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XV.- La Iglesia en Ciernes (II)
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34. Hasta aquí, ¿qué ha hecho Jesús?
Ha actuado exactamente como un gran estratega o un gran político, que tiene una gran ambición, y que toma los medios concretos para llegar a sus fines. Ha roto con la parentela, que le habría sofocado. Ha atraído sobre sí una atención aguda e interrogante. Ha confirmado su autoridad con milagros. Se ha situado como el enemigo victorioso del mal físico, la enfermedad y el sufrimiento, y del mal moral, el pecado. Así se ha asegurado el apoyo y el entusiasmo popular. Se ha presentado como revolucionario, dando de la Ley una interpretación personal, que le pone por encima de la Ley y de sus intérpretes oficiales. Ha afirmado su legitimidad única y suprema, poniendo en cuestión la de los demás. Se ha organizado un grupo propio, jerarquizado: en el centro doce apóstoles, y, en el centro del centro, Simón Pedro. Ha definido su programa en un gran discurso, "el Sermón de la Montaña".
Eso no ha ocurrido sin oposición, oposición que, además, parece cultivar, para crear a su alrededor lo que hoy llamaríamos un suspense creciente. Ahora, se le ve dar dos nuevos golpes resonantes que manifiestan su prodigioso poder y que renuevan el entusiasmo popular: una curación a distancia y una resurrección de entre los muertos. Hay ahí, en momentos, en lugares imprevistos, acontecimientos abrumadores, que tienen el carácter de una estrategia altamente imaginativa y de una eficacia infalible.
Todo eso, sin embargo, no es más que la corteza de la acción de Jesucristo; el núcleo sigue siendo más difícil de percibir.
En una época dada, en un cierto lugar, hay palabras que provocan la unanimidad, no se sabe nunca muy bien por qué. Hoy, en el Este, la palabra "socialismo" constituye la unanimidad. En el Oeste, las palabras "expansión" o "libertades democráticas" constituyen la unanimidad. En el tercer mundo, la palabra "independencia", la palabra "neutralismo", están a punto de constituir la unanimidad. En Israel, en tiempo de Jesús, las palabras "Reino de Dios" constituían la unanimidad. Como siempre, la dificultad estaba en lo que cubrían esas palabras.
Sobre este último punto, Jesús avanza suavemente, con toques delicados y sucesivos, absolutamente sin maneras aplastantes. Hay incluso un contraste evidente entre la estrategia audaz de su acción y la prudente revelación de su mensaje y de su personalidad... casi prudente, en fin, si se considera lo enorme de sus reivindicaciones: ser el señor del Sabbat, estar por encima de la Ley, perdonar los pecados, dejarse llamar Señor, título hasta entonces reservado a Yahvé, llamarse a sí mismo "el Hijo del hombre", con todas las implicaciones celestes y apocalípticas que implicaban esas palabras... Los enemigos que ya tenía Jesús debieron tomarlo por un megalómano, pero no era sino modesto en relación con sus ulteriores exigencias.
Al curar al criado de un centurión, Jesús expresó claramente su admiración hacia un pagano: "-Os digo que ni en Israel he encontrado semejante fe-". Así señalaba que la puerta del Reino era la fe, y que esta puerta estaría abierta a todos sin distinción, judíos y paganos. Aquí es donde se puede observar cuán profundamente Lucas es discípulo de san Pablo. Los capítulos que siguen, en el Evangelio de Lucas, están perfectamente resumidos en estas líneas a los corintios:
Los judíos piden milagros,
los griegos buscan sabiduría;
nosotros, en cambio, predicamos a Cristo crucificado,
escándalo para los judíos,
locura para los gentiles,
pero para los llamados judíos o griegos, Cristo,
poder de Dios y sabiduría de Dios.
Pues lo que hay de loco en Dios es más sabio que los hombres,
y lo que hay de débil en Dios es más fuerte que los hombres.
Digo que este famoso texto de san Pablo es un paralelo del desarrollo del Evangelio de Lucas a partir de ese momento de su relato. Este texto de san Pablo nos da la verdadera clave del desarrollo y de la sabia construcción de Lucas. Volvemos a hallar en Lucas el mismo equilibrio de ideas y de palabras, milagros-escándalo, sabiduría-locura, y, en el centro de gravitación de ese equilibrio, la persona de Cristo crucificado, resolviendo en sí misma las antinomias: en san Pablo, "el Cristo, virtud y sabiduría de Dios"; en Lucas, "el Cristo de Dios". El texto de san Pablo es el cañamazo del relato de Lucas: le da su arquitectura y su plena inteligibilidad.
"Los judíos piden milagros". No-hay sombra de reproche en esas palabras de san Pablo. Los milagros habían de ser el signo por excelencia que autentificaría la misión del Mesías. Todos los judíos atentos a su tradición habrían podido decir a Cristo lo que le dijo Nicodemo en una conversación nocturna. "Nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él" Estaba convenido desde siempre que el Mesías haría muchos milagros y que ése era para los judíos el medio de reconocerle como enviado por Dios. Los judíos habrían faltado a su deber de depositarios de las promesas y de los designios de Dios si no hubieran pedido milagros al Mesías. Jesús no tomó a mal esa petición: respondió con sobreabundancia: "Las obras... que hago... dan testimonio de que el Padre me ha enviado". Y luego: "Si no hubiera hecho entre ellos las obras que no ha hecho ningún otro, no tendrían pecado".
Los judíos, pues, tenían perfecta razón en exigir milagros a Cristo. Juan Bautista, que representa muy evidentemente y con ostentación la tradición de Israel, la profecía de Israel, la exigencia de Israel, debía entrar por fuerza en ese juego. Lucas cuenta: "Juan, llamando a dos de sus discípulos, les envió ante el Señor, a decir: -¿Eres tú el que tiene que venir, o esperamos a otro?-. Al presentarse ante él, los hombres dijeron: -Juan el Bautista nos ha mandado a verte para decir: "¿Eres tú el que tiene que venir o esperamos a otro?"-. "En ese momento, él curó a muchos de enfermedades, llagas y espíritus inmundos, y a muchos ciegos les concedió la gracia de ver. Entonces les contestó: -Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los tullidos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les da la Buena Noticia. Y feliz el que no se escandaliza de mí."
Muchos se han roto la cabeza para explicar este mensaje de Juan. Si Juan había reconocido a Jesús en el Jordán, si le había designado como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo"; ¿por qué ahora hace a Jesús una pregunta que expresa la incertidumbre? Me parece claro que Juan creyó en Jesús, que creyó con fe profética y teologal, pero ¿por qué la fe de Juan iba a ser de naturaleza y costumbres diferentes que nuestra fe? Bernanos decía: "¿La fe? Es veinticuatro horas de dudas, menos un minuto de esperanza". Y bien sabe Dios si Bernanos tenía fe... Por lo demás, la fe puede tener un estilo diferente en cada cual. Para mí, la fe sería más bien veinticuatro horas de certidumbre, menos un minuto de desesperación ardiente. Por lo que toca a Juan, pienso que, en su prisión y antes de morir, quería poner a sus discípulos en situación de juzgar por sí mismos y según la exigencia judía, según la tradición y la ortodoxia judías, de la mesianidad de Jesús.
Así es como Jesús comprende el mensaje de Juan. Es notable que, a ese mensaje, no responda inmediata ni directamente. Comienza por deslumbrar a los dos mensajeros con un fuego de artificio de milagros: los judíos exigen milagros, pues bien, ahí llovían. Luego Jesús cita un texto mesiánico de Isaías que atribuye precisamente al Mesías el don de los milagros. Jesús hace incluso un montaje de varios textos. Pero el capítulo XXXV de Isaías a que se refiere sobre todo es un salmo típicamente mesiánico y escatológico. Finalmente, tras esa brillante tirada de milagros y de citas mesiánicas, Jesús concluye con una solemne bienaventuranza: "Feliz el que no se escandaliza de mí". La oposición milagros-escándalo, subrayada aquí por Lucas, no es, pues, de san Pablo; es del mismo Jesús.
Cuando partieron los dos mensajeros, Jesús insistió en la personalidad de Juan, definiendo su lugar en la economía de la salvación. "Os digo que entre los nacidos de mujer nadie es mayor que Juan Pero el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él." Hasta Juan, estaban la Ley y los profetas; después, se proclama el Reino de Dios, y todos quieren entrar a la fuerza La línea que san Pablo reanudará con tanta elocuencia, continúa definiéndose: milagros, virtud o fuerza.
No se puede subrayar con bastante fuerza la insistencia de Cristo en vincularse, él mismo y su misión y su actividad, con ese último eslabón de la tradición de Israel, Juan Bautista. "De ése es de quien ha escrito: Mira que mando a mi mensajero ante ti, para que prepare el camino por delante de ti." Al vincularse solemnemente a Juan, Jesús asume toda la tradición de Israel, acepta responder a la exigencia de esa tradición: los indios exigen milagros. Se dice comúnmente que Jesús rechazó a Israel y que Israel le rechazó. Esa visión tan sencilla puede ser cómoda, pero yo la creo completamente falsa. Es cierto que hubo conflicto, conflicto a muerte, entre Jesús y la minoría intelectual de su nación, los fariseos y también los saduceos; sobre eso insistiré, pero, en tiempo de Jesús, ¿acaso esa minoría intelectual representaba a toda la nación? ¿La representaba de modo auténtico? Juan el Bautista, ¿no era un representante más típico, más auténtico, más completo, de su nación, de la vocación de esa nación y de su tradición más viva?
Lo que creo yo es que, en esa nación, esencialmente religiosa y cuyos problemas nacionales concernían todos a lo sagrado, Juan y su bautismo, teniendo como telón de fondo sin duda a los esenios, provocaron un corte en la nación, como el affaire Dreyfus en Francia a fines del siglo pasado, como la derrota y el régimen de Vichy en Francia durante la última guerra. Jesús dice: "Toda la gente que le oyó (a Juan), hasta los publicanos, dio gloria a Dios, bautizándose con el bautismo de Juan. Pero los fariseos y los sabios de la Ley rechazaron para ellos la voluntad de Dios, sin ser bautizados por él".
Y para hacerse entender mejor, Jesús dice en una parábola lo que reprocha a los hombres de ley: son refinados, es decir, gente que, a la larga, se ha endurecido el corazón contra aquello mismo que más debería tocarles. Desgraciados de ellos, pues ni la Musa de la Comedia ni la Musa de la Tragedia pueden tenderles una mano auxiliadora; Están igualmente perdidos para la risa como para las lágrimas, están perdidos para la humanidad, y, si están perdidos para la humanidad, ¿qué se quiere que haga con ellos Dios? "Se parecen a los niños que se sientan en la plaza y se gritan unos a otros eso que dice:
Hemos tocado la flauta y no habéis bailado; hemos cantado a muerto y no habéis llorado."
El bautismo de Juan era un signo con el que se reconocían los que estaban a favor de la tradición mística, profética y apocalíptica de Israel. Los que lo recibieron dieron la razón a Yahvé. El Evangelio toma partido netamente por ellos. La exploración del enorme montón de los manuscritos del mar Muerto probablemente nos dará sorpresas admirables. En la tradición de Israel, ¿por qué se iba a elegir forzosamente a favor de los fariseos y en contra de los esenios?
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