conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » II.- Edad Media: El Periodo Romano-Germánico » Cuarta época.- La Baja Edad Media Disolucion de los Factores Especificamente Medievales y Aparicion de Una Nueva Edad

§70.- Congregaciones Religiosas y Piedad Secular

1. Las antiguas órdenes (incluidos los canónigos regulares), con excepción de los cartujos, habían decaído no poco en su nivel de piedad, disciplina y ciencia. Los monasterios de benedictinos se habían enriquecido excesivamente (muchas veces eran simples asilos para la nobleza, y también encomiendas), con propiedades privadas que se repartían, según principios fijos, entre el abad y el monasterio; entre los franciscanos, la lamentable e intensa lucha entre los rigurosos y los moderados y las discrepancias con el clero secular, en las que las más de las veces sólo se trataba de asuntos económicos, habían paralizado muchas fuerzas.

a) No obstante, en los siglos XIV y XV también hubo toda una serie de intentos de mejoramiento, que por cierto no pudieron transformar radicalmente el conjunto. Los principales impulsores de la reforma fueron, en todas partes, los observantes, esto es, aquellos religiosos o conventos que vivían según el primitivo rigor de la regla (en la orden franciscana, en el fatídico año de 1517, León X reconoció definitivamente la separación entre conventuales y observantes). En el siglo XV, la orden benedictina, agrupándose en congregaciones, participó con notable éxito en la reconstrucción en Italia, España (éxito completo) y en Alemania (Melk y Bursfeld); aquí se mantuvo la disciplina monástica de san Matías en Tréveris; a Bursfeld se unieron también los en otro tiempo activos centros reformistas de Hirsau y Alpirsbach.

b) Descollaron muchos e importantes predicadores de penitencia. Su colosal trabajo se acomodó muy bien al cuadro que presentaba la Iglesia, con tantos abusos que clamaban por la reforma y hacían pensar en una violenta catástrofe final (de ahí el frecuente motivo del anticristo). Con una energía extraordinaria, sentimental pero también enardecida, estos predicadores calaron hondo en el alma desorientada del pueblo: por ejemplo, el irresistible dominico español Vicente Ferrer († 1419), quien recorrió gran parte de Europa predicando contra los husitas y en favor de la cruzada, consiguiendo extraordinarias conversiones aun en lugares donde no entendían su idioma; el franciscano Bernardino de Siena († 1444), creador y difusor de la devoción al nombre de Jesús, apasionado predicador popular y pacificador en las destructivas luchas intestinas de las ciudades italianas; su discípulo, el gran Juan de Capistrano († 1456), visitador general de la provincia francesa de los observantes y desde 1451 legado pontificio en Alemania. Como tal recorrió todo el imperio; y centenares de miles de personas escucharon sus sermones entre lágrimas y sollozos, aunque sus palabras tenían que ser traducidas previamente. Se produjeron innumerables conversiones. Cuando los turcos sitiaron Belgrado en 1456, con sus encendidos sermones contribuyó de manera decisiva - especialmente en Hungría- a la victoria de los cristianos en el mismo año. También el dominico Juan Nider († 1438), profesor (en Viena), predicador (en Italia y Alemania, contra los husitas) y escritor polifacético, realizó la reforma de su orden en la provincia superior de Alemania.

2. Entre las nuevas fundaciones destaca como la más importante de todas la congregación de los Hermanos (luego también hermanas) de la vida común, una fundación que fue y continuó siendo preferentemente una comunidad de seglares.

a) Su fundador fue el docto Geert Groot de Deventer († 1384). Renunciando a sus prebendas, dejó la vida del mundo y se dedicó a predicar la penitencia. No se hizo sacerdote: el espíritu laico obliga a elaborar sus propias formas de piedad. No podían faltar las tensiones ni los antagonismos; muy pronto su obispo le prohibió la predicación de la penitencia.

Su anhelo más íntimo le llamó a una piedad personal, fervorosa y mística (se la llamó piedad «moderna»: devotio moderna), que él cultivó, junto con el estudio, en Deventer, en el seno de un pequeño círculo, en íntimos coloquios. A medida que aumentaron los compañeros la ocupación principal de la congregación, además de la misión popular, fue el cuidado de la juventud (practicando y propagando un noble humanismo).

De ella nació la congregación reformada de Canónigos de san Agustín. Punto de partida fue Wiendesheim (cerca de Zwolle [1387]), que con sorprendente fuerza de irradiación reformó treinta y siete conventos en menos de medio siglo. Discípulos eminentes de estos Hermanos de vida común fueron: Tomás de Kempis en Agnetenberg en Zwolle; Gabriel Biel, Nicolás de Cusa, Wessel Gansfort; Adriano VI; Erasmo; Lutero; Muciano; Juan Sturm; muy probablemente también Copérnico.

b) Otra serie de nuevas fundaciones, equiparadas a órdenes, demuestra que el impulso hacia una vida de perfección cristiana no se había apagado en absoluto. El sinnúmero de las formas de piedad y del servicio al prójimo surgido espontáneamente de la fe, que apareció en muchas regiones de Europa, es impresionante. Comparado con la tibieza de la cristiandad de entonces y de ahora, cada uno de los nombres que mencionamos a continuación encierra un extraordinario testimonio de vida cristiana.

En todo esto es muy significativa la fuerte impronta laical. Hermandades que se dedicaban al cuidado de pobres y enfermos y al entierro de los muertos (¡en épocas de peste!): Alexianos, Olivetanos, Jesuados (en Italia), Anunciatos, Jeronimitas (en España, ermitaños; ¡ya en el siglo XIV!). Algo más tarde los Somascos se dedicaron a la caridad, los Bernabitas recorrieron todo el país como misioneros populares. Aquí no se trataba sólo de la interioridad de pequeños grupos: emergieron originarios impulsos pastorales, con carácter laical.

Suecia debe a santa Brígida († 1373) una de las últimas y más importantes creaciones, anteriores a la Reforma: Vadstena[43].

Y aun cuando, como hemos dicho, estas nuevas fundaciones no consiguieron la radical transformación religiosa de su época, una sola fundación como la de los «Mínimos» (1474) de san Francisco de Paula († 1507) en el sur de Italia nos previene a nosotros, hombres de hoy, de una subestimación apresurada: ¡esta fundación se regía por una regla franciscana muy rigurosa, y, no obstante, a principios del siglo XVI tenía establecidas unas cuatrocientas cincuenta casas: una obra colosal!

3. A la educación religiosa del pueblo siempre se le dedicó mucha atención. Naturalmente, es muy difícil hacer una descripción adecuada y objetiva: demasiadas cosas quedaron en el anonimato. Los testimonios literarios son, comparativamente, raros; los usos y costumbres religiosas, variadísimos.

No obstante, se puede decir que el resultado fue en general satisfactorio: el sentido cristiano y la práctica religiosa entre el pueblo eran, a finales de la Edad Media, tan puros como abundantes. Dentro de la fuerte exteriorización en la que a veces, de modo tremendamente parcial, se presentaba la confusión medieval de lo espiritual y lo terreno, y de la que aún volveremos a hablar, la figura del Crucificado fue en verdad el centro y el consuelo para la vida como para la muerte.

a) La predicación de los místicos, de los Hermanos de la vida común y de los grandes predicadores de penitencia, los Observantes, no fue en vano. Esto se verá otra vez al principio de la Edad Moderna, cuando la palabra impresa acuda en ayuda de la predicación.

El rezo del rosario se convirtió, progresivamente, en una de las devociones preferidas. Santo Domingo no llegó a conocerlo[44] pero fueron los dominicos y los cistercienses los primeros que lo propagaron. Cesáreo de Heisterbach († 1240) y Jacobo de Vorágine († 1298) figuran entre sus promotores. En su forma actual pertenece a las postrimerías de la Edad Media.

b) A pesar de toda esta riqueza en detalle, parece que no fue posible prestar atención suficiente a la pastoral de la totalidad de la población ciudadana, que aumentaba, y de la población campesina, que progresaba. Algunas expresiones de la piedad dan cierto tono de convulsión y violencia.

Joaquín de Fiore había anunciado para el año 1260 el comienzo de la «Era del Espíritu Santo»: la fiebre religiosa de ese año se descargó en Perusa en procesiones de flagelantes, que con rapidez se extendieron por Europa; en 1296 estas procesiones fueron muy numerosas, de manera especial en Estrasburgo y en 1334 en Italia. Otra vigorosa oleada (1348/49) estuvo íntimamente relacionada con la peste, a la que se quería atajar mediante prácticas penitenciales. Aunque los grandes predicadores de la penitencia (entre otros, Vicente Ferrer) trataron de encauzar tales procesiones, éstas no estuvieron exentas de un deseo de novedad insano. También en ellas se hizo notar la influencia herética. Así es como Clemente VII, en 1349, y definitivamente el Concilio de Constanza, prohibieron - aunque en vano- las procesiones de flagelantes. Algunas comunidades de flagelantes continuaron viviendo como hermandades hasta el siglo XVI.

Muchos, en este tiempo, buscaban la salvación en la cantidad (por ejemplo, de misas, peregrinaciones y reliquias). Esto también es testimonio de la falta de una pastoral bien ponderada, encaminada a un crecimiento saludable.

Notas

[43] A la vez, el último intento de un «monasterio doble», es decir, de un monasterio de religiosas, el cual, bajo la dirección de la abadesa, iba anejo otro de religiosos.

[44] En efecto, rezar por medio de un cordón con un número de cuentas para contar los padrenuestros y las avemarias no es todavía rezar el rosario, que consiste esencialmente en rezar un determinado número de padrenuestros y de avemarias contemplando los «misterios».

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