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III.- VIcente de Paul

1. Vicente de Paúl (1581-1660), contemporáneo de Francisco de Sales, aunque más joven que él, perteneció también a la generación de los grandes pastores de esta época. Procedía de una familia numerosa de aldeanos del sudoeste de Francia. Se hizo clérigo para obtener una prebenda. En 1606-1607 sufrió esclavitud como cautivo en Túnez y huyó a Aviñón. Su transformación interna tuvo lugar en París en 1609: tras varios años de tremenda angustia espiritual, motivada por dudas de fe, le salvó una decisión: hacerse santo. En 1612 fue nombrado párroco rural. Después pasó doce años, divididos en dos etapas, como capellán familiar del duque de Gondhi, general de las galeras reales, hasta cumplir sus cuarenta y cuatro años. Por mediación del duque fue nombrado en 1619 capellán mayor de las galeras, organizó una pastoral para los galeotes y consiguió para ellos ciertas medidas que aliviaron su situación (el tratamiento en hospitales). Tras la muerte de Luis XIII, a quien asistió en su agonía, formó parte del Consejo de Regencia («Conseil de Conscience»). Realizó obras de caridad de gran envergadura, remedió el hambre, organizó la asistencia a los afectados por la guerra, montó comedores para los refugiados y para el pueblo.

2. La espiritualidad de Vicente de Paúl fue mucho más modesta que la de su amigo Francisco de Sales. Su teología fue simplicísima; su piedad, sencilla y escueta. No hacen falta muchas palabras. Lo que hace falta es sudar, cargar con el saco del mendigo y recoger a los niños expósitos.

Vicente de Paúl fue un genio del sentido práctico y de la organización. Respondió a las necesidades de su tiempo de un modo totalmente diferente, pero no menos importante, que san Francisco de Sales. La diferencia entre ambos radicó sobre todo en la forma externa de obrar: el alfa y la omega de Vicente de Paúl fue el amor operativo al pueblo pobre. Todo lo demás, aunque necesario, es sólo acumulación de fuerzas para esta tarea. La acumulación de fuerzas se consigue en la oración, en la propia mortificación. Por otro lado, su más hondo anhelo lo constituyó la realización casi perfecta de la idea de la providencia: no hay que dirigir ni elegir nada según el propio deseo, ni la acción, ni la hora, ni el modo, ni el lugar en el que se actúa. La disposición de todo esto corresponde a Dios. Con esta actitud estuvo Vicente de Paúl muy cerca de la piedad mística (§ 99).

La síntesis de este hombre fue, pues, la siguiente: rebosando un celo (apostólico) incansable y trabajando sin descanso en favor de los pobres, aguardar siempre la señal de Dios. «Las obras de Dios tienen su momento. La providencia las realiza en ese preciso momento, ni antes ni después». «Esperar la voluntad de Dios, y cuando se manifiesta, hacerla». He aquí una visión cristiana central y profunda, de gran relevancia histórica y filosófica, con la que por desgracia raras veces podemos encontrarnos a lo largo de la historia de la Iglesia.

3. Consideró Vicente como tarea que Dios le encomendaba toda una serie de grandes obras. Y cuanto menos buscó estas obras, tanto más directamente su impulso poderoso consiguió éxito en todas ellas. Y todo ello no por otra cosa sino porque estuvo penetrado de un gran celo apostólico porque, como en el caso del Poverello de Asís, no tuvo ningún rastro de egoísmo; es decir, que a pesar de sus muchos planes no ejerció ninguna presión sobre los hombres. Por ello tampoco los hombres le opusieron resistencia. Este fue el secreto de sus éxitos[6].

4. Por esta razón no se puede decir que Vicente de Paúl tuviese propiamente un programa. De hecho, su labor de reforma coincidió en gran parte con la de Francisco de Sales: 1) catecismo, 2) predicación, de un carácter lo más sencillo posible, 3) fomento de las vocaciones sacerdotales. A esto se añade, como su obra más importante desde el punto de vista histórico-eclesiástico, su amplísima, plural y modélica organización de la caridad activa.

Sus fundaciones principales fueron la de los sacerdotes misioneros (lazaristas, en 1624) y las hermanas de la caridad (Dames de la Charité, en 1633), a las que habría que añadir la de los «Serviteurs des Pauvres».

a) Los lazaristas debían obligarse a no aceptar prebenda alguna y a trabajar sin cobrar absolutamente nada. Debían también organizar misiones populares y promover la pastoral entre los presos. Su casa llegó a ser el primer seminario francés (St. Lazare). Allí se impartieron tandas de ejercicios para ordenandos y sacerdotes y también para miembros de otros estamentos. Hay que resaltar especialmente su fomento de las vocaciones sacerdotales, pues a Vicente de Paúl le correspondió el mérito de una notable renovación del clero francés. San Lázaro fue el modelo de otros seminarios. Entre los medios empleados figuró uno, que luego se difundió en muy diversas formas y ha seguido vigente hasta hoy: las conferencias de los martes para sacerdotes. De entre sus participantes, más de veinte candidatos propuestos por Vicente de Paúl fueron nombrados obispos.

b) Las Hijas de la Caridad fueron fundadas por san Vicente de Paúl en unión con Louise Le Gras de Marillac (†1660; canonizada en 1934). Eran asistentes modernas, sin clausura y dispuestas a prestar todo tipo de ayuda. Estas «hermanas de la misericordia» estaban destinadas sobre todo al servicio de los enfermos y huérfanos, pero luego desempeñaron otras tareas caritativas.

c) De la múltiple actividad de Vicente de Paúl nacieron diversas asociaciones caritativas seculares. Con la colaboración de Louise Le Gras, Vicente de Paúl unificó a sus miembros. Todos ellos estaban dispuestos a prestar cualquier servicio en casas de familia, en hospitales, en la enseñanza, en las inclusas. De estas asociaciones surgió luego una congregación. La casa en que vivían sus miembros no debía ser el lugar de trabajo. Su organización tenía que mantenerse muy flexible, para poder - con la máxima movilidad- intervenir y ayudar dondequiera que hiciese falta. ¡El estilo decididamente moderno de las actuales enfermeras!

5. Además de todo esto, Vicente fue uno de los grandes conductores de almas (señora de Gondhi, durante treinta años superiora general de las salesas). También en esto su modo de actuar fue muy diferente del de Francisco de Sales, de acuerdo con la sencillez de su teología y espiritualidad. Su trabajo en este campo se ordenó en buena parte a combatir el quietismo, que con su cultivo unilateral de la contemplación amenazaba gravemente la vida de la Iglesia de Francia. El mismo san Vicente y las personas por él dirigidas representaron una magnífica reacción, nada unilateral, contra el peligro subyacente en el quietismo. El peligro era tanto mayor por cuanto la mística quietista florecía en los círculos de la nobleza media y alta, es decir, se aparejaba en estos círculos con una cultura en el fondo amoral (§ 99). Fácilmente podía ocurrir que, como en aquella cultura, también en la mística se separasen el conocimiento y la vida, esto es, que la mística se redujera a mero conocimiento y se convirtiera en misticismo, como fue el caso del padre del quietismo, Miguel de Molinos, corroborándose la teoría de que el alma completamente pasiva, al no poder pecar, tampoco necesita resistir las tentaciones.

6. También otros grupos intentaron, precisamente en los sectores más sencillos y oprimidos de la población, una revitalización del espíritu cristiano y una reactivación religioso-eclesiástica de los laicos. Pero las dificultades que obstaculizaban la realización de estos objetivos eran enormes. Bien lo experimentó, por ejemplo, la «Compagnie du Saint Sacrement», fundada en París en 1630. Sus fines eran la ayuda material a los obreros manuales, su instrucción y el apostolado de los laicos; pero la congregación fue disuelta en 1665.

Notas

[6] Esta fue también su regla de oro para tratar a los innovadores religiosos: «Cuando se discute con alguien, éste advierte en seguida, en el tono general de la argumentación, que lo que uno pretende es dominar la situación. Por eso él se predispone más a la resistencia que al reconocimiento de la verdad». Contra los jansenistas, sin embargo, Vicente de Paúl se comportó con cierta dureza, a pesar de ser amigo de Duvergier (§ 98).

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