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Metodio
Uno de los adversarios más distinguidos de Orígenes fue Metodio. No sabemos casi nada de su vida, porque Eusebio no le menciona en la Historia eclesiástica. Según F. Diekamp, fue probablemente obispo de Filipos de Macedonia, pero debió de pasar gran parte de su vida en Licia, hasta el punto de que se le ha creído por mucho tiempo obispo de Olimpo, pequeña ciudad de Licia. Murió mártir el año 311, en Cálcide de Eubea.
Metodio era un hombre de refinada cultura y un excelente teólogo. Refutó la doctrina de Orígenes sobre la preexistencia del alma y su concepto espiritualista de la resurrección del cuerpo. Desgraciadamente, de su extensa producción sólo queda un reducido número de escritos.
1. El Banquete o Sobre la virginidad (Συμττόσιον ή περί áyveías).
Como asiduo lector de Platón, a Metodio le gustaba imitar sus Diálogos. Concibió el Banquete como la réplica cristiana de la obra del gran filósofo. Intervienen diez vírgenes que ensalzan la virginidad. Todas la encomian como tipo de vida cristiana perfecta y la manera ideal de imitar a Cristo. Al final Tecla entona un himno entusiasta (de 24 versos) en honor de Cristo, el Esposo, y de la Iglesia, su Esposa, en el cual el coro de las vírgenes canta un refrán. Empieza así:
Tecla. En lo alto de los cielos, ¡oh vírgenes!, se deja oír el sonido de una voz que despierta a los muertos; debemos apresurarnos, dice, a ir todas hacia el oriente al encuentro del Esposo, revestidas de nuestras blancas túnicas y con las lámparas en la mano. Despertaos y avanzad antes de que el Rey franquee la puerta.
Todas. A ti consagro mi pureza, ¡oh divino Esposo!, y voy a tu encuentro con la lámpara brillante en mi mano.
Tecla. He desechado la felicidad de los mortales, tan lamentable; los placeres de una vida voluptuosa y el amor profano; a tus brazos, que dan la vida, me acojo buscando protección, en espera de contemplar, ¡oh Cristo bienaventurado!, tu eternal belleza.
Todas. A ti consagro mi pureza, ¡oh divino Esposo!, y voy a tu encuentro con la lámpara brillante en mi mano. Tecla. He abandonado los tálamos y palacios de bodas terrenas por ti, ¡oh divino Maestro!, resplandeciente cual el oro; a ti me acerco con mis vestiduras inmaculadas, para ser la primera en entrar contigo en la felicidad completa de la cámara nupcial.
Todas. A ti consagro mi pureza...
Tecla. Después de haber escapado, ¡oh Cristo bienaventurado!, a los engaños del dragón y sus artificiosas seducciones, sufrí el ardor de las llamas y las acometidas mortíferas de bestias feroces, confiada en que vendrías a ayudarme.
Todas. A ti consagro mi pureza...
Tecla. Olvidé mi patria arrastrada por el encanto ardiente de tu gracia, ¡oh Verbo divino!; olvidé los coros de las vírgenes compañeras de mi edad y el fausto de mi madre y de mi raza, porque tú mismo, tú, ¡oh Cristo!, eres todo para mí.
Todas. A ti consagro mi pureza...
Tecla. Salve, ¡oh Cristo, dador de la vida, luz sin ocaso! ¡Oye nuestras aclamaciones! Es el coro de las vírgenes quien te las dirige, ¡oh flor sin tacha, gozo, prudencia, sabiduría, oh Verbo de Dios!
Todas. A ti consagro mi pureza...
Tecla. Abre las puertas, ¡oh reina!, la de la rica veste; admítenos en la cámara nupcial. ¡Esposa inmaculada, vencedora, egregia, que te mueves entre aromas! Engalanadas con vestiduras semejantes, henos aquí vástagos tuyos, sentadas junto a Cristo para celebrar tus venturosas nupcias.
Todas. A ti consagro mi pureza... (11,2,1-7: BAC 45,1081s).
Esta Reina, la Iglesia, está adornada con las flores dé la virginidad y los frutos de la maternidad:
El Real Profeta comparó la Iglesia a un prado amenísimo sembrado y cubierto con las más variadas flores, no sólo con las flores suavísimas de la virginidad, sino también con las del matrimonio y las de la continencia, según está escrito: "Engalanada con sus vestidos de franjas de oro avanza la reina a la diestra de su esposo" (Ps. 44,10 y 14) (ibid. 2,7,50: BAC 45,1003).
Se advierte la influencia de la doctrina de la recapitulación de Ireneo (véase p.284s) cuando afirma Metodio que, por haber pecado Adán, Dios determinó recrearlo en la Encarnación; pero Metodio propone una creación nueva, una re-creación mucho más absoluta y completa. Su eclesiología está íntimamente ligada a esta idea del segundo Adán. Para Ireneo, la segunda Eva es María; para Metodio es la Iglesia:
Así Pablo ha referido justamente a Cristo lo que había sido dicho respecto a Adán, proclamando con derecho que la Iglesia nació de sus huesos y de su carne. Por amor a ella, el Verbo, dejando al Padre en los cielos, descendió a la tierra para acompañarla como a esposa (Eph. 5,31) y dormir el éxtasis del sufrimiento, muriendo gustoso por ella, a fin de presentarla gloriosa sin arruga ni mancha, purificándola mediante el agua y el bautismo (Eph. 5,26-7), para hacerla capaz de recibir el germen espiritual que el Verbo planta y hace germinar con sus inspiraciones en lo más profundo del alma; por su parte, la Iglesia, como una madre, da forma a aquella nueva vida para engendrar y acrecentar la virtud. De este modo se cumple proféticamente aquel mandato: "Creced y multiplicaos" (Gen. 1,18), al aumentar la Iglesia cada día en masa, en plenitud y belleza gracias a su unión e íntimas relaciones con el Verbo, que aun ahora desciende a nosotros y se nos infunde mediante la conmemoración de sus sufrimientos. Pues la Iglesia no podría de otro modo concebir y regenerar a sus hijos los creyentes, por el agua del bautismo, si Cristo no se hubiera anonadado de nuevo por ellos para ser retenido por la recopilación de sus sufrimientos, y no muriese otra vez descendiendo de los cielos y uniéndose a su esposa la Iglesia a fin de proporcionarle un nuevo vigor de su propio costado, con el que puedan crecer y desarrollarse todos aquellos que han sido fundados en El, los que han renacido por las aguas del bautismo y han recibido la vida comunicada de sus huesos y de su carne, es decir, de su santidad y de su gloria (3,8,70: BAC45,1010s).
Después de leer tales pasajes, nos sorprende saber que Metodio fue uno de los adversarios de Orígenes, puesto que el Comentario sobre el Cantar de los Cantares de éste expone las mismas ideas y las mismas alegorías y sigue la misma interpretación mística. De hecho no fue sino más tarde cuando Metodio comenzó a refutar al maestro alejandrino. En cambio, parece que en sus primeros escritos le había prodigado grandes alabanzas. Según San Jerónimo (Adv. Ruf. 1,11), Pánfilo en su Apología de Orígenes recuerda a Metodio que también él anteriormente tuvo en gran estima a este doctor.
El Banquete es el único escrito de Metodio cuyo texto griego se ha conservado íntegramente. De las otras obras tenemos solamente una traducción eslava más o menos completa y algunos fragmentos en griego.
2. El Tratado sobre el libre albedrío (Περί του αίπτεξουσίον).
La versión eslava ostenta el título Sobre Dios, la materia y el libre albedrío, que corresponde más exactamente al contenido de la obra. Metodio quiere probar, en forma de diálogo, que el responsable del mal es el libre albedrío del ser humano. No se puede pensar que el mal provenga de Dios o que sea materia increada o eterna como Dios. En el transcurso de la discusión, Metodio rechaza la idea origenista de una sucesión indefinida de mundos. El tratado parece dirigido contra el sistema dualista de los valentinianos y de otros gnósticos. La mayor parte de la obra se conserva en fragmentos griegos. El texto íntegro, salvo unas pocas lagunas, existe en una versión eslava. Además, Eznik de Kolb, apologista armenio del siglo V, trae largas citas en su Refutación de las sectas, transmitiéndonos de esta manera en su lengua importantes pasajes de la obra de Metodio.
3. Sobre la resurrección (Άγλαοφών ή περί αναστάσεως).
El título original de este diálogo era Aglaofón o sobre la resurrección, porque representa una disputa que tuvo lugar en casa del médico Aglaofón de Patara. Refuta en tres libros la teoría origenista de la resurrección en un cuerpo espiritual y defiende la identidad del cuerpo humano con el cuerpo resucitado:
No puedo soportar la locura de algunos que desvergonzadamente violentan la Escritura, a fin de encontrar un apoyo para su propia opinión, según la cual la resurrección se hará sin la carne; suponen que habrá huesos y carne espirituales, y cambian su sentido de muchas maneras, haciendo alegorías (1,2).
Ahora bien, ¿qué significa que lo corruptible se reviste de inmortalidad? ¿No es lo mismo que aquello de "se siembra en corrupción y resucita en incorrupción"? (1 Cor. 15.42). En efecto, el alma no es ni corruptible ni mortal, porque lo que es mortal y corruptible es la carne. En consecuencia, "como llevamos la imagen del terreno, llevaremos también la imagen del celestial" (1 Cor. 15, 49). Puesto que la imagen del terreno que llevamos es ésta: "Polvo eres y al polvo volverás" (Gen. 3,19). Pero la imagen del celestial es la resurrección de entre los muertos, y la incorrupción, a fin de que, "como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (Rom. 4,6). Se podría pensar que la imagen terrena es la misma carne, y la imagen celestial algún cuerpo espiritual distinto de la carne. Pero hay que considerar primero que Cristo, el hombre celestial, cuando se apareció, tuvo la misma forma corporal que los miembros y la misma imagen de carne como la nuestra, pues por ella se hizo hombre el que no era hombre, de suerte que, "como en Adán hemos muerto todos, así también en Cristo somos todos vivificados" (1 Cor. 15,22). Si, pues, El tomó la carne por otra cualquiera razón que la de libertar a la carne y resucitarla, ¿por qué asumió El la carne en vano, si no quería ni salvarla ni resucitarla? Pero el Hijo de Dios no hace nada en vano. No tomó, pues, inútilmente la forma de siervo, sino que lo hizo con la intención de resucitarla y salvarla. Si él se hizo hombre y murió en verdad y no sólo en apariencia, lo hizo para mostrar que es el primogénito de entre los muertos, transformando la tierra en cielo, y lo mortal en inmortal (De resurr. 1,13).
Metodio refuta también las opiniones de Orígenes sobre la preexistencia del alma y sobre la carne como cárcel del espíritu, y sus ideas sobre el destino y fin del mundo. Al principio el hombre era inmortal en cuerpo y alma. La muerte y la separación del cuerpo y del alma no tienen más explicación que la envidia del diablo. Por eso el ser humano tuvo que ser remodelado:
Es como si un eminente artista tuviera que romper una hermosa estatua labrada por él mismo en oro u otro material, y hermosamente proporcionada en todos sus miembros, porque acaba de darse cuenta de que ha sido mutilada por algún hombre infame, demasiado envidioso para soportar la belleza. Este hombre se apoderó de la estatua y se entregó al vano placer de satisfacer su envidia. Advierte, sapientísimo Aglaofón: si el artista quiere que aquello a lo que ha dedicado tantos afanes, tantos cuidados y tanto trabajo, esté libre de toda infamia, se verá precisado a fundirlo de nuevo y a restaurarlo en su anterior condición... Pues bien, me parece que al plan de Dios le aconteció lo mismo que ocurre con los nuestros. Viendo al hombre, la más noble de sus obras, corrompido por pérfido engaño, no pudo, en su amor al hombre, abandonarlo en aquella condición. No quiso que el ser humano permaneciera para siempre culpable y objeto de reprobación por toda la eternidad. Le redujo de nuevo a su materia original, a fin de que, modelándolo otra vez, desaparecieran de él todas las manchas. A la fundición de la estatua en el primer caso corresponde la muerte y disolución del cuerpo en el segundo, y a la refundición y nuevo modelado de la materia en el primer caso corresponde la resurrección del cuerpo en el segundo: Te pido prestes atención a esto: cuando el hombre delinquió, la Grande Mano no quiso, como ya dije, abandonar su obra como un trofeo al maligno, que la había viciado y deshonrado injustamente por envidia. Por el contrario, la humedeció y la redujo a arcilla, lo mismo que un alfarero rompe una vasija para rehacerla, a fin de eliminar todas las taras y abolladuras para que pueda ser de nuevo agradable y sin ningún defecto (De resurr. 1,6-7).
A pesar de que el diálogo adolece de cierta falta de claridad en la composición, con todo, la obra, tal como está, es una importante contribución a la teología. La refutación de las ideas de Orígenes se mantiene siempre en un nivel elevado, y las especulaciones del autor se remontan a la misma altura que las de su antagonista. San Jerónimo, que, en fin de cuentas, no era muy favorable a Metodio, señala (De vir. ill. 33) este tratado como un opus egregium.
Solamente quedan fragmentos del texto griego. Afortunadamente, Epifanio incorporó a su Panarion (Haer. 64,12-62) un pasaje extenso y muy importante (1,20-2,8,10). La versión eslava abarca los tres libros, pero abreviando los dos últimos.
4. Sobre la vida y las acciones racionales.
Este tratado figura en la versión eslava entre los dos diálogos Sobre el libre albedrío y Sobre la resurrección. Del texto original griego no queda absolutamente nada. La obra consiste en una exhortación a contentarse con lo que Dios nos ha dado en esta vida y a poner toda nuestra esperanza en el mundo venidero.
5. Las obras exegéticas.
Al diálogo Sobre la resurrección siguen, en la versión eslava, tres obras exegéticas. La primera va dirigida a dos mujeres, Frenope y Quilonia, y trata de La diferencia de los alimentos y la ternera mencionada en el Levítico (cf. Num. 19). Es una interpretación alegórica de las leyes del Antiguo Testamento relativas a las diferentes clases de alimentos y a la vaca roja, con cuyas cenizas debían ser rociados los impuros. El segundo tratado, que se titula A Sistelio sobre la lepra, es un diálogo entre Eubulio y Sistelio sobre el sentido alegórico del Levítico 13. Además de la versión eslava quedan algunos fragmentos griegos de este tratado. El tercero es una interpretación alegórica de Prov. 30,15ss (la sanguijuela) y Ps. 18,2: "Los cielos pregonan la gloria de Dios."
6. Contra Porfirio.
En varias ocasiones (De vir. ill. 83; Epist. 48,13; Epist. 70,3) San Jerónimo habla con grande encomio de los Libros contra Porfirio de Metodio. Verdaderamente es de lamentar que esta obra se haya perdido enteramente, puesto que Metodio fue el primero en refutar los quince libros polémicos Contra los cristianos, escritos por el filósofo neoplatónico Porfirio hacia el año 270.
También se han perdido sus obras Sobre la Pitonisa, Sobre los mártires y los Comentarios sobre el Génesis y sobre el Cantar de los Cantares (De vir. ill. 83).
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