conoZe.com » bibel » Espiritualidad » Vidas de Cristo » La Historia de Jesucristo (por Bruckberger - 1964) » Segunda Parte.- La Vida de Jesucristo

XVI.- El Cuerpo y las Águilas (I)

41. Al seguir el relato de Lucas, he omitido voluntariamente un acontecimiento que, sin embargo, tiene una gran importancia en la historia de Jesucristo. Precisamente por esa importancia me reservaba volver sobre él largamente. Ese acontecimiento es un milagro, una multiplicación de panes, pero la significación que le dio Jesús, con una insistencia y una ostentación sorprendentes, lo convierte en la línea cimera de la aventura humana de Jesús: hasta entonces, una vertiente en cuesta arriba; desde entonces, una vertiente en cuesta: abajo. Aquí seguiré el relato de Juan; tiene esa sequedad que me gusta de los atestados de un secretario judicial.

"Después, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Le seguía mucha gente, por que habían visto los signos que hacia con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.

"Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: -¿Con qué compraremos panes para que coman éstos? (Lo decía para tantearle, pues bien sabía él lo que iba a hacer). Felipe le contesto: -Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.- Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: -Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces: pero ¿qué es eso para tantos?-. Jesús dijo: -Decid a la gente que se siente en el suelo.- Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eran unos cinco mil. ,

"Jesús tomo los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados; lo mismo del pescado, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: -Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie. Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: -Este sí que es el profeta que tenía que venir al mundo -. Jesús entonces, sabiendo que iban a llevársele para proclamarle rey, se retiró otra vez a la montaña, él solo."

¿Qué necesidad de comentario sobre un relato de tal precisión? Es un milagro evidente, un milagro de misericordia, ciertamente, porque toda esa gente tenía mucha hambre. Hay que notar, sin embargo, que Cristo convierte ese humilde festín en una liturgia por el rito de la bendición y de la acción de gracias referidos por los cuatro Evangelios. Con esta ocasión, Juan incluso utiliza por primera vez la palabra "eucaristía".

Considerado estrictamente en cuanto hombre, Jesús tenía sin duda un gran genio, elocuencia, estilo audaz de acción, pero no sentido común. Me pregunto: ¿qué hombre político no envidiaría esa facilidad asombrosa para conquistar multitudes? Pero ¿qué hombre político, habiendo acumulado esos éxitos de prestigio, tendría tan poco sentido como para desperdiciar de un solo golpe el beneficio, y como por gusto? Según todas las apariencias, y según el juicio de este mundo, la familia de Jesús -que, como todas las familias, tenía buen sentido para dar y tomar- no andaba desencaminada al considerarle fuera de juicio.

Pero como me es imposible compartir esta opinión familiar, me digo que la acción de Jesús, por desconcertante que fuera, iba a un objetivo digno de él, y que el desarrollo e esa acción no hacía más que expresar una intención secreta pero constante hacia ese objetivo. Esta intención es la que me interesa y la que ha de reconciliar las aparentes contradicciones. A esa búsqueda de un sentido más profundo que el "buen sentido" es a lo que nos invita el mismo Jesús cuando afirma: "Felices los que no se escandalicen de mí". En lo que concierne a Jesús, el buen sentido fabrica escándalos en cadena.

Podemos comenzar por definir la trayectoria abstracta de la acción de Jesús. Hemos visto lo que paso en Nazaret. Empezó por entusiasmar a su aldea, y eligió el momento de su más alta popularidad para echarlo a perder todo, aparentemente. Sin duda es que no daba mucho valor a cierta popularidad. En la sinagoga de Nazaret, proclama cuatro verdades, que chocan con tal violencia que sus partidarios de la víspera están dispuestos a asesinarle. Eso paso así en Nazaret, eso pasará ahora ahí, en el más amplio escenario de la orilla del lago; eso se repetirá, exactamente igual, el año siguiente en Jerusalén. Y esa vez irá de veras: morirá. ¿Cuál es, pues, la intención profunda de un estilo de acción que sigue siendo siempre tan desconcertante?

¿Qué pasa aquí? Visiblemente, el entusiasmo popular que rodea a Jesús está en su cumbre. A millares, la gente se desplaza de la ciudad al desierto, no solo para verle, tocarle, oírle, y luego volver a casa, sino para seguir viéndole, para seguir tocándole, p ara escucharle hasta perder el aliento, sencillamente para estar con él, al parecer sin ninguna intención de volver a casa. Ha desarraigado a una población entera que le sigue, como un enjambre de abejas pegado a la reina. Él se siente molesto, se escapa, y le buscan, le encuentran, le espían, le vigilan, le piden cuentas de sus desapariciones: "-Rabbí, ¿cuándo has venido aquí?-" Es una pregunta de enamorados, de enamorados celosos. Es hermoso ese apego apasionado de todos aquellos judíos hacia Nuestro Señor Jesucristo; ¿seriamos capaces de él nosotros? En resumen, es uno de esos raros momentos en la historia en que el jefe y el pueblo se han soldado inexorablemente, y no forman más que una sola cosa. No se sabe ya si el pueblo le obedece, o sí él obedece al pueblo.

Jesús justifica ese apego apasionado con un milagro sensacional: con cinco panes y dos peces, hace un festín para cinco mil personas. Es concreto, es espectacular, todos aquellos pobres se llenan la tripa; maravilloso regalo, que no disminuye en absoluto la sinceridad de sus sentimientos. Pues lo que conmueve es que no habían ido para comer, sino para escuchar a Jesucristo; quieren hacerle rey, pero no le confunden con una cantina de beneficencia.

He dicho que en Jesús el taumaturgo es idéntico al profeta. Está claro que ese es el caso. Ha hecho ese milagro resplandeciente sobre todo porque quería decir algo, y algo importante. El milagro no es mas que un prologo ara aguzar el apetito del espíritu, colmando hambre del cuerpo, para suscitar la interrogación que es el hambre del alma.

No es tan fácil saber lo que Hace meses que, a orillas del lago, a esas gentes sencillas y que le quieren, les predica la proximidad del Reino de Dios, y confirma su mesianidad con milagros, y se llama él mismo el Hijo del hombre y se deja llamar "hijo de David": esa buena gente creía sencillamente que era pretendiente al trono de Israel. Entonces quieren apoderarse de él para hacerle rey. Es la cosa más amable que puede haber, y sin duda es algo extremadamente sincero, pero imperioso. Como la familia de Jesús, creyéndole fuera de su juicio, quería apoderarse de él, éstos, juzgándole bien digno de reinar, quieren también poner las manos sobre él. ¿Que les pasa a todos que siempre quieren apropiárselo, esclavizarle, encadenarle a sus pasiones? Y sin embargo, no están enteramente equivocados: la salvación en efecto, esta en retener a Jesús y no separarse nunca de él.

Entonces, Jesús huye. Juan dice que se retiro solo a la montaña, él solo. Luego, en plena noche, se reunió con sus apóstoles, caminando sobre las aguas.

* * *

42. Y al día siguiente, Jesús, como por gusto, derriba de un soplo, igual que un castillo de naipes, el soberbio frágil edificio del entusiasmo popular. Eso ocurrió en la fresca sombra de la sinagoga de Cafarnaum. No hay, ni ha habido nunca un jefe político que actúe así. Cuando uno tiene en la mano el delirio de as multitudes, se lo guarda para sí. Con una eficacia sin duda jamás alcanzada, Jesús provoca ese delirio con su elocuencia y sus milagros fabulosos. Mantiene ese delirio, lo hace subir como quien bate una crema, hasta su paroxismo. Y luego lo deshincha de repente con un discurso abrumador. Actuará exactamente igual en el domingo de Ramos.

Vengamos a los hechos: ¿qué dijo Jesús para provocar un desastre tan deliberado, pues no fueron sus enemigos quienes hicieron huir a los suyos, sino que fue él? Dijo que era el "Pan de vida". ¿Qué quiere decir? Ese lenguaje alegórico de los judíos, no solo nos desconcierta, sino que lo encontramos frío. ¿Cómo semejantes palabras pudieron provocar ese inmenso reflujo e alejamiento de Jesús? Hasta el punto de que ese hombre que, aún ayer, se escapaba a la montaña huyendo de los que querían hacerle rey, hoy se hallará abandonado y casi solo. Jesús, pues, afirmaba que era «el Pan de vida"; ¿Había para provocar tan violenta discrepancia? Imaginemos hoy un ministro en el seno del parlamento, un profesor en una cátedra de universidad, un jefe revolucionario en un mitin popular, afirmando que él es el pan de vida: la concurrencia, todo lo más, se quedara desconcertada y la conclusión será que ese hombre esta mansamente loco y que lo que ha dicho no quiere decir nada.

Como todas las palabras más decisivas de Jesús, si esta no se pone en su contexto, en su tradición, en su orden de explicación, resulta casi ininteligible. Leída en la traducción y a flor de libro, fuera del aura histórica y mística del pueblo de Israel, se marchita, ya no tiene sal ni sabor. Al desarraigar así los textos se les traslada a esa atmósfera de celofán y de nevera del tono beato y el estilo de sacristía. No obstante, ahí en especial, y en esa situación, cuando se lee de cerca el Evangelio, no hay más remedio que ver que el discurso de Jesús hizo el efecto de una bomba incendiaria lanzada en medio de todos. Solo de escucharle, la gente ardía de rabia, y quizá de disgusto. Era preciso que eso fuera importante.

Jesús comienza con un reproche, lo cual es un buen modo de aferrar al auditorio. Juzga a sus partidarios, juzga su propio éxito, no se deja convencer, ni aquello se le sube a la cabeza. Les dice, en sustancia, algo que debía ser tan crudo como esto: "Sé por que me seguís: no es por los milagros que hago, sino porque os he llenado la tripa. Por haberos saciado, pobre gente, olvidáis vuestra vocación. ¿Y cual es vuestra vocación? Los judíos estáis ahí para exigir milagros, examinarlos, registrarlos: ese es vuestro oficio, vuestro destino en el plan de Dios; ese es el medio que tenéis de reconocer al Mesías. El milagro de la multiplicación de los panes es deslumbrante en cuanto milagro, en cuanto signo mesiánico; y solo habéis conservado de él la comilona gratuita. ¿Qué necesitáis entonces?"

La estrategia de Jesús es siempre la misma. Centra en sí la atención, se convierte en la clave de bóveda de toda explicación. Habiendo afirmado la importancia mesiánica del milagro, declara que Moisés mismo era un taumaturgo menos grande que él. Y, como se trata de alimento y de panes, declara que él mismo es el más alto alimento del hombre, su pan más precioso, el más sustancial.

En la discusión, tal como la cuenta Juan, esta claro que el auditorio estaba dividido y que habla varias corrientes contradictorias, al menos al comienzo. En el fuego de la discusión, algunos interlocutores llegan a algo muy cercano a una blasfemia: minimizan el milagro que han visto con sus ojos, y que ayer mismo les había exaltado de entusiasmo.

"Pues ¿qué signo haces tú para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obras haces? Nuestros padres comieron el mana en el desierto, según esta escrito."

En las relaciones humanas, nada más tremendo que minimizar la ofrenda de aquel en cuya mano hemos comido cuando teníamos hambre. ¿Quién de nosotros seria capaz de tal olvido?

Jesús contraataca de frente. Dice claramente que el milagro del mana no era mas que un pálido anuncio de su milagro y su obra propia. "No os dio Moisés el pan venido del cielo, sino que es mi Padre el que os da el pan venido del cielo, el verdadero... Vuestros padres comieron en el desierto el mana, y murieron... Yo soy el pan vivo, bajado del cielo, el que coma de este pan, vivirá eternamente... El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mi no tendrá sed nunca... Pues tal es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna, y yo le resucitaré en el Ultimo día."

Sin seguir el orden de Juan, he presentado un montón de declaraciones sorprendentes, en que Jesús afirma su origen celeste y propiamente divino, su valor nutricio para los que tienen fe en él, su poder sobre la vida y sobre el último ala en que se consumará el tiempo, su poder de resucitar los muertos.

La táctica de Jesús, igualmente, es siempre la misma, es una táctica muy eficaz de ofensiva y movimiento, muy conocida por los autores dramáticos. Se sujeta con fuerza el conflicto en un terreno limitado. Cuando el adversario responde, el conflicto ya se ha extendido a un nivel superior y a un área más extensa. Y así sucesivamente, hasta que todo lo que está al alcance quede puesto en juego o incluso pulverizado. Jesús nunca se contenta con defenderse en lo que se le discute, sino que va mucho mas allá, acumulando en cascada las pretensiones crecientes que superan infinitamente lo que al principio estaba en cuestión, y creando así situaciones cada vez más explosivas que exasperan al adversario. Cuando se reprocha a Jesús que tiende demasiado su arco, en lugar de distenderlo, lo tiende aun más. Hace falta un valor que toca constantemente en heroísmo. Los argumentos del adversario se encuentran así siempre superados; su tiro de defensa siempre es demasiado largo y cae en una posición ya abandonada; nunca consigue reajustar su tiro. Jesús siempre lleva una ventaja de una nueva posición.

Aquí la maniobra es impresionante y deja sin aliento. Se dice a Jesús: tu milagro no es concluyente, el de Moisés con el maná lo era mucho más. Él responde situándose él mismo en un plano muy por encuna de Moisés: él es el Ungido de Dios. El alimento milagroso dado por Moisés no impedía a la gente morir. Él dispone de la resurrección de los muertos y de la vida eterna. £1 mismo es Pan que viene del cielo y que lleva al creyente a la eternidad: "Trabajad, no por el alimento corruptible, sino por el alimento que dura para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre: pues a éste le ha sellado Dios Padre."

Como siempre, se sitúa en el centro de todas las tradiciones de Israel y reivindica personalmente todos los poderes bienhechores atribuidos hasta él a Yahvé. Aquí hay que citar el Libro de la Sabiduría:

Sí, eres tú quien manda, a la vida y a la, muerte,

Quien haces bajar a las puertas del Infierno y haces subir.

El hombre, en su malicia, puede darte la muerte,

No recobra el aliento una vez partido.

No libera el alma de que se ha apoderado el infierno.

Y luego:

... has dado a tu pueblo un alimento de ángeles, Incansablemente le has enviado del cielo un pan bien preparado, Capaz de procurar todas las delicias y de satisfacer todos los gustos.

Y esto, que nos vuelve a llevar a un tema fundamental:

No son las diferentes especies de frutos lo que nutre al hombre, Es tu palabra lo que conserva a los que creen en ti.

Con esta última cita, en efecto, nos volvemos a hallar en país muy familiar. Es esencialmente la Palabra de Dios lo que nutre a los creyentes y les conserva en el ser de su vocación espiritual, pues la función primera del alimento es conservar en su ser a los que alimenta.

La dialéctica de la revelación propia del Evangelio es extremadamente consistente en el desarrollo de las metáforas y de las parábolas. Luego, de repente, ya no se trata de metáfora, y el pie se hunde directamente en la realidad.

Esa claudicación de lo metafórico en lo real tiene un ritmo sincopado que hay que percibir bien si queremos no perder nada de esa revelación. Cuando Lucas nos dice "la semilla es la palabra de Dios" -y tomando las palabras en su sentido más fuerte, como ha que hacerlo absolutamente cuando se trata del Evangelio-, comprendemos muy bien que Jesús, que ya se ha proclamado Palabra de Dios, se proclama también Semilla de Dios, como es semilla de Abraham: la manera que tiene Jesús de ser la Palabra de Dios es ser engendrado por t.1, ser su Hijo por excelencia, su Semilla propia. De ahí el sentido preciso y particular, estrictamente personal que toma en boca de Jesús la palabra "Padre" cuando habla de Dios. Todo eso concuerda de modo estrecho y evidente. Pero ya no estamos en la metáfora, estamos en la realidad de las cosas y de las relaciones; o, más bien, estamos al mismo tiempo en la metáfora y en la realidad, en una poesía cargada y llena hasta estallar de lo que sugiere.

Continuando el hilo de esta dialéctica, sabemos muy bien que la semilla llega a ser la cosecha, y que la cosecha llega a ser el pan. No es sorprendente que Jesús, que es la Palabra y la Semilla, sea también el Pan y el alimento del hombre, con una connotación escatológica de triunfo personal sobre la muerte y el tiempo, pues Mateo nos ha dicho también que "la cosecha, es el fin del tiempo".

Los judíos entraban fácilmente en esta dialéctica y seguían perfectamente el hilo del discurso de Jesús, como el pescador sigue las evoluciones de la trucha entre las rocas. Sabían desde siempre que la Palabra y la Sabiduría de Dios eran pan nutricio. Los doctores del Talmud se titularán más tarde "los defensores del Pan". La pretensión de Jesús de ser el pan vivo, bajado del cielo y dado por el Padre, se unía muy bien en sus espíritus a todas sus reivindicaciones antecedentes: ser el Hijo del hombre, ser la Palabra, ser el que perdona los pecados, en resumen, ser de origen celeste e igual a Dios. Se ve hasta qué punto en el Evangelio es imposible separar la metáfora de la realidad: son inextricables. Que Jesús sea, al mismo tiempo que semilla de Abraham, Semilla de Dios, nada más real, pero que la cosecha sea el fin del tiempo, eso quiere decir que Jesucristo, Hijo y Semilla de Dios, es muy realmente el Señor del tiempo y de la eternidad, el dueño de la vida y de la resurrección de los muertos. En ese sentido digo yo que la revelación evangélica obedece a una dialéctica poética: no obedece en cambio a una dialéctica cartesiana.

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