conoZe.com » Historia de la Iglesia » Padres de la Iglesia » Patrología (I): Hasta el Concilio de Nicea » II: La Literatura Antenicena Después de Ireneo » 3. Los Romanos » Los Comienzos de la Literatura Cristiana Latina en Roma

1. El Octavio

La única apología del cristianismo escrita en latín y en Roma durante el tiempo de las persecuciones es el diálogo Octavio. Se conserva en un solo manuscrito, el Codex Parisinus 1661, saec. IX, como si fuera el libro octavo de la obra de Arnobio Contra los paganos. De hecho, su verdadero autor fue Minucio Félix, como lo testifican Lactancio y San Jerónimo. Lactancio nos da la siguiente información: "Entre los defensores de nuestra fe que conozco, Minucio Félix ocupa un lugar muy distinguido en el foro. Su libro titulado Octavio demuestra qué campeón más excelente de la verdad habría sido de haberse dedicado enteramente a esta clase de estudios" (Div. inst. 5, 1,21). Jerónimo habla de él en varias ocasiones. En el De viris illustribus 58 leemos: "Minucio Félix, distinguido abogado de Roma, escribió un diálogo donde narra una disputa que sostuvieron un cristiano y un gentil; el diálogo se intitula Octavio."

La escena del diálogo es Roma. Tres personajes toman parte en la discusión: el autor, el abogado Marco Minucio Félix, y sus dos amigos, el cristiano Octavio y el pagano Cecilio. Octavio, que ejercía la misma profesión que Minucio Félix, había venido del África en viaje de visita. Cecilio parece ser natural de Cirta de Numidia, porque habla de Frontón, también de Cirta, como de su conciudadano. La realidad histórica de la conversación es dudosa. El autor toma como modelo los diálogos de Cicerón y se vale de esta forma literaria para presentar la causa del cristianismo frente al paganismo. Sin embargo, no se sigue de ahí que los personajes que toman parte en el diálogo sean ficticios.

A lo que parece, la obra fue escrita en memoria de Octavio, ya muerto, porque el autor empieza evocando la íntima amistad que les había unido. Tenían un solo pensamiento y un solo corazón. Ambos habían abrazado la fe al mismo tiempo.

En los pasatiempos y en los asuntos más serios guardábamos armonía perfecta, idéntica voluntad: hubiérase dicho que teníamos una sola alma dividida entre los dos. El fue confidente de mis amores, colega en mis extravíos religiosos, y, cuando, disipada la ceguera, nacía yo del abismo de las tinieblas a la luz de la verdadera sabiduría, quísome por compañero, y, lo que es más glorioso todavía, me precedió en esta empresa. Al recordar, pues, todo el tiempo de nuestra vida común y de nuestra familiaridad, mi atención se ha fijado, con preferencia, en un grave razonamiento con que atrajo a Cecilio de sus vanas supersticiones a la verdadera religión (1. Excelsa 11, p.36).

La conversación se supone que tuvo lugar durante un paseo a Ostia, famoso lugar de recreo de los romanos. Al pasar por delante de una estatua de Serapis, Cecilio le echó un beso. Este incidente dio origen a una discusión, que tomó la forma de un debate en el foro: Cecilio actuaba de fiscal, Octavio se encargaba de la defensa y Minucio presidía como arbitro en el conflicto entre la fe antigua y la nueva (1-4).

Al llegar al final del muelle, se sentaron, y Cecilio abrió la discusión con una apasionada defensa del paganismo y un violento ataque contra el cristianismo. Como buen filósofo de la Academia, sabe combinar una actitud generalmente escéptica con un entusiasmo por la tradición desprovisto de crítica. Su discurso puede resumirse en estos tres puntos (5-15):

a) En los asuntos humanos, todo es dudoso e incierto y está en suspenso, más bien cuestión de probabilidad que de certeza. La inteligencia del hombre es tan limitada que no puede conocer ni las cosas de arriba ni las de abajo. Pero, si nuestra audacia y avidez tratan todavía de resolver los enigmas del universo, no hay necesidad de recurrir a un dios ni a un creador. Al contrario, el desorden que existe en el mundo físico y moral habla contra una divina providencia. Una casualidad sin ley, caprichosa y llena de azares lo gobierna todo (5).

b) Por lo tanto, lo mejor es aceptar la enseñanzas de nuestros mayores, conservar las creencias que hemos recibido y adorar a los dioses que aprendimos a venerar desde la cuna. Ellos son los que han hecho adelantar los límites del imperio allende las sendas del sol y más allá de los confines del océano (6-7).

c) Es intolerable que haya hombres que estén tan orgullosos y engreídos de su saber que se atrevan a abolir y socavar una región tan antigua, tan útil y tan saludable, como hacen los cristianos. Son ateos, conspiradores que introducen en todas partes un culto obsceno, una promiscuidad de "hermanos" y "hermanas." Bajo la capa de un nombre sagrado, la simple fornicación se pervierte en incesto. Esta vana y estúpida superstición se gloría en el crimen. Sus doctrinas de un Dios, de la destrucción del mundo por el fuego, de la inmortalidad y resurrección de la carne, del premio y del castigo eterno, son absurdas (5-13).

Octavio contesta a este violento ataque en un tono sereno y persuasivo, siguiendo a su adversario paso a paso. Su refutación va precedida de algunas palabras de Minucio, que advierte a los contrincantes que no se dejen fascinar por el sonido de las palabras e insiste en el fin único del debate, que es la búsqueda de la verdad.

Octavio desarrolla los siguientes puntos:

a) Cuando Cecilio dio rienda suelta a su indignación y se lamentó de que gente analfabeta, pobre e ignorante, como son los cristianos, se metiera a discutir sobre cosas sobrenaturales, deberia haberse acordado de que todos los hombres, sin distinción de edad, sexo o categoría, son creados con la facultad de razonar y entender. El discernimiento no se adquiere con la fortuna, sino que lo implanta la naturaleza. Los ricos, absorbidos por sus negocios, abren sus ojos más al oro que al cielo. Son los humildes los que han meditado en la sabiduría y han transmitido a otros sus enseñanzas. Los que consideran el plan de este gran universo no como el producto de la inteligencia divina, sino como un conglomerado de elementos y átomos reunidos por el azar, no tienen juicio, ni sentido, ni siquiera ojos. Si levantamos nuestros ojos al cielo y vemos todas las cosas que hay debajo, salta a la vista que hay una divinidad que inspira, mueve, alimenta y dirige toda la naturaleza. Este poder supremo no puede ser susceptible de división, sino que tiene que ser uno. Dios, es verdad, no puede ser visto con ojos humanos, pues es demasiado brillante para la vista. Pero existe, como existe el sol, en el que tampoco podemos fijar nuestros ojos. En esto los poetas y filósofos paganos están de acuerdo con los cristianos, de manera que podríamos llamar filósofos a los cristianos de hoy, y cristianos a los filósofos de antaño (14-19).

b) Por eso no debemos dejarnos cautivar por nuestras fábulas ni descarriar por una tradición ignorante. La religión pagana es una mezcla fantástica de mitos y misterios repugnantes inmorales. Ciertamente no ha sido esta superstición la que ha dado a los romanos, el imperio del mundo. Todo lo que ellos tienen, ocupan y poseen es el botín de la violencia. Sus templos son fruto del botín de las ciudades que arruinaron. No es la religión lo que ha hecho grandes a los romanos, sino la impunidad de sus sacrilegios (20-27).

c) Las acusaciones relativas a la conducta y creencias de los fieles son calumnias que han propalado los demonios. Las principales doctrinas del cristianismo se pueden demostrar con argumentos de razón, como lo certifican los mismos filósofos paganos. El comportamiento de los fieles es su mejor apología. No predican grandes cosas, pero las viven (28-38).

Después de esta demostración magistral no había necesidad de arbitro. Cecilio mismo se declara convencido sobre los puntos principales. Las dificultades de menor envergadura se dejan para más tarde. Minucio se siente aliviado al verse dispensado de la odiosa tarea de dar sentencia. El diálogo termina con estas palabras: "Seguimos luego nuestro camino, contentos y felices, Cecilio por haber hallado la fe, Octavio por haber ganado una victoria y yo por la fe del uno y la victoria del otro" (40).

Esta deliciosa defensa del cristianismo ha sido admirada siempre por su nobleza y elegancia. El autor muestra una notable imparcialidad hacia los puntos de vista paganos. Aun cuando refuta las calumnias que se aducían contra los cristianos, procura evitar todo lo que pueda parecer ofensivo. El diálogo está bien llevado. La presentación es agradable. Hay claridad de expresión. La materia está bien distribuida. No hay digresiones. Todas estas cualidades contribuyen a hacer del Octavius la más bella apología de la Iglesia primitiva. Su estilo pulido, sus períodos bien equilibrados y su atención meticulosa a las reglas clásicas del ritmo de la prosa hacen recordar mucho a Cicerón. Cicerón fue, sin duda alguna, su modelo. El De natura deorum no sólo le proporcionó la trama del libro, sino que todo un pasaje (1,25-42) reaparece al pie de la letra en el Octavio (c.19). También utilizó otros escritos del maestro, especialmente De divinatione y De republica. También toma bastante de Séneca. La ética del diálogo tiene muchos puntos de contacto con el ideal de la filosofía estoica. Cita varias veces a Platón. Hay reminiscencias de Hornero, Jenofonte, Floro, Horacio, Juvenal, Lucrecio, Marcial, Ovidio, Salustio, Tibulo y Virgilio. Por lo que toca a fuentes cristianas, se advierten numerosas analogías con los primeros apologistas, por ejemplo, Justino, Taciano, Atenágoras y Teófilo; mas esas semejanzas no son lo suficientemente acusadas como para poder probar una dependencia verdadera. El Octavius no cita ni un solo pasaje de la Escritura. La explicación más probable de esta anomalía es que Minucio se proponía, ante todo, convencer a los paganos cultos, y, a los ojos de éstos, la Escritura no tenía ningún valor probativo. Por la misma razón, probablemente, el diálogo contiene muy pocos elementos característicos de la verdad revelada. La doctrina de Dios corresponde a la concepción estoica. El monoteísmo y la fe en la inmortalidad del alma son los dos polos alrededor de los cuales gira la filosofía del autor. El cristianismo se presenta a sus ojos como una moral práctica.

Para determinar la fecha de composición del Octavius es importante observar la estrecha relación de ideas y expresiones que guarda con el Apologeticum de Tertuliano, escrito hacia el 197, y, en algunos casos, con el Ad nationes del mismo autor. Estas analogías parecen probar que hay dependencia entre los dos tratados. Pero dista aún mucho de estar definitivamente resuelta la difícil cuestión de prioridad, que ha sido largamente discutida por los sabios. San Jerónimo (De vir. ill. 53.58; Epist. 70,5) concede la prioridad a Tertuliano, pero hay muchas razones en favor de la opinión contraria.

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=5436 el 2006-08-18 18:12:36