» Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » II.- Edad Media: El Periodo Romano-Germánico » Apendice » §72.- Iglesia y Sinagoga
IV.- Extraños Metodos de Evangelizacion
1. Así, pues, en los copiosos siglos que siguieron a la época apostólica, la lucha del Apóstol de las gentes por el alma de su pueblo judío no encontró muchos paralelos.
Desgraciadamente, aún tendremos que reforzar esta impresión. Pero para no dar pie a una mala interpretación, es menester primero completar el cuadro también positivamente: ni en la literatura ni en la predicación fue la lucha la única actuación cristiana frente al judaísmo. La relación del cristianismo con el judaísmo no se agotó ahí. Hubo también verdaderos intentos de ganar a los judíos para la verdad. Por desgracia, esto sucedió las más de las veces de tal modo que no se tuvo en consideración con la suficiente objetividad ni la historia ni la fe del judaísmo. En los muchos tratados sobre el tema, ya conocidos desde el siglo XII, apenas se puede hallar un conocimiento profundo del judaísmo. Esto es aplicable más que nada al Antiguo Testamento, en el cual los judíos, conocedores del hebreo, eran superiores a sus émulos cristianos. Por otra parte, también los cristianos podían ser fácilmente rebatidos en lo que ellos presentaban como contenido del Talmud. Un verdadero conocimiento del Talmud por parte cristiana se dio por vez primera con los judíos conversos. Pero éstos, comprensiblemente, eran demasiado odiados por sus antiguos hermanos en la fe para ser escuchados.
Dándose perfecta cuenta de estos fallos, los dominicos del siglo XIII se aplicaron al estudio de las lenguas bíblicas[29]; para ello erigieron sus propias casas de estudio. Desde el siglo XIV estas disciplinas se enseñaban de modo regular en Viena, en París y en la curia.
Por desgracia, en las discusiones magistrales sobre la doctrina judaica faltó siempre el amor, la verdadera pastoral sacerdotal. Ya conocemos esto suficientemente por las exposiciones que hemos hecho hasta ahora. Pero queremos completar el cuadro.
2. Como ya dijimos, hubo gran cantidad de tratados de controversia teológica, que eran los que debían explicar la verdad del cristianismo frente al judaísmo y su doctrina. Mas el principal medio utilizado por los cristianos para ganarse a los judíos fue la palabra hablada en disputas y sermones. Conocemos diversas clases de disputas entre cristianos y judíos: las conversaciones religiosas privadas (en el norte de África, en Lorena y en el Rin), bastante raras a comienzos del segundo milenio, cuando la aversión contra los judíos podía hacerlas eventual-mente peligrosas; los torneos científicos, preparados en las universidades; los diálogos entre «Iglesia» y «Sinagoga», en las más diversas formas de representación dramática. Así, en representaciones y explicaciones del Cantar de los Cantares, la Sinagoga rivaliza con la Iglesia en el verdadero amor al Señor y en el loor al esposo; en el drama de Tegernsee, la Sinagoga se vuelve ásperamente contra el anticristo. En otros dramas los judíos llegan incluso a ser mártires de Cristo y contribuyen con ello a derribar al anticristo. O bien María aparece como intercesora y consoladora de la Sinagoga. O bien (por ejemplo, en Hans Sachs), al final del drama, el judío se reconoce vencido y pide el bautismo. Mucho tiempo antes, Giselberto Crispín (1084-1117, abad de Westminster), en su diálogo con un judío, había procedido inteligentemente y lo había llevado a la conversión. Y Abelardo, en su Triálogo, había situado a un judío entre los honrados buscadores de la verdad.
Pero, las más de las veces, ni la atmósfera ni el tono fueron de esta guisa; sólo excepcionalmente podemos rastrear la voluntad de comprender más profundamente el mundo judaico por medio del interlocutor hebreo. El pecado capital de toda disputa, el querer tener razón, el querer triunfar, surgía frente a los odiados judíos con mucha mayor intensidad.
El grave defecto de estas disputas, mencionado tan frecuentemente, es la exagerada confianza en la demostración puramente racional, más aún, racionalista, cuando tantas veces de lo que se trataba era, precisamente, esencialmente, de misterios de fe.
Además, en las disputas apenas se podía llegar a una exhaustiva exposición de las dos partes, porque para el interlocutor judío era peligroso defender victoriosamente su punto de vista judío; eso podía acarrear represalias. Y así, como semejante relación podía hacer sufrir a toda la comunidad, los rabinos prohibieron toda discusión con los cristianos[30].
La mayor parte de las discusiones tuvieron lugar en España, que en el siglo XIII era el país clásico de la sabiduría judía (especialmente la mística). Célebre fue, por ejemplo, la de Tortosa (1413/14) con no menos de sesenta y nueve sesiones.
3. Tampoco tuvieron éxito los sermones obligatorios, que los judíos tenían que escuchar, unas veces regularmente[31] y otras en ocasiones especiales. Había también predicaciones obligatorias que se celebraban en las sinagogas (incluso en sábado), lo que comprensiblemente tenía que herir e invitar a la obstinación; otras tenían lugar en una iglesia cristiana, o también en plazas públicas, donde no era raro que se llegase a lesionar o hacer burla de los judíos. Obviamente, el efecto psicológico era mucho más grave cuando los fanáticos judíos conversos actuaban como predicadores en la sinagoga. De ninguna manera podía resultarles atractivo a los judíos tener que permanecer sentados ante los púlpitos, cuando tenían la experiencia de que sus casas, entre tanto, eran saqueadas. El éxito tampoco se facilitaba en tales sermones obligatorios (por ejemplo, los de Capistrano o de Bertoldo de Ratisbona) cuando los judíos eran atacados con ásperas palabras[32].
Incluso predicadores controversistas como Bernardino de Siena[33] o el dominico Pedro Nigri, con todo su celo, tampoco supieron en el siglo XV presentar a los judíos el evangelio entero como el mensaje del amor.
El Concilio de Basilea exigió, por lo menos, que en los sermones obligatorios el asunto se tratase bondadosamente y fuera apoyado con obras de caridad en favor de los judíos. En el mismo tiempo algunos príncipes y papas intentaron evitar en los sermones las polémicas demasiado duras (Martín V, Eugenio IV y Pío II), naturalmente sin que los predicadores les hiciesen caso. También algunos sínodos españoles (Toledo [1473], Sevilla [1512]) se expresaron en sentido moderado.
4. Algunas de estas disputas y sermones obligatorios, como, por ejemplo, la mencionada de Tortosa, condujeron a bautismos forzados. Esto no podía por menos que confirmar la desconfianza de los judíos. Se repetía otra vez el ciclo: «conversión», fidelidad secreta a la antigua fe, desconfianza y sospecha cristiana, intervención de la Inquisición. La mayor parte de los bautizados por la fuerza volvía a apostatar de la fe; el resultado de estos métodos obcecados fue principalmente el odio y la exasperación, a causa de los cuales quienes más tuvieron que sufrir fueron los pocos conversos de verdad. Algunas leyes pontificias o disposiciones de concilios, obispos y príncipes tuvieron que proteger especialmente a sacerdotes y monjes de origen judío.
En resumen: en los esfuerzos eclesiales casi nunca faltó coacción o, como mínimo, presión moral. El pensamiento de Vicente Ferrer de que «los judíos nunca serán buenos si no se les obliga a serlo» era una opinión harto general. Por lo demás, una instrucción a fondo era la excepción. En los bautismos forzados solía bastar con una sola sesión de doctrina. A veces ni eso.
5. La liturgia tampoco daba mucho lugar al auténtico propósito misionero frente a los judíos. En la misma antigua liturgia de la noche pascual había muchas alusiones al pueblo elegido y salvado de la ruina, pero esto hacía tiempo que se había aplicado casi exclusivamente a la nueva alianza de los cristianos salvados por el bautismo. Realmente, durante todo el Medievo sólo hubo la conocida oración del Viernes Santo pro perfidis judaeis. Incluso se decía expresamente que esta única oración al año bastaba, pues Dios todavía no quería mostrar su gracia a los judíos... Estamos muy lejos de la praxis de san Bonifacio, quien decididamente había basado su trabajo misionero en el auxilio de la oración y de las hermandades de oración (§ 38, II). Tampoco sabemos nada de que se exhortase a la oración por los judíos al margen de la liturgia. Era algo que visiblemente escapaba a la conciencia general (cosa que también sucederá en la Edad Moderna, hasta en nuestros días).
6. El representante más importante de una evangelización que muestre comprensión para otras formaciones religiosas y que en cierto modo, dentro de una acomodación rigurosamente ortodoxa, trate de tenerlas en cuenta, es Raimundo Lulio († 1316), quien también estuvo influido por la cábala. No quiere dominar, sino comprender; en sus sermones acentúa muy fuertemente el monoteísmo. Sin embargo, en sus intentos de conversión, también sucumbe a una extraña sobrevaloración de la inteligencia. Está convencido de poder demostrar la fe y sus misterios en sentido estricto. Y esto estuvo tan profundamente arraigado en él que, en definitiva, aprobó la violencia, cuando en mezquitas y sinagogas predicaba a los infieles y judíos que debían escucharle (1292).
7. El caso más célebre de un judío converso es el del comerciante Hermann de Colonia, posteriormente premonstratense en Kappenberg y prepósito de Schede. En Maguncia, con motivo de un préstamo que él concedió al arzobispo de Colonia, trabó cordiales relaciones con éste y su ambiente. El mismo nos ha relatado su conversión (hacia 1137). Se ve claramente lo mucho que le ayudó la humanidad, la ausencia de todo odio y de toda presión innecesaria, precisamente a él, que era un amante de la verdad, en su difícil camino (como él expresamente subraya). También desempeñó un papel importante en su proceso evolutivo la poderosa atracción de la liturgia cristiana. Quizá en él, más que en ningún otro, se ve a las claras la impotencia de las demostraciones estrictamente racionales que se le presentaban. El, instruido en la escuela rabínica, se rindió definitivamente, creyendo con profunda seriedad religiosa, a la predicación sencilla.
En su autobiografía también menciona la general aversión hacia los judíos y acentúa la gran injusticia de los cristianos, que detestan, escupen y maldicen a los judíos, miembros del pueblo elegido, dignificado con la revelación, cual si fuesen perros.
8. Se ha preguntado por el resultado de estos esfuerzos seculares, por el número de conversos. Hay toda una serie de relatos particulares y algunas cifras recibidas por tradición, que son incontrolables; sabemos de judíos convertidos aquí y allí, especialmente de quienes entraron a formar parte del clero; desde el siglo XIII se multiplicaron las conversiones; pero no se pueden conseguir cifras exactas. En resumen: las auténticas conversiones son la gran excepción. Conocemos muchas razones para el fracaso. Dos se destacan: la primera es que los esfuerzos para la conversión, en la medida descrita, quedaron ensombrecidos por la violencia. Los horribles bautizos a la fuerza, vistos en conjunto, únicamente podían generar la negativa interior. No es exacto hablar del éxito definitivo de las conversiones forzadas, por ejemplo, entre los sajones. Y la segunda, que hay que darse cuenta del positivo fondo religioso de la resistencia judía. Los judíos estaban completamente firmes en su fe, profundamente arraigada en sus familias desde muchos siglos, una fe de enorme riqueza, por la cual muchos se enardecían realmente y que muchos, que quedaron en el anonimato, sellaron con su sangre.
En las crónicas hallamos sorprendentes expresiones de júbilo y alabanza de Dios, incomprensibles -así se dice- para los testigos oculares, con que los inocentes condenados aceptaban el tormento y la misma muerte. «Como a una fiesta de bodas marchaban a la muerte con alegres cánticos»[34] (cronista de Lieja [1348/49]). Por cierto que la atracción de este profético monoteísmo judío era tan fuerte que eventualmente conquistó clérigos en calidad de conversos y les dio fuerza suficiente para permanecer en la nueva fe, soportando duras privaciones[35]. En todo esto, qué duda cabe, también entraba en juego la aversión, más aún, el profundo odio de los judíos contra los cristianos, contra su fe y contra el mismo Cristo. Tropezamos también (comprensiblemente) con un fanatismo exaltado. «Felices y jubilosos, como a una danza, corren hacia la muerte, primero arrojan los niños a las llamas, luego las mujeres y finalmente se arrojan ellos mismos, para no hacer ya nada contra su religión a causa de la debilidad humana». Pero lo más importante es que muchos de ellos estaban profundamente convencidos de ser el pueblo de Yahvé, de nutrir en sí mismos una profunda e inquebrantable fidelidad al Nombre de Dios Unico, el «Eterno». Por su amor fueron muchos miles los que recibieron gustosos la muerte. Es conmovedora la aflicción con que los fieles judíos perseguidos clamaban a Yahvé. Su fe alcanzó, no raras veces, el grado heroico. Los tormentos de la insensata e injusta persecución y de la cruel muerte de tantos, que no son sino un testimonio de los «dolores de parto del Mesías», hicieron que un judío renano, en medio de sus insoportables dolores, recitando el cántico de alabanza de Ex 15, que ensalza la incomparable sublimidad de Yahvé en sus maravillas y hechos gloriosos, cambiase el versículo 11 («¿Quién es como tú entre los dioses?») por el desesperado grito: «¿Quién es como tú entre los mudos, que no dan respuesta alguna?»
Notas
[29] El dominico español Martinus Martini († 1284) escribió ex profeso un manual para disputar victoriosamente con los judíos; lleva el significativo título de El Puñal de la Fe.
[30] Y, viceversa, a los sacerdotes insuficientemente preparados (sacerdotes illite-rati) se les prohibió disputar.
[31] Por ejemplo, tres veces al año; eran obligatorias para los judíos a partir de los doce o los ocho años.
[32] Se decía que «eran mucho peores que los paganos; por su delito contra Cristo debían ser esclavos no sólo de los cristianos, sino también de los sarracenos».
[33] Murió en Aquila (1380-1444). Con enumeraciones larguísimas explica a sus oyentes de cuántos pecados mortales se han hecho culpables viviendo con los judíos, comiendo con ellos...
[34] Encontramos lo mismo, casi literalmente, en una elegía del año 1235; «...puros y leales marchaban al martirio como a una fiesta nupcial y no deshonraban a su esposo celestial».
[35] Cf. nota 10.
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