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§101.- La Cristiandad No Catolica en el Siglo XVII

1. El luteranismo. Por mucho que se quiera subrayar el elemento básico, unitario y común, existente en Lutero y en sus colaboradores o seguidores, es un hecho evidente, a pesar de todo, que el curso del luteranismo no fue ni mucho menos unitario. Basta con seguir su trayectoria desde las diversas predicaciones de Lutero entre 1520 y 1530, pasando por la confesión de la dieta de Augsburgo, los artículos de Esmalcalda y la concordia de Wittenberg (1536), hasta la confesión de Würtemberg de 1551, a la que siguieron la confesión danesa (1561) y la ordenación de la Iglesia sueca (1571). Las múltiples disputas teológicas surgidas en el seno del luteranismo hicieron sentir la necesidad, cada vez más acusada, de elaborar una confesión definitiva y obligatoria.

a) Se plasmó esta confesión en la fórmula de concordia de 1577, elaborada (desde 1573) en sucesivas conferencias de teólogos. Desgraciadamente, esta fórmula no fue aceptada por todos los sectores del luteranismo. En el fondo, dada la actitud básica de los reformadores, no había posibilidad alguna de elaborar una confesión clara y uniforme, o bien de establecer una instancia que en las discrepancias doctrinales pudiera tomar una decisión vinculante.

Esta ha sido, en definitiva, la trágica situación del protestantismo en todas sus formas hasta hoy, no sólo en los casos en que el principio fundamental de la Reforma desembocó, con toda lógica, en el subjetivismo liberal, sino también en los casos en que la teología y las creencias reformadoras, a pesar de todo su trágico lastre interno, intentaron atenerse a una sola confesión dogmática.

b) La fórmula de concordia de 1577 se había apartado del pensamiento de Melanchton, ateniéndose a la concepción estrictamente luterana del pecado, la gracia y los sacramentos. Con ello el luteranismo entró (sobre todo en sus países de origen) en la época de la llamada ortodoxia. La elaboración teológica de la doctrina de Lutero se desarrolló en una doble línea de discusión y delimitación frente al catolicismo y el calvinismo, tratando de precisar mucho más la doctrina y lograr una sistematización teológica. Un factor poderoso, a menudo en evidente contradicción con el estilo dialéctico de Lutero, fue la idea de formular la doctrina verdadera en términos racionalmente comprensibles. De ahí que surgiera este sorprendente fenómeno: que precisamente la predicación profética de Lutero, que tanto gustaba de la paradoja, se llevase a cabo empleando la metafísica aristotélica, y que este sistema de ortodoxia luterana, en su estructura, su lógica y su aparato conceptual, dejase traslucir algo más que reminiscencias de la Escolástica. En autores como Martín Chemnitz († 1586), Juan Gerhard († 1637) y Abrahán Calon († 1686), la doctrina luterana, de carácter tan poco unitario, se vio obligada a introducir una sistematización, que necesariamente tuvo que ir a expensas de decisivas concepciones y principios del mismo Lutero (como, por ejemplo, la doctrina del servum arbitrium, el valor de la razón y su capacidad probatoria en cuestiones dogmáticas).

Desde el punto de vista formal, el desarrollo de esta teología luterana ortodoxa experimentó en buena parte influencias del campo católico, imperfectamente asimiladas. Que tales influencias fuesen posibles se debió, en definitiva, a la contraposición entre las concepciones espiritualistas de Calvino y el realismo tradicionalista de Lutero en las cuestiones de la fe, la justificación y los sacramentos.

Todo ello no modificó en absoluto la conciencia de la actitud básica de oposición a Roma. Prueba concluyente de todo esto fue la obra principal de la dogmática luterana ortodoxa, escrita contra Belarmino por J. Gerhard († 1637), cuyo título rezaba: Loci theologici.

El luteranismo de esta época, siguiendo las orientaciones de los reformadores clásicos, se convirtió cada vez más en una teología profesoral y académica, cuyo centro eran determinadas universidades: Wittenberg, Leipzig, Jena, Estrasburgo, Helmstedt. Esta última universidad, sin embargo, fue «felipista», es decir, continuadora de la tradición de Melanchton.

c) No es de extrañar que este intento profesoral de conseguir una sistematización más o menos racional de lo que era un objeto inadecuado provocara múltiples controversias internas.

Suscitaron gran interés, por ejemplo, la controversia cristológica entre las universidades de Giessen y Tubinga, y aún más los intentos de reunificación eclesiástica del teólogo Jorge Calixto († 1656), de la universidad de Helmstedt. Tales controversias culminaron en la llamada «disputa sincretista», que consistió en una discusión sobre la concepción luterana de la Iglesia, y terminaron a finales del siglo XVII sin obtener ningún resultado positivo, esto es, sin que la ortodoxia luterana consiguiese segregar de su Iglesia la línea calixtina. En los medios luteranos que carecían de una fuerte unidad dogmática, estos intentos y diálogos de reunificación supusieron nuevos peligros para la ortodoxia luterana. Como era lógico, la orientación calixtina dio pie a no pocas conversiones a la Iglesia católica.

2. El calvinismo. La nueva Iglesia reformada acusó muy pronto en los Países Bajos sus propias características. En términos generales, los medios propensos a aceptar la reforma cuando ésta llegó a los Países Bajos habían sido los medios católicos de la devotio moderna y del humanismo afín a ella. Semejante influjo podremos constatarlo claramente en Arminio. Ante estos medios humanistas y reformadores el calvinismo, en su avance, adoptó una actitud unas veces hostil y otras amistosa.

a) En la década de 1530 a 1540, las ideas fanáticas de Melchor Hofmann habían inficcionado desde allí toda Westfalia (los anabaptistas). Tras la abdicación de Carlos V, la oposición política contra Felipe II, mucho menos flexible que su padre, se convirtió rápidamente y con mayor fuerza que antes en expresión de disconformidad con el catolicismo del rey. La curva de la excitación subió al máximo en cuanto Felipe II abandonó los Países Bajos. La independencia política constituyó, junto con la independencia eclesiástica, un único objetivo.

b) Al finalizar la época de la Reforma, el calvinismo había echado raíces en algunas zonas del oeste de Alemania (en el Palatinado, en algunas partes de Hesse, entre otras zonas) y, sobre todo, en los Países Bajos. El centro teológico del calvinismo lo constituyó aquí la Universidad de Leiden. En ella fue donde se desarrolló a principios del siglo XVII la disputa arminiana (Jacobo Arminio, † 1609) sobre la doctrina de la predestinación.

El humanismo y los suaves tonos de la devotio moderna habían contribuido a crear una mentalidad más libre, una actitud espiritual que podríamos calificar como principio de tolerancia dogmática. Tal actitud de mayor libertad se puede constatar en el caso de Arminio, holandés, que además fue discípulo del antiaristotélico Petrus Rame (o Ramus, † 1572), pero que también tuvo ocasión de escudriñar el espíritu de la filosofía aristotélica con el reformador ginebrino Beza. Arminio, igual que Calixto, tuvo el gran propósito y la gran voluntad de destacar lo esencial de la revelación, distinguiendo entre lo necesario y lo menos necesario. Al hacer estas precisiones, Arminio -a pesar de toda su firmeza reformadora- dio siempre buena acogida a la verdad, aun cuando -según él mismo dijo- proviniese de Belarmino.

Arminio defendió expresamente el concepto de una sola Iglesia. Reconoció la unidad como el valor supremo y la lucha entre hermanos como lo más terrible.

c) De todas formas, se trató más bien de una actitud de dulzura y misericordia, simplemente contraria a la odiosa polémica literaria. Para Arminio no existía la intolerancia dogmática. Ni siquiera el símbolo era infalible. El evangelio debía ser investigado continuamente. La frase «probarlo todo y quedarse con lo mejor» se convirtió para él en un principio de relativismo.

Este principio también se echó de ver en su definición del concepto de teología: la teología no es especulación, sino piedad. En consecuencia, es imposible determinar en qué consiste esa unidad de la Iglesia. Ninguna de las comunidades cristianas es la Iglesia; ninguna de ellas es la madre; todas ellas son hermanas.

De ahí que Arminio atenuase también el dogma central del calvinismo, el de la predestinación. El sínodo de Dordrecht (1618-1619) condenó a los arminianos (en 1619 fue ajusticiado el estadista holandés Oldenbarneveldt, en parte por razones políticas, pero también a consecuencia de las disputas arminianas; Hugo Grotius permaneció en prisión largo tiempo). A pesar de todo, los arminianos consiguieron mantenerse y contribuyeron mucho al aligeramiento del dogmatismo confesional.

d) También en Francia comenzó, a finales de la época de la Reforma, a consolidarse el calvinismo. En 1559, año de la muerte de Enrique II, se celebró un sínodo nacional, que promulgó una fórmula confesional (Confessio gallicana) y un ordenamiento eclesiástico.

e) En Alemania, donde el calvinismo adoptó una forma moderada, intentó sin éxito llegar a unirse con el protestantismo luterano en contra de la Iglesia católica (David Pareo, † 1622; Juan Bergio, † 1658). Enorme repercusión histórica tuvo la conversión al calvinismo del príncipe elector de Brandenburgo, Juan Segismundo, en 1613.

3. Pero hay otro hecho que no podemos por menos de destacar. Y es que al rigorismo académico de la ortodoxia, que pese a toda su profesión de luteranismo evidentemente no había sido capaz de satisfacer el espíritu piadoso-profético de Lutero, respondió un movimiento contrario, que precisamente y sobre todo subrayó «lo piadoso». En efecto, hacia fines del siglo XVII, una oleada de «piedad» inundó el protestantismo alemán. Esta oleada influyó profundamente y de diferentes maneras en la espiritualidad y en la piedad de la cristianidad evangélica: fue el pietismo. El movimiento pietista arrancó del predicador luterano Felipe Jacobo Spener, que en sus Via Desideria (1675) hizo un llamamiento a la interiorización de la piedad evangélica, a la revitalización de la fe personal, a la dedicación intensiva a la Biblia de los creyentes serios y a un cristianismo edificante y activo.

Pese a las resistencias iniciales de parte de la ortodoxia, el movimiento pietista se difundió rápidamente por el norte de Alemania y Württemberg. Su centro de irradiación fue la ciudad de Halle (Augusto Armando Francki; exigencia de conversión, penitencia, edificación: ¡justamente lo contrario del metodismo inglés!). Esta ciudad también alcanzó fama por la fecunda actividad caritativa desplegada en ella por la fundación de Francki.

Del seno del pietismo de Halle, aunque en parte diferenciándose de él, surgió en 1727 la comunidad de hermanos Herrnhuter, creada por el conde Zinzendorf (tras su unión con los hermanos moravos, tuvo lugar la fundación de la unidad fraternal renovada en Herrnhut). De todas formas, pese a su intención originaria (renovación de la piedad cristiana en el seno de la comunión eclesial), aquella comunidad fundadora se convirtió en un grupo eclesial autónomo, cuya influencia llegó hasta Norteamérica.

4. Inglaterra. Norteamérica. Durante todo el siglo XVII la Iglesia anglicana fue representante principal del Estado inglés. Logró consolidar su posición, tanto combatiendo los intentos de recatolización de algunos monarcas ingleses como defendiéndose contra infinidad de sectas, nacidas en su mayor parte del espíritu rigorista del calvinismo. Hubo a este respecto un hecho de singular relieve. Fue que en tiempos de Cromwell († 1658), y definitivamente en 1689, bajo el reinado de Guillermo III, estas sectas consiguieron la tolerancia oficial, pero sus miembros siguieron, sin embargo, excluidos de todos los altos cargos del Estado. Por esta razón estas fuerzas cristianas tan activas se vieron obligadas a penetrar en las clases inferiores del pueblo. Y esto acarreó dos consecuencias:

a) En el seno de estas clases populares fue donde se reclutaron los emigrantes destinados a las colonias americanas. Estas colonias fueron desde el principio un colector de diversas corrientes religiosas en las que se manifestaba, con todas sus notas positivas y negativas, el espíritu del calvinismo (laboriosidad, importancia de la comunidad, constitución democrática, fe y conciencia de elegidos, tendencia al «cant»[8]). Norteamérica se convirtió de esta manera en un país con gran pluralidad de sectas. Por eso mismo la tolerancia recíproca en materia religiosa se hizo desde el principio imprescindible y necesaria, si bien se limitó a las confesiones protestantes.

b) La intensa actividad religiosa desplegada por los diversos grupos, precisamente entre las clases no privilegiadas, impidió en Inglaterra el extrañamiento mutuo entre las clases trabajadoras y el cristianismo, extrañamiento que habría de ser característico del socialismo continental (todavía en la actualidad el partido laborista inglés mantiene una actitud positivamente cristiana).

Entre los muchos discrepantes e inconformistas de Inglaterra durante el siglo XVII destaca especialmente George Fox († 1691), fundador de los cuáqueros. Fox hizo suyo el rigorismo ético de los puritanos, pero rechazó todas sus prescripciones dogmáticas, liturgias, etc., así como la doctrina de la predestinación.

5. Para la evolución de las Iglesias ortodoxas rusas durante esta época, cf. § 122.

6. Intentos de unificación. El siglo XVII fue la época del exclusivismo y la polémica confesionales. Pero también es verdad que en él se produjeron (al revés que en los dos siglos siguientes) intensos esfuerzos de unificación. La amarga experiencia de la escisión confesional en Occidente, con sus desastrosas consecuencias (la Guerra de los Treinta Años), movió a una serie de importantes personalidades de todas las confesiones a buscar posibilidades de reunificación eclesiástica. Hemos mencionado ya al luterano Jorge Calixto y al calvinista Arminio, que, aunque de manera diferente, trabajaron en este sentido. Hemos de mencionar además a los reformados Isaac Casaubon († 1614), que actuó en Ginebra, París y Londres, y Hugo Grotius, arzobispo de Spalat; Marco Antonio de Dominis († 1624), que vivió algún tiempo en Inglaterra y más tarde volvió a la Iglesia católica; al escocés John Dury († 1680) y, a finales de siglo, a Leibniz († 1716); a Gerardo Molano († 1722), discípulo de Calixto y abad evangélico de Loccum, y a Christoph Rojas y Spinola († 1695), obispo de Wiener-Neustadt.

El Diálogo religioso de Thorn, promovido por el rey Wladislao IV en 1645 para restablecer la unidad confesional en Polonia, estuvo motivado por razones políticas y constituyó un fracaso.

A una con el irenista católico Jorge Cassander († 1566 en Colonia), los teólogos de la unión intentaron hallar la base para la reunificación retornando a la Iglesia antigua (por ejemplo, al «consensus quinque-saecularis» propuesto por Calixto). Pero, en conjunto, los intentos de reunificación fracasaron, en parte por las circunstancias desfavorables de la época y el endurecimiento de las posiciones confesionales, en parte por la insuficiente base de que se partía, poco acorde con la realidad histórica. El más importante intento de unificación fue el de Leibniz, que, sin embargo, fracasó por exigir la suspensión del Concilio de Trento a favor de los protestantes, cosa que la Iglesia, de la que Bossuet se constituyó en portavoz, no podía aceptar.

Notas

[8] Cf. p. 144.

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