conoZe.com » bibel » Espiritualidad » Vidas de Cristo » La Historia de Jesucristo (por Bruckberger - 1964) » Segunda Parte.- La Vida de Jesucristo

XV.- La Iglesia en Ciernes (IV)

38. El relato de Lucas continúa; no lo seguiré con detalle sino que trazaré sólo su perfil cimero. Paso varios episodios, uno de los cuales es especialmente importante-y sobre el cual volveré-: la multiplicación de los panes. Llego enseguida a una escena famosa, la llamada de la confesión de san Pedro. Lucas la cuenta así "Y ocurrió, cuando se había apartado a rezar, que preguntó a los discípulos que estaban con él: -¿Quién dice la gente que soy yo?-. Ellos contestaron: -Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; otros, un profeta de los antiguos que ha resucitado-. Y él les dijo: -Pero vosotros, ¿Quién decís que soy yo?-. Pedro contestó: -El Cristo de Dios-."

"Los judíos exigen milagros. Los griegos buscan la Sabiduría. Nosotros, en cambio, predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, pero para los llamados... el Cristo... (fuerza) de Dios (y Sabiduría) de Dios." Este texto que sirve de diagrama arquitectónico a este capítulo es como un tablero en que se desarrolla toda esa sección del relato de Lucas. Los personajes principales de la Iglesia primitiva ocupan cada cual su casilla en una relación precisa y singular con Jesucristo. Cierto que no se trata más que de un tablero simbólico, y la función de cada personaje solamente está acentuada; en la realidad, no es excluyente el ser a la vez ministro de la exigencia judía y servidor de la Palabra. No obstante, el juego de composición literaria de Lucas me parece que se ilumina mucho si se lee sobre tal tablero.

Juan Bautista ocupa la casilla de la exigencia judía. María Magdalena ocupa la casilla simétrica de la búsqueda griega. María, madre de Jesús, ocupa por excelencia la casilla de los servidores de la Palabra. Pedro tiene una casilla especial: es él el primero que llama a Cristo "Señor" y que le reconoce solemnemente como "Cristo de Dios".

Pero san Pablo no dice solamente "Cristo": dice "Cristo crucificado".

Es notable que, en el relato de Lucas, la confesión de san Pedro vaya seguida inmediatamente por la predicción, por Jesús, de su Pasión, y por su primera declaración sobre la cruz como único medio de llegar a ser discípulo suyo. Lucas y san Pablo están muy de acuerdo sobre la estructura de la Iglesia y los pilares de esta Iglesia.

Jesús añadió: "-Es preciso que el Hijo del hombre padezca mucho, y sea entregado por los ancianos y los sacerdotes y los sabios, y resucite en el tercer día-. Luego dijo a todos: -El que quiera venir detrás de mí, niéguese a sí mismo y cargue con su cruz todos los días, y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá, mientras que quien pierda su vida por mi causa, la salvará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, perdiéndose en cambio a sí mismo o destruyéndose? Si alguno se avergüenza de mí y de mis palabras, el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con su gloria y la de su Padre, y los ángeles santos. Es verdad que Dios ha puesto al universo en la herencia de Abraham y de su semilla, pero la condición para reivindicar ese patrimonio es haber sabido «'guardar su alma, su vida".

La estrategia de Cristo, en la revelación salvadora que nos hace de sí mismo y de su Iglesia, es decir, de la reunión de la humanidad a su alrededor, le vuelve siempre a llevar suavemente al punto de convergencia de todas las perspectivas. Pero no está ahí de cualquier manera, está en cuanto crucificado. Un gran pintor, para definir el centro de composición de un cuadro que emprende, comienza por trazar en el lienzo blanco una cruz, que no está por fuerza en el centro de la tela. Estúdiense de cerca los grabados de Goya, y se verá cómo ese centro de composición puede desplazarse respecto al centro geométrico del borde, desplazarse a veces hasta quedar fuera del grabado.

Es eso exactamente. El hombre nace en el centro geométrico de un cierto marco familiar, moral, social, nacional. En el arranque, todo está en su sitio; no se le pide verdaderamente más que dejarse vivir y morir, según el sentido predeterminado que sólo puede ser el buen sentido, en el lugar geométrico de un marco seguro. En el arranque, ¡qué claro está todo, con una claridad abrumadora! Luego una mano invisible dibuja en algún sitio una crucecita, muy lejos de ese centro natural, y poco a poco todo se reorganiza según una gravitación universal hacia esa crucecita. Es decir, que, para empezar, todo se desorganiza respecto a lo que estaba tan maravillosamente arreglado.

En este punto, Lucas no se muerde la lengua: "Quien, para venir a mí, no desdeñe a su padre y a su madre y a su mujer y sus hijos y sus hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. Quien no tome su cruz para venir detrás de mí, no puede ser discípulo mío." Se pretende explicarnos que el cristianismo es una fuerza de conservación social, es decir, por esencia, una fuerza de inercia. Leo y releo el Evangelio. Me parece sobre todo que la fidelidad verdadera a una vocación cristiana debe manifestarse ahí con la asolación. Claro que el contexto familiar aquí tiene una significación más extensa que el peso del círculo social inmediato. El tierno enemigo del hombre está sobre todo en el hombre. San Juan de la Cruz lo comprendió y explicó perfectamente.

Sólo las grandes vocaciones artísticas ofrecen alguna analogía-simple analogía, claro está-con una vocación cristiana. Se preguntaba a William Faulkner cuál era la ley suprema en arte y respondió así: Kill your darlings! "¡Matad a vuestros predilectos!". Todos los verdaderos artistas comprenderán muy bien lo que quería decir Faulkner, y que no era en absoluto una broma. Las palabras de Cristo tampoco son una broma ni una exageración verbal.

He ahí bien definidas, en el texto de san Pablo, todas las partes integrantes de la Iglesia. En el relato de Lucas, cada una de las partes integrantes lleva un nombre querido a la devoción de los cristianos. Se puede seguir siendo hombre con un brazo 0 un ojo menos, pero para ser un hombre perfecto, vale más tener los dos brazos y los dos ojos. Lo mismo, yo no digo que no se pueda seguir siendo cristiano si se descuida a tal o cual de las personalidades del Evangelio que gravitan en torno a la personalidad transcendente de Cristo. Pero creo que, para la plena comprensión de la acción de Jesucristo y de su Iglesia naciente, conviene poner alrededor de él a cada cual en su sitio, a Juan Bautista, María Magdalena, Pedro, y la Cruz, tal como los hallamos en el Evangelio. Todos forman alrededor de Jesús una constelación armoniosa en que cada cual tiene su peso y su función. Y todos juntos alrededor del Señor, son esencialmente el núcleo de la primitiva Iglesia.

La Cruz, en un punto cualquiera pero definido por Dios: ese es el principio imaginativo y creador de un destino humano, principio que empieza por desorganizar todo lo demás. Lo he visto raras veces, pero lo he visto: Simone Weil me dio esa impresión con intensidad renovadora. Esa discípula preferida de Alain el racionalista, esa profesora de la cartesiana Universidad francesa, no tenía más que dejarse vivir, verdaderamente. ¿Qué iba a hacer en la guerra de España, y en las filas republicanas? ¿Qué iba a hacer en las fábricas, trabajando en cadenas de montaje? ¿Qué iba a hacer como obrera agrícola en las granjas del Sur de Francia? ¿Qué iba a hacer en Londres en 1942? Trastornó su vida y su muerte, en relación con un centro magnético que la atraía irresistiblemente, y que era esa crucecita dibujada, antes que ella naciera, en el lienzo bien blanco y bien tenso de una buena familia burguesa y de la venerable Universidad francesa. El resultado es muy singular.

¿Y Tolstoi? Por un lado, se puede muy bien admirar al novelista de Ana Karenina y de guerra y paz; por otra parte, se puede muy bien rechazar la exégesis de los Evangelios propuesta por Tolstoi, y que, en efecto, me parece un poco corta; Pero ¿quién no habría de amar al gran anciano glorioso que se escapó una noche de su casa como un ladrón y agonizó en la sala de espera de la estación de Astapovo? Nos dicen que, cuando salió de su casa, no sabía dónde iba. No importa, otro lo sabía por él y él obedecía.

En este punto del Evangelio hay una de esas anomalías que, para mí, son signos de veracidad histórica. Cosas que no se inventan. Cristo habla de la cruz para sus discípulos: todavía no habla explícitamente de ella para él mismo. Prevé, en términos generales, su pasión, la traición, su muerte y su resurrección, pero sin hablar del instrumento preciso de su muerte. "-Vosotros meteos bien en los oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres-." Lucas añade, patéticamente: "Pero ellos no entendieron estas palabras, que les quedaron veladas, de modo que no las comprendían y les daba miedo preguntarle sobre esas palabras." ¡Buena gente! Todos estamos ahí. Hay signos precursores, erguidos y presentes en medio de nuestras vidas, pero velados de negro; hacemos como si no los observáramos, y, sobre todo, sobre todo, que nadie levante el velo...

Sin embargo, es curioso que, en ese momento de su vida, Cristo hable tan claramente de la cruz para sus discípulos y no hable de ella para él. ¿Se parecería a esos rayos de la guerra que gritan a sus hombres "¡adelante!" quedándose prudentemente en la trinchera de partida? Los acontecimientos mostraron muy bien la realidad. Jesucristo abre todos los caminos, incluido el camino de la cruz. Pero predecir el suplicio de la cruz a sus discípulos es lo contrario de la demagogia. Es como si un jefe de hoy prometiera a sus partidarios la guillotina, o la silla eléctrica, o la horca, según los países. Hacía falta que los oyentes de Cristo tuvieran un alma muy grande para seguirle, aunque fuera un trecho.

Por parte de Cristo, siempre es la misma la estrategia.

Pero ¿qué estrategia? No una estrategia moderna que se confunde cada vez más con los medios materiales de la guerra. Ni siquiera una estrategia a lo Moltke, que no es más que un ' sistema de recursos", sino una estrategia a la antigua, la que reinó sobre los campos de batalla desde Alejandro hasta Napoleón y que prácticamente se confunde con la personalidad del capitán: el plan, es el jefe.

El plan de Jesucristo sobre el destino del mundo, sobre el destino de cada cual de nosotros, es él mismo, Jesucristo, crucificado, él, siempre él, nada más que él, erguido en la confluencia de todas las líneas de fuerza. Sin embargo, se cuida de situarse más allá del mundo: tal es también la significación de la cruz: "Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". Hablaba yo de una cruz en el lienzo blanco. En realidad, como para algunos cuadros extraordinarios, hay que buscar su centro de composición en el exterior del lienzo. Y la sabiduría humana se queda corta cuando busca el secreto del hombre y del universo en el interior del universo.

"Es gloria de Dios velar su palabra; es gloria de los reyes desvelar su sentido." La inteligencia moderna ha cortado el cordón umbilical que la unía a los designios divinos, ha renegado deliberadamente de toda función real y de toda ambición de verdadera Sabiduría. Desde Descartes, la filosofía se ha encarnizado buscando la clave del universo en el interior del universo; ahora la filosofía sabe que el universo no entrega su secreto, quizá porque no tiene secreto, y no propone más que charadas. El hombre y el universo se han vuelto definitivamente opacos, el universo es un discurso sin orden ni consecución, el hombre es un enigma para sí mismo. Pues bien, yo prefiero esa capitulación sin condiciones al absurdo antes que la falsa claridad, la falsa perspectiva, el cobarde optimismo de la "filosofía de las luces". El próximo paso de la filosofía debería ser una rebelión contra su propia derrota, un sobresalto de heroísmo contra su presente humillación.

Cierto que el cristianismo no lo explica todo, y la Iglesia de Jesucristo no es una máquina electrónica que dé en unos segundos las fórmulas completas del hombre y del universo. El Hijo del hombre no se comparó a un matemático, ni tampoco a un ingeniero, ni a un experto en contabilidad cuyo balance sea infalible; Se comparó a un campesino salido a sembrar su grano. La cosecha no es para mañana. El cristianismo es la religión de la espera, de la paciencia, de la esperanza, de un riesgo tomado y mantenido voluntariamente, de la constancia a través de las intemperies. La Iglesia es la casa del labrador que ha sembrado y que espera, casa de inquietud y de confianza antes de la cosecha. Esta espera será tan larga como la historia por la sencilla razón de que "la cosecha es el fin del tiempo".

Todavía no es ocasión de explicar todo el valor de redención del hombre y del universo contenido en la cruz. Sólo por ella llegamos a ser herederos del mundo, y el mundo es para nosotros una casa hecha para nosotros, no una jaula, no una prisión, no un desierto, sino nuestra casa, nuestro hogar. El Cristo crucificado está en el foco de convergencia de todas las líneas componentes del pasado, y también está en el foco de convergencia de todas las trayectorias que se hunden en el porvenir. Sabemos que juzgará al mundo y que entonces su Cruz brillará en el cielo. Le adoraremos, no por habernos dado la razón, sino por habernos salvado.

* * *

39. Antes de terminar esta sección de su Evangelio, Lucas cuenta un fenómeno extraño y fantástico, exactamente enmarcado por las dos primeras predicciones de Jesús referentes a su Pasión. Es el acontecimiento de la Transfiguración lo que da así a la Cruz su fondo de gloria.

"Tomando a Pedro y a Juan y a Santiago, subió al monte a rezar. Y ocurrió que, cuando rezaba, su cara cambió de aspecto y sus ropas resplandecieron de blancas. Y se vieron dos hombres conversando con él, que eran Moisés y Elías, aparecidos en gloria, y que le hablaban de su partida, que se iba a cumplir en Jerusalén. Pedro y los que iban con él estaban cargados de sueño, pero, manteniéndose despiertos, vieron su gloria, con los dos hombres que estaban a su lado. Y cuando estos se alejaban de él, Pedro dijo a Jesús:

-Maestro, bueno es que nos estemos aquí, y haremos tres pabellones, uno para ti, otro para Moisés, y otro para Elías-. (No sabía lo que decía). Mientras hablaba así, se formó una nube que les cubrió con su sombra, y se aterraron al entrar en la nube. Y salió de la nube una voz que decía: -Este es mi Hijo elegido: escuchadle-. Y después de surgir la voz, Jesús se encontró solo."

La puesta en escena de esta teofanía es tradicional. Evoca las teofanías más solemnes de Israel, las del Horeb. Por su esplendor, aumenta la teofanía del Jordán. La gloria de Jesús es aquí de un deslumbramiento insostenible: está revestido personalmente de la divinidad. Para afirmar que la presencia de Dios que, hasta allí, había acompañado al pueblo de Israel bajo la tienda del Tabernáculo o bajo el Templo de Jerusalén, se ha trasladado definitivamente a Jesús, la antigua nube terrible que envolvía esa Presencia desciende majestuosamente sobre la montaña. La presencia deferente de Moisés y de Elías manifiesta la continuidad en los designios de Dios y la reverencia de la Antigua Alianza hacia la Nueva. Jesús, Moisés, Elías, los tres son contemporáneos en el plano de Dios. Es uno de esos momentos privilegiados en que se percibe el tiempo bebiendo eternidad en su fuente, como un niño aferrado al seno de su madre. El mandato solemne que cierra esta teofanía, Escuchadle, repercute de época en época, y es el mandato que funda la Iglesia para siempre. Es tan absoluto, entero, supremo, que todo lo que venga luego le hará eco; está tan por encima del tiempo, que todo lo que pasó antes parece ser también un eco de ese mandato.

En efecto, está escrito en la Ley de Moisés: "Yahvé, tu Dios, suscitará para ti, de en medio de ti, de entre tus hermanos, un profeta como yo: A él escucharéis. Eso es todo lo que has pedido a Yahvé, tu Dios, en Horeb, en el día de la Asamblea, diciendo: -No empezaré a oír otra vez la voz de Yahvé, mi Dios; ya no veré más ese gran fuego, y así no moriré-. Entonces Yahvé me dijo: -Han dicho bien lo que han dicho. Suscitaré de en medio de sus hermanos un profeta como tú, y pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande. Y al hombre que no escuche mis palabras, las que pronuncie en mi nombre, le pediré cuentas."

Los judíos hacían proceder de ese diálogo entre Dios y Moisés la institución del profetismo, la definición misma del papel del profeta: pronunciar en el nombre de Dios las mismas palabras que Dios pone en su boca. Pero Jesús es la Palabra misma de Dios, y consuma y acaba en él toda profecía. Desde ahora, toda la religión es escucharle y poner en práctica lo que dice.

San Juan de la cruz ha explicado muy bien la función de clave de bóveda de la revelación que cumple esta escena de la Transfiguración. Soporta y completa toda la arquitectura profética del Antiguo Testamento. Con ella, el edificio de la revelación divina queda concluido. No hay más que ponerle la cruz encima. Muestra cómo bajo la antigua Ley, era conveniente, lícito y deseable para los profetas y los sacerdotes interrogar a Dios sobre el Mesías que vendría, y que era el objetivo y la finalidad de esa Ley. Y Dios respondía por fragmentos, en cuanto era necesario a cada etapa de esa larga peregrinación en el tiempo y a la interrogación que fue la historia del pueblo elegido. Ese pueblo preguntaba a Dios sobre la esperanza que había recibido de él. Y Dios tenía que responder, para mantener esa esperanza. Pero desde la teofanía de la Transfiguración sobre el monte Tabor, Dios, habiéndolo dicho todo en su Hijo, queda ya "como mudo".

A todas las solicitaciones a salir del silencio con revelaciones particulares, Dios podría replicar: "Puesto que te he dicho ya todas las cosas en mi Palabra que es mi Hijo, no tengo más palabra que pueda ahora responderte nada ni revelarte más que eso. Fija los ojos en él solo, pues en él lo he dicho todo, lo he revelado todo, y encontrarás en él más aún de lo que deseas y preguntas... Si fijas los ojos en él, lo encontrarás todo, pues él es toda mi palabra y mi respuesta. Él es toda mi visión y toda mi revelación; todo os ha sido dicho ya, respondido, manifestado y revelado, cuando os le he dado por hermano, compañero y maestro, como rescate y recompensa.

"Desde el día en que bajé sobre él con mi espíritu en el monte Tabor diciendo: "Este es mi Hijo amado en quien me he complacido: Escuchadle", he dejado todas esas antiguas formas de enseñanzas y respuestas, y se lo he dado todo a él. Escuchadle, porque no tengo más que revelar, ni más que manifestar. Si he hablado antes, era para prometer a Cristo; y si me preguntaban, eran preguntas que iban todas a la pregunta y a la esperanza de Cristo, en quien se hallaría todo, como ahora lo declara la doctrina de los evangelios y de los apóstoles."

En el desarrollo de Lucas, se ve muy bien cómo la Transfiguración es el broche precioso que cierra en la Persona de Jesús la búsqueda de la Sabiduría y la exigencia de los milagros.

Los judíos exigen milagros: aquí hay uno en la pura tradición de las teofanías de Israel, y que tiene por testigos a los dos mayores profetas de Israel, Moisés y Elías. Es el milagro por excelencia, el signo de los signos, la presencia misma de su Dios bajo la nube espantosa y sagrada. Lo mismo que después de Jesús ya no hay necesidad de revelación particular, después de él los milagros ya no tendrán la misma importancia. Hasta él, su función principal era hacernos esperar y hacernos reconocer al Mesías, pero ya está ahí él, milagro subsistente de la presencia de Dios entre nosotros.

Los griegos buscaban la Sabiduría; que ya no busquen más. Ahí está: es la Palabra misma de Dios, sembrada en tierra. La Sabiduría de las sabidurías está en escuchar esa Palabra y ponerla en práctica.

En ese momento, el último de los profetas de Israel, Juan Bautista, ha muerto. Con él, la profecía ha callado ante la Palabra.

* * *

40. He ahí, pues, la Iglesia de Jesús.

"Él es nuestra paz, él que hizo de los dos un solo pueblo, destruyendo la barrera que los separaba, eliminando el odio en su carne, esa Ley de los preceptos con sus ordenamientos, para crear en su Persona los dos en su solo hombre nuevo, hacer la paz y reconciliarles con Dios, los dos en un solo Cuerpo por la Cruz. En su Persona, mató el odio. Entonces vino a proclamar la paz, paz para vosotros que estabais lejos, y paz para los que estaban cerca. Por él, en efecto, los dos en un solo Espíritu, tenemos acceso al Padre. Así pues, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois compatriotas de los santos y de la familia de Dios, edificando sobre el cimiento de los apóstoles y de los profetas, y con el mismo Jesucristo por clave de bóveda, en quien toda construcción crece ajustándose como Templo santo en el Señor; en quien también vosotros os integráis a la edificación para ser morada de Dios en el Espíritu."

Hay que leer, sobre este texto de san Pablo, el comentario de santo Tomás de Aquino, donde explica que la asamblea de los fieles, si se la considera de manera vertical por referencia al patriarca fuente de vida, que es Dios, resulta verdaderamente una "casa, (domas), una familia: pero si la considera de manera horizontal en las relaciones de los diversos miembros entre sí, es entonces la ciudad de los santos. Los actos de pertenencia a esa ciudad son los actos de la fe, de la esperanza y de la caridad.

Jesús es el rey elegido de esta ciudad de los santos, igual que es naturalmente el jefe del "clan", de la familia de Dios.

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