conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » III.- Edad Moderna: La Iglesia frente a la Cultura Autónoma » Primera época.- Fidelidad a la Revelacion Desde 1450 Hasta la Ilustracion » Período primero.- (1450-1517) los Fundamentos: Renacimiento y Humanismo » §76.- Renacimiento y Humanismo » III.- Renacimiento y Humanismo como Factores Historico-Eclesiasticos

A.- Los Papas del Renacimiento

1. Martín V (1417-1431), retornado a Roma al término del Cisma de Occidente, ya había trabajado por embellecer la ciudad, que encontró sórdida y semidestruida. Luego siguió Eugenio IV (agustino; 1431-1447)[17], hombre serio, que a raíz de las revueltas de Roma (desde 1434) se vio obligado a residir durante varios años en Florencia (entre 1433 y 1442, con interrupción de tres años en Roma), el centro de la nueva cultura, y trabó estrecho contacto con el Renacimiento. Con vistas a la ansiada unión con los griegos, convocó a la cancillería pontificia a numerosos sabios, que eran expertos conocedores de la cultura griega (Ermolae Barbaro, † 1493; Piero del Monte, † 1457; Flavio Biondo, † 1463).

a) En los frescos pintados por Fra Angelico en el Vaticano (entre 1448 y 1453), por encargo de Nicolás V, encontramos una brillante muestra de la nueva forma del sentimiento artístico y de la plegaria. Tenemos en Fra Angelico una de las personificaciones más tempranas y más puras del arte renacentista, pleno de sentido religioso y eclesiástico. En la Edad Media hubiera sido imposible una caracterización tan individualista y espontánea como la de sus santos[18] que aún guardan tanto de su primitiva integridad (aparte del marco arquitectónico en que se sitúa, por ejemplo, la escena de la Anunciación). Un rasgo típico de los humanistas fue su predilección por libros y manuscritos, tanto antiguos como cristianos, que buscaban, adquirían y coleccionaban con verdadera pasión[19]. En el Concilio de la Unión de Ferrara-Florencia (§ 66), la recopilación de textos griegos antiguos desempeñó en la práctica un importante papel. Por este camino se redescubrió parte de la teología de los Padres griegos o, mejor dicho, se volvió a difundir por el Occidente. La difusión del griego hizo posible la recuperación de los evangelios en su lengua original, lo que constituyó un presupuesto decisivo de la piedad de los siglos siguientes (Erasmo, la Reforma).

b) Bibliófilo entusiasta fue el papa Nicolás V (1447-1455), antes mencionado, que descubrió en un convento alemán las obras de Tertuliano. Fue el que introdujo el Renacimiento en la curia papal, dándole plena carta de ciudadanía. A él se remonta la fundación de la Biblioteca Vaticana. Los papas fueron los grandes mecenas del arte renacentista. Ellos fueron los que, con sus grandes encargos, recogieron y elevaron a la fama universal los geniales impulsos iniciados en las pequeñas cortes ducales italianas y en las grandes ciudades-repúblicas. Baste con citar los nombres del Vaticano, San Pedro, Bramante, Rafael y Miguel Ángel.

2. Estos papas se han ganado un imperecedero agradecimiento del mundo entero con su manera generosa de atraerse todos los talentos y valores, apreciando todo cuanto fuese creador, con una sorprendente alteza de miras que sabía ver más allá de las deficiencias morales y religiosas. Con ello la Iglesia católica ha demostrado que no es exagerado que se le atribuya una fuerza cultural verdaderamente inagotable. Aquellas creaciones artísticas estimuladas y pagadas por los papas, a lo largo de los siglos hasta hoy han provocado una reverente admiración, son su mejor demostración. Muchos no católicos, que jamás han tenido la oportunidad de aproximarse a la grandeza de la fe de la Iglesia, han quedado sobrecogidos ante la vista de San Pedro y del Vaticano. Ante los grandes maestros del Renacimiento, muchos de los cuales estuvieron al servicio de los papas, y que son tan modernos y tan íntimamente familiares aún para el espectador actual, han percibido un hálito de la importancia e incluso de la perennidad de la Iglesia. Este mérito de los papas debe ser subrayado en justicia.

3. Pero con esto aún no hemos dicho apenas nada del valor religioso del arte renacentista y del valor cristiano del mecenazgo pontificio. A veces este valor se ha ensalzado en demasía.

a) Como toda la época del Renacimiento, también su arte estuvo lleno de tensiones internas, rayanas a veces en la contradicción. En él predominó un doble contraste, que muchas veces no se resolvió en la debida unidad interna: el más allá - el más acá; eclesiástico - terreno -individualista. Lo lamentable no es que los maestros del Renacimiento reprodujesen, junto a temas religiosos, temas profanos y mitológicos. Lo importante es el espíritu. Y este espíritu, en muchas «madonnas» de Rafael, por ejemplo, es sumamente humano y maternal, sentimental e íntimo, pero no llega a ser o ya no es propiamente cristiano y religioso. Su famosa «Disputa», que representa un tema puramente religioso, es decir, teológico, es ante todo una maravilla incomparable de dibujo y de composición, pero no una obra de piedad. No ilustra lo que en ella sería de desear por encima de todo, la adoración, sino un tema auténticamente renacentista, una disputa académica de tono elevado y solemne.

Naturalmente, no fue ninguna desventaja que los artistas del Renacimiento, además de iglesias, construyesen también palacios (por ejemplo, en Verona, Florencia, Siena, Rímini, Perugia, Roma). Pero sí lo fue que el espíritu mundano y el gusto por la vida suntuosa y regalada, que propiamente tiene su asiento «en los palacios de los reyes» (Mt 11,8), penetrase a su vez en los edificios sagrados. Las iglesias dejaron de ser espacios dirigidos al cielo, purificados ascéticamente para la oración y mantenidos en una mística semioscuridad; por influjo de la Antigüedad pagana, con el predominio de las líneas horizontales; se construyeron como palacios firmemente asentados en la tierra, dedicados, sí, a acciones sagradas, pero también llenas de pompa y suntuosidad. La luz inunda todo el recinto. En el alegre espacio puede uno explayarse y sentirse identificado con el hermosamente adornado edificio, que lleva en su frente o frontispicio, y a veces en muchos otros lugares (para gloria de su constructor), su blasón y su nombre[20]. Puede uno, en fin, sentirse identificado con los contemporáneos que allí se congregan. Esta consideración no niega, naturalmente, la dignidad sacral de tantas iglesias renacentistas ni el valor sublime que su marco solemne ha dado y sigue dando a innumerables celebraciones litúrgicas rezadas en voz baja o jubilosamente cantadas. Pero es preciso hacer hincapié en tal contraste, ya que generalmente pasa inadvertido. Como demuestra el desarrollo de la historia del espíritu, esa tendencia encubierta ha tenido efectos nefastos.

b) Por lo que respecta al segundo contraste (eclesiástico-profano-individualista), diremos lo siguiente: para los italianos del Renacimiento no venía al caso una separación de la Iglesia en el sentido de adoptar una postura religiosa contraria, como fue el caso de la Reforma. Sin embargo, sus obras ejercieron gran seducción en este sentido. Gloria incomparable de la Iglesia y fiel hijo suyo fue Miguel Ángel. Sus obras se cuentan entre las más imponentes manifestaciones del genio humano en las artes plásticas. Leonardo y Rafael, que suelen ser considerados a una con Miguel Ángel como las cumbres del Renacimiento, están muy por debajo de él en cuanto a la capacidad de manifestar el alma humana y el mundo religioso.

Pero precisamente en su grandeza se deja entrever un peligro religioso. Sus obras de los períodos primero y medio dieron rienda suelta a lo subjetivo de tal manera, que únicamente su profundo espíritu eclesiástico -innegable- pudo guardar esta actitud personalista de un subjetivismo radical. Pero lo peligroso de su subjetivismo se puso de manifiesto en sus efectos en otros. Miguel Ángel preparó el camino para la plena liberación del sujeto, y ello tanto más cuanto que sus incomparables creaciones afectan y subyugan al hombre como un poder de la naturaleza. Esto que decimos no debe entenderse equivocadamente. Para el católico constituye sin duda una revelación (en el sentido de la síntesis) el tener la vivencia de este último estallido de voluntarismo personal dentro del marco de la comunidad eclesial, proveniente además de un alma auténticamente piadosa y fiel a la Iglesia. Pero el peligro fue evidente cuando este estilo subjetivista se conjugó con tendencias antieclesiásticas y separatistas. Y de ellas habría de estar lleno el mundo muy pronto.

Para decirlo todo, no debemos olvidar que el propio Miguel Ángel supo conjurar estos efectos peligrosos con sus grandiosas obras de la época tardía: «El Juicio Final» en la Capilla Sixtina, la cúpula de San Pedro y el conmovedor tono penitencial de sus últimos descendimientos y pietàs.

4. Pero, más allá de lo que acabamos de decir, hay que preguntarse cómo llevaron a cabo los papas del período renacentista sus tareas capitales. ¿Fueron buenos pastores del rebaño de Cristo?

a) En la historia de los papas de aquella época se registran esfuerzos dignos de reconocimiento en la vida cristiana personal de algunos papas como Eugenio IV, Pío II (una vez cumplidos los cuarenta años) y Nicolás V. Y puede decirse que en el ámbito de la administración ordinaria y la dirección en general estos esfuerzos fueron incontables. Pero, en conjunto, estos papas estuvieron hasta tal punto dominados por la política, las riquezas, el goce de los placeres de la vida, la cultura mundana y el bienestar de los suyos mediante el nepotismo y sirvieron tanto a estos intereses mundanos, que algunos de ellos constituyeron una antítesis radical del espíritu de Cristo, del que eran representantes. Las monstruosas y -por decirlo así- suprapersonales irregularidades de Aviñón y del Cisma de Occidente, la simonía y el nepotismo, todo ello envenenado por una vida a veces inmoral y acrecentado por la intención de convertir los Estados de la Iglesia en una propiedad familiar del papa, fueron clara muestra de la mundanidad y corrupción imperantes y de la claudicación de los papas ante ellas.

b) La mayor deshonra del pontificado fue el inteligente Alejandro VI (1492-1503), al que sus enemigos llamaban «marrano» (el segundo papa de la estirpe española de los Borja), el papa del Año Jubilar de 1500, pero también el papa de la simonía, del adulterio y de los envenenamientos. Sin embargo, el peligro que aquí tratamos de señalar no se reveló propiamente en este papa, tan depravado moralmente; en él, el fallo concreto quedó dentro de la esfera personal. La deficiencia -digamos- «estructural» de la fecundidad renacentista fue más perceptible en la personalidad del papa León X, loable por muchos conceptos, particularmente interesado por la cultura, ante todo griega, por el teatro y la pesca, de vida moral intachable, pero que adoptó como lema de vida -¡él, «representante» del Crucificado!- la frase siguiente: «Gocemos del pontificado, ya que Dios nos lo ha concedido». Este fue el papa de la vergonzosa historia de las indulgencias de Maguncia y el papa del proceso, tan poco serio, llevado contra Lutero.

c) Estos papas, a una con los cardenales, sus émulos, y con parecidos obispos y canónigos nobles en todo el mundo, llevaron a la Iglesia, en el sentido apostólico y religioso, al borde de la ruina. De tal modo se hicieron acreedores del juicio de Dios, que sólo un milagro podía salvar al propio papado y a la Iglesia. Si queremos hacer una auténtica, vigorosa y convincente apología de la Iglesia de aquel tiempo, no debemos atenuar sus escandalosas anomalías, sino resaltarlas con toda energía. Entonces podremos ver cómo la Iglesia consiguió lo que para cualquier otro organismo puramente natural es del todo inalcanzable: estando envenenada, supo segregar y eliminar el veneno. Es cierto que la crisis fue dura y acarreó sensibles pérdidas, pero al final la Iglesia no quedó debilitada, sino robustecida; no se empequeñeció, sino que se robusteció internamente. Eso sí, una consideración histórico-eclesiástica auténtica, esto es, una consideración cristiana sobre todas estas cosas, no debe olvidar la destrucción antecedente a la purificación ni la persistencia de las debilidades en el mismo proceso purificador. Tampoco debe olvidar el terrible juicio de Dios.

Notas

[17] Este papa llevó a término el intento del Concilio de Basilea (democratizar la constitución de la Iglesia) mediante su unión con Federico III (1445) y con los príncipes electores (Concordato de los príncipes, 1447); cf. § 66. Es cierto que la Pragmática Sanción de Bourges (1438) tuvo efectos contraproducentes.

[18] Sus restantes obras las realizó preferentemente en conventos e iglesias de los dominicos (Cortona, Perugia). La más excelente es la realizada en San Marcos de Florencia, con sus cuarenta frescos sobre temas de la pasión del Señor y sus figuras de los santos.

[19] Desde la primitiva Edad Media, la copia de libros fue el fundamento de la instrucción. Ahora los libros redescubiertos fueron otra vez la fuente de la nueva cultura. Cf. el Cusano, Pico della Mirandola, Lorenzo Médici el Magnífico. En el siglo XVI los coleccionistas de libros son incontables. El humanista es por definición amigo y coleccionista de libros.

[20] Medítese la carencia de sentido y la imposibilidad religiosa que entrañaría el que el nombre del constructor figurase en el frontispicio de una catedral gótica. Ni siquiera hay espacio para ello.

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