» Historia de la Iglesia » Padres de la Iglesia » Patrología (II): La edad de oro de la literatura patrística griega » 4. Los Escritores de Antioquía y Siria » Epifanio de Salamis
Sus Escritos
Según Jerónimo (De vir. ill. 114), las obras de Epifanio eran ?leídas con avidez por la gente culta a causa de los temas, y también por la gente sencilla por razón de su lenguaje.? Tenemos que tener en cuenta que este juicio proviene de un amigo que tuvo en gran veneración al papa Epiphanius πεντάγλωτος (Adv. Rufin. 3,6) y tiene fama de ser muy parcial. No cabe duda de que los escritos de Epifanio siguen teniendo gran valor, por conservamos abundante material de inapreciable valor para la historia de la Iglesia y de la teóloga. Además, son importantísimos para la reconstrucción de muchísimas fuentes que va no existen, en particular el texto griego de San Ireneo y el Syntagma de Hipólito. Por desgracia, son de una falta absoluta de agudeza crítica y de profundidad y demasiado parciales. La mayor parte de sus tratados son compilaciones precipitadas, superficiales y sin orden, del fruto de sus vastas lecturas. Su estilo es descuidado, difuso y, según Bibl. cod. 122), ?como de uno que no es familiar con la elegancia ática.? Este rasgo no sorprende en quien, como Epifanio, era enemigo de toda educación clásica. Catalogaba las escuelas filosóficas griegas entre las herejías y sospechaba de toda la cultura helénica. En este punto difiere de la mayoría de sus contemporáneos cristianos, que expresaron vehementes protestas cuando el emperador Juliano, por medio de su edicto del 17 de junio del 362, les cerró las puertas para el estudio de los escritores antiguos.
A juicio de K. Holl (GCS 25 p.VII), el lenguaje de Epifanio es un ejemplo interesantísimo de "Koiné elevado." Esto explica que, por una parte, como nos informa Jerónimo, la gente sencilla gustara de leer sus obras, y, por otra, se hayan hecho varias tentativas para poner en ático sus obras más importantes. El juicio de U. v. Wilamowitz-Möllendorff (Sab, 1912, 759s) es más severo. Opina que el lenguaje de Epifanio contiene más elementos vulgares que el de la mayoría de sus contemporáneos.
Anteriormente se creía que su producción literaria igualaba en volumen a la de los grandes teólogos de su tiempo. Sin embargo, la crítica moderna ha probado que algunas de las obras que se le han atribuido son espurias. El prestigio de que goza entre los Padres del siglo IV se lo debe especialmente a sus dos escritos extensos, el Ancoratus y el Panarion. Los dos se ocupan de la refutación de las herejías.
1. Ancoratus (Άγκυρωτος)
El más antiguo de los dos es el Ancoratus, es decir, El hombre firmemente anclado, escrito el año 374 a petición de la comunidad cristiana de Syedra de Panfilia, que se encontraba perturbada por los pneumatómacos. Pone a disposición de sus lectores el ancla de la fe para darles seguridad en medio de las tempestades de la herejía. Aunque atiende especialmente a la doctrina de la Trinidad, y más en particular al Espíritu Santo, prácticamente viene a ser un compendio del dogma de la Iglesia. Se apoya solamente en la Escritura y en la Tradición, y se le podría comparar con el Gran Catecismo de Gregorio de Nisa (cf. supra, p.275), a no ser por su tendencia polémica y por sus frecuentes digresiones antiheréticas. El autor explica en los capítulos 2-75 la doctrina de la Iglesia sobre la Trinidad contra las objeciones de los arrianos y pneumatómacos. Encuentra pruebas en la fórmula del bautismo (c.8), en el trisagio de los ángeles (c.10-26) y en muchos pasajes de la Escritura. El Espíritu (c.5-7), al igual que el Hijo (c.45-63), es verdadero Dios. Los capítulos 65-71 describen la consubstancialidad del Hijo, y los capítulos 72-74, la del Espíritu Santo. Aunque ya trató de la encarnación en los capítulos 27-38, el autor vuelve sobre este dogma en los capítulos 75-82 y lo defiende contra Apolinar. Los capítulos 83-100 tratan de la resurrección de la carne, con apremiantes invitaciones a los paganos (83-86) y a los herejes, es decir, a los origenistas (87-100), para que crean en este dogma. Epifanio exhorta a los fieles a cooperar con Dios en la conversión de los paganos (100-109). Refuta las opiniones de los maniqueos y marcionitas respecto del Dios del Antiguo Testamento, deplora la infidelidad de los judíos y condena las enseñanzas de Sabelio. Al final, vuelve a discutir los errores de los arrianos y pneumatómacos, y exhorta a sus lectores a mantenerse firmes en su fe. Siguen dos credos, que Epifanio recomienda para su uso en el bautismo. El priniero y más corto (119) es el símbolo bautismal de la sede metropolitana de Constancia (Salamis), que empezó a usarse como tal poco antes de la elección de San Epifanio. El concilio ecuménico Constantinopolitano II del 381 aceptó esta profesión de fe con ligeras modificaciones, convirtiéndola de este modo en símbolo bautismal de todo el Oriente. El segundo y más extenso (120) lo compuso el mismo Epifanio (EP 1081/9: ES 13s). El texto del Ancoratus va precedido en los manuscritos por dos cartas de la comunidad de Syedra pidiendo a Epifanio una amplia explicación de la fe sana y verdadera acerca de la Santísima Trinidad y del Espíritu Santo.
2. Panarion(Πανάριον)
Su tratado más importante es el Panarion o Botiquín, citado comúnmente Haereses. El título griego halla su explicación en la intención del autor de proporcionar un antídoto a los que han sido mordidos por la serpiente de la herejía y de proteger a los que se han mantenido sanos en su fe. Trata de ochenta herejías, pero las veinte primeras pertenecen al período anterior al cristianismo; son el barbarismo, el escitismo, el helenismo, con sus diferentes escuelas filosóficas, y el judaísmo con sus sectas. Entre las herejías cristianas, la primera es la de Simón Mago, y la última, la de los mesalianos (cf. supra, P.170). La obra se cierra con un resumen de la fe de la Iglesia católica y apostólica (De fide).
El Panarion es, con mucho, la más extensa descripción de herejías que nos ha llegado de la antigüedad. Para su información sobre los errores más antiguos, el autor recurrió largamente a San Justino, al Adversus haereses de San Ireneo y al hoy perdido Syntagma de San Hipólito (cf. vol.1 p.459). Las extensas citas que toma al pie de la letra de estas y otras muchas fuentes desparramadas no tienen precio, aunque el conjunto sea un tanto confuso y falto de espíritu crítico. La obra se divide en tres libros o siete volúmenes; el primer libro comprende tres volúmenes, y los otros dos libros, dos volúmenes cada uno. El número "ochenta" (ochenta herejías) está tomado probablemente de las "cuatro veintenas de concubinas" de que habla el Cantar de los Cantares (6,7) y aparece por vez primera en Ancoratus 12-13, lo cual indica que ya para entonces tenía concebido el plan del Panarion. Cuando el año 875 dos lectores del Ancoratus, Acacio y Pablo, le pidieron un análisis más detallado de las ochenta herejías, Epifanio ya había comenzado a trabajar en la obra siguiente (Pan. 1,2). Nos informa él mismo que el 376 o 377 ya había llegado al sistema de los maniqueos (Haer. 66,20) y debió de dar término a toda la obra dentro del año 377. El prefacio consiste en la respuesta a la carta de los dos archimandritas Acacio y Pablo.
Los manuscritos de las obras de Epifanio contienen un breve epítome del Panarion, llamado Anakephalaiosis o Recapitulati. Aunque se le atribuye al mismo Epifanio, y San Agustín, que lo utilizó ampliamente el año 482 en su De haeresibus, está firmemente convencido de su autenticidad, parece una torpe compilación de un autor posterior. Reproduce únicamente los índices de materias que preceden a cada volumen en el Panarion, más unos pocos pasajes pobremente seleccionados.
3. De mensuris et ponderibus (Περί μέτρων και σταθμών)
El título Sobre pesos y medidas no da una justa idea del contenido de esta obra, compuesta en Constantinopla el 392 para un presbítero persa. Es la forma previa de un diccionario de la Biblia, que trata, en su primera parte, del canon y de las traducciones del Antiguo Testamento; en la segunda, sobre las medidas y pesos bíblicos, y en la tercera, sobre la geografía de Palestina. El tratado entero se ha conservado en una versión siríaca que editó por vez primera Lagarde; del texto original griego sólo han llegado hasta nosotros la primera parte y un pasaje de la segunda. Existen fragmentos de las versiones armenia y sahídica.
4. De XII gemmis (Περί των δώδεκα λιθων)
El opúsculo Sobre las doce piedras preciosas del pectoral del sumo sacerdote del Antiguo Testamento lo escribió el año 394 a petición de Diodoro de Tarso, a quien se lo dedicó. El autor da una interpretación alegórica de las piedras, describe su uso medicinal y los asigna a las doce tribus de Israel. Del texto griego sólo quedan unos fragmentos; en cambio, una versión georgiana antigua nos ha conservado el texto en su integridad. Se conserva también más de la mitad en unas traducciones armenia y latina. Esta última se presenta como apéndice a las cartas imperiales y papales de la Collectio Avellana. Existen, además, fragmentos coptos y etíopes.
5. Cartas
Dos de sus cartas se conservan en una traducción latina. Una de ellas está dirigida a Juan de Jerusalén, y la otra a San Jerónimo; los dos documentos provienen de la lucha implacable de Epifanio contra el origenismo. La destinada al obispo de Jerusalén la tradujo al latín San Jerónimo; esta versión, que se encuentra como Ep. 51 entre las cartas de Jerónimo, se hizo pública bien pronto y fue objeto de severa crítica. Acusado de haber falsificado el original, Jerónimo hubo de defender su traducción en su carta a Pammaquio Sobre el mejor modo de traducir (Ep. 57), donde declaró que su intención era "dar sentido por sentido y no palabra por palabra" (Ep. 57,5). La carta de Epifanio es una pobre apología por haber ordenado anticacónicamente al hermano de Jerónimo, Pauliniano, cosa que desagradó a Juan. Toda la comunicación, escrita el año 393, arroja una luz interesante sobre la personalidad de Epifanio. Pero especialmente un párrafo (9) tiene un valor excepcional como primer brote del espíritu iconoclasta. Epifanio cuenta cómo destruyó una cortina de iglesia con la imagen de Cristo. Este pasaje demuestra al mismo tiempo el mal genio del metropolitano de Chipre:
Llegué a una villa llamada Anablata y, según pasaba, vi que ardía allí una lámpara. Pregunté qué lugar era aquél y, al enterarme de que era una iglesia, entré a orar y encontré allí una cortina que pendía en las puertas de dicha iglesia, teñida y bordada. Llevaba una imagen de Cristo o de un santo; no recuerdo exactamente cuál. Al verla, irritado de que una imagen pudiera pender en la iglesia de Cristo en contra de la doctrina de las Escrituras, la desgarré y aconsejé a los guardianes del lugar que la usaran como mortaja para alguna persona pobre.
Tenemos restos de otras cartas que han aparecido últimamente: un pasaje de gran interés para la historia de la Semana Santa, publicado por K. Holl; algunas citas en Severo cíe Antioquía (III 41; CSCO 102 [1933] 235s), y ocho fragmentos en dos florilegios monofisitas, sobre los cuales llamó primero la atención Lebon.
En el prefacio a su Vida de Hilarión, San Jerónimo menciona una breve carta de Epifanio sobre las virtudes de este abad, que murió en Chipre el 371. Nada queda de la carta de Epifanio al papa Siricio, donde denunciaba como hereje Juan de Jerusalén, ni de las que escribió a los monjes de Egipto previniéndoles contra el obispo de Jerusalén (Jerónimo, CIoan. Hier. 14,39). De una carta posterior a San Jerónimo tenemos solamente la traducción latina; es la Ep. 91 del corpus jeronimiano. La compuso a fines del 400, alegrándose de su victoria sobre el origenismo y de los éxitos del concilio convocado por sugerencia de Teófilo. Le acompañaba una copia de la carta sinodal. Epifanio urgía a Jerónimo a continuar su obra de traducir al latín documentos referentes a la controversia origenista. Se menciona una carta anterior a Jerónimo sobre el mismo tema, que se ha perdido.
6. Tres tratados contra las imágenes
El pasaje que hemos citado más arriba no es la única prueba de la actitud hostil de Epifanio ante las imágenes. K. Holl ha demostrado plenamente que Epifanio escribió tres tratados en contra de la fabricación y veneración de imágenes. Se han salvado algunos fragmentos en las actas de los concilios de los años 754 y 787, en las obras de San Juan Damasceno y de Teodoro Estudita y, sobre todo, en un opúsculo que compuso Nicéforo el año 815 contra Epifanio. Lo que queda es suficiente para reconstruir las tres obras.
a) El panfleto contra las imágenes
La más antigua de las tres es un panfleto que compuso Epifanio poco después de su carta a Juan de Jerusalén, quizás el año 394. El autor califica de idolatría la fabricación de imágenes de Cristo, de la Madre de Dios, de los mártires, ángeles Y profetas. No admite la excusa de que sirven para honrar a los santos. Son falsificaciones. En primer lugar, los santos están con Cristo y son espíritus. ¿Cómo se les puede representar como cuerpos? Los ángeles y santos no quieren que se veneren sus imágenes, como se puede probar por la Escritura. Es aún más digno de reprensión el pintar a Cristo. ¿Cómo puede atreverse nadie a pintar al que es Inconcebible e Inefable, después que Moisés fue incapaz de mirarle a la cara? El hecho de que Cristo se hiciera hombre no justifica esta costumbre. Cristo nunca la sancionó cuando se hallaba entre nosotros, y si semejante autorización se concedió alguna vez en la Iglesia, es obra del demonio. La costumbre está prohibida lo mismo en el Antiguo que en el Nuevo Testamento, pues en ambos está escrito: "Adorarás al Señor tu Dios y a El solo servirás."
b) Carta, al emperador Teodosio I
El precedente panfleto no tuvo el éxito que esperaba. Por eso Epifanio creyó necesario escribir una carta al emperador Teodosio I, donde se queja de sus inútiles esfuerzos por impedir la fabricación de imágenes. La gente se burlaba de él, y aun los mismos obispos compañeros suyos se negaban a escucharle. El autor se introduce a sí mismo como nacido de padres cristianos y educado en la fe nicena. No duda que cuenta con el apoyo del emperador, quien se ganó gran admiración por el celo con que destruyó los ídolos paganos. Explica cómo Satanás, después que han sido alejados los peligros de las herejías y el paganismo, trata de volver a los cristianos a la idolatría. El emperador debería reflexionar sobre si conviene a los cristianos tener un Dios pintado. Es ésta una innovación sorprendente. Ninguno de los Padres o de los obispos anteriores deshonró prestigio a Cristo teniendo una imagen suya en la iglesia o en una casa privada. Los pintores nunca vieron el objeto de sus retratos. Los representan según su propia imaginación. Los santos son unas veces jóvenes y otras viejos. Cristo tiene una cabellera, probablemente porque le llamaban "el Nazareno"; pero Cristo no era "nazareno": bebía vino, que los "nazarenos" tenían estrictamente prohibido. San Pedro aparece como un anciano con barba corta; a San Pablo le pintan calvo y con barba larga. Todas estas imágenes son unas falsificaciones. Epifanio sugiere que se retiren. Las cortinas pintadas deberían quitarse de las iglesias y emplearse para el entierro de los pobres. Deberían cubrirse con pintura blanca las pinturas murales. Si no se pudieran destruir los mosaicos, al menos se debería prohibir hacer nuevos. La carta la escribió hacia el año 394 y tiene grandísima importancia para la historia del arte cristiano.
c) El testamento
Aparentemente la carta hizo poca mella en el ánimo del emperador. Así es que Epifanio aprovechó una última oportunidad: dejó su última voluntad o testamento, en el que ordena solemnemente a su propia comunidad que mantenga la tradición como preciada herencia y jamás la abandone; nunca deberían poner imágenes de los santos en sus iglesias y cementerios, y sí llevar la imagen de Dios en sus corazones. "Si alguien se atreve, usando como excusa la encarnación, a mirar la divina imagen del Logos Dios pintada con colores terrenos, sea anatema."
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