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§86.- Los Comienzos. las Hermandades en Italia. los Teatinos
1. La reforma interna de la Iglesia del siglo XVI fue, en primer lugar, la culminación de la piedad de la baja Edad Media y de los muchos intentos de reforma que ya conocemos. Como impulso y como posibilidad de entronque, las dos cosas fueron importantes. Si se nos permite el atrevimiento de señalar como más importante un solo fenómeno de los muchos que componían el rico cuadro, diríamos que tal lo fue, en conjunto, la piedad popular de entonces. Pero con ello no nos referimos primordialmente a la praxis del catolicismo vulgar, sino a la nueva piedad laical naciente, por ejemplo, de un Gerardo Groot (§ 70)[6]. Esta piedad popular era muy viva, como ya hemos visto, en diversos círculos, en hermandades laicales, a las que también tenían acceso los sacerdotes (aunque a veces en número muy limitado, como en el círculo de Giustiniani en Venecia o en Génova [cf. después, ap. 2]), pero que esencialmente eran asociaciones de laicos. La única organización nueva y religiosamente creadora de la época, los Hermanos de la Vida Común, representantes clásicos de la devotio moderna tras las huellas de G. Groot, cultivaban esta piedad laica bajo formas humanistas.
En todos aquellos intentos de reforma católica hemos advertido que la base más profunda de la transformación interna de la Iglesia era el despertar de una piedad cristiana sencilla según el lema: «santifícate». Nueva y decisiva prueba de ello nos dan las distintas hermandades existentes en Italia en la última década del siglo XV, de cuyo espíritu, como se puede comprobar históricamente, brotaron corrientes decisivas de la nueva piedad y eclesialidad católica.
2. Entre estas hermandades desempeñó un importante papel en los comienzos de la revitalización católica el «Oratorio del divino amore». Este Oratorio fue una hermandad eclesiástica normal y corriente, una de las muchas que entonces, todas a una, robustecieron grandemente la vida religiosa y eclesiástica, tanto que constituyeron una ayuda decisiva y duradera para todo el organismo eclesiástico. Desde el principio hemos sostenido que estas hermandades estaban impregnadas de un sano realismo. Tenían una orientación marcadamente caritativa, por ello exigían como requisito el amor al prójimo. En el año 1494, Girolamo de Vincenza fundó en su ciudad natal una hermandad, cuya finalidad era promover la santidad de sus miembros. En el mismo lugar, el famoso predicador popular Bernardino de Feltre había fundado un Oratorio de San Jerónimo, que reclutaba sus miembros en los estratos más elevados de la sociedad y perseguía observar una vida santa por medio del ejercicio de la caridad y la instrucción piadosa. En el año 1497, en Genova, el laico Ettore Vernazza fundó una hermandad similar, que también tenía como objetivo la propia santificación y el ejercicio de la caridad; en esta hermandad, el número de sacerdotes que se admitían era limitado. Nos consta que esta hermandad ya ostentaba el nombre de «Oratorio del amor divino». Roma, Venecia, Padua y Brescia siguieron pronto este ejemplo con asociaciones del mismo nombre.
En Vincenza, desde el año 1518, también desarrolló su actividad Cayetano de Thiene[7], nacido en la misma ciudad († 1547). Después de haber sido miembro del Oratorio del amor divino en Roma y haber colaborado en la reforma del clero, trabajó en su ciudad natal. A Cayetano de Thiene se remonta la fundación del grupo en Venecia. En Verona, el Oratorio fue introducido por Giberti, más tarde obispo ejemplar. Se conserva una lista de los miembros del Oratorio romano en 1524, en la que aparecen nombres de obispos, camareros pontificios y escribanos de la curia apostólica, aparte de un buen número de laicos[8] entre los que figuran los nombres de Cayetano de Thiene y Gian Pietro Carafa.
Los estatutos (se conservan los de Roma, Génova y Brescia) señalan como fin principal de la hermandad «sembrar y plantar en nuestros corazones el amor». Este objetivo podría parecer carente de originalidad, pero en realidad fue algo extraordinariamente característico, pues el concepto del amor divino se convirtió gracias a ello en lema central de una vida cristiana más noble y de una mayor perfección (véase anteriormente, § 85; también Giustiniani escribió un tratado «Dell'amore di Dio»). Como medios para alcanzar el fin propuesto, a los miembros de la hermandad se les prescribían los siguientes ejercicios: una reunión semanal, en la que se celebraba la misa; oír misa todos los días (o por lo menos estar presente en el momento de la consagración); comulgar una vez al mes[9]. Los miembros estaban además obligados a ayunar una vez por semana y a recitar diariamente siete padrenuestros y avemarías. Y sobre todo debían ejercitarse en el cuidado de los enfermos incurables. De esta manera, los Oratorios fueron a un mismo tiempo fundadores y cuidadores de numerosos hospitales para atender las nuevas enfermedades contagiosas, aparecidas a raíz del descubrimiento de América. Hubo hospitales del Oratorio, por ejemplo, en Roma, Nápoles, Vincenza, Venecia y Brescia. En el Oratorio romano el número de miembros se limitaba a sesenta. Estaban obligados a guardar secreto sobre la hermandad.
Lo más importante desde el punto de vista teológico, la vinculación a la Iglesia como único custodio de la verdad y la santidad, era para los Oratorios algo evidente, y otro tanto la distinción entre el cargo y la persona. Frente a la crítica disolvente, o al menos estéril, del individualismo y el subjetivismo, nos encontramos aquí con un punto de partida verdaderamente objetivo y vinculante dentro de la comunidad eclesial[10].
3. También Venecia llegó a ser un foco importante de estas nuevas fuerzas eclesiales, como ya sabemos. Y nuevamente fue en los mejores círculos de la ciudad en los que el celo se puso de manifiesto. Tommasso Giustiniani, que aún siguió siendo seglar muchos años después, reunió en torno a sí un grupo de jóvenes con el fin de ganarlos para una vida cristiana seria. Su ideal humanista de una vida comunitaria de gran estilo, ideal que Giustiniani llevaría consigo a los ermitaños de Camaldoli, condujo a sus amigos -entre los cuales ya conocemos a Vincenzo Quirini- a vivir en común por algún tiempo.
El grupo cobró especial significación histórica con Gaspar Contarini, que era o llegó a ser una especie de hombre puente entre las fuerzas reformadoras de Italia, un elemento central de la obra reformadora de la Iglesia y un activo favorecedor del entendimiento con los luteranos bajo el pontificado de Paulo III (§ 87, II). Hay una cosa que debe considerarse en general como un importante factor de la reconstrucción, y es que numerosas personalidades, que desde la segunda década del siglo tomaron parte en la preparación y parcial realización de la reforma católica, estuvieron en estrecha relación unas con otras. No sólo sus programas tuvieron afinidad interna, dada su orientación al mismo objetivo, sino que hubo verdaderos «círculos» que persiguieron juntos el mismo fin de la renovación eclesial. Todo ello no estuvo exento -al menos a la larga- de tensiones fuertes, incluso fortísimas (por ejemplo, a raíz de la evolución de Carafa, § 91); pero unos y otros se conocían, trabaron amistad, vivieron juntos (por ejemplo, Giustiniani en casa de Cayetano de Thiene, en Roma), con el fin de «hacerse por entero espirituales».
4. En el ámbito de influencia de esta nueva piedad hubo varios grupos de clérigos regulares que jugaron un papel importante dentro de la reforma católica. La Orden de los barnabitas (fundada en 1530 por san Antonio María Zaccaría, † 1539), que trabajó por la reforma de las costumbres y por las misiones populares, nació de una de estas hermandades de Milán. En Venecia, san Jerónimo Emiliani († 1537) fundó, con ayuda de los teatinos, la Orden de los somascos (1532).
La más importante fue la fundación de la Orden de los teatinos (1524) por obra de dos miembros del Oratorio romano: Cayetano de Thiene y Juan Pedro Carafa[11].
En estos dos varones vemos la doble vía por la que discurrió la evolución: la vía de la interiorización de Cayetano, de temperamento suave y mentalidad franciscana, y la vía radicalmente distinta de Carafa, más tarde elegido papa con el nombre de Paulo IV, el hombre que llevó a la práctica la Contrarreforma con medios inquisitoriales.
Por medio de Cayetano la Orden de los teatinos llegó a ser pronto todo un programa. Pero no apareció en solitario, sino que debe ser vista - como ya indicamos- en unión con otras numerosas comunidades que nacieron o actuaron a su lado (bien con carácter secular o con carácter clerical regular).
5. El verdadero fin de la reconstrucción católica (más allá de la santificación propia o, mejor dicho, por medio de ella) estaba dado de antemano: restablecer lo que más se echaba en falta en la Iglesia, la cura de almas, y presentarla como la tarea connatural de todo cargo eclesiástico y llevarla a cabo de manera nueva. Este problema ya lo habían afrontado los numerosos proyectos de reforma de los cien años anteriores. De ahí las reiteradas exigencias de los sínodos provinciales y diocesanos, de las propuestas de reforma y de las bulas o decretos reformadores, preocupados todos ellos por la creación de un nuevo clero pastoral (examen de los ordenandos, fomento de la formación religiosa, eliminación de la escandalosa praxis curial de las dispensas).
La literatura pastoral de la época intentó reimplantar las directrices marcadas por los Padres griegos sobre la vida sacerdotal y presentarlas de forma nueva, adaptada a las necesidades del momento (la obra Stimulus pastorum, de Wimpfeling). Se hizo también un esfuerzo por reelaborar en toda su pureza la imagen del obispo que apacienta su grey y por dar a tal imagen nueva vitalidad. Algunos hombres sobresalientes fueron un verdadero espejo de prelados; Contarini y el obispo Giberti de Verona († 1453) se aproximaron mucho al ideal.
En este contexto se situaron los objetivos y la obra de los teatinos. Sus fundadores habían detectado, entre todos los defectos de la Iglesia, los dos más nocivos y, a su vez, estrechamente relacionados entre sí: la falta de espiritualidad del clero y la desmesurada riqueza. Por ello el objetivo de su Orden fue destruir los dos de raíz. Así, en el círculo de Venecia ningún miembro de la Orden poseía un beneficio. Los teatinos debían ser, con su pobreza perfecta, un ejemplo vivo e irreprochable de religiosidad eclesiástica, y así, con su ejemplo por delante, renovar al clero secular desde sus cimientos. Bien se echa de ver el espíritu de Cayetano, ferviente admirador de san Francisco, en la exigencia de que la comunidad no debe tener ingresos, ni poseer bienes raíces, ni siquiera mendigar el sustento.
6. Las costumbres de las susodichas hermandades y los estatutos de la Orden de los teatinos no tuvieron orientación polémica (y mucho menos antiprotestante), sino más bien positiva. En esto precisamente radicó su fuerza. Lo único que hicieron fue seguir la gran ley de la vida, que nace de las cosas pequeñas, que tanto más poderosa y eficazmente despliega su fuerza cuanto más profundamente yace envuelta en el silencio de su proceso interno, sin otras miras que su desarrollo interior.
a) La relación de estas hermandades con el humanismo vino directamente dada en muchas ocasiones por la simple personalidad de sus dirigentes. La piedad humanista que tales hermandades cultivaron fue malentendida por algunos y hasta tachada de protestante. Bien pudo estar en ciertos lugares impregnada del un tanto informal «evangelismo»; también pudo hacerse sospechosa de un espiritualismo de cuño neoplatónico, como el que ya hemos encontrado en Pico della Mirandola (§ 76) y, de modo semejante, en el desmedido aprecio erasmiano del valor religioso de la cultura. Pero en los círculos de las hermandades aquí mencionadas, o en otros círculos, en cuya vida tomaron parte figuras como Miguel Angel y su famosa amiga Vittoria Colonna, jamás se quebró la fidelidad a la Iglesia y a la doctrina de la fe predicada por ella (a veces después de superar tensiones, como, por ejemplo, la crisis surgida en torno a Occhino en Italia). En el caso de las hermandades, como en las acusaciones contra los cardenales Morone y Pole, la Inquisición se equivocó en sus sospechas.
b) El hecho de que a su vez el Humanismo levantara sospechas -no siempre infundadas- de irregularidad eclesiástica no necesita mayor explicación después de nuestras indicaciones anteriores. Pero es muy importante determinar con la mayor precisión posible el papel desempeñado por el humanismo en el desarrollo de la restauración católica. La atmósfera general creada por la revolución cultural, religiosa y espiritual, sobre todo en Italia, pero en diferentes grados también en todos los demás países que se habían abierto al espíritu del Renacimiento y del Humanismo, era una atmósfera extraordinariamente polivalente. Por eso, en cuanto tratamos de contemplarla más de cerca, volvemos a topar con todas las divergencias ya implícitas y actuantes en el Humanismo histórico de los siglos XV y XVI.
c) El papel positivo desempeñado por el Humanismo con su redescubrimiento de la Sagrada Escritura y de la «verdadera teología antigua» salta a la vista. La ingente aportación de las ediciones completas de los Padres de la Iglesia, sobre todo en Basilea y París, la preparación del texto de la Biblia expurgado (aunque no purificado del todo) por obra de Lorenzo Valla en sus «Anotaciones», el quíntuple Salterio de Lefèvre, la Políglota Complutense de Cisneros, el Nuevo Testamento griego de Erasmo (obra paralela a la anterior), las nuevas posibilidades de enseñanza del griego y el hebreo (Alcalá, Lovaina, los libros de Reuchlin) -trabajos todos ellos realizados en España, Francia y Alemania- pusieron en manos de las fuerzas renovadoras de la Iglesia los medios materiales para conocer los ideales teológicos y religiosos que tuvieron vigencia y vitalidad en la Iglesia antigua. Con todas estas aportaciones se pudo volver al texto originario de las puras fuentes.
Ficino (§ 76, III) había ya propugnado una reforma religiosa. En él ya encontramos, por cierto, una decisiva síntesis de cultura antigua y renovación cristiana de fe, síntesis difícil de llevar a cabo para un observador crítico. Para Ficino, como para otros muchos, el Platón «neoplatónico» fue el gran santo, a cuya bendición se confiaba -tal vez en demasía- la obra de reconstrucción[12]. En todo caso, el empeño de promover un renacimiento religioso fue esencial. Un amigo de Ficino, Pico della Mirandola, entabló, además, relación directa con Savonarola, con lo cual, junto al intento positivo de reforma de la Iglesia, se puso de manifiesto con toda su crudeza el problema de la Iglesia y la cultura, esto es, el problema de la separación entre la cultura renacentista mundanizada y la Iglesia. Por otra parte, los estudios paulinos de John Colet, discípulo de Ficino, pusieron a Erasmo en el camino de la «nueva teología» de la Escritura y los Padres. Pero con ello nos volvemos a encontrar con la misma pregunta, de la que ya tratamos anteriormente al hablar del Humanismo y analizar la obra de Erasmo: ¿Hasta qué punto el movimiento humanista, iniciado por buenos cristianos y promovido en su mayor parte por cristianos, fue, en su núcleo, cristiano y religioso (esto es, revelación del Crucificado) y contribuyó a la construcción de la Iglesia? ¿O hasta qué punto propendió a situar al hombre en el centro? ¿Fue un movimiento católico creativo en cuanto al dogma, fuera de los sitios en que personas conectadas enteramente con la Iglesia utilizaron para la reforma los nuevos medios teológicos humanistas?
d) De hecho, ya desde el principio hubo fuerzas humanistas dentro de la reforma propiamente católica del siglo XVI: en los círculos más importantes de la Orden de los teatinos (confirmada en 1524 por Clemente VII), en la teología antiprotestante, en las primeras etapas del Concilio de Trento. Posteriormente, el Humanismo dominó tan fuertemente la labor espiritual de la Contrarreforma, la obra educadora de los jesuitas, la piedad de san Felipe Neri y la espiritualidad francesa del siglo XVII, que no se puede prescindir de él. Si bien el Humanismo tuvo consecuencias radicalmente destructivas para la Iglesia (parcialmente en Erasmo, luego en Zuinglio y otra vez en el siglo XVIII), sin embargo, la piedad católica fue capaz de utilizarlo como acelerador de su reconstrucción. Naturalmente se trató -no nos cansaremos de subrayarlo- de hombres que primordialmente vivieron del espíritu de la Iglesia; por ello su Humanismo logró superar aquel elemento que, al acentuar excesivamente lo «humano», había llevado (y siguió llevando) a la tentación de querer hacer del hombre, con poco o ningún sentido de Iglesia, la medida de todas las cosas.
7. El «sacco di Roma» de 1527, en el que 20.000 mercenarios (españoles, alemanes e italianos), muchos de ellos luteranos, todos hambrientos y sin soldada, se entregaron al saqueo y a la carnicería más espantosa[13], significó el comienzo de la actividad y expansión de las nuevas fuerzas religiosas. La destrucción de la Roma renacentista, incluidas la casa y la iglesia de los teatinos, tuvo una importancia positiva para la renovación católica: muchos celosos promotores de la reforma se esparcieron por toda Italia. En Venecia pudieron conectar con el círculo reformador y humanista agrupado en torno a Gasparo Contarini (§ 90). Sadoleto y Giberti volvieron de la corte romana a sus obispados. La obra realizada por Giberti en Verona, mediante su ejemplo y la profunda reforma del clero, significó nada menos que el comienzo de la «regeneración del episcopado italiano» (Pastor) y del clero y, por tanto, la condición de posibilidad de una reforma general. El obispo volvió a ser pastor de almas[14]. El espíritu de esta reforma dio sus mejores frutos en las disposiciones reformistas del Concilio de Trento sobre la formación y vida del clero y en san Carlos Borromeo y su erudita Academia (§ 91). También los jesuitas, san Felipe Neri, san Francisco de Sales y san Vicente de Paúl consideraron tarea capital la formación de un nuevo clero.
Notas
[6] Con la expresión «piedad laical» no agotamos la amplia envergadura de la espiritualidad de Groot, predicador penitencial sumamente severo, en parte incluso rigorista, que prevenía en contra del matrimonio.
[7] Cayetano, antes funcionario curial (secretario particular de Julio II y protonotario), fue sacerdote desde 1526.
[8] Su número no puede determinarse con exactitud, ya que muchos nombres aparecen sin indicación de la profesión.
[9] Esta prescripción, que se contiene en los estatutos del Oratorio romano, alcanzó más tarde vigencia general. Sobre todo fue adoptada por las asociaciones religiosas fundadas en el período barroco.
[10] No creemos necesario subrayar expresamente el hecho de que no siempre ni todos los miembros cumplieron rigurosamente el programa. Por ejemplo, en el caso de Maquiavelo, que escribió (e incluso expuso públicamente) una meditación sobre el Miserere, cabe legítimamente suponer una honda discrepancia de su pensamiento con el programa de su hermandad.
[11] El nombre de «teatinos» procede del antiguo nombre de la diócesis de la que era obispo Carafa, la diócesis de Chieti Theate.
[12] Sin embargo, también hubo humanistas religiosos antes de Giustiniani que no sólo se opusieron a Aristóteles y Averroes, sino que quisieron (por lo menos en algún caso) eliminar a Platón en aras de la Escritura y los Santos Padres.
[13] El saqueo duró ocho días completos. Debió de haber más de 10.000 muertos.
[14] De la Orden de los teatinos salieron 200 obispos.
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