» Historia de la Iglesia » Padres de la Iglesia » Patrología (I): Hasta el Concilio de Nicea » II: La Literatura Antenicena Después de Ireneo » 4. Los Africanos
Las Primeras Versiones Latinas de la Biblia
El más antiguo documento latino del África cristiana, del que se tiene noticia, son las Actas de los mártires Scilitanos (cf. p.174), que fueron condenados a muerte el 17 de julio del año 180. Esta obra nos suministra la prueba más antigua de la existencia de una traducción de parte del Nuevo Testamento. Acusados ante el tribunal del procónsul Saturnino en Cartago, los santos declararon que llevaban consigo Libri et epistulae Pauli, viri iusti. Es difícil creer que gente de tan baja condición supiera el griego. Unos años más tarde, Tertuliano certifica la existencia de una versión de toda la Biblia (Adv. Prax. 5; De monog. 11). No tenía carácter oficial, y él la critica en varias ocasiones. No obstante, hacia el 250, la iglesia de África tenía ya, según parece, una edición latina de toda la Escritura reconocida como oficial, como lo demuestra la fidelidad con que Cipriano la cita a lo largo de toda su obra literaria. De hecho, sus dos colecciones de extractos de los libros sagrados, Ad Fortunatum y Ad Quirinum, juntamente con los extractos de los profetas Prophetiae ex omnibus libris collectae, de un autor anónimo de principios del siglo IV, constituyen los mejores testigos de su texto.
En la Passio Perpetuae et Felicitatis (12), los ángeles entonan el Sanctus en griego. Tertuliano en el De spectaculis (25,5) censura a los que asisten a los espectáculos públicos, porque profanan fórmulas de plegaria como είς αΙώνα$ απ' αΐωνος. Son indicios, tal vez, de que originalmente la liturgia se celebraba en griego. Parece, no obstante, que África adoptó el latín mucho antes que Roma como lengua litúrgica.
Los escritores africanos de este período son testigos de la dura lucha que la Iglesia tuvo que sostener contra sus enemigos de fuera en sangrientas persecuciones y contra sus enemigos de dentro en controversias heréticas. Desde las Actas de los mártires de Scili, el Apologeticum, Ad nationes y Ad Scapulam de Tertuliano, el De lapsis de Cipriano y su propio martirio, hasta el Ad nationes de Arnobio y De mortibus persecutorum de Lactancio, se deja sentir sin interrupción la hostilidad de los paganos. No parece, pues, que haya sido cosa del azar que el aforismo Semen est sanguis christianorum naciera en África (TERT., Apol. 50,13). La rápida expansión del cristianismo en esta región se hubo de pagar con el exorbitante precio de muchos martirios.
Pero fue más grave todavía la ofensiva que procedía del interior mismo. Vemos al más grande de los autores africanos luchar contra diferentes sectas gnósticas, los valentinianos y los seguidores de Marción (cf. p.256-260), para caer él mismo, finalmente, en el montañismo. No puede menos de impresionarnos la honda preocupación de Cipriano por la unidad de la Iglesia en su lucha contra los cismas de Novaciano y Felicísimo, y, con todo, le vemos a punto de romper con Roma en la amarga controversia con el papa Esteban sobre la validez del bautismo de los herejes.
Finalmente, los escritores africanos nos permiten comprobar, mejor que los otros escritores del Occidente, la gran diferencia existente entre las cristiandades griega y latina, diferencia que se irá acentuando en el transcurso de los siglos, pero que aparece ya profunda en esta época tan remota. Nos la hará ver inmediatamente la comparación entre los primeros grandes teólogos de ambas partes. Mientras a Clemente de Alejandría y a Orígenes les interesa ante todo poner de relieve el contenido metafísico del Evangelio y probar que la fe es la única verdadera filosofía, muy por encima de los sistemas helenísticos, Tertuliano y Cipriano ponen sumo empeño en resaltar el concepto cristiano de la vida sobre el fondo de los vicios que caracterizan el paganismo. Los alejandrinos subrayan el valor objetivo de la redención, que se funda en la encarnación del Logos; al encarnarse, el Logos llenó la humanidad de un poder divino. Los africanos centran su atención en el aspecto subjetivo de la salvación, o sea, en lo que queda por hacer al individuo, insisten en la fe en acto, en la lucha del cristiano contra el pecado y en la práctica de la virtud. La diferencia entre estos puntos de vista corresponde a la inclinación natural y carácter de los orientales y occidentales.
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