conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » III.- Edad Moderna: La Iglesia frente a la Cultura Autónoma » §73.- Caracteres Generales de la Edad Moderna » II.- Fundamentos Espirituales

B.- Peculiaridades de la Cultura Moderna

¿Cuáles son los rasgos peculiares de la cultura autónoma que surge a raíz de esa desvinculación y repercute en la vida eclesiástica?

1. La característica más general puede muy bien cifrarse en el aprecio y cultivo unilateral del intelecto, que dio como resultado el típico realismo positivista, esto es, la reducción del concepto de «ciencia» a los datos exactos de las ciencias naturales[2]. Esto vale también para la ciencia histórica y para la crítica histórico-filológica en el campo de la teología (especialmente la no católica): lo que debe conducirnos a la comprensión de lo real es la observación y la investigación exacta, no la especulación del espíritu. La aceptación creyente de la revelación divina experimentó un fortísimo retroceso. Este realismo se ha visto fomentado por los grandes descubrimientos geográficos, científico-naturales, históricos y psicológicos característicos de la Edad Moderna, que se han ido acumulando cada vez en mayor número y con mayor celeridad en el transcurso de los siglos.

2. La consecuencia inmediata de este realismo, o sea, de los descubrimientos indicados, fue, en primer lugar, un aumento asombroso del saber, y después, el tránsito de la orientación lógica a la orientación psicológica. Ambas cosas llevaron a su vez a) a una filosofía crítica y escéptica y b) al relativismo, que propende a tomarlo todo por verdadero en algún sentido o, al menos, por justificado. Su expresión más frecuente es el escepticismo, que a menudo desemboca en el agnosticismo. En el siglo XIX, el siglo de la ciencia histórica, adoptó tanto la forma del historicismo como la del relativismo teórico. En la esfera de la vida práctica, el relativismo dio como resultado el liberalismo, con sus muchas formas y significados.

3. Dentro de estas actitudes espirituales básicas, el individualismo y el subjetivismo se introdujeron poco a poco en la totalidad de la vida de la Edad Moderna, dominando no sólo la filosofía, sino también la vida social, política y económica. Lo más importante desde la perspectiva de la historia de la Iglesia es que también impregnaron bajo diversas formas la vida religiosa. Todos los siglos de la Edad Moderna (cada uno en distinta medida) están marcados por ellos (apartado 4).

Precisamente por la trascendencia de esta tesis es necesario también indicar sus límites: la línea aquí señalada marca la orientación última y más profunda de los giros y tendencias decisivos, pero no desconoce que también existieron otras corrientes que, junto a ella, por debajo de ella o en contra de ella, impulsaron el flujo de la vida. El gran complemento del subjetivismo es la permanente reacción del elemento sano del hombre, que muy difícilmente se deja remover de las costumbres objetivas y normales de la vida. La vida corriente suele permanecer, y permaneció a menudo, aunque no siempre, a la zaga de la teoría disolvente. Los totalitarismos del siglo XX, sin embargo, han destruido esa saludable inhibición, y bien radicalmente por cierto.

4. La penetración del subjetivismo en el terreno religioso se realizó a lo largo de cuatro etapas importantes, a saber: a) la distensión dentro de la Iglesia (humanismo y diversos movimientos de la baja Edad Media, § 66- 69); b) la lucha contra la Iglesia católica (protestantismo); c) la lucha contra la religión revelada (la Ilustración del siglo XVIII); d) la lucha contra la religión como tal (materialismo y socialismo en el siglo XIX y comunismo en el siglo XX). Los dos últimos siglos han impreso a la vida espiritual de la Edad Moderna una nueva y doble peculiaridad, muy distinta de la del tiempo de la Ilustración: el pensamiento y gran parte de la vida moderna son desde entonces acusadamente a-eclesiales y antisobrenaturalistas.

5. Al nacimiento de esta cultura autónoma también contribuyó decisivamente la fuerza más poderosa del movimiento antipontificio de la baja Edad Media: el particularismo nacional. El nacionalismo se convirtió en el siglo XIX en la herejía moderna por antonomasia. Los estados se alejaron cada vez más de los vínculos eclesiásticos, confesionales y, finalmente, religiosos. Se convirtieron en estructuras más o menos profanas, de este mundo, atentas exclusivamente a servir al «ego» nacional y su poder. El resultado fue una especie de divinización del Estado. Las etapas están marcadas por: a) la formación de estados protestantes anticatólicos (en parte junto con el episcopado de los príncipes) y las Iglesias nacionales católicas; b) la secularización (Revolución francesa y secularización alemana); c) separación hostil del Estado y la Iglesia, de manera parcial en Italia (1780-1929) y España (1837-1851), y extrema en Francia (desde 1905). Nótese que esta separación es radicalmente distinta de la separación puramente objetiva (y enormemente importante) de la Iglesia y el Estado en los Estados Unidos de Norteamérica (§ 125).

6. Como resultado de los descubrimientos en el campo de las ciencias de la naturaleza y de su aplicación en la técnica moderna por medio de la general industrialización, durante el siglo XIX hubo nuevas situaciones críticas que revolucionaron profundamente la vida, y así, una vez más, modificaron sustancialmente las condiciones en que debía desarrollarse la actividad religioso-eclesiástica. La tendencia fundamental repercutió en el ámbito religioso-moral, y ello como mera consecuencia última del desarrollo de anteriores procesos de disolución en especial interdependencia con el moderno desarrollo económico.

a) Gracias a los nuevos medios de comunicación espiritual y material, el mundo se hizo escenario de la historia; la gran masa fue participando cada vez más en las discusiones, hasta alcanzar en algunos aspectos, al menos indirectamente, una influencia decisiva; el proceso de desarrollo se trasladó de los anteriores centros de la actividad espiritual a los sindicatos, al parlamento democrático y al periódico, incluso a la vida cotidiana de la calle, la fábrica y la vivienda, y la influencia secularizante no cesó ni de día ni de noche. Las masas humanas y la cantidad en cuanto tal pasaron a ser factores determinantes. b) En el cambio social y político fue característico el triunfo definitivo del pensamiento democrático. De todas las actitudes espirituales básicas a que aspiraba la baja Edad Media, tan sólo la idea socialista-democrática fue reprimida durante siglos (represión de los levantamientos de los campesinos). La Edad Moderna fue, hasta fines del siglo XVIII, la época del absolutismo de los príncipes. El surgimiento victorioso de la idea democrática, dentro del tercer estado con la Revolución francesa y, luego, dentro del cuarto estado (el proletariado), con el socialismo y últimamente con el comunismo, ha provocado una acumulación de fuerzas completamente nuevas, que, al ser acentuada, ha supuesto una carga para la vida pública de los siglos XIX y XX: en vez de igualdad liberadora, igualitarismo destructor. (Para una descripción más detallada de las fuerzas impulsoras de los siglos XIX y XX, cf. infra, § 108).

7. Ciertamente, en todo esto el hombre ha logrado conquistar algo a cambio de lo cual ningún precio puede ser excesivo: la libertad. Lástima que en los últimos tiempos, tanto en el liberalismo como en las creaciones totalitarias, se haya abusado vergonzosamente de ella o se la haya falseado en su fuerza creadora. Desde el ángulo de la actividad general del espíritu, el resultado es, en más de un aspecto, el siguiente: los hombres han conquistado múltiples libertades, pero han perdido (nuevamente) la libertad.

Notas

[2] Cf. el uso de la palabra science en francés e inglés para las ciencias naturales

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