conoZe.com » Historia de la Iglesia » Padres de la Iglesia » Patrología (I): Hasta el Concilio de Nicea » II: La Literatura Antenicena Después de Ireneo » 3. Los Romanos

Novaciano

La teología del Logos tal como la propuso Hipólito no fue objeto de condenación expresa. Durante la siguiente generación la profesó abiertamente el sacerdote romano Novaciano. Era éste, según el historiador Filostorgio (Hist. eccl. 8,15), de origen frigio, pero este testimonio no es muy seguro. En carta dirigida al obispo Fabio de Antioquía, el papa Cornelio afirma que Novaciano fue bautizado estando gravemente enfermo y que nunca fue confirmado:

El punto de partida de su fe fue Satanás, que vino a él y vivio en él por bastante tiempo. Cuando cayó gravemente enfermo, fue ayudado por los exorcistas, y, pensando que iba a morir, en la misma cama en que yacía recibió el bautismo, si es que realmente se puede decir que semejante hombre lo haya recibido. Sin embargo, después que se vio libre de su enfermedad, no recibió las demás (ceremonias) que se deben recibir según la regla de la Iglesia, ni tampoco fue confirmado por el obispo. No habiendo recibido estas cosas, ¿cómo pudo recibir el Espíritu Santo? (Eusebio, Hist. eccl. 6,43,14-15: EH 254-6).

A pesar de eso, su obispo le ordenó, pero no sin oposición:

Fue honrado con el sacerdocio por un favor del obispo, que le impuso las manos para darle puesto entre los presbíteros, a pesar de la oposición de todo el clero y aun de muchos seglares - porque quien ha recibido el bautismo por infusión en su lecho por razón de enfermedad, como él, no puede ser promovido a ningún grado del clero (ibid. 6,43,17).

Aunque Cornelio le estigmatice por "su astucia y duplicidad, por sus perjurios y falsedades, por su carácter insociable y amistad de lobo," y llegue al extremo de llamarle "bestia traicionera y maligna" (ibid. 6,43,6), debió de poseer, no obstante, eminentes cualidades, dado que hacia el año 250 ocupaba una posición influyente en el clero romano. Entre las cartas de San Cipriano hay dos (Ep. 30.36) dirigidas al obispo de Cartago en respuesta a preguntas sobre los apóstatas (lapsi), que fueron escritas durante el tiempo en que la sede de Roma estuvo vacante antes de la elección de Cornelio. Las cartas se enviaron en nombre de los "presbíteros y diáconos que viven en Roma," pero su autor es Novaciano, como atestigua Cipriano (Epist. 4.5) para la primera, y lo prueban el contenido y el estilo para la segunda. Las dos se distinguen por su estilo esmerado, trabajado y brillante, y por la moderación y perspicacia de su autor. La epístola 30 pone de manifiesto que la Iglesia de Roma está plenamente de acuerdo con el obispo de Cartago en lo que se refiere al mantenimiento de la disciplina eclesiástica en el caso de los que apostataron durante la persecución, pero no quieren decidir la cuestión de su reconciliación hasta que haya sido elegido el nuevo obispo. Solamente debe darse la absolución en los casos en que la muerte sea inminente:

Deseando guardar en estas cuestiones la moderación de esta vía media, desde hace tiempo nosotros, y con nosotros otros muchos obispos vecinos nuestros que hemos podido consultar y otros más alejados que el ardor de la persecución ha traído de lejanas provincias, hemos juzgado que no se debe modificar nada hasta la designación de un obispo. Pero creemos que se debe usar de moderación en las medidas que se tomen respecto de los lapsi; por tanto, durante este intervalo, mientras Dios no nos conceda el don de un obispo, vale más que queden en suspenso las causas de aquellos que pueden soportar le dilación. En cuanto a los que por hallarse en peligro inminente de muerte no pueden tolerar que se difiera su causa, si han hecho ya penitencia y han manifestado repetidas veces el dolor de sus faltas, si con llantos y lágrimas y gemidos han dado señales de un espíritu profundo y verdaderamente penitente, y si, por otro lado, humanamente hablando, no les queda ninguna esperanza de vida, que sean socorridos con cautela y solicitud. Dejemos a Dios mismo, que sabe cómo les ha de tratar y de qué manera mirar a la balanza de justicia. Nosotros, por nuestra parte, obremos con suma diligencia, de manera que ningún malvado pueda aplaudir nuestra liberalidad, y que ninguno que esté verdaderamente arrepentido acuse a nuestra severidad de ser cruel (30,8).

Parece que Novaciano concibió esperanzas de llegar a ser obispo de Roma. Cuando Cornelio fue elegido en marzo del 251 y se mostró indulgente en la cuestión de la reconciliación de los lapsos, Novaciano cambió completamente de actitud. Exigió que los apóstatas fueran excomulgados para siempre y se improvisó campeón de un rigorismo absoluto. Buscó tres obispos ?en una localidad insignificante de Italia... Cuando llegaron estos hombres, demasiado simples para los manejos de los malvados y para sus astucias, como hemos dicho antes, fueron encerrados por unos individuos como él, y a la hora décima, estando embriagados y mareados por los efectos de la borrachera, les obligó por fuerza a que le ordenaran obispo por medio de una falsa e inválida imposición de manos; este episcopado lo reivindica él por astucia y perfidia, eso que no le pertenece? (Eusebio, Hist. eccl. 6,43,9). No parece, pues, que el cisma de Novaciano tuviera su origen en divergencias doctrínales, sino en un conflicto personal. Al principio Novaciano no tenía opiniones particulares sobre la penitencia. Pero, una vez que el cisma quedó organizado, se vio precisado inevitablemente a tomar una actitud y adoptar unos principios opuestos a los de Cornelio en esa cuestión candente. El novacianismo llegó a ser una secta importante. El obispo Dionisio de Alejandría escribió en vano una carta personal a Novaciano instándole que volviera al seno de la Iglesia (véase p.402s). El partido de Novaciano se extendió hasta España en el Occidente y hasta Siria en el Oriente, y duró varios siglos. Eusebio informa (Hist. eccl. 6,43,1) que en el Oriente sus partidarios ?se llamaban a sí mismos puritanos (καθαροί).? Fueron excomulgados por un sínodo celebrado en Roma, que zanjó la cuestión de los lapsos:

Por esta cuestión se reunió en Roma un sínodo muy numeroso, compuesto de sesenta obispos y un número aún mayor de presbíteros y diáconos; en las provincias, los pastores examinaron individualmente, en cada región, lo que había de hacerse. Se acordó unánimemente que Novato [léase Novaciano], juntamente con los que se habían sublevado con él y todos los que habían decidido abrazar las opiniones, llenas de odio fraternal y sumamente inhumanas, de aquel hombre, fueran considerados como extraños a la Iglesia; en cuanto a los hermanos que hubieran caído en el infortunio, había que cuidarlos y curarlos con el remedio de la penitencia (Eusebio, Hist. eccl. 6,43,2).

Nada se sabe de la historia personal de Novaciano después de estos acontecimientos. Por razones de crítica interna, se deduce que sus obras las escribió durante la persecución de Galo o de Valeriano, después de haberse separado de sus discípulos de Roma. Sócrates (Hist. eccl.-4,28) es el primero que recoge la noticia de que murió mártir durante la persecución de Valeriano. Eulogio, obispo de Alejandría, vio a fines del siglo VI unas actas del martirio de Novaciano, que describe como obra de ficción sin valor alguno. No obstante, en el Martirologio Jeronimiano se nombra a un tal Novaciano, sin otro apelativo, entre los mártires romanos el 29 de junio. Además de esto, en el verano de 1932 se descubrió en Roma una tumba ricamente decorada, en un cementerio anónimo recién descubierto cerca de San Lorenzo en Roma. La inscripción, pintada en caracteres rojos, en buen estado de conservación, dice así:

Novatiano Beatissimo

Martyri Gaudentius Diac

Se trata del sepulcro auténtico de un Novaciano venerado como mártir, en cuyo honor el diácono Gaudencio mandó hacer trabajos de embellecimiento en la tumba. Hay razones para suponer que tenemos aquí la tumba de nuestro heresiarca, aunque parece extraño que en la inscripción no se le dé a Novaciano el título de obispo.

Novaciano fue hombre de personalidad acusada, de gran talento y erudición, aunque un tanto débil de carácter. Se formó bien en la filosofía estoica (Cipriano, Epist. 55,24), y era maestro en retórica; en su estilo se nota la influencia de Virgilio. Casi todo lo que sabemos de él lo sabemos por sus adversarios; conviene, pues, recibirlo con cierta reserva. Fabiano tendría ciertamente sus razones para ordenarle a pesar de fuerte oposición. El autor del tratado Ad Novatianum dice (c.l) que podría haber sido "un vaso precioso" de haber permanecido dentro del seno de la Iglesia. Incluso su adversario, el obispo Cornelio, en su carta al obispo Fabio de Antioquía (Eusebio, Hist. eccl. 6,43), lo llama un "hombre maravilloso," "esta persona tan distinguida" (7), "este maestro de doctrina, este campeón de la disciplina de la Iglesia" (8), "este vindicador del Evangelio" (11). Evidentemente, Cornelio dice todo esto en tono sarcástico; con todo, sus palabras hablan mucho en favor de la reputación de que gozaba Novaciano. Es interesante que diga de Novaciano que estaba "enamorado de una filosofía diferente" (16). Efectivamente, Novaciano parece haber sido un estoico cristiano. Sus obras, en más de un lugar, revelan la influencia de esa filosofía. Novaciano fue, además, el primer teólogo romano que publicó libros en latín y es, por lo tanto, uno de los fundadores de la teología romana. Su lenguaje es culto; su estilo, esmerado y muy estudiado, pero siempre claro y sereno.

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