los Francos. el Estado de la Iglesia. Ruptura con Bizancio » Período segundo.- El Siglo XIII, Apogeo de la Edad Media. Grandeza y Limites de la Teocracia Pontificia » §56.- Cataros y Valdenses

I.- Tendencias Neomaniqueas

1. Ya sabemos (§ 34, II) por qué surgieron de nuevo las herejías en los siglos XII y XIII. Las dos más importantes, cátaros y valdenses, son por su origen de naturaleza muy diferente y revisten distinta importancia para el conocimiento de la vida de la Iglesia; sin embargo, tienen cierto parentesco.

El origen de los cátaros, incierto durante mucho tiempo, parece que ahora se ha situado con seguridad en los Balcanes (Bulgaria-Bosnia), adonde los emperadores bizantinos habían hecho trasladar restos de los antiguos maniqueos. Por las rutas abiertas por los cruzados parece ser que predicadores de sus ideas religiosas, que se apellidaban con el nombre de un tal Bogomil, remontaron el curso del Danubio. Los cátaros fueron extraños a toda la estructura de la sociedad medieval y por ello encerraban un gran peligro revolucionario, en sentido prevalentemente subversivo.

Los valdenses, en cambio, brotaron de dentro de la Iglesia, como reacción ante ciertas tendencias de su evolución. Se apoyaban en principios cristiano-evangélicos.

2. Los cátaros (en griego: katharos = puro), hacia el año 1150, estaban muy extendidos en el sur de Francia y en las cercanías de Albi (de ahí «albigenses»). Su doctrina era dualista, esto es, rechazaban como malo todo lo relacionado con la materia (matrimonio, consumo de carne, propiedad privada). Para ellos lo único valioso era el espíritu y lo espiritual. Al igual que algunos gnósticos, reinterpretaban la historia y la doctrina de la salvación a base de los susodichos conceptos paganos: negaban la resurrección, la encarnación (Cristo solamente poseyó un cuerpo aparente = docetismo), sostenían la oposición entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Como condenaban como cosa mala la materia y el cuerpo, fueron acérrimos enemigos de los sacramentos de la Iglesia, en especial del sacramento del altar[24]. Para ellos el instrumento principal de la gracia, que debía traer consigo el pleno perdón de los pecados, era el Consolamentum, es decir, la imposición de manos de un miembro que practicase estrictamente la mortificación prescrita. Existía, pues (como en muchos antiguos sistemas dualistas: § 16), una gradación de miembros según la realización más o menos perfecta de los medios de la gracia y, consiguientemente, de la iluminación o redención: unos eran los «perfectos», otros los simples «creyentes». Precisamente esta diferenciación hizo que los cátaros pudieran captarse amplias capas del pueblo. Como consecuencia de una buena organización interna, de una verdadera jerarquía, la secta tuvo una gran capacidad de resistencia y causó mucho daño a la Iglesia. Su principal fuerza de atracción consistía en su justificada crítica a la riqueza y el poder de la Iglesia, a la secularización de algunos obispos y sacerdotes, en la tentadora fuerza que siempre poseen los espiritualistas y, en parte, en su propia modestia.

3. Con sus principios, los cátaros amenazaban disolver la sociedad entera. Su peligrosidad para el Estado se puso de manifiesto ante todo por rehusar el juramento y el servicio militar. Con su crítica radical a la Iglesia y con el rechazo de todo lo institucional dentro de ella, se convirtieron en sus enemigos más directos, en una verdadera y propia «anti-iglesia».

La Iglesia intervino de diversos modos: predicación de san Bernardo (incluso en el mismo Albi) y refutaciones por escrito, por ejemplo, de Pedro el Venerable, entre otros. Embajada de conversión de un cardenal legado en 1177. Incluso después de la «cruzada» de Alejandro III contra ellos (1181), Inocencio III volvió a intentarlo con una embajada de conversión de dos cistercienses. No consiguieron nada. Al ser uno de ellos asesinado, parecía que ya no quedaba otro medio que la espada. Así surgieron las horrendas guerras de los albigenses[25], en parte totalmente contrarias al espíritu cristiano. Lo que aún quedaba en pie de la secta cayó en manos de la Inquisición; sus residuos pervivieron, sin embargo, hasta el siglo XIV.

Para comprender la situación y el escaso éxito de los intentos de conversión hay que considerar varias cosas: las solemnes legaciones no fueron apoyadas en la fuerza de la predicación del evangelio a los pobres de espíritu, sino más bien en representación de la única Iglesia salvadora; eran todavía una expresión demasiado violenta del espíritu de las cruzadas, las cuales perseguían, sí, la conversión, pero exigiéndola y, en la práctica, sustituyéndola muchas veces por una medida de fuerza.

Notas

[24] Muchas formas de hacer visible el sacramento del altar (elevación dé la hostia santa durante la misa, procesiones con el sacramento) fueron también (no solamente) parte de la acción llevada a cabo por la Iglesia para combatir a estos herejes.

[25] De ellas fueron víctimas no sólo los herejes, sino a veces toda la población de una ciudad. Por un celo poco inteligente y cruel, parece ser que un legado pontificio, a la pregunta del jefe de la expedición, pronunció la terrible frase: «Matadlos a todos; Dios sabrá encontrar a los suyos». En las instrucciones que san Bernardo escribió para los caballeros templarios («Alabanza del nuevo ejército de combatientes») se encuentran masivos paralelos de esta ideología.

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