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XXV.- La Ascensión
103. Como siempre, el evangelio de Marcos es de apresurada concisión: "El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios". (Mc. 16,19) Y yo, de estas dos líneas, voy a hacer un capítulo. ¡Miseria!
Felizmente, tenemos un relato más detallado de la Ascensión del Señor. Es el de Lucas, en los Hechos de los Apóstoles: "En mi primer libro, querido Teófilo, escribí todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo hasta el día en que, dando instrucciones, por medio del Espíritu Santo, a los Apóstoles que había escogido, ascendió a los cielos. A esos hombres se les presentó vivo después de su Pasión, dándoles numerosas pruebas de ello apareciéndoseles a lo largo de cuarenta días y hablándoles el Reino de Dios."(Hch. 1,1-11)
"Mientras estaba comiendo con ellos les recomendó: -No os alejéis de Jerusalén. Aguardad la Promesa de mi Padre, de la que me habéis oído hablar. Juan bautizó con agua, vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo, dentro de pocos días.
Ellos, rodeándole, le preguntaban: ...Señor, ¿es ahora cuando vas a restituirle a Israel la soberanía?-. Él les respondió: -A vosotros no os toca conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha puesto bajo su propio dominio. Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros; y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaría, y hasta los confines de la tierra-.
"Dicho esto, a la vista de ellos, se elevó, y una nube se lo quitó de los ojos. Y miraban fijos al cielo viéndole irse; se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que es dijeron: -Hombres de Galilea, ¿qué hacéis ahí plantados, mirando al cielo? Este Jesús, que ha ascendido de aquí al cielo, vendrá así, como le habéis visto marcharse al cielo."
Estamos, pues, de regreso en Jerusalén, tras las apariciones en Galilea. Hay una última comida en común. Jesús debía tener de la amistad la misma idea que Aristóteles: para ser amigos hay que haberse tomado juntos medio almud de sal, lo que representa muchos alimentos que salar y muchas comidas tomadas en común. El número de comidas mencionadas en los Evangelios es realmente sorprendente. Jesús quiso de veras que no se pudiera dudar de su amistad hacia los hombres.
He aquí, pues, esa última comida de Jesús con sus apóstoles. Es la breve colación de las mañanas de batalla. El tiempo ya no está para expansiones y largas confidencias, sino para órdenes breves y consignas. La última imagen que dejará Jesús es la de un jefe: no explica, sino que resume, manda.
Entonces les promete el Espíritu Santo, ¿Qué Espíritu? Lo ha dicho en otro lugar: que recuerden sólo todo lo que pasó desde hace tres años, todo lo que se dijo también, lo que decía el propio Juan Bautista: "Yo os bautizo con agua para la conversión, pero el que viene detrás de mí es más poderoso que yo; yo no soy digno ni de llevarle las sandalias. Él bautizará con el Espíritu Santo y el fuego". (Mc. 3,11)
Tras la comida, se agrupan alrededor de él y le apremian a preguntas: ¿se va a decidir por fin a reivindicar y restablecer la realeza en Israel? Esas cabezas de leño no han abandonado toda ambición política, se aferran a su trono de David y a su desquite sobre las naciones. Jesús ya no tiene valor para reprenderles, sino que corta, aunque siempre coherente consigo mismo: desde el comienzo de su vida pública, ha reivindicado para sí el titulo de "Hijo del hombre", según la profecía de Daniel. Aquí vuelve a hacer alusión a esa misma profecía cuando habla de "los tiempos y las fechas" reservados a la autoridad del Padre. Entre paréntesis, tal texto deja bastante mal parada la teoría llamada de la "escatología consistente". Jesús no quiere pronunciarse sobre las fechas. Y esta claro que no aprueba nuestras preguntas indiscretas sobre lo que no es lo esencial. He aquí el texto de Daniel a que se alude:
Sea bendito el nombre de Dios
Por los siglos de los siglos,
Pues suyas son la fuerza y la sabiduría.
Él quien muda los tiempos y las edades,
Cambia y establece los reinos...
Jesús renueva la promesa del Espíritu, como de una fuerza que les pondrá en condiciones de cumplir la misión que les deja y de que les inviste. ¿Qué misión? Muy sencilla, la más sencilla posible, para que no le olviden, para que no se distraigan nunca de ella, y vivan y mueran bajo la carga de esa misión pesada, honrosa, necesaria, salvadora. "¡Seréis mis testigos!" Eso es todo, nada más. Pero como importa ser claro, que se acuerden bien de que el viejo nacionalismo estrecho está roto. Les guste o no, su misión de testimonio no tiene fronteras: desde Jerusalén, habrá que proseguirla hacia Judea, desde Judea, hacia el país de los hermanos enemigos, Samaría; desde Samaría, a los confines del mundo. ¡Vergüenza a quien se detenga en el camino! Ellos, por otra parte, no se detendrán nunca, y morirán efectivamente en todos los caminos, en marcha hacia los confines del mundo, aplastados bajo el fardo.
Pero hoy día, los que tenemos a nuestra vez el cargo del testimonio, ¿estamos siempre por los caminos del mundo? ¿Qué fronteras pasamos? ¿Qué Sumarías convertimos? ¿Estamos siempre en los bordes del mundo conocido para clamar el testimonio? Sí, algunos... Juan XXIII... Entonces, siempre es posible; entonces, siempre es preciso emprender y perseverar.
Hablando, habían llegado al monte de los Olivos, rehaciendo el mismo camino que habían hecho en la siniestra noche de la traición. Pero aquel día era el del triunfo definitivo. Entonces Jesús fue llevado suavemente al cielo. Y una nube le escondió a la vista de ellos.
* * *
104. Hagámonos ante todo algunas Preguntas idiotas. El tipo de preguntas que hacen los niños, y a las que veces resulta tan difícil a los mayores contestar.
Cristo resucito de entre los muertos. Es un fenómeno milagroso, místico, pero también físico, del que no tenemos ninguna experiencia, y que, por lo tanto, nos es imposible apreciar en el plano físico. Los que creemos en el hecho físico de esa resurrección, creemos por el testimonio históricamente válido de los apóstoles, testigos de esa resurrección. Esos mismos testigos subrayaron fenómenos extraños que afectaban a ese cuerpo resucitado: podía cambiar de aspecto, atravesaba las paredes, aparecía o desaparecía a voluntad, y a aquí vemos que estaba libre de todo peso, y que podía incluso elevarse al cielo.
El testimonio apostólico, y por consiguiente nuestra fe, no se refieren tanto a esos diversos fenómenos, que son secundarios y derivados, cuanto al hecho, capital en efecto, de, la resurrección corporal de Jesús y de su entrada corporal en la vida eterna. He dicho -y no creo que sea absurdo, sostenerlo- que la promoción de un cuerpo humano a la participación en la eternidad debe, ser un choque, tan formidable para ese cuerpo, que no es extraño que, bajo el efecto de tal transmutación, ese cuerpo quede dotado de virtudes que nos parecen muy extrañas, según nuestra experiencia sublunar. Menos extrañas, sin embargo, para nosotros, habituados como estamos a las deslumbrantes realizaciones de la física, de la química, de la astronáutica. Personalmente, lo que me parece propiamente milagroso, es el acceso de un cuerpo a la inmortalidad; milagroso, pero no increíble, dada la omnipotencia de Dios. Admitido ese último hecho, lo que me parecería sospechoso es que tan prodigioso cambio de estado no hubiera tenido en ese cuerpo el efecto de dotarle de virtudes excepcionales.
Prosiguiendo nuestra averiguación, policíaca si se quiere, pues se trata también de comprobar coartadas, ¿donde estaba Jesús cuando no estaba con sus apóstoles, durante esos cuarenta días que separan su resurrección de su Ascensión? ¿Dónde está ahora, quiero decir, físicamente? ¿Dónde está su cuerpo?
Una primera indicación nos viene por las palabras de Jesús a María Magdalena: "Todavía no he subido al Padre... ", lo que parece indicar que subió junto al Padre después de ese encuentro. La Ascensión rea de Cristo con su cuerpo resucitado tuvo lugar el día de Pascua mismo. De "junto a su Padre" venia cuando se aparecía a sus discípulos.
Entonces, lo que se llama su Ascensión no fue sino una ascensión visible, más solemne, manifestación decisiva de su Gloria divina que asumía el cuerpo en el cielo, y acompañada de una nube, en la tradición de las teofanías en Israel. Esa ascensión era, por decirlo así', la "Ascensión oficial", que afirmaba pública y cósmicamente la glorificación divina del cuerpo del hijo más hermoso de los hombres. Además, los apóstoles, ya testigos de la resurrección, debían serlo también de la Ascensión. Esa Ascensión "oficial", sin embargo, no limita la libertad de movimientos de Jesucristo, puesto que pronto se aparecerá corporalmente a Saulo de tarso en el camino de Damasco.
En el plano de nuestra investigación, no hemos avanzado mucho. ¿Dónde está eso de "junto a su Padre" de que habla Jesús? La tradición designa ese, lugar como "el cielo", el "Paraíso", de que Jesús es ya Rey. Pero, por-desgracia, aquí la imaginación no puede sino extraviamos, más que en ningún otro momento. Para un cuerpo totalmente bajo el imperio formal de un alma glorificada y que participa en la vida eterna, las categorías del espacio y del tiempo no pueden ser las mismas que para nosotros. No creo que no podamos hacer una idea exacta de la "localización" de un cuerpo glorioso, como tampoco tenemos una imagen precisa de lo que representan las hipótesis del "universo en expansión". Pero esa franja donde la imaginación pierde pie, y que concedemos tan fácilmente a la ciencia, ¿por qué no concedérsela a los datos de la revelación?
Pero en verdad lo esencial de esa revelación no está ahí, lo esencial sigue siendo que los pecados se perdonan; que el universo, y el hombre en el interior del universo, están reconciliados con Dios; que se recobra la pureza; que Jesucristo domina toda creación en su misma naturaleza humana, y que ya queda abierto el acceso a la vida eterna para el hombre, alma y cuerpo. El Apocalipsis, último libro de la Biblia, nos lo dice más largo: la resurrección general de todos los muertos, su juicio, la recompensa de los elegidos, el castigo de los condenados, nada de eso se concibe sin una transmutación del universo entero, de sus leves, de sus categorías, y sin la instauración de una nueva física, concedida al nuevo destino del hombre. (Ap. 20,11-15; 21,1-7)
"Y vi un gran trono blanco, y el que se sentaba encima, ante cuyo rostro huyeron la tierra y el cielo, y no se les halló lugar. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, en pie ante el trono, y se abrieron unos libros, y se abrió otro libro, que es el de la vida. Y fueron juzgados los muertos según lo escrito en los libros, conforme a sus obras.
"Y entregó el mar los muertos que había en él, y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos, y fue juzgado cada cual según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al estanque del fuego. Esta es la segunda muerte, el estanque del fuego. Y el que no fue hallado escrito en el libro de la vida, fue lanzado al estanque del fuego.
"Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y ya no hay más mar. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, embellecida como novia para su esposo. Y oí un gran sonido que salía del trono diciendo: Mirad la Morada de Dios con los hombres, y acampará con ellos, y ellos serán su pueblo, y él será el Dios-con-ellos, y secará todas las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá más y secara muerte, ni llanto, ni quejas ni pena, porque pasó lo de antes.
"Y dijo el que se sienta en el trono: -Mirad, todo lo hago nuevo-. Y dijo: -Escribe, porque estas son las palabras ciertas y verdaderas. Yo soy la Alfa y la Omega, el principio y el fin. Yo, al que tenga sed, le daré de regalo la fuente del agua de vida. Esto re tocara al vencedor... -"
Una vez más, la física moderna nos ha habituado tanto a la relatividad y a considerar el universo bajo aspectos muy diferentes de sus aspectos clásicos, que la idea de su transmutación total, para que se convierta en la morada adecuada de Dios con sus elegidos glorificados incluso en sus cuerpos, no tiene nada que sorprenda profundamente. Es la experiencia primera lo que nos falta para juzgar, la experiencia de la Gloria repercutida en un cuerpo resucitado. No creo que un lector que haya meditado sobre estos problemas, y que reflexione sobre lo que escribo aquí, pueda pensar que esquivo la dificultad. En el límite de nuestros medios presentes de investigación, es de impaciencia desmesurada y sin duda frívolo el querer juzgar sobre un estado de que no tenemos ninguna experiencia directa y de base.
¿Por qué no nos habría dicho más Dios? Desconfiemos de la curiosidad por las cosas secundarias. Lo que Dios ha querido, en esa aventura terrestre de Cristo que encuentra en la Ascensión un primer punto de suspensión, es reconciliar consigo al universo, y al hombre en el centro del universo. Está hecho: La especie está salvada. Cierto que no se podía soñar tal obra maestra de salvación para una naturaleza que ya está asociada personalmente a la gloria misma de Dios. En Cristo, la aventura está soberbiamente concluida, la especie humana está triunfante, se ha salvado, esa salvación ya no puede quedar comprometida. Subiendo una vez al cielo, este hombre que es Jesucristo ha conquistado las llaves de la morada celeste, que es nuestra patria definitiva, y la abre a quien quiere. Habla nuestro lenguaje y nosotros podemos hablar el suyo.
Es posible que la especie humana no sea la única que esté compuesta de materia y de espíritu. Quizá otros planetas están habitados. Es posible... Quizá... ¿Por qué -no? Por lo que toca a la fe católica, esperamos a ver. De todas maneras siempre será bien venido cualquier descubrimiento que trastorne nuestra comodidad intelectual. Una vez que la ciencia y la técnica se han calzado sus botas de siete leguas, veo muy bien qué es lo que pierde el aliento siguiéndolas: es nuestra imaginación, no es, sin duda, la fe católica. Ésta y aquéllas no tienen la misma geografía y no corren por los mismos caminos.
Hoy como ayer, el hombre tiene necesidad de ser reconciliado, y no sólo consigo mismo, en el imperio de la naturaleza, sino con la fuente, r encima del mundo, de toda pureza y de toda santidad. Ahí es donde el cristianismo tiene su lugar, que nunca se le quitará, no porque sea el mejor según el mundo, sino porque es el lugar más humilde, al servicio paciente e inflexible del hombre y de su miseria original.
Permítaseme citar aquí a un novelista que me parece haber ido más lejos que cualquier otro escritor en la comprensión sobrenatural del mundo moderno y de su radical indigencia: "No se puede negar que Dios se haya hecho pequeño desde hace tiempo, muy pequeño. De ahí se deduce que se hará pequeño mañana como ayer, más pequeño, cada vez más pequeño. Sin embargo, nada nos obliga a creerlo... Llegará la hora en que, en un mundo organizado para la desesperanza, predicar la esperanza equivaldrá exactamente a lanzar un ascua en un barril de pólvora. Entonces... Hemos dejado al miserable entre vuestras manos bastante tiempo..." Cuando Bernanos habla de un "mundo organizado para la desesperanza", se refiere a un mundo que no deje lugar a una sola esperanza con las dimensiones del hombre y de su profunda nostalgia. Sí, de eso se trata; es posible que la expansión económica, el lujo, los altos salarios, las comodidades de la vida corriente, los seguros sociales o como sean, la misma voluptuosidad y el diario leído, escuchado o televisado, es posible que todo eso no baste para saciar una sed espiritual que, de un día a otro, puede hacerse más atroz que la sed del viajero extraviado en el desierto y que agoniza junto a su último bidón seco.
Por eso he escrito este libro, tomando mi turno de guardia como el último de los soldados en torno a ese testimonio salvador de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. He pensado en los que -conscientemente o no- buscan más allá del mundo una fuente de pureza y de reconciliación, que nuestra civilización moderna ha demostrado con evidencia que no es de este mundo. Los que buscan más allá de este mundo están en el buen camino, "caliente", como suele decirse. Pues bien, ¡que se calienten hasta consumirse! Llegará un momento en que el hombre tome conciencia de su verdadera estatura y que busque más allá, siempre más allá. La hora de la verdad llega siempre. Es la hora en que sentimos que no somos de este mundo, que no pertenecemos verdaderamente a este mundo. Esa hora le llega a todo hombre con la muerte. Para algunos llega mucho antes. Algunos piensan que cuanto antes, mejor.
Creo, en efecto, que lo cuerdo es confiar en Dios sobre las circunstancias de nuestra resurrección. Lo que es absolutamente verdadero, lo que hay que creer, es que resucitaremos, y nuestras almas recobrarán sus cuerpos, para aparecer ante el tribunal de Jesucristo, donde seremos juzgados sobre el amor. En cuanto a los que nos han precedido, y que querríamos volver a ver, la manera como Cristo se encontró otra vez con los suyos, tras su resurrección (en especial, su encuentro con María Magdalena en el jardín y el encuentro a orillas del lago de Tiberíades), esa manera sencilla, franca, cortés, pero llena de ternura, es para nosotros una prenda de lo que será nuestro encuentro con los que hemos amado, a quienes volveremos a hallar despojaos de egoísmo y de vanidad, como estaremos nosotros mismos, en la verdad de la Gloria.
Las ansiedades del luto trastornan nuestras imaginaciones, siempre dispuestas a la credulidad. Guardémonos, sin embargo, de la facilidad: la religión cristiana no es adivinadora, cartomántica, no dice la buenaventura: " ... gran viaje..., encuentro feliz..., ligera contrariedad..., retraso... un amigo que llega de lejos…, hay junto a usted alguien que le quiere mal, pero hay otra persona que le quiere bien..., finalmente todo irá bien...", ¡puaf!
La fe católica es que cada cual resucitara en su propio cuerpo, para ser juzgado con él en la confrontación general del segundo advenimiento, al sonido de la trompeta. Se han hecho las más pueriles suposiciones sobre ese tema en los arrabales de la teología. No ofrecen ningún interés. Hoy sabemos que la materia entera de nuestro cuerpo se renueva en unos meses, y que, a través de ese perpetuo renuevo de materia, nuestro cuerpo sigue siendo nuestro cuerpo. No es materia lo que faltara a ese principio voraz de asimilación y de vida que es el alma inmortal, ávida de recobrar un cuerpo que la exprese.
* * *
105. He dicho que nos falta experiencia de base, directa, necesaria para juzgar sobre el acontecimiento de la Ascensión. Pero podemos hallarle analogías que ayudan a comprender. La Ascensión del Señor es por excelencia un acontecimiento poético. El Verbo de Dios descendió de junto a Dios, se hizo carne, para reconciliar al universo con Dios. Una vez hecha esta reconciliación, a través del sufrimiento, la muerte y la resurrección, vuelve a subir a su lugar natural. Si, pero arrastra consigo la naturaleza humana, que asumió personalmente, y la arrastra liberada para siempre del mal y de la muerte. Jesús, por lo demás, había trazado por adelantado la parábola completa de su destino, cuando dijo a Nicodemo: "Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre".
La Ascensión corporal de Cristo al cielo es la recapitulación elíptica de su misterio propio de toda su enseñanza sobre sí misma. Él mismo tenía perfecta conciencia de que su ascensión visible pondría el colmo al asombro, o, como decía él, al escándalo que había venido a provocar al mundo. Tras el gran sermón eucarístico, que marca una fractura en su destino temporal, Jesús hace una profecía explícita de su ascensión, como si la ascensión debiera confirmar la realidad misma de la Eucaristía. Juan escribe: "Muchos discípulos suyos dijeron: -Duro es este lenguaje: ¿quién puede escucharlo?-. Sabiendo Jesús dentro de sí que sus discípulos murmuraban sobre esto, les dijo: -¿Esto os escandaliza? ¿Y si veis entonces al Hijo del hombre subiendo a donde estaba antes?"
No es sólo una naturaleza humana, un cuerpo humano que sube al cielo y alcanza así el lugar que le está destinado, sino que es ese cuerpo precioso y particular de Jesucristo, morada privilegiada de la gloria de Dios, templo del Espíritu Santo, verdadero Templo de Jerusalén, que sube al cielo para consumar allí y perpetuar en la eternidad la verdadera religión, el verdadero sacerdocio, el eterno perdón, cosas todas ellas de que la Tienda, el Templo, el sacerdocio de Aarón y la religión de Israel no eran sino figuras proféticas.
Aquí hay que citar la epístola a los Hebreos: "No entró Cristo en un santuario hecho por mano de hombre, copia del verdadero, sino en el mismo cielo, presentándose ahora a la vista de Dios por nosotros, no para ofrecerse más de una vez a sí mismo, como el sumo sacerdote entra en el santuario todos los años con sangre ajena, pues entonces Cristo hubiera tenido que padecer más de una vez desde la fundación del mundo. No, ahora se ha manifestado de una vez para todas, hasta el fin de los tiempos, para remisión de los pecados por su sacrificio. Y como los hombres mueren una sola vez, y tras de eso es el juicio, así también Cristo, habiéndose ofrecido una sola vez para quitar los pecados de muchos, se dejará ver por segunda vez, sin pecado, para darles la salvación."
La Ascensión es un fenómeno gratuito y que sólo encuentra su justificación en sí mismo. Me haré entender con un ejemplo. Voy a citar tres estrofas de un poema de Mallarmé, poema que me gusta mucho, pero cualquiera puede hacer la misma experiencia con cualquier poema, con tal que sea un verdadero poema.
Vertige! Voici que frissonne L'espace comme un grand baiser Qui, fou de naître pour personne Ne peut jaillir ni s'apaiser.
Sens-tu le paradis favouche Aínsí qúun rire ensevelí Se couler du, coín de ta bouche Au fond de l'unanime pli!
Le sceptre des rívages roses
Stagnants sur les soirs d'or, ce l'est,
Ce vol blanc fermé que tu poses
Contre le feu d'un bracelet.
Es imposible analizar o poner en fórmulas el encanto de tal poema[18]. Se puede tomar por separado cada una de las palabras engastadas en el poema: cada una de ellas está en el diccionario, y más que en el diccionario, en el lenguaje corriente; es usual, trivial, utilitaria, provista de un significado rastrero. Pero una vez asumida por el poeta, engastada por él en el poema, cada una de esas palabras, sin perder su significado propio, empieza a resplandecer con un esplendor y una gloria nueva. Ya no se trata de utilidad, sino de gracia.
Jesús resucitado y glorioso reconstituyó el poema entero de la creación. Su cuerpo sube al cielo, como la palabra recobra su inocencia nativa en el poema. Pues la palabra, no importa qué palabra, es más verdadera, más significativa, más ella misma, en el poema que en la conversación utilitaria. La Ascensión es Ya ascensión de una naturaleza humana al nivel original de su creación divina. No se puede concebir más alta gloria para esta naturaleza. De todas las criaturas, el Cristo hombre es ya la más feliz que hay. Siento un inmenso gozo al saber que por lo menos él es feliz, sin sombras, sin temor, sin reproche, y que esa felicidad no es debida sino a una pura victoria generosa, sin que le haya quitado nada a nadie, sino que, al contrario, lo da todo.
Así, el Verbo que está en el comienzo de todo, está también en el fin de todo. Todo el universo ha sido creado sólo para ser expresado finalmente por él, en él, en un largo poema agraciado. La Ascensión del Señor es el primer grito de alegría de ese largo poema. Ese grito queda suspendido en el cielo, como una llamada que se nos dirige. Sólo es cuestión nuestra entrar en el poema, a poco que perdamos nuestra avaricia utilitaria y volvamos a recuperar el espejo de nuestra natividad.
El Verbo está en el comienzo y en el fin de todo, igual que en la obra de arte el arte del artista está en el comienzo de la obra para concebirla, y es también él quien la ejecuta, y esta al final para juzgarla. Ese cuerpo que se eleva graciosamente en el cielo, bajo el imperio de una armonía universal restaurada, es la expresión y la garantía de que la música del mundo ha quedado liberada para siempre. Creo poder adivinar los sentimientos de admiración, de alegría, de respeto, de gratitud, y, en efecto, de liberación interior, que animaban el corazón de los Apóstoles ante tal logro de perfección.
La Semilla de Abraham, que es también Semilla de Dios, ha llegado a término. Se ha hecho un gran árbol, pero cuyo crecimiento se ha invertido, el ramaje llena el cielo, pero la raíz también está en el cielo:
O chestnut, tree, great rooted blossomer, Are you the leaf, the blossom or the bole? O body swayed to music, o brightening glance, How can we know the dancer from the dance?[19]
El poema tiene su arranque en Jesucristo. La historia de Jesucristo se confunde ya con la historia del mundo, de su redención, de su salvación y luego de su juicio. Jesús mismo, habiendo rozado por un momento la historia, ha pasado al otro lado de la historia y del tiempo. Pero ha puesto en marcha el poema. Y en ese poema, cada cual de nosotros tiene su lugar predestinado. Toda nuestra vocación es, sin perder nada de nuestra significación inmediata y natural, cumpliendo día tras día nuestra tarea temporal, tender el oído a la armonía eterna que nos llama, y hallarnos un día izados a la gloria incorruptible del poema divino enteramente reconstituido.
A lo largo de este libro me he cuidado de permanecer en contacto por un lado con la antigua profecía de Israel, y por otra parte con las preocupaciones y el lenguaje de mi época. Con una profecía, hecha siglos antes del nacimiento de Jesucristo, pero que él cumple soberanamente, y que no ha perdido nada de su acuidad de advertencia solemne, es como terminaré este libro, escrito en testimonio de la fe católica.
Estableceré con vosotros una alianza eterna:
Las misericordias prometidas a David.
Mirad, le puse como testigo para los pueblos,
Como jefe y maestro para las naciones.
Llamarás a una nación que no conocías,
Y correrán hacia ti naciones que no te conocen,
Por el Señor tu Dios,
El Santo de Israel, que te dio la Gloria.
Buscad a Yahvé mientras se le puede hallar,
Invocadle mientras está cerca.
Abandone el impío su camino
Y el hombre inicuo sus pensamientos,
Y vuélvase al Señor, y hallará misericordia; A nuestro Dios, rico en perdón.
Mis pensamientos no son vuestros pensamientos,
Ni vuestros caminos son mis caminos, dice el Señor.
Los cielos están muy por encima de la tierra:
Así mis caminos están muy por encima de vuestros caminos,
Y mis pensamientos por encima de los vuestros. Y, como bajan de los cielos la lluvia y la nieve
Y no vuelven a subir allá
Sin embriagar la tierra, sin empaparla,
Y la hacen germinar,
Y dar la semilla al sembrador,
Y el pan al que lo come,
Así será la palabra que sale de mi boca: No volverá a mí de vacío, Sino que hará lo que quise,
Y le irá bien en su misión. (Is. 55,3-11)
Eso es el cristianismo. La Palabra de Dios ha venido a compartir nuestra suerte y ha vuelto a subir hacia Dios, arrastrándonos en su estela de Gloria. Y, como dice san Pablo, antes la muerte que dejarnos arrancar la Gloria, esta Gloria. (1Cor. 9,15) El honor cristiano está en mantener la infancia sagrada de la humanidad, la esperanza de la gloría debido a los hijos de Dios:
Gloriamur in spe gloriae filiorum Dei. (Rom.5,2)
Junio 1964
Notas
[18] A pesar de que sea aún más imposible traducirlo que analizarlo, es obligado dar una versión aproximada del poema: "¡Vértigo! He aquí que se estremece / el espacio como un gran beso / que, loco de nacer para nadie, / no puede brotar ni apaciguarse. / ¡Siente el paraíso bra-vío / igual que una risa sepultada / manar desde la comisura de tu boca / al fondo del unánime pliegue! / El cetro de las riberas rosas / estancadas bajo los ocasos de oro, lo es, / ese vuelo blanco cerrado que pones / contra el fuego de una pulsera." (N. del T.)
[19] Aunque de modo muy vago, ofrecemos una versión: "Oh castaño, gran floración enraizada, / ¿eres la hoja, el brote o el tronco? / Oh cuerpo inclinado a la música, oh visión iluminadora, / ¿cómo podemos distinguir al danzarín de la danza?» (N. del T.)
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