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§90.- Escritores Contrarios a la Reforma

1. Lutero comenzó su actuación pública con una disputa teológica. Sus noventa y cinco tesis sobre la eficacia de las indulgencias, hechas públicas en 1517 y que gracias a la imprenta fueron conocidas en brevísimo tiempo por todos los interesados en Alemania y fuera de ella, constituyeron una llamada a todo el mundo teológico para pronunciarse sobre las opiniones vertidas en ellas. La teología era entonces algo que interesaba a todo el mundo culto. Disputas similares a las provocadas por Lutero se cultivaban entonces, poco menos que por espíritu deportivo, en discusiones, cartas y panfletos. Nos hallamos en un ambiente de gusto por las disputas escolástico-humanistas, las cuales se tomaban muy en serio, tanto que las discusiones, tanto privadas como públicas, estaban reguladas por una especie de comment científico. En cuanto a su contenido, las discusiones eran un reflejo de la altura intelectual del tiempo: la baja Escolástica y el Humanismo. Muchas palabras, muchas sutiles y desmedidas distinciones de concepto en problemas secundarios, pero poca teología verdadera. Las series de tesis de Lutero de 1517 y 1518 superaron con mucho este tipo de teología: repletas de contenido teológico y religioso, eran claros testimonios del proceso de transformación que en él se desarrollaba, en medio de múltiples luchas psicológicas y espirituales. A pesar de todo, la discusión teológica sobre las opiniones de Lutero se desarrolló durante mucho tiempo en esa atmósfera velada en que las palabras suelen tomarse más en serio que el pensamiento, es decir, en que el pensar se sustituye por el razonar. La disputa de Leipzig de 1519 estuvo esencialmente impregnada de esta atmósfera. Nada muestra tan claramente la peligrosa y catastrófica confusión de la teología de entonces como el hecho de que fuese posible este debate, en el que se discutieron principios católicos fundamentales, dos años después de la aparición de las famosas tesis y después de todo lo que desde tales tesis había proclamado Lutero.

Las tesis sobre las indulgencias poseen especial significación en lo concerniente a la profundización que Lutero pretendió y alcanzó (§ 81, III). Comienzan con una afirmación perfectamente católica, que resume lacónicamente la doctrina cristiana fundamental de la metanoia y la mayor justicia interior. De hecho, las tesis en su conjunto constituyeron un fuerte ataque contra la Iglesia, aun cuando en su intención eran un serio intento de reforma en la Iglesia y para la Iglesia.

2. Las tesis de Lutero de 1517 y sus primeros escritos teológicos publicados inmediatamente después fueron por largo tiempo tratados por el catolicismo oficial, con increíble ligereza, como «disputas de frailes». Por ello es legítimo hacer especial hincapié en la segura visión católica de aquellos hombres que desde el principio advirtieron el carácter demoledor de las tesis de Lutero, aun cuando su reacción, desde el punto de vista religioso como teológico, quedó muy por debajo de lo que la tarea requería.

a) Hay que mencionar, en primer lugar, al docto Juan Eck (1486- 1543), profesor de teología y párroco de Ingolstadt.

Antes de ser teólogo controversista, siendo aún profesor de teología, Juan Eck había mostrado un interés de tipo humanista por la geografía, las matemáticas y las ciencias naturales, y en estos campos dio muestras de un saber sorprendentemente amplio. Desde muchacho conocía de memoria toda la Sagrada Escritura. Por desgracia, no podemos decir que su pensamiento teológico se hubiese nutrido directamente de la Biblia. Juan Eck no sólo malinterpretó la primera de las tesis de Lutero sobre las indulgencias, no sólo no percibió bien las preocupaciones pastorales latentes en ellas, sino que además, en sus continuos y numerosos escritos de controversias contra Lutero, muchos de ellos elaborados con demasiada prisa, no supo exponer la teología católica por su lado más favorable. Bien es verdad que Eck, como muchos de sus correligionarios (y el mismo Lutero), desconocían fatalmente el elemento católico implícito en las aspiraciones religiosas fundamentales de la Reforma. Sus exposiciones sobre la misa son una especie de meditaciones de una superficialidad deplorable sobre los méritos, incapaces de causar la más mínima impresión en el ánimo de Lutero, aun en el caso de que éste hubiera prestado mayor atención de la que en realidad le prestó.

Pese a todo, la obra de Juan Eck fue importante desde el punto de vista de la historia de la Iglesia, aunque hasta hoy no haya sido objeto de adecuado estudio y exposición. Juan Eck, ante todo, advirtió muy pronto en Lutero su nueva concepción fundamental, que negaba la tradición y, por tanto, daba por supuesto o cuando menos tendía a un nuevo concepto de Iglesia. Al dirigir sus ataques contra Lutero, contribuyó a clarificar la situación del lado católico, despertando asimismo a los católicos (aunque no siempre con acierto). A lo largo de toda su vida luchó contra la innovación religiosa con numerosos escritos y como representante católico en importantes diálogos de controversia (Baden, 1526; Hagenau, 1540; Worms, 1540-1541). Con los años su seriedad religiosa fue en aumento. Como párroco de Nuestra Señora de Ingoldstadt, Juan Eck respaldó su notable actividad con la publicación de sus sermones (en cinco volúmenes).

b) A Juan Eck se unió muy pronto un gran número de hombres procedentes sobre todo de las órdenes mendicantes y de grupos laicos de Alemania, Italia, España, Inglaterra y Polonia, que se dedicaron a la misma labor. De ellos, hoy por hoy, no son conocidos más de trescientos.

Uno de los primeros que se alzaron contra Lutero fue Jerónimo Emser (1478-1527), secretario del duque Jorge de Sajonia, a una de cuyas lecciones humanistas había asistido Lutero en cierta ocasión. Desde la perspectiva de la historia de la Iglesia fue de especial importancia la labor del canónigo de Breslau Juan Cocleo (1479-1552).

Cocleo fue hombre de grandes dotes, destacado humanista y experto historiador, geógrafo y pedagogo. No obstante, comenzó bastante tarde sus estudios; en 1504 lo encontramos en la facultad de artes de Colonia. En 1510 pasó a Nüremberg en calidad de rector de la escuela latina de San Lorenzo. Para llevar a la práctica los planes de sus amigos pedagogos, redactó varios manuales, por ejemplo, una gramática latina y un método de canto, que tuvieron varias ediciones.

Cocleo abandonó su actividad humanística, tan querida por él, pata poder dedicarse al servicio de la Iglesia amenazada. Fue un trabajador abnegado que, para crear una literatura teológico-pastoral católica o simplemente para poner a disposición de los católicos esta o aquella imprenta, se vio envuelto en continuas dificultades económicas. Como muchos otros, tampoco Cocleo disfrutó de suficiente apoyo por parte de los dirigentes eclesiásticos.

Desde el punto de vista histórico, lo más decisivo ha sido su desafortunada imagen de Lutero, que hasta bien entrado el siglo XX, y casi sin excepción, ha dominado y condicionado las opiniones de los católicos sobre Lutero.

Cocleo exageró desmesuradamente determinados defectos de Lutero y presentó una imagen global, basada en leyendas sin fundamento, que no era sino una caricatura de su adversario (Lutero mentiroso, borrachín y mujeriego). Que esta inexcusable imagen de Lutero fuese obra de un cristiano tan sacrificado y discreto, solamente puede entenderse teniendo en cuenta cuán groseramente solía Lutero proclamar a los cuatro vientos las crasas y manifiestas deformaciones de la doctrina y la vida eclesial católica, oscureciendo sobremanera con ello su propia predicación de la fe.

He aquí otros teólogos controversistas católicos de la época: Conrado Wimpina (alrededor del 1460-1531), profesor y rector de la recién fundada Universidad de Francfort del Oder. Juan Dietenberger (1475-1537), profesor en Maguncia y autor de una desmañada traducción de la Biblia. El docto franciscano Gaspar Schatzgeyer (1463-1527), uno de los controversistas dogmáticos más simpáticos e irenistas, que en su concepción de la misa demostró una gran profundidad. Alberto Pigghe (1490-1542), defensor de la tradición y la jerarquía; Jorge Witzel (1501-1573), que recién ordenado sacerdote se pasó al protestantismo, pero luego volvió al catolicismo, siendo consejero del abad de Fulda y ejerciendo en Maguncia una fecunda actividad como escritor; Miguel Helding (1506-1561), obispo auxiliar de Maguncia y por breve tiempo representante de la archidiócesis de Maguncia en el Concilio de Trento, destacado colaborador en la conversación religiosa de Ratisbona; Juan Gropper (1503-1559), que siendo todavía seglar trabajó a favor de la Iglesia y después, siendo prepósito de Bonn, mantuvo la diócesis dentro de la Iglesia católica, combatiendo a Hermann von Wied; Juan Wild (1495-1554), canónigo magistral de Maguncia; Jacobo Gretser SJ (1562-1625), profesor en Ingolstadt; el cardenal Estanislao Hosio (1504-1579), que siendo obispo de Ermland mantuvo su diócesis como enclave católico dentro de la Prusia oriental, que se hacía progresivamente protestante, y a quien sin duda se debe el mérito de la victoria de la Iglesia en Polonia; los tres Juan Fabri, el más importante de los cuales fue el arzobispo de Viena (1478-1541), autor del Malleus in haeresim luteranam (1524). El segundo Juan Fabri (1504-1558), canónigo magistral de Augsburgo, fue amigo de Pedro Canisio y autor de un catecismo; el tercero de los Fabri (1470-1530) fue dominico y un infatigable predicador contra la innovación protestante.

c) También los italianos contribuyeron notablemente a la defensa de la doctrina católica y a la refutación de Lutero. De todas formas, los primeros escritos polémicos fueron las publicaciones de Silvestre Prierias († 1523), «Magister sacri palatii» del papa, de una talla teológica algo más que mediocre; estos escritos hicieron hasta demasiado fácil la victoria de Lutero sobre sus adversarios.

Entre los controversistas italianos más importantes destacaron algunos por su profunda comprensión de los problemas que ya les había planteado el evangelismo (§ 86) y que volvían a plantear los reformadores (Gaspar Contarini, Seripando y Nacchianti: estos dos últimos pertenecientes al grupo progresista durante el primer período de sesiones del Concilio de Trento; Nacchianti, por su parte, había estudiado con especial profundidad el libro de Lutero Sobre la libertad del cristiano).

Otros adversarios literarios de Lutero en Italia fueron: el dominico cardenal Tomás de Vico Cayetano († 1534, del que ya hemos hablado), uno de los teólogos más importantes de su tiempo, autor de un comentario a la Summa Theologica de Santo Tomás de Aquino; y Ambrosio Catarino Polito (1484-1553), también dominico: su Apologia pro veritate catholica fidei, aparecida en 1520 y dedicada al joven emperador Carlos, fue también utilizada por los controversistas alemanes. En 1521 Lutero elaboró una refutación (que se publicó en alemán en 1524 bajo el título «Revelación del último cristiano por Daniel, contra Catarino»). Al primer escrito de Catarino siguieron otros, unos dirigidos contra Lutero, otros contra Erasmo y otros católicos que le parecían sospechosos de heterodoxia. Como arzobispo de Monza, participó en el Concilio de Trento y desempeñó buen papel como teólogo.

d) En consecuencia con el alto nivel teológico de España, la apor tación de este país a la teología de controversia fue muy considerable. Su contribución más importante fue la que hicieron los teólogos españoles en Trento (§ 89).

e) Junto a los más conocidos polemistas contra Lutero hay además otros, cuya obra ha sido en gran parte olvidada. Así, por ejemplo, Juan Antonio Pantusa († 1562, cuando tomaba parte en el Concilio de Trento), autor de escritos sobre la eucaristía, la Iglesia visible y el primado; Isidoro Clarius († 1555, uno de los pocos benedictinos que aparecen en esta serie), autor de una «Exhortación a la unidad» (que Cocleo no permitió que se imprimiese en Alemania, dado su carácter irenista, y apareció en Milán en 1540). El cardenal Marino Grimani († 1546), autor de un Comentario a las cartas a los Romanos y a los Gálatas en defensa de la fe (publicado en Venecia en 1542); Antonio Pucci, cardenal obispo de Albano († 1544), defensor de la presencia real de Cristo en la eucaristía. Mayor importancia tuvo la obra teológica del franciscano Delfino († 1560), teólogo conciliar en el primer período de Trento.

Hasta hace no mucho tiempo, a la mayoría de estos hombres se les ha tenido en el olvido. Hoy[1] se les vuelve a prestar atención, porque se está convencido de que nuestra imagen histórica de la Reforma y nuestro reconocimiento de las fuerzas espirituales de entonces no dejará de ser necesariamente incompleta, mientras nos limitemos a escuchar exclusivamente a los innovadores e impugnadores, y no también a los defensores.

3. Desgraciadamente, esta obra, ingente por su cantidad, no lo es tanto por su valor intrínseco. Hay más elementos interesantes e importantes de los que creíamos (por ejemplo, un Gropper o un Contarini), pero faltan figuras geniales y creadoras que sean verdaderamente relevantes. No encontramos aquí valores sobresalientes ni en cuanto a personalidades ni en cuanto a creaciones de pensamiento o lenguaje.

Efectivamente, si exceptuamos a Cayetano, que fue el único que destacó como teólogo, la labor de estos hombres se centró demasiado, aunque no solamente, en la defensa. Lutero atacaba; ellos se defendían. Sólo en contadas ocasiones dejaron entrever la riqueza de sus propios ideales de forma racionalmente sugerente o siquiera convincente. El trabajo que se hacía era, ante todo, de segunda mano. En vez de hacer verdadera apología, se caía en exceso en la polémica. Mas la victoria es siempre patrimonio de la ofensiva y la creatividad.

A más de esto, en las filas católicas no destacó mucho aquella genialidad, que sería la que en último término provocaría la transformación: la santidad. En ellas hubo ciertamente hombres cuyo talante religioso despertó simpatías y prestó eficacia humana y religiosa a las distintas formas de refutación. Las realizaciones teológicas de Gropper de Colonia o de Witzel o del famoso Gaspar Contarini y, sobre todo, de algunos teólogos de Trento (por ejemplo, Seripando, a quien ya hemos mencionado tantas veces, y, en otro estilo, el cardenal Hosius) tuvieron gran importancia. Pero también aquí faltó lo concluyente, lo convincente sin más. Su actitud defensiva no alcanzó jamás la fuerza inquietante, impetuosa y arrolladora del lenguaje y la exposición de Lutero. Faltó también en gran medida lo popular. De ahí que, por ejemplo, un importante medio de propaganda como los folletos satíricos quedase casi por completo en manos de los protestantes[2]. La verdad en sí nada pierde cuando se expresa en fórmulas trasnochadas, pero sí se atenúa su fuerza efectiva, que depende esencialmente de la forma lingüística, del lenguaje.

Las múltiples deficiencias de la teología católica de controversia estuvieron en parte condicionadas por la situación general, que antes de la Reforma se caracterizaba por un debilitamiento general de las fuerzas espirituales (el obispo Briconnet dijo en 1518 que su diócesis estaba «anémica»). El ataque de Lutero llegó de improviso. Los puntos de vista y las ideas de los reformadores eran en muchos aspectos nuevos y desconcertantes (contra lo que se suele afirmar, Lutero sólo reavivó herejías ya refutadas mucho tiempo atrás). Hubo que defenderse como buenamente se pudo. El ataque se extendió sin cesar a un frente cada vez más amplio y había mucho que hacer para rechazar continuamente las inculpaciones, las antiguas como las nuevas. Era una labor ingrata.

4. Pero precisamente esto hizo que saliera a la luz, pujantemente, la ya mencionada fidelidad. Aun cuando no faltó el ergotismo, el afán de tener razón (en Eck, precisamente), sin embargo en alguna medida y en algunos lugares se consiguió detener la ola protestante. Los adversarios literarios de Lutero en la primera mitad del siglo XVI, y aun en la segunda, tuvieron, como tarea prioritaria, que contener el ataque, servir de dique. Y esta tarea la cumplieron en el sentido y alcance indicados.

5. El carácter católico de esta labor se manifestó fundamentalmente en su orientación esencial a la Iglesia. Ciertamente, no se puede decir que en general sus exposiciones sobre la Iglesia respondieran a la profundidad de los textos neotestamentarios (sobre todo los que se refieren al cuerpo místico); más bien acentuaron en exceso el lado jerárquico, y ello en su dimensión jurídica. Sin embargo, fueron índice de algo decisivo: se apoyaban en una base en conjunto unitaria y enraizada en la tradición. Lo que esto significa se puede apreciar en la disputa de Leipzig y en algunos resultados particulares de la época, por ejemplo, el obtenido por el cardenal Hosio en Ermland: allí, en medio de la teología (con todo su confusionismo), se mantuvo una autoridad común, y la doctrina católica oficial no dejó de ser la base sobre la que se desarrolló la discusión y se clarificaron las posiciones, esto es, la base sobre la que se pudo luego levantar el nuevo edificio de la vida católica. Allí, igualmente, se manifestó la pujanza de lo que se tenía por obligatorio y vinculante. Sobre esta base, un hombre como el cardenal Hosio pudo, manteniéndose en una actitud de simple servidor (lo que a veces le hizo caer en la sequedad de un maestro de escuela), disponer de un apoyo seguro y fuerte para ejercer una amplia e incluso decisiva influencia en las relaciones generales entre la Iglesia y el Estado.

Con su fiel e infatigable esfuerzo y con su firmeza de principios, estos escritores robustecieron también la conciencia de los católicos. En este aspecto su trabajo vino a suponer una condición especialmente importante para el éxito de la positiva transformación interior que se propias posiciones, los interrogantes recíprocos crecen, podríamos decir, por todos los frentes.

6. Casi todos los escritos de estos hombres tienen un carácter coyuntural. Tanto el material empleado como la metodología no llegaron a constituirse en disciplina teológica sistemática y científica hasta finales del siglo, por obra de Belarmino (apdo. 9). Pero aquí ya nos encontramos en una atmósfera completamente distinta. La polémica permanece, pero forma parte de una labor positiva y pasa al ataque.

7. Toda una serie de católicos se propuso organizar en lo posible la defensa literaria del catolicismo, fomentando para ello las imprentas católicas: por ejemplo, Eck, Cocleo, Helding, el obispo de Breslau Jacobo de Salza, Aleander, Morone (que hubo de prevenir contra injurias y provocaciones) y Canisio. En general, la curia les negó apoyo financiero. Sólo algunos (como Aleander, Contarini y Morone) llegaron a desentrañar de qué se trataba y qué medios generales se debían aplicar. Los teólogos alemanes, como Cocleo y Eck, decepcionados una y otra vez por Roma, se consumieron en su esforzado trabajo. El cambio de rumbo no se produjo hasta después, cuando se acometieron grandes empresas centrales, sobre todo desde el pontificado de Gregorio XIII (S 91).

8. En la teología de controversia, como en muchos otros campos (tanto defensivos como constructivos), hubo una etapa particular, caracterizada por los trabajos de los jesuitas. Pedro Canisio opinaba que en Alemania un escritor valía más que diez profesores. El fue quien recomendó la creación de un colegio especial de escritores jesuitas con el fin de componer libros de controversia teológica en alemán.

Pero los jesuitas, fieles a su programa, no se dedicaron prioritariamente a combatir el protestantismo, sino a promover la reforma del clero. En muchos informes y sínodos, en efecto, se atribuía insistentemente al clero la culpa del derrumbamiento de la Iglesia. Mas los jesuitas, en las controversias habladas (o predicadas), fueron al principio bastante reservados. Ignacio había inculcado repetidamente a su gente la siguiente idea: «Hemos de comenzar con aquello que aúne los corazones, no con cosas que lleven a la discusión». A los enemigos hay que «combatirlos con dulzura y modestia». Uno debe defender a la Sede Apostólica, pero no de tal modo que sea acusado de papista, pues entonces se destruiría la confianza. «¡Intentar atraérselos, y apartarlos del error con discreción y caridad!». «Quien en nuestros días quiera ser útil a los descarriados necesita sobre todo gran amor, y debe desterrar de su alma todo lo que pudiera disminuir el respeto por los herejes; debe tratarlos amistosamente». El padre general Acquaviva prohibió la difusión de un escrito cargado de odio contra Lutero.

Desgraciadamente, esta recomendada actitud de reserva no se impuso ni mucho menos en todas partes. Los puntos de vista radicales (expuestos incluso en forma grosera) tuvieron cada vez más repercusión. Matar a los protestantes llegó a ser como matar a los ladrones, falsificadores de moneda o insurrectos.

9. En el ámbito científico supuso un cambio notable la figura y la obra del polifacético teólogo jesuita Roberto Belarmino (1542-1621), profesor, provincial, teólogo de la corte pontificia bajo el pontificado de Clemente VIII y cardenal (canonizado en 1930 y proclamado doctor de la Iglesia en 1931). Aunque el primer tomo de su obra capital, Controversias (que atribuía al papa un poder sólo indirecto sobre lo mundano), fue a parar al índice por decisión de Sixto V y dentro de la misma Compañía produjo fuerte animosidad, de la que él mismo se quejó amargamente, sus tesis marcaron un nuevo camino para el futuro.

Por lo demás, Belarmino, como Pedro Canisio, ejerció un influjo «universal» con sus catecismos, que fueron traducidos a sesenta idiomas; su Catecismo abreviado, por ejemplo, tuvo más de cuatrocientas ediciones. También fue Belarmino escritor ascético (su obra Sobre el arte de morir) e historiador. El hecho de que fuera amigo de Felipe Neri y de Francisco de Sales aclara cierta impresión desfavorable que produce su autobiografía. Naturalmente, también en él volvemos a encontrar las limitaciones típicas de toda teología de controversia, las mismas que hemos advertido en el caso de Contarini: los valores católicos de la herejía y las intenciones religiosas de los adversarios no se conocen suficientemente. También aquí sucumbió Belarmino a los condicionamientos de su época.

Notas

[1] Los católicos Nicolás Paulo († 1930) y José Greving († 1919) fueron los que dieron gran impulso a estas investigaciones.

[2] Mas sí poseemos un representante destacado y no superado de este género: Tomás Murner, principalmente con su Conjuración de los locos o De las grandes locuras luteranas.

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