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II.- Francisco de Sales
1. Francisco de Sales (1567-1622) fue, como Vicente de Paúl, una figura típicamente moderna. Todos sus trabajos se acomodaron por entero a las necesidades modernas, muy diferentes de las de la Edad Media. A pesar de lo que antes hemos afirmado, Francisco de Sales fue una personalidad típicamente francesa, que trabajó para franceses. Su tarea (gracias a sus ideas cristianas, católicas, clásico-humanistas) repercutió mucho más allá de las fronteras de Francia. Sus obras escritas, sobre todo su Filotea, fueron leídas con gran interés en otros idiomas, incluso en versión alemana. Pero él mismo ya no fue un santo tan universal como los santos de la Edad Media, sino fruto de un pueblo fortísimamente impregnado de nacionalismo. Por eso estuvo muy condicionado por su época, si bien es verdad que la colmó plenamente.
2. La importancia de Francisco de Sales radica en estos tres factores: primero, en su labor contrarreformadora (profundamente positiva); segundo, en su pastoral individual; tercero, en el nuevo estilo de su ascética «secularizada». Su labor en todos estos terrenos llevó el marchamo de lo grande, más aún, de lo genial. Y la forma suprema de su genialidad fue la santidad.
3. Respecto a lo primero: a) Las guerras de los hugonotes tuvieron lugar durante los treinta primeros años de la vida de Francisco de Sales, que procedía de Saboya, donde el calvinismo había echado profundas raíces; pero su familia pertenecía a la alta nobleza y era, además, católica por los cuatro costados. Tanto en su casa como más tarde (por expreso deseo suyo) con los jesuitas, su educación fue la de un perfecto caballero.
b) Muy pronto se acusó en él la influencia de su época, con sus especiales necesidades. Su «hora de Damasco» estuvo directamente relacionada con la discusión sobre la gracia, que entonces conmovía a casi toda la sociedad francesa, llegando a provocar agudas crisis eclesiales (§ 98). La cuestión fundamental era la siguiente: ¿destina o lleva Dios a los hombres al cielo o al infierno, según su capricho o en virtud de los méritos o los pecados ya previstos de antemano por él? A la edad de dieciocho años le asaltó con gran fuerza la idea de que él pertenecía al grupo de los previstos por Dios para la condenación. Esta idea supuso un peso terrible para él y amenazó con ahogar toda su vida de piedad. Llegó casi a la desesperación, a un pesimismo mortal. El vencimiento de esta tentación (primero con un heroico acto de voluntad[1] y luego gracias a la consoladora iluminación recibida al hacer oración ante una estatua de la Virgen) tuvo resonancias de optimismo durante toda su vida. Francisco de Sales se convirtió en el predestinado debelador del adusto calvinismo.
c) Ordenado sacerdote en 1593, a la edad de veinticinco años, fue un celoso pastor de almas y desplegó una gran actividad como confesor. Sus numerosos sermones (muchos de ellos sermones de controversia) fueron totalmente ajenos a la retórica renacentista; en ellos, con un estilo típicamente jesuítico, todo estaba subordinado al fin religioso. En 1599 hizo un viaje pastoral a París, que le permitió trabar conocimiento con madame Acarie y el cardenal De Bérulle[2].
d) El gran cambio en la vida de Francisco de Sales lo marcó su ofrecimiento voluntario (en 1594, un año después de su ordenación sacerdotal) para misionar la región savoyana de Chablais, totalmente calvinista-zuingliana, donde imperaba un terrible clima invernal. Francisco de Sales trabajó allí sin éxito alguno durante varios años, en medio de una durísima resistencia, que llegó a traducirse en un atentado contra su vida. Entonces se echó de ver con toda claridad la síntesis que dominó básicamente su vida y que, sin embargo, se mantuvo por lo general discretamente velada: la suavidad y la tolerancia, unidas a un espíritu heroicamente consecuente y a una abnegación sencillamente invencible. La suavidad, la tolerancia sólo estaban en el modo; mas en cuanto al contenido, Francisco de Sales tuvo un programa clarísimo, del que jamás se apartó; antes bien, lo llevó hasta el final. Cuando sus padres se echaron a temblar ante tamaña tarea, san Francisco no dejó de dar el gran paso último, que en aras de un amor superior implica una cierta dureza para con los seres más queridos: en esto recordó al Poverello, que también se apartó de su padre carnal.
e) En 1602 fue nombrado obispo de la gran diócesis de Ginebra (con residencia en Annecy). Su programa fue sencillo, pero exhaustivo: catecismo, predicación, teología de controversia, cuidado de las vocaciones sacerdotales (cumplimiento de los decretos al respecto del Concilio de Trento, realizando incluso viajes anuales con esta finalidad).
4. Respecto a lo segundo: Principalmente en la dirección de la señora de Chantal, luego en su clásica obra Introducción a la vida devota (Filotea) y en la dedicada a la señora de Chantal, Tratado del amor divino (Teótimo) y, por último, en sus numerosas cartas (más de dos mil), Francisco de Sales dio muestras de ser un maestro del conocimiento y la dirección de las almas. La piedad propagada por él inflamaba intencionadamente los «santos afectos». El Corazón de Jesús desempeñó en todo ello un papel importante. Sobre este sustrato pudo florecer más tarde en Francia, a fines del siglo XVII, la devoción al Corazón de Jesús (san Juan Eudes, † 1680; santa Margarita Alacoque, † 1690, canonizada en 1920). También es digno de mención que Francisco de Sales recomendó a todos los fieles una recepción más frecuente de la sagrada comunión. Sus orientaciones en la obra Filotea, destinadas incluso a los casados, muestran una gran libertad interior y un mesurado equilibrio.
En 1604, san Francisco de Sales conoció a la ilustre dama Juana Francisca de Chantal (1572-1641), a la que, con exiguos medios y con seguridad y libertad impresionantes, condujo hasta el ideal ascético de la perfección. Juntamente con ella fundó la Orden de la Visitación (Salesianas). El plan originario de esta Orden era de una sorprendente modernidad, claro signo de su propia síntesis, que conjugaba la vida mística con la vida activa: la Orden de la Visitación debía ser una orden activa, ¡y sin clausura! Esto, entonces tan insólito, fue recibido con recelo por los obispos franceses y por Roma. Francisco de Sales no consiguió su propósito y la Orden hubo de ser destinada a la contemplación.
5. Respecto a lo tercero: Con el tiempo se fue haciendo cada vez más imperiosa la necesidad de reanudar el contacto creador entre la cultura y la Iglesia y de asignar a los laicos en el mundo secular la función que les correspondía en la vida eclesiástica. También en esto las naciones latinas, esencialmente católicas, desempeñaron un papel importante. Y a Francisco de Sales, junto a otras muchas figuras, le corresponde un mérito especial. Su personalidad, sus métodos de misión y de cura de almas, sus cartas y, sobre todo, su Filotea rebosaron cultura por todas partes (humanismo cristiano = humanisme dévot) y a la vez hicieron atrayente la piedad. Y atrayente no sólo para los monjes, sino sobre todo para las gentes de mundo, para las personas cultas y ricas[3]. Nadie antes ni después de él ha proclamado con tanto énfasis esta consigna: ¡más alegría! Nadie tan brillantemente como él ha asignado a la religión de la cruz el papel de enriquecer al hombre. Su secreto residió en el arte, apenas superado por nadie, de poner de manifiesto la riqueza de la religión y aprovechar su suave a la vez que letificante fuerza de conquista.
Se ha dicho -no sin razón- que este método entraña una «secularización» de la ascética. Su importancia aún no ha sido reconocida lo bastante, pero su intención fundamental está constituyéndose cada vez más en estos últimos tiempos en objetivo principal de la pastoral del medio social. Una cultura apartada de la Iglesia, del cristianismo dogmático e incluso de la religión iba dominando progresivamente la vida y obligaba (obliga) a los hombres a vivir dentro de ella, sometidos a sus exigencias. Francisco de Sales y las personas dirigidas por él, aparte de otras muchas personas santas, demostraron que es posible llevar una vida religiosa en el mundo, y no solamente sin sufrir daño alguno en ella, sino incluso llevándola hasta las cumbres de la santidad[4]. Este «salir al encuentro del mundo» no supuso en absoluto un debilitamiento del mensaje de la cruz, sino su incremento.
a) El carácter lo imprimieron los medios ascéticos empleados, los pequeños ejercicios diarios (entre ellos, por ejemplo, su alta estima del santo rosario) y, en suma, un régimen de vida metódico y ordenado dentro de un programa fijo. Francisco tuvo una visión clara de las debilidades humanas, pero ello no le llevó a sobrellevarlas con meros reproches superficiales, como muchos de sus contemporáneos, y tampoco a rechazarlas inútilmente, como los jansenistas. Francisco de Sales hizo más fácil el camino, pero apuntando a lo alto.
b) Y, sobre todo, en Francisco de Sales siguió vivo el elemento religioso fundamental, el pensamiento de «Dios, sólo Dios y siempre Dios», es decir, un ferviente amor de Dios. Francisco de Sales encarnó una actitud de fe puramente religiosa y cristiana, con una plenitud para nosotros casi inconcebible y siempre con un sano talante espiritual[5]. «Para mi alma, totalmente entregada a Dios, es una verdadera alegría caminar con los ojos cerrados hacia donde me lleve su providencia». El santo apreció sobre todas las cosas «la tranquilidad del alma», la «serenidad del espíritu», «la dulce paz y suave tranquilidad del espíritu». En él encontramos una deliciosa y eficacísima expresión de libertad cristiana interior.
6. Desde el ángulo de la historia del espíritu, su actitud fue la de un humanista. El hecho de este humanismo de Francisco de Sales se demuestra tanto por su educación como por sus libros y por la fundación de la «Academia Florimontana» en Annecy. Pero desde el ángulo de la historia de la Iglesia es más importante la significación de su humanismo.
a) En el terreno teológico-religioso uno de los elementos decisivos de su humanismo fue su moralismo, es decir, su gran estima de lo «humano», de la dignitas hominis, que a veces, sin rechazar la gracia, se aproximó a la idea de que las fuerzas naturales del conocimiento y de la voluntad del hombre tienen hasta cierto punto capacidad suficiente, si se hace un esfuerzo serio, para recorrer el camino de la salvación. Fue ésta una postura exageradamente optimista. Al hablar del humanismo del siglo XV vimos cómo esta postura recortaba el carácter y la fuerza de la religión revelada y redentora y, con ello, la peculiaridad y la energía de la Iglesia, que también necesita de dotes y sacramentos (§ 76). Francisco de Sales superó esta visión unilateral como todo «humanismo devoto». Dejó intactos el optimismo humanista y la profundización humanístico-personal de la piedad, pero los ennobleció cristianizándolos en el pleno sentido de la palabra: la revelación, la muerte redentora de Cristo y, por tanto, la gracia y su transmisión por los sacramentos constituyen la base incuestionable. Francisco de Sales ahondó, pues, el moralismo humanista hasta hacer de él un humanismo cristiano, lo cual supuso el retorno del humanismo a la Iglesia o, más aún, la culminación del humanismo por la Iglesia. Con esto, Francisco de Sales encarnó nada menos que la síntesis, tan efectiva como revolucionaria, de las dos concepciones fundamentales vigentes, una ajena y otra opuesta a la Iglesia que, como dos extremos contrapuestos y hostiles, se polarizaron en el humanismo radical y espiritualista y en la Reforma: sólo la fuerza del hombre, sólo la fuerza de Dios. La significación histórica de esta actitud se aprecia en todo su valor cuando se la contrapone no sólo al calvinismo sino también al pesimismo y rigorismo existentes en la Iglesia de entonces, tal como lo enseñaba y vivía el jansenismo e incluso la heroica (y del todo ortodoxa) «fe doliente» de Pascal.
b) En el Humanismo latía igualmente lo que de ordinario se llama estoicismo, la «placidez estoica». También esto, que enraíza plenamente en el evangelio de la paternidad de Dios, fue fundamental para Francisco de Sales: «no rechazar nada y no exigir nada», simplemente «ser llevado en brazos de Dios». «Nuestro Dios me trata como a un niño muy delicado, y no me expone a ningún choque grave. Conoce mi debilidad y sabe que no puedo soportar los golpes rudos...». Andamos aquí rozando ciertos elementos quietistas de la mística de Francisco de Sales, elementos que, tomados más tarde de forma unilateral por otros (Miguel de Molinos, 1628-1696; § 99), condujeron al error, pero que en él, en la teoría como en la práctica, permanecieron unidos en fecunda síntesis.
Notas
[1] «Si no puedo amar a Dios por toda la eternidad, quiero al menos amarle con todas mis fuerzas en la tierra».
[2] Su preocupación cristiana por A. Arnauld (§ 98) le llevó otra vez a París en 1618.
[3] «Las anteriores exposiciones sobre la piedad se han dirigido casi siempre exclusivamente a gentes que se habían retirado del ajetreo del mundo o al menos han enseñado una piedad conducente a este total apartamiento del mundo. Mas mi intención es instruir a aquellos que viven en la ciudad, en la casa, en la corte» (Filotea, introducción).
[4] En el pietismo se dieron estímulos semejantes; F. C. von Moser escribió en 1751 sobre el Carácter de un cristiano en la corte.
[5] Este juicio precisa, tal vez, de una pequeña salvedad a causa de ciertas orientaciones sobre las relaciones matrimoniales (Filotea, parte III, cap. 39, en su último apartado). Se ha intentado, no sin dificultad, reducir a un común denominador estas frases con otras expresiones del santo sobre el tema, que resultan mucho más ponderadas (parte II, cap. 20, y parte III, cap. 38 y, del 39, la parte que antecede a la conclusión).
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