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Anotaciones, Puestas a punto, Arrepentimientos…
El lector habrá notado quizá que, en el margen izquierdo, corre a lo largo de todo el libro una numeración de 1 a 105, que marca los apartados en el interior mismo de los diferentes capítulos. Esa numeración tiene un objetivo practico, el de servir de referencia a las notas, que, en el curso de las diversas ediciones, me proponía añadir como apéndice al libro.
Cuando se ha escrito un libro tan grueso sobre semejante tema, en efecto, hay que esperar que no se estará de acuerdo en todo con todo el mundo; hay que estar dispuesto a la discusión, a la defensa, a la explicación y aun a los arrepentimientos. En otros tiempos, los escritores podían modificar el texto de una edición a otra. Con la mecanización de la imprenta, eso resultaría muy caro, lo que quiere decir que es imposible: los editores prohíben a los autores los arrepentimientos y los perfeccionamientos.
Por eso he previsto arrepentimiento y correcciones en apéndice al libro. Cuando haya lugar, y a lo largo de las diferentes ediciones, me contentaré, en este apéndice, con poner en evidencia un número marginal, e imprimir a continuación una nota que confirme, justifique o corrija mi posición expresada en el apartado del libro correspondiente a ese numero.
Por esta vez, el lector puede comprobar que esas notas adicionales son muy breves, este libro no esta sino al comienzo de su examen de conciencia y de su confesión pública.
En referencia a los apartados 35 y 74, comenzaré por citar, con su permiso, una carta de Jacques Maritain, carta que me honra mucho, pero que también presenta dos críticas que me obligan a explicarme:
Toulouse, 10 de abril de 1965.
« Querido Bruck, es un hermoso y gran libro, un libro de fe y de amor, y de valentía, en que se ha comprometido entero, con esa violencia que arrebata el Reino de los cielos.
"Y más preciosa aún que esa violencia, es la ternura sin límites hacia el Bendito que se hizo maldición por nosotros. Usted también vierte sobre sus píes sus perfumes y sus lágrimas.
"Creo que este libro conseguirá su objetivo; renovará, trastornándola a veces, la visión de muchos cristianos, y hará dudar de su duda a los incrédulos. Es un libro singularmente marcado con el signo de la gran vocación dominica.
"Supongo que a algunos lectores les cohibirá su insistencia sobre el clan, a mi no me cohíbe. Otros encontrarán sin duda que hay mucho Bruck y muchas convicciones, pasiones, opiniones y conjeturas de Bruck en esta Historia de Jesucristo. Pero justamente su libro nos muestra que, para tratar de adquirir alguna comprensión de esa insondable Historia, hay que lanzarse uno mismo entero, con todo lo que se tiene, hasta el fondo del alma; y que hay más humildad en lanzar así toda su subjetividad en la devoradora verdad de tal misterio, que en pretender apoderarse de esta por medio de una objetividad "científica que en realidad no cabe alcanzar.
"En dos puntos me siento en desacuerdo con usted. Esa idea que tan cara le es y que une a Marta Magdalena con la sabiduría griega, no digo que sea falsa -no sé nada de eso-, pero me parece arbitraria, y sí puedo decirlo, viene demasiado bien al cuadro.
"Y sobre todo (esto es más grave) usted interpreta a san Pablo de una manera exagerada al decir (págs. 387-388) que, por haber condenado la Ley a Jesús, Dios maldijo a la ley, y que al asesinar al Santo de Dios, la Ley incurrió en la maldición. No fue la Ley quien condenó y asesino a Jesús: fue Caifás, en nombre de la Ley (como hace todo mal juez), Caifás, cuyo crimen fue no reconocer a Aquel que consumaba la Ley. San Pablo dice que la Ley es santa y trae la muerte. (Si le va unida una maldición, es en un sentido muy diverso del de usted, en sentido de que es maldito quien no practica todos sus preceptos.) Jesús dice que no vino a abolir la Ley, sino a consumarla. Es imposible que la Ley sea maldita.
"Aparte de eso, lo que querría decirle, por el contrario es mi admiración y mí alegría por el modo como ha insistido constantemente en el Antiguo Testamento, poniendo las cosas bajo su luz. Me parece que esa es la novedad fundamental de su Historia de Jesucristo; y me alegra la manera siempre verdadera y justa como ha hablado de los judíos (eso es también una novedad grande y bendita). Por lo que puedo juzgar, me parece también que hay mucho de verdad en lo que dice sobre la diferencia entre el judaísmo de antes y el judaísmo de después de la Cruz.
"Acepte, pues, mi querido Bruck, la felicitación conmovida de su viejo amigo, que se ha emocionado profundamente con sus líneas de dedicatoria y que le agradece haber mencionado su nombre en la nota preliminar..."
Jacques Maritain
Interrumpo aquí la cita. El final de la carta no se refiere al libro.
Sobre las dos disensiones expresadas por Maritain, he aquí lo que tengo que decir:
En ese apartado de mi libro, expongo una hipótesis -que ya he desarrollado más largamente en mi libro sobre María Magdalena- en que identifico a esta heroína del Evangelio con la búsqueda griega de la Sabiduría. Y establezco el paralelo con Juan Bautista que por su parte, personifica la exigencia mesiánica judía de los milagros. Sobre todo, la construcción del Evangelio de Lucas -en efecto, un tanto sistemática- y también una cierta tradición que hace de la pecadora de Lucas la embajadora ante Jesús del mundo pagano (como los Reyes Magos), son lo que me ha llevado a esa hipótesis. Sin duda he hecho mal en no subrayar bastante que sólo es una hipótesis y que es personalmente mía.
En cambio, cuanto más me pongo a escrutar los textos, más débiles y pueriles me parecen los esfuerzos hechos por los exégetas para disociar a la pecadora de Lucas y la persona de María Magdalena. A todos los argumentos que ya he presentado en mi libro sobre María Magdalena a favor de la identidad de los dos personajes, en el presente libro añado algunos otros. Eso sin duda no servirá para nada. Sobre este punto, la ortodoxia de los exégetas está muy bien fijada y nada la trastornará nunca. Esa ortodoxia fanática les lleva a juegos de manos asombrosos, como los de la Bible de Jérusalem, que, en el capítulo VII de Lucas, escamotea la traducción, hasta el punto de que los "pies" del Señor no se mencionan en la traducción tantas veces como en el original, y la nota técnica sobre la expresión "estar a los pies de alguien", que también vendría a propósito de María Magdalena, se aplica a otro personaje en el capítulo VIII. Digo, en la página 198 de mi libro, por qué esa mención de los "pies" y el número de veces que se repite esa mención me parecen importantes.
Como dice el propio Maritain, la segunda objeción que hace a mi libro es infinitamente más grave. Ahí, evidentemente, es Maritain quien tiene razón; me he dejado llevar por una analogía apresurada y me he equivocado de lleno. Lo lamento de veras y es un verdadero alivio decirlo muy alto. Es un riesgo inmenso publicar un libro en especial, sobre tal tema; el riesgo de extraviar a un solo lector en un solo punto es una responsabilidad terrible.
En ese apartado 74, lo que digo de la Ley de Moisés está incluso en contradicción con lo que digo sobre ella en otras secciones de mi libro, en especial en el capítulo "Súbdito de la Ley". Por otra parte, ¿cómo pude olvidar aquellas palabras famosas -creo que son de san Agustín-: "La Ley queda abolida como ley, permanece eternamente como Profecía"? Me parece que se puede decir que Jesús crucificado cumple soberanamente la Ley-Profecía, y nos dispensa de ella definitivamente en cuanto ley.
Al menos, tengo el consuelo de que un pensador cristiano tan eminente como Maritain encuentre que he hablado convenientemente de los judíos. Para la historia de este libro menciono aquí que se empezó en 1953 en Winona, Minesota, que luego abandoné su proyecto por largo tiempo, que firmé un contrato con el editor francés para reanudar y acabar este libro en otoño de 1962, bajo el pontificado de Juan XXIII; y que la Declaración sobre los judíos sólo acaba de ser votada en el Vaticano II en estos días, en octubre de 1965; y, finalmente, que mi libro estaba enteramente terminado en junio de 1964 y que se publicó en marzo de 1965. Hoy, evidentemente, es menos original hablar de los judíos con el respeto que se les debe,
A raíz de un articulo sobre Loisy, aparecido en Le Monde del 2 de septiembre de 1965, escrito por la señora Denise Dumont-Dressy, publiqué en Le Monde del 19-20 de septiembre de 1965 la carta siguiente:
"Conviene ante todo distinguir la actitud que se tuvo hacia la persona misma de Loisy y la validez de las objeciones que se han hecho a su sistema de critica histórica de los Evangelios y de los orígenes cristianos. El segundo punto es el que me interesa.
"En resumen, D. Dumont-Dressy resume bien la posición de Loisy al escribir: "Los libros del Nuevo Testamento no son libros de historia, son catequesis y nos informan sobre la fe de las primeras generaciones cristianas, más que sobre la existencia histórica de Cristo, de donde surgen las dificultades. ¿Las respuestas de Loisy están superadas? Tal vez, pero que nos lo prueben.
"Cabe invertir la interrogación, preguntándose si Loisy y los modernistas han llegado alguna vez a probar que los Evangelios no sean testimonios auténticos de la existencia histórica y de los hechos y actos de Jesucristo. La historia también tiene sus sofistas. Aplicando ciertos métodos históricos llamados "modernos", me comprometo a "probar" que el presidente Kennedy nunca fue asesinado, que por lo demás quizá no vivió históricamente, que el mito Kennedy creó la historia, y no al revés. Lo mismo se puede hacer con Hiroshima.
"La "doctrina auténtica" de la Iglesia católica, de que hablaba Juan XXIII, es que la Iglesia y la tradición apostólica están fundadas en el carácter verídico y objetivamente histórico de los relatos evangélicos. De donde, evidentemente, las "dificultades como diría D. Dumont Dressy."
En una carta de réplica en un periódico hay obligación de ir lo más rápido de ser breve. Esa carta me valió una respuesta extravagante de cierta persona que no conozco, que me hace observar que no se puede comparar el asesinato de Kennedy (hecho público, contemporáneo, sometido a todos los controles de la publicidad) con la muerte y resurrección del Señor Jesús. Pero precisamente, quien puede lo más, puede lo menos; si yo puedo, usando ciertos métodos muy en honor entre los modernistas, lograr "probar" que Kennedy era un mito, con mayor razón será fácil, usando los mismos métodos, "probar" que Jesús era un mito. Son esos métodos lo que me parece poco honrado y absurdo, y cuya validez discuto.
En una carta a Le Monde, la señora Dumont-Dressy es más sutil: afirma que Loisy nunca quiso "probar" nada sobre las Escrituras. Me alegro de saberlo. Pero entonces ¿de dónde viene esa afirmación perentoria de que "los Evangelios... no fueron escritos para ser biografías... y que considerarlos como tales sería un anacronismo"? Cuando se trata de hechos, de historia, de existencia y de testimonios, los postulados que se califican pomposamente como "científicos" no valen más que los "postulados teológicos". Hay que recusar tanto unos como otros, no porque sean "científicos" o "teológicos", sino porque son postulados.
Nunca se pondrá bastante en guardia a los espíritus honrados contra el uso abusivo de la palabra "ciencia" y sus derivados, tal como se ha practicado terriblemente desde el siglo XVIII. No hay oscurantismo y fanatismo, por no decir tontería pura y simple, que no haya desplegado por las buenas o por las malas alguna bandera "científica".
Loisy nació en la época de las crinolitas, y se nota, Dios mío, cómo se nota. Frente a los recientes descubrimientos de la arqueología, de la etnografía y otras muchas disciplinas en conexión con la historia, no resultan anacrónicas las enseñanzas tradicionales de la Iglesia sobre la historicidad de los Evangelios y su valor de biografía verídica y objetiva de Jesucristo, sino los disfraces "científicos" de la historia y la exégesis, tan de moda hace sesenta años.
Octubre de 1965
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