» Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » III.- Edad Moderna: La Iglesia frente a la Cultura Autónoma » Primera época.- Fidelidad a la Revelacion Desde 1450 Hasta la Ilustracion » Periodo tercero.- El Siglo de la Iglesia Galicana. Apogeo y Decadencia » §95.- VIsion General
I.- El Papado
1. Para una historia de la Iglesia atenta a los planteamientos teológicos es de suma importancia tener presente el marco político y político-eclesiástico del siglo XVII. Entre las fuerzas efectivas en este ámbito y el «siglo de los santos» (de Francia) hubo indudablemente importantes relaciones positivas. Pero aún más importantes fueron los obstáculos y tensiones. Estos tuvieron su origen, en buena parte, en la misma Francia; pero también, por otra parte, en el complicado y contradictorio entramado político creado a propósito de la Guerra de los Treinta Años y de la Guerra de Sucesión de España (1701-1714). El conocimiento de este marco y trasfondo político real es absolutamente necesario para determinar tanto el valor como los límites de ese renacimiento de santidad.
2. Muchos de los pontificados que siguieron a la muerte de Sixto V (1590) estuvieron condicionados desde el punto de vista político-eclesiástico por el antagonismo España-Francia. Este antagonismo repercutió especialmente en la influencia ejercida en la provisión del colegio cardenalicio y, consiguientemente, en el desarrollo de los cónclaves. El problema de las iglesias nacionales de Francia y España se convirtió en el más grave dentro de la Iglesia.
3. Al fin de la enorme y esforzada batalla contrarreformista, es decir, aproximadamente a mediados del siglo XVII, se echó de ver un cierto relajamiento de las energías de la curia. Cronológicamente, este hecho coincidió con el impetuoso florecimiento de la cultura barroca al norte de los Alpes, una vez terminada la Guerra de los Treinta Años. A finales del siglo XVI (Clemente VIII, 1592-1605) volvió a imponerse el nepotismo (aunque las más de las veces no por motivos políticos); y no pudo ser eliminado de manera definitiva y expresa hasta finales del siglo XVII (Inocencio XII, 1691-1700). En el siglo siguiente, la autoridad y el prestigio del papado volvieron a declinar, llegando a alcanzar su punto más bajo.
4. Al comienzo de esta época tuvo lugar (en 1590) la famosa falsificación de las llamadas «profecías de san Malaquías». Se trata de 111 lemas que habrán de caracterizar a los papas desde mediados del siglo XII hasta el fin del mundo[1]. Las indicaciones son tan generales, que en ellas siempre se puede encontrar algo que guarde relación con la realidad, aunque lógicamente no concuerde plenamente con ella.
5. La doctrina de los reformadores y la consiguiente polémica en torno a ella había dado pie para que los problemas de la relación entre la gracia y el libre albedrío calasen en la conciencia de Occidente, pasando a ser objeto del interés general, tanto teológico como religioso. Como el Concilio de Trento no había llegado a solventar estas cuestiones ni resolver siquiera su problemática interna, se originaron después multitud de discusiones intraeclesiales, que vinieron a ser la característica esencial de la vida de la Iglesia durante el siglo XVII. Los papas tomaron al respecto decisiones importantes.
6. A lo largo de estos decenios podemos advertir una y otra vez cuán profundamente había arraigado la disolución en la Iglesia y cuán lento debía resultar el proceso de recuperación. Reiteradamente, el espíritu fastuoso del Renacimiento, el nepotismo y las implicaciones políticas contrarrestaron aquella ruptura, que habría hecho de la curia un ejemplo de vida religiosa. Incluso el mismo Clemente VIII (Aldobrandini, 1592-1605) fue buena prueba de lo que decimos, dada su deslumbradora actitud cortesana y su excesiva condescendencia con los parientes, por más que en cuanto papa llevase personalmente una vida piadosa y desde el punto de vista político-eclesiástico obtuviese grandes éxitos en pro de la paz de la Iglesia. La hegemonía eclesiástica de España llevó al papa Clemente VIII a inclinarse a favor de Francia. Con el reconocimiento y la absolución (1595) de Enrique IV (§ 83), convertido al catolicismo, asentó las bases de la consolidación interna de Francia, lo que supuso, sin duda, una cierta independencia de la curia respecto de las dos grandes potencias católicas (sobre las cuales influyó después hasta hacerles firmar la paz), pero también la reordenación de la vida religiosa y eclesiástica en Francia (§ 96s). Clemente VIII fue, además, el editor de la Vulgata Sixtina corregida (1592).
La polémica dentro del catolicismo sobre el papel de los dones de la gracia en relación con la naturaleza humana llegó entonces a ser tan inquietante para la paz de la Iglesia, que se creó una congregación dedicada expresamente a vigilar su evolución.
También bajo el pontificado de Clemente VIII tuvo lugar en Roma, durante siete largos años, el proceso de la Inquisición contra el antiguo dominico Giordano Bruno, que concluyó con su muerte en la hoguera.
Giordano Bruno negaba los dogmas fundamentales de la doctrina cristiana (como la encarnación de Dios) y había propagado sus opiniones por toda Europa. Por ello, de acuerdo con las opiniones por desgracia vigentes entonces, no se puede dudar de la validez jurídico-formal de su condenación y ejecución. La significación histórica de este personaje no estriba en su trágico destino personal. La figura de este importante pensador demuestra más bien el grado de disolución espiritual que ya entonces, a fines del siglo XVI, amenazaba a la concepción aristotélico-medieval del mundo bajo la égida del neoplatonismo. Aquellos elementos ambiguos, que en la filosofía renacentista de Pico della Mirandola o Nicolás de Cusa todavía se integraban correctamente en la doctrina cristiana, manifestaron ahora, al ser desarrollados con autonomía, su enorme fuerza explosiva. Bruno desembocó en una concepción panteísta (no sólo «panteizante») del universo, en la que no quedaba sitio para un Dios personal. Al mismo tiempo, su doctrina sobre las posibilidades del conocimiento humano fue de marcado carácter agnóstico.
7. Paulo V (Borghese, 1605-1621), canonista como su antecesor, rindió tributo de forma un tanto anacrónica a las pretensiones y delirios de grandeza de los papas medievales. Especial importancia tuvo su conflicto con la Iglesia nacional de Venecia (cuyo consejero era el polifacético servita -aunque apenas católico- Paolo Sarpi). A raíz de este conflicto se promulgó la última (e ineficaz) declaración de entredicho sobre todo un país. Paulo V pecó también de acusado nepotismo. Por su reconocimiento de los capuchinos como orden independiente, Paulo V contribuyó grandemente al auge de la orden (§ 98).
8. Bajo el pontificado de Gregorio XV (Ludovisi, 1621-1623), el nepotismo mostró sus mejores posibilidades. El papa favoreció excesivamente a sus sobrinos, incluso en el aspecto material. Pero éstos, como representantes del papa en la función de gobierno, dieron buenas muestras de capacidad.
Gregorio XV, llevando a buen término los intentos de Gregorio XIII y Clemente VIII, instituyó la influyente e importantísima Congregatio de Propaganda fidei: de hecho, el papa se constituyó el único obispo ordinario de todas las iglesias de misión. La concentración de todas las fuerzas misioneras bajo una sola dirección abrió enormes posibilidades. Pero, naturalmente, aumentó también el peligro de que la organización central tuviera menos en cuenta las peculiaridades de cada uno de los extensos ámbitos culturales y la autonomía eclesiástica de cada uno de los obispos misioneros.
Durante la etapa correspondiente a la Guerra de los Treinta Años, la curia brindó a las potencias católicas (por ejemplo, a Baviera contra el Palatinado) un fuerte apoyo financiero y político. Tras la conquista de Heidelberg, Maximiliano de Baviera envió al Vaticano la Biblioteca Palatina (incluido el manuscrito «Manésico») como señal de reconocimiento.
9. Urbano VIII (Barberini, 1623-1644) prosiguió la organización de la misión entre los paganos. Practicando un desmedido nepotismo, Urbano VIII hizo a su familia todopoderosa en los Estados de la Iglesia (en los que introdujo multitud de equipamientos inútiles). En su calidad de antiguo nuncio en París, este papa sostuvo unos puntos de vista de extraña influencia francesa sobre el carácter de la lucha entre los protestantes (Gustavo Adolfo) y los católicos de Alemania, con la intención de asegurar la independencia de los Estados de la Iglesia frente a los Habsburgo. El fue quien inauguró la lucha de la curia contra el jansenismo (§ 68). En 1633 las tesis de Galileo Galilei fueron declaradas temerarias y formalmente heréticas (hasta 1822 no estuvo expresamente permitido defenderlas). Urbano VIII encargó a Bernini la construcción del baldaquino sobre el altar de la Confesión en la Basílica de San Pedro.
10. Inocencio X (Pamfili, 1644-1655) quebrantó, ciertamente, el poder de los Barberini (cf. § 96, I), pero él mismo se vio fuertemente dominado por intereses familiares. Protestó contra las resoluciones de la Paz de Westfalia, que limitaban los derechos de la Iglesia, e intentó mantener una política de equilibrio entre España y Francia. Apoyó a Venecia y Polonia contra los turcos y, en cambio, no apoyó al emperador Fernando III (aunque esta falta de apoyo se explica también por su penuria financiera).
11. Alejandro VII (Chigi, 1655-1667). Nepotismo discreto. En 1656 confirmó la condena del jansenismo, declarando que la condena de las cinco proposiciones extraídas del «Augustinus» de Jansenio afectaba su «verdadero» sentido (§ 98). Este papa fue favorable a la acomodación en las misiones (los nativos podían ser ordenados sacerdotes con tal que de alguna manera entendiesen las fórmulas de los sacramentos). Bernini configuró la Plaza de San Pedro.
12. Clemente IX (Rospiliosi, 1667-1669). Libre de todo nepotismo. Graves desavenencias a raíz de las pretensiones de Luis XIV de heredar los territorios limítrofes con España. Nueva inteligencia con Francia. Creciente amenaza de los turcos. Intentos de reconciliación en la disputa jansenista.
13. Clemente X (Altieri, 1670-1676), elegido papa a los ochenta años. Nefasto incremento del nepotismo. Uno de los parientes fue quien gobernó la Iglesia. Apoyo del rey de Polonia, Sobieski, contra los turcos.
14. Inocencio XI (Odescalchi, 1676-1689), papa profundamente piadoso e intachable. Ninguna concesión al nepotismo. Tuvo que resistir el principal embate de la disputa de las regalías (desde 1676) y del galicanismo en lucha contra Luis XIV (§ 102): por parte francesa se interpretaba incorrectamente la regalía, extendiéndola a todas las diócesis y archidiócesis. En 1682 se celebró la «Asamblée générale du clergé de France», que aprobó los cuatro artículos galicanos de Bossuet.
Lucha del papa por la libertad de la Iglesia frente a las «libertades de la iglesia galicana». El papa logró la alianza entre el emperador Leopoldo y Juan Sobieski, con lo que hizo posible la salvación de Viena en 1683. Reforma fiscal de los Estados de la Iglesia. Condena de las proposiciones excesivamente laxas de los moralistas de la Compañía de Jesús. Condena de Miguel de Molinos en 1685 (§ 99, 2). Fue beatificado en 1956.
15. Alejandro VIII (Ottoboni, 1689-1691). Retorno del nepotismo. Mejora de las relaciones con Francia, pero sin solventar el problema de las regalías.
16. Inocencio XII (Pignatelli, 1691-1700). Prohibición expresa (y eficaz) del nepotismo en 1692. Reducción de la venta de cargos en los Estados de la Iglesia. Avenencia en la disputa con Francia. Luis XIV suprimió la obligación de aceptar los cuatro puntos. En el problema de la sucesión de España, el pontífice se decidió finalmente a favor de las pretensiones francesas contra los Habsburgo. Condena del quietismo (S 99).
Notas
[1] A Pío X le correspondió el lema de «ignis ardens», a Benedicto XV (la Primera Guerra Mundial) el de «religio depopulata», a Pío XI (encíclica contra el nacionalsocialismo) el de «fides intrepida», a Pío XII el de «pastor bonus», a Juan XXIII el de «pastor et nauta», a Pablo VI el de «flos florum», a Juan Pablo I el de «medietate lunae», a Juan Pablo II el de «labore solis». Y ya sólo quedan dos papas.
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