conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » Las Iglesias Orientales » §121.- Pluralidad y Unidad del Oriente Cristiano

II.- ¿Iglesia O Iglesias?

1. En la historia de la antigüedad cristiana hablábamos de la Iglesia oriental en singular. La expresión significaba el conjunto del Oriente cristiano en su aspecto eclesiástico. Hablar así está justificado por diversos motivos. En primer lugar, porque -prescindiendo de los nestorianos y monofisitas, que forman iglesias aparte- se da realmente la unidad dogmática, litúrgica y canónica entre los diferentes patriarcados, incluyendo las iglesias nacionales rumana, eslava y otras, es decir, que existe la unidad de la Iglesia «ortodoxa»[15]. Durante este período había incluso, aunque en un sentido limitado, una suprema autoridad eclesiástica de Oriente: el patriarca ecuménico de Constantinopla. Hay una larga cadena de intentos que confirman el esfuerzo de los sucesivos ocupantes de la sede bizantina por extender su influencia o también su poder sobre las demás iglesias o patriarcados, reservándose el derecho de consagrar válidamente a sus pastores. Estas tendencias no reflejan simplemente la pretensión natural y humana de hacerse valer. Su fuerza consiste en que pone de manifiesto la transferencia a la persona del patriarca ecuménico del poder supremo, poder real aún en la esfera eclesiástica, que posee el basileus sobre la cristiandad de su imperio. Esta transferencia ya nos es conocida desde Constantino, en cuya época la religión cristiana es elevada al rango de Iglesia estatal. Conocemos la paulatina ampliación de la diócesis eclesiástica dependiente de Constantinopla, especialmente a partir de Calcedonia, en cuyo concilio se otorgó al patriarca ecuménico el derecho de consagrar los obispos de las diócesis de Tracia, del Ponto y de Asia[16]. En aquella época el patriarca de la «segunda Roma» o de la «nueva Roma» llegó a ser en realidad la instancia suprema de apelación en la Iglesia oriental. Cuando más tarde los patriarcas de Jerusalén, Antioquía y Alejandría, prácticamente suprimidos por la dominación árabe, buscaron a menudo ayuda en Constantinopla, el patriarca llegó a ser realmente y cada vez más el obispo «ecuménico» de Oriente. Ya hemos visto cómo Focio negaba la primacía de la antigua Roma, reivindicándola para la sede constantinopolitana y cómo consiguió extender su influencia hasta Bulgaria y los Balcanes (§ 41, II).

La autonomía eclesiástica de las diferentes iglesias, tanto de las que habían permanecido en la ortodoxia como de las que se habían vuelto cismáticas, se defendió enérgicamente, pero se mantuvo siempre el intento de centralización. Este intento se prolonga a lo largo de los siglos mediante esfuerzos característicos e ininterrumpidos por «helenizar» en cierto sentido a las iglesias ortodoxas de lengua eslava o árabe, así como a las de Rumania, o, al menos y sobre todo, ocupar sus sedes episcopales con obispos griegos.

Esto hace que surgieran numerosas luchas entre el clero de cada nación y los pretendientes griegos a ocupar las sedes episcopales. De igual manera duró a lo largo de toda esta época la rivalidad entre la liturgia griega y la eslava en las iglesias de Servia, Bulgaria y Rumania.

2. En estos intentos el mismo dominio turco supuso para el patriarca ecuménico una enorme ayuda. Dejando a un lado la explotación financiera, las persecuciones esporádicas y los repentinos actos de crueldad, lo cierto es que los turcos adoptaron, respecto a los cristianos, una actitud de notable tolerancia, permitiendo incluso la existencia de cada una de las Iglesias cristianas y de su jerarquía. La supresión del basileus y el hecho de su sustitución por el sultán no significó en modo alguno la eliminación de la división existente entre las Iglesias orientales (Bratsiotis). Pero para los nuevos señores resultaba más sencillo entenderse con un solo jerarca eclesiástico que se responsabilizara de todas las Iglesias cristianas, y este jerarca no podía ser otro que el patriarca de la antigua capital imperial. Fue especialmente entonces, bajo el dominio turco, cuando se llevó a cabo, mediante la colaboración de los conquistadores y del Fanar[17], la mencionada «helenización»[18] de los Balcanes.

3. También puede hablarse de una Iglesia ortodoxa en el sentido de que todas y cada una de las Iglesias autocéfalas se comprenden como expresión espiritual de toda la Iglesia católica que comparte la misma fe.

Reafirmar esta unidad espiritual fue el objetivo de los sínodos del siglo XVII (el de Jassy, en 1642, y el de Jerusalén, en 1672, que, además, tomaron postura contra el protestantismo) y de otros más recientes (el de Constantinopla, en 1923, y el de 1930, en el Monte Athos). Por último, en 1961 los representantes de todas las Iglesias ortodoxas se reunieron en Rodas por invitación del patriarca ecuménico[19]. El objetivo y la aspiración de esta conferencia era conseguir que las Iglesias ortodoxas se hiciesen conscientes de su carácter supranacional. La ortodoxia se definió en esta conferencia como una comunión unitaria bajo la jefatura espiritual del patriarca de Constantinopla[20].

4. Pero todo ello sólo tiene validez en sentido espiritual. La unidad mencionada no significa en modo alguno un predominio ni una subordinación jurisdiccional. En Oriente jamás se ha dado la unidad en el mismo sentido que tiene para la Iglesia latina, centralizada en el papado. Hemos de decir más bien que cada una de las Iglesias patriarcales son autocéfalas[21] es decir, tienen su propia cabeza suprema. Las Iglesias orientales son en su totalidad Iglesias locales. Por consiguiente, hemos de hablar de las Iglesias orientales en plural. Dentro de toda la comunión sacramental y en el ámbito de un derecho canónico general, las Iglesias orientales son jurídicamente independientes unas de otras.

Pero esto no excluye la existencia de animados contactos interortodoxos. Los representantes reunidos en Rodas mostraron su actitud favorable -incluso la ortodoxia rusa- a la intensificación de las relaciones mutuas. Con ocasión de las celebraciones conmemorativas de 1948 y 1958 en Moscú, Rusia había mantenido ya contactos con la mayoría de las Iglesias ortodoxas, siendo la disconformidad con la dispersión un sentimiento generalizado. Un punto de gran trascendencia es el principio según el cual la jurisdicción sobre un país que carece todavía de jerarquía ortodoxa radica en Constantinopla.

Se han emprendido también con gran celo los preparativos de un concilio general de la ortodoxia, que habría de ocuparse de sus actuales problemas y de sus relaciones con las Iglesias y confesiones latinas y con las Iglesias «orientales menores». Están en curso diálogos teológicos con vistas a la unión con los monofisitas. En Constantinopla funcionan una comisión patriarcal panortodoxa propia y muy activa y otra denominada pancristiana, que se ocupa de las relaciones con los demás cristianos. El secretario general de ambas comisiones es el famoso teólogo y metropolita Crisóstomos Konstantinidis.

5. Esta pluralidad y autonomía de las Iglesias es la peculiaridad característica del Oriente. Y esta peculiaridad tiene hondas raíces. Su principio originario es la reivindicación de origen apostólico de varias Iglesias orientales[22] mientras que en Occidente no hay más que una Iglesia de fundación apostólica, Roma. La pluralidad de origen es lo que se impuso en el Oriente.

Las expresiones constitucionales de la Iglesia primitiva manifiestan una pluralidad sorprendente. Desde muy pronto eran especialmente evidentes las diferencias lingüísticas en la liturgia y, sobre todo, en la predicación de la buena nueva. El elemento étnico se puso de manifiesto en el agrupamiento bajo la dirección de una cabeza superior propia. Las fronteras eclesiásticas y las «nacionales» coincidían. El ejemplo más antiguo, ya desde el siglo I, nos lo ofrece la Iglesia siria.

En el desarrollo global esta estrecha relación entre la Iglesia y el «pueblo» (o la tribu), y de ahí entre la Iglesia y el Estado, fue un hecho determinante. De ahí que los movimientos producidos en las fronteras políticas y los diversos y complicados avatares de la lucha de Bizancio contra el Imperio búlgaro y servio han tenido repercusiones duraderas en la historia de la Iglesia. Los constantes desplazamientos de las fronteras a causa de las continuas guerra siempre han supuesto una nueva delimitación de las circunscripciones eclesiásticas. Su vinculación, o mejor, su carácter político, manifestará más tarde sus consecuencias últimas en Rusia: Kiev y luego Moscú son los centros, tanto políticos como eclesiásticos.

El resultado de todo lo expuesto es una dispersión variadísima y más que pluriforme de las Iglesias y ritos orientales, cuya perspectiva global es muy difícil advertir. En la actualidad, las transformaciones y desplazamientos fronterizos causados por las dos guerras mundiales han hecho francamente arduo trazar una panorámica.

En Polonia había antes de la Segunda Guerra Mundial (en 1932) más de cuatro millones de cristianos «orientales», católicos y no-católicos, muy diferentes del resto de la población. Diversas observancias ortodoxas mantenían entre sí una relación de rivalidad. Por poner otro ejemplo, pensemos en la pluralidad de movimientos, reacciones y cismas habidos entre los rutenos. Además de los rusos, muestran hoy una enorme dispersión los armenios que viven en la Unión Soviética, Turquía, Irán, Siria, Líbano, Palestina, Egipto y Estados Unidos; en la misma Europa tenemos el caso de una gran ciudad armena en los alrededores de Lyon.

La dispersión es también notable en el conjunto de países en los que el mensaje cristiano fue fecundísimo en otras épocas: Oriente Próximo. En ellos el cristianismo ha desaparecido casi por completo. Pero lo que de él ha quedado está dividido en multitud de grupos, cuyos miembros carecen de unidad social y cultural. En las montañas del Líbano coexisten el patriarcado maronita de Bkerké, el greco-católico de Bzoumar, el armeno-ortodoxo de Antilias, el siro-católico de Charfé y una nunciatura apostólica, todo ello al lado de la jerarquía ortodoxa. La reducidísima minoría cristiana de El Cairo está representada por siete ritos católicos, cada uno con su jurisdicción propia y, junto a ellos, las Iglesias ortodoxas, la copta, la griega, la siríaca y la caldea.

6. A pesar de esta dispersión eclesiástica, tan enmarañada desde sus raíces, hemos de decir una vez más de manera expresa que tal pluralidad de Iglesias se encontraba y se encuentra unida con una unidad profunda. Las Iglesias orientales tienen conciencia de formar una sola Iglesia y son una sola Iglesia. Esta unidad deriva de la Iglesia primitiva, a través de la Iglesia del Imperio bizantino (con las reservas que se hayan de hacer desde el punto de vista dogmático a las Iglesias separadas), hasta las Iglesias eslavas de los Balcanes y Rusia y la propia de Rumania.

De todas formas hemos de tener en cuenta que esta unión, mantenida a través de los tiempos, ha sido en no pocas ocasiones, y a veces con fuerza extraordinaria, una unión de carácter más bien exterior, determinada por la común hostilidad hacia Roma y, desde la Edad Moderna, contra las comunidades protestantes.

En la actualidad, y a pesar de los impulsos disgregadores que se han venido produciendo a causa de las diversidades nacionales, la conciencia de la unidad de las Iglesias ortodoxas y los intentos de asegurarla desde el punto de vista teológico y eclesiástico son mucho más fuertes que en tiempos pasados. Lo demuestran la Conferencia Panortodoxa de Rodas y los trabajos teológicos que de ella han surgido.

7. Si intentamos ahora descubrir en la historia de esta multiplicidad determinadas constantes, comprobaremos que este problema histórico es mucho más agudo en Oriente que en Occidente. O, mejor dicho, si prescindimos de la comunidad en la confesión de fe, da la impresión de que lo característico de esta evolución es precisamente la falta de una realidad unitaria constante e integradora. El transcurso histórico es la resultante de la concurrencia y de las acerbas luchas intestinas entre componentes tan desiguales como son el bizantino-griego, el rumano y el eslavo del norte y del sur. Y, a su vez, este desarrollo se vio perturbado constantemente o durante muchos siglos (como en el caso de Rusia) por la opresión especialmente dura de poderes extraños. Así, en el gigantesco ámbito que se presenta a nuestra reflexión, han alcanzado un grado tan elevado la policromía y el cambio que parece imposible descubrir en él una constante. Tomemos, por ejemplo, para adquirir una primera idea, a Bizancio. Pese a la poderosa voluntad de vivir, realmente impresionante, atestiguada por la historia de su patriarcado ecuménico, la dispersión es muy grande; su oscilación entre crecimiento y decadencia, sus vaivenes políticos y político-eclesiásticos y, con ellos, los cambios étnicos, culturales y religiosos son tan numerosos y profundos, que esta pluralidad de la vida eclesiástica quedaba tan a menudo subordinada al interés de las potencias políticas exteriores y el escenario del acontecer concreto cambiaba a veces con tal rapidez, que el intento de ofrecer todas las vertientes de la «esfera espiritual» no puede ir más allá de una descripción muy vaga y genérica.

En la Edad Media y Moderna la situación es muy distinta de lo que podemos constatar en la historia de la Iglesia antigua. En ésta nos encontrábamos con un imperio universal y con un proceso establecido en la formulación del dogma, cuya evolución seguía una regularidad constante y fácilmente comprensible.

Elegiremos, pues, para nuestra exposición otro camino distinto. Ofreceremos en una primera parte una visión general de la historia de cada una de las Iglesias orientales; luego nos esforzaremos por averiguar sus peculiaridades comunes y su aportación específica al concepto de Iglesia, redención, liturgia, monacato y clero.

Notas

[15] Se denominan «ortodoxas» las Iglesias que se adhirieron a la doctrina del Concilio de Calcedonia, según la cual Jesucristo es una sola persona divino-humana en dos naturalezas. A partir de la ruptura en 1054 se aplicó preferentemente esta denominación a las Iglesias orientales que, separadas de Roma, se habían mantenido fieles a esta fe y vivían unidas eclesiásticamente a la griega de Bizancio. Desde el siglo XIX, la denominación «ortodoxo» se aplica en Occidente de manera creciente a todas las Iglesias orientales que no están unidas a Roma, incluidas las cismáticas. La Iglesia ortodoxa se concibe como la unidad canónica, litúrgico-sacramental y dogmática de los patriarcados de Constantinopla, Alejandría, Antioquía, Jerusalén, Rusia, Georgia, Servia, Bulgaria y las Iglesias de Chipre, Grecia, Polonia, Checoslovaquia, Albania, Finlandia, la archidiócesis del Sinaí y la diáspora de todos los continentes. La ortodoxia considera como «orientales», con las cuales no mantiene comunión eclesiástica desde Calcedonia, por una parte, la Iglesia monofisita de los coptos, etipes, jacobitas de Siria, armenios y malabares (aunque éstos se autodenominan también «ortodoxos»), y por otra, a los nestorianos de Irak, Persia y América. (Cf. la Conferencia Panortodoxa de Rodas, celebrada en 1961).

[16] Cf. nota 9.

[17] Tras la conquista de Constantinopla, el patriarca ecuménico tuvo que abandonar varias veces su iglesia episcopal, transformada luego en mezquita. Por último, en 1720, la nación griega obtuvo permiso para reconstruir la iglesia de San Jorge, en el apartado barrio del Fanar, elevándola a la dignidad de sede patriarcal. Junto a dicha iglesia estaba la sede oficial del patriarca ecuménico y su Sínodo. Con ello el «Fanar» tiene en Oriente una importancia similar a la del «Vaticano» en Occidente.

[18] Los turcos hicieron suyo el principio de la etnarquía, ya ejercido por los bizantinos. Según este principio, y como consecuencia de la concepción teocrática de la sociedad con su derecho sagrado, los jefes de las confesiones no-islámicas eran, por así decirlo, ministros del culto, del interior y de justicia en unión de sus fieles, siendo responsables solidariamente con ellos ante el sultán y pudiendo ser detenidos. Teniendo en cuenta esta situación, pueden entenderse en gran parte los mencionados esfuerzos de «helenización».

[19] Estaban representados, como miembros con derecho a voto, los obispos, sacerdotes y teólogos, junto con asesores laicos. No estaban representadas las iglesias finlandesa, albanesa y la rusa del exilio. Las iglesias monofisitas (coptas, armenias, etiópicas, sirias y malabares) habían enviado observadores oficiales.

[20] «Creemos que las Iglesias ortodoxas hermanas locales en las que se conserva la fe salvadora de nuestros padres, y permanecen en esa unidad, cuyo modelo es la unidad misteriosa y sobrenatural de la Trinidad de Dios, Trinidad santísima, única, que reina en el único trono...» (mensaje de la Conferencia Pan-ortodoxa de Rodas).

[21] «Autocéfalo» significa más que «independiente». Las iglesias autocéfalas proceden originariamente de las ciudades políticamente más importantes, a partir de las cuales se fueron expansionando. En las iglesias «independientes», agrupadas en torno a ciudades de categoría inferior, y que habían ido creciendo conjuntamente dentro de un amplio sector, la independencia del jefe eclesiástico del Estado no era tan pronunciada como en las iglesias autocéfalas. La diferencia no siempre se ha podido determinar con precisión, debido a la falta de mentalidad jurídica oriental. Los obispos de las iglesias autocéfalas se denominan ya, a partir del siglo II, exarcas o patriarcas. Los primeros exarcas fueron los de Alejandría, Antioquía, Efeso, Cesarea de Capadocia y Heraclea en Tracia. Cuando el obispo de Constantinopla ascendió al rango de exarca, quedaron sometidas a él las tres iglesias mencionadas en último lugar y perdieron su título. De todas formas, hasta ahora no ha sido fijado quién ha de proclamar de modo vinculante la autocefalia y en qué condiciones. La Iglesia matriz garantiza la autocefalia, sancionada por el concilio ecuménico.

[22] De todas formas, Oriente, por sus raíces, estaba también mejor estructurado cultural y políticamente que Occidente. Con anterioridad a la cultura helenística, que les dio un sentido unitario, habían existido en estos países grandes culturas con elementos originarios antiquísimos, que luego se fueron manteniendo constantemente con mayor o menor independencia (elementos egipcios, coptos y sirios;. Bulgaria, Servia y Rusia estuvieron en lucha secular con Bizancio.

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