conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » III.- Edad Moderna: La Iglesia frente a la Cultura Autónoma » Segunda época.- Hostilidad a la Revelacion de la Ilustracion al Mundo Actual » Período segundo.- El Siglo XIX: la Iglesia Centralizada en Lucha con la Cultura Moderna » Capitulo primero.- Reorganizacion y Reconstruccion » §112.- Clasicismo, Romanticismo y Restauracion

II.- Arte y Poesia

1. La Iglesia no es de este mundo. El cristiano no tiene en esta tierra morada permanente (Heb 13,14). Pero el mundo ha sido entregado a la Iglesia para que ella lo vaya formando. La Iglesia tiene la misión de proclamar el evangelio de Jesús en el lenguaje de los vivientes. Desde que dejó de ser Iglesia de catacumbas no es secundario para el cumplimiento de su misión que pueda dirigirse a los hombres en el campo de la cultura más elevada con obras significativas y de valor universal. Esto es válido, como lo ha demostrado la historia de la Iglesia, también en el campo artístico.

Las nuevas energías interiores que surgieron tras la revolución se manifestaron de la manera más completa por medio de un movimiento artístico global, el Romanticismo. De ahí que en esta época resulte válido el pensamiento antes apuntado.

2. La misma Revolución francesa había dado expresión artística como modelos a los héroes de la Antigüedad y de Roma reproduciéndolos en importantes obras. Pero se trataba de arte en su propia expresión pagana. El arte cristiano del pasado fue aniquilado en muchas iglesias de Francia en medio de una verdadera barbarie iconoclasta, cuando las imágenes no fueron escondidas por un puñado de valientes, como ocurrió en Estrasburgo.

Al restablecer Napoleón el orden y hacer sus peculiares paces con la Iglesia, el arte «imperial», expresión de la conciencia de poder del advenedizo, se puso también al servicio de la Iglesia, pero no produjo obras de arte sacro propiamente dicho.

También en Alemania las artes plásticas, durante y después de la revolución, eran «arte antiguo», si bien, frente al ideal romano, cultivado con ímpetu revolucionario en Francia, se tiende declaradamente hacia lo «griego».

La creación artística más importante de la época por su significación universal, tanto durante la revolución como después de ella, pertenece en Alemania al campo literario. Es el tiempo de clásicos como Klopstock, 1724-1803; Lessing, 1729-1781; Herder, 1744-1803; Goethe, 1749-1832; Schiller, 1759-1805, que tiene su máximo esplendor en la pequeña Weimar. Este Clasicismo superó en parte a la Ilustración y se abrió en multitud de temas -magníficos algunos de ellos- a las ideas cristianas. Después de su experiencia en la catedral de Estrasburgo en 1770, Goethe tomó partido a favor de las obras medievales. Y tanto en él como en Schiller puede observarse una gran veneración por el gobierno divino de la historia. En el año de su muerte llegaba Goethe a reconocer que el espíritu humano no había llegado, en el fondo, más allá de Cristo. Pero, por sus mismas raíces, el Clasicismo siguió siendo extraño no sólo a la Iglesia, sino también al mensaje cristiano.

Si atendemos a sus precursores -el llamado primer Romanticismo, que se remonta a 1770-, su expresión se caracteriza por su exceso de sentimiento subjetivo, con una fuerte tendencia hacia el pietismo. Pero tampoco este arte poseía, ni siquiera en el período posterior a la revolución, una fuerza de índole propiamente religiosa ni cristiana.

3. Lo dicho vale también para ese sector del arte en el que el Romanticismo expresa su peculiaridad más íntima, la nostalgia, del modo más profundo y creador: la música.

Los maestros de la música clásica, Haydn († 1809), Mozart († 1791) y Beethoven († 1827) no tienen rival. Su arte es patrimonio universal. Pero precisamente este fenómeno apunta a un importante hecho de la historia de la Iglesia. A través de la música y de la filosofía y literatura germánicas, que no eran ni católicas ni siquiera cristianas, demostró el catolicismo sus energías culturales hasta bien entrado el siglo XIX y hasta las caóticas transformaciones de nuestro tiempo.

En la obra de estos músicos abundan composiciones maravillosas, que expresan la mayor profundidad y elevación aun religiosamente («La Creación», de Haydn, las Misas de Mozart y su «Requiem», las dos Misas de Beethoven, en do y en re, sus últimos cuartetos, la «Novena Sinfonía»). Estas creaciones son obra de hombres creyentes y su adhesión al dogma es fácilmente perceptible. Sin tal adhesión no podríamos comprender las frases lapidarias del Credo, con la música de Beethoven («Et in Iesum Christum, Filium Dei Unigenitum, ... crucifixus, ... resurrexit... remissionem peccatorum... carnis resurrectionem...»), ni tampoco la conmovedora adoración del «Benedictus» de su Missa Solemnis. El cardenal Newman dio con la pista verdadera cuando concibió lo divino como lo que había dentro de la armonía concentrada de la música de Mozart. La riqueza «divina» y religiosa que aquí aparece es tan sublime que esta música podría ser muy bien música de los ángeles (Karl Barth).

Es cierto que estas composiciones en muchos de sus puntos culminantes rara vez pueden decirse católicas en sentido propio, aunque las misas fueron compuestas en su mayor parte con vistas a la liturgia católica. En las obras de Beethoven resuena también la lucha individualista de lo humano.

4. Pero es importante señalar que Weber († 1826) y sobre todo el romántico de los románticos, el soberbio liederista Franz Schubert († 1828), eran católicos y vivieron y murieron dentro de esa fe. El contenido religioso de sus Misas, llenas de una piedad sincera, constituye uno de los valores más altos del arte. Podemos también afirmar con razón que el arte del protestante Robert Schumann († 1856), influido profundamente por el catolicismo renano, está sentimentalmente emparentado con lo católico. Tuvo su importancia el hecho de que, dentro de cierto repliegue a una reducida esfera privada, las leyes del orden moral y religioso se protegieron de algún modo a sí mismas.

Lo dicho no significa en modo alguno que la música romántica fuera una fuerza directamente católica ni que nos haya transmitido fuerzas que sobrevivirán al cambio de los tiempos.

5. Lo que es la música católica en su núcleo más íntimo lo manifestó mucho más tarde el poderoso Anton Bruckner (1824-1896), quien, curiosamente, no llegó a despertar para la actividad creadora hasta que entró en contacto con un anhelo redentor extraño al cristianismo y hasta pagano, el que aparece en la música arrebatadora de Wagner. Anton Bruckner, hombre devoto, de fe inconmovible, era un romántico extasiado (con gran acierto se le ha llamado místico), mostrando, no obstante, una sorprendente objetividad en el desarrollo de sus sinfonías. Nuestro juicio no lo justifica el hecho de que compusiera también obras para la Iglesia (las tres Misas y el Te Deum), sino el que toda su producción brote de una raíz católica y, en su mayor parte, litúrgica: es una catedral sonora. La armonía entre materiales y motivos con su contenido espiritual es lo que confirma nuestra valoración[9]. Es sorprendente que sólo en época muy reciente haya sido verdaderamente comprendido Bruckner y que sea muy reciente el entusiasmo y veneración por su música.

6. El Romanticismo posee, no obstante, para la historia de la Iglesia una significación inmediata. Esto vale especialmente para la escuela pictórica de los llamados «nazarenos», que, partiendo en 1810 de Roma y luego de Alemania (hasta 1870), influyeron en otros países y obtuvieron amplia resonancia. De todas formas, a pesar de su importancia, el Romanticismo no es un movimiento totalmente original, sino que, como ya hemos dicho, en una medida muy peculiar, es una reacción. En el arte de los nazarenos la reacción se dirigía contra el Barroco (a menudo incomprendido) y contra el Clasicismo, incluso cuando éste lucha por la sencillez. Tanto en la actitud espiritual de base como en el retorno a los valores de la tradición del pasado, lo determinante aquí es un elemento auténticamente religioso. El elemento formal queda subordinado a la idea. Lo que importa es la autenticidad, la línea, seductoramente clara.

El Romanticismo aspira y tiende consecuentemente a la monumentalidad, pero, justamente por ello, no lo consigue. Sólo, acaso, una obra como el Juicio Final de Peter Cornelius († 1867), en la iglesia de San Luis de Munich, alcanza esa categoría. El genio es un don, no fruto de una aspiración o producto de un deseo. Así, por ejemplo, los cuadros religiosos de los «nazarenos» Overbeck († 1869), Veit († 1877), Fürich († 1876) y Steinle († 1886), a pesar de su honrada autenticidad, no son una manifestación esplendorosa de la objetividad católica, sino más bien arabescos de corazones sensibles a este absoluto. Con estas limitaciones puede decirse que el arte plástico romántico, en realidad la obra pictórica de los «nazarenos», produjo preciosos cuadros religiosos. A pesar de cierta melifluidad, algo exagerada a veces, en consonancia con la piedad sentimental de la época, existe un gran número de obras, especialmente de Ittenbach y Deger, ante las que se puede «orar».

7. El rasgo más importante de este arte en el terreno de la espiritualidad y en el de la teología fue el intento de vincular al subjetivismo con el elemento objetivo del mensaje cristiano, expresando esa unión con claridad y exactitud. En este aspecto, las buenas relaciones, casi fraternales, entre protestantes y católicos (de entre los protestantes se convirtieron bastantes), fueron ejemplares. Desgraciadamente, la fuerza creativa original de unos y otros no fue lo bastante grande. Ni esa comprensión de lo objetivo ni la relación ecuménica llegaron a imprimir su sello a la evolución histórica.

8. El arte del Romanticismo produjo sus obras más valiosas, así en las artes plásticas como en la poesía, reconquistando los grandes valores del pasado. El redescubrimiento del gótico tras más de tres siglos de olvido constituye un hecho de gran fuerza histórica, cuya influencia llega hasta la actualidad. Que ese entusiasmo degenerase hasta llegar a mera esterilidad y pobreza de espíritu, reduciéndose a imitación externa sin creación artística viva, es algo que está condicionado por la falta, ya mencionada, de una fuerza genial creadora. El que esta estéril imitación del gótico «puro» haya podido dominar durante tanto tiempo -hasta bien entrado el siglo XX- la arquitectura eclesiástica es también una consecuencia de la falta de la valentía en las autoridades de la Iglesia.

El segundo gran descubrimiento es la colección de un valioso material literario de la tradición: poemas, canciones y traducciones a través de los cuales despiertan a nueva vida gran cantidad de valores del cristianismo. Junto a los ya mencionados Gottfried Herder y los hermanos Schlegel, mencionaremos también a Ludwig Tieck († 1853), Clemens Brentano († 1842), Avhim von Arnim († 1831), Bettina von Arnim († 1859).

9. La obra de la baronesa Annette von Droste-Hülshoff († 1848) merece mención aparte, por tratarse de una obra artística particular, originariamente católica. Pero justamente esta obra, que es profundamente religiosa, sólo en parte pertenece a lo que ordinariamente llamamos romanticismo.

Notas

[9] Cf. el tema en fa menor del verso «In te, Domine, speravi, non confundar» de su Te Deum, verdadera célula originaria de su música.

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