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Capítulo 26
Prosigue en la misma materia. Va declarando y diciendo cosas que le han acaecido, que la hacían perder el temor y afirmar que era buen espíritu el que la hablaba.
1. Tengo por una de las grandes mercedes que me ha hecho el Señor este ánimo que me dio contra los demonios. Porque andar un alma acobardada y temerosa de nada sino de ofender a Dios, es grandísimo inconveniente. Pues tenemos Rey todopoderoso y tan gran Señor que todo lo puede y a todos sujeta, no hay qué temer, andando -como he dicho- [1] en verdad delante de Su Majestad y con limpia conciencia. Para esto, como he dicho [2], querría yo todos los temores: para no ofender en un punto a quien en el mismo punto nos puede deshacer; que contento Su Majestad, no hay quien sea contra nosotros que no lleve las manos en la cabeza [3].
Podráse decir que así es, mas que ¿quién será esta alma tan recta que del todo le contente?, y que por eso teme. -No la mía, por cierto, que es muy miserable y sin provecho y llena de mil miserias. Mas no ejecuta Dios como las gentes, que entiende nuestras flaquezas [4]. Mas por grandes conjeturas siente el alma en sí si le ama de verdad, porque las que llegan a este estado [5] no anda el amor disimulado como a los principios, sino con tan grandes ímpetus y deseo de ver a Dios, como después diré o queda ya dicho: [6] todo cansa, todo fatiga, todo atormenta. Si no es con Dios o por Dios, no hay descanso que no canse, porque se ve ausente de su verdadero descanso, y así es cosa muy clara que, como digo, no pasa en disimulación.
2. Acaecióme otras veces verme con grandes tribulaciones y murmuraciones sobre cierto negocio que después diré [7], de casi todo el lugar adonde estoy y de mi Orden, y afligida con muchas ocasiones que había para inquietarme, y decirme el Señor: ¿De qué temes? ¿No sabes que soy todopoderoso? Yo cumpliré lo que te he prometido [8] (y así se cumplió bien después), y quedar luego con una fortaleza, que de nuevo me parece me pusiera en emprender otras cosas, aunque me costasen más trabajos, para servirle, y me pusiera de nuevo a padecer.
Es esto tantas veces, que no lo podría yo contar. Muchas las que me hacía reprensiones y hace, cuando hago imperfecciones, que bastan a deshacer un alma; al menos traen consigo el enmendarse, porque Su Majestad -como he dicho- [9] da el consejo y el remedio. Otras, traerme a la memoria mis pecados pasados, en especial cuando el Señor me quiere hacer alguna señalada merced, que parece ya se ve el alma en el verdadero juicio; porque le representan la verdad con conocimiento claro, que no sabe adónde se meter. Otras avisarme de algunos peligros míos y de otras personas, cosas por venir, tres o cuatro años antes muchas, y todas se han cumplido. Algunas podrá ser señalar.
Así que hay tantas cosas para entender que es Dios, que no se puede ignorar, a mi parecer.
3. Lo más seguro es (yo así lo hago, y sin esto no tendría sosiego, ni es bien que mujeres le tengamos, pues no tenemos letras) [10] y aquí no puede haber daño sino muchos provechos, como muchas veces me ha dicho el Señor, que no deje de comunicar toda mi alma y las mercedes que el Señor me hace, con el confesor, y que sea letrado, y que le obedezca. Esto muchas veces.
Tenía yo un confesor [11] que me mortificaba mucho y algunas veces me afligía [12] y daba gran trabajo, porque me inquietaba mucho, y era el que más me aprovechó, a lo que me parece. Y aunque le tenía mucho amor, tenía algunas tentaciones por dejarle, y parecíame me estorbaban aquellas penas que me daba de la oración. Cada vez que estaba determinada a esto, entendía luego que no lo hiciese, y una reprensión que me deshacía más que cuanto el confesor hacía. Algunas veces me fatigaba: cuestión por un cabo y reprensión por otro, y todo lo había menester, según tenía poco doblada la voluntad.
Díjome una vez que no era obedecer si no estaba determinada a padecer; que pusiese los ojos en lo que El había padecido, y todo se me haría fácil [13].
4. Aconsejóme una vez un confesor que a los principios me había confesado, que ya que estaba probado ser buen espíritu, que callase y no diese ya parte a nadie, porque mejor era ya estas cosas callarlas. A mí no me pareció mal, porque yo sentía tanto cada vez que las decía al confesor, y era tanta mi afrenta, que mucho más que confesar pecados graves lo sentía algunas veces; en especial si eran las mercedes grandes, parecíame no me habían de creer y que burlaban de mí. Sentía yo tanto esto, que me parecía era desacato a las maravillas de Dios, que por esto quisiera callar. Entendí entonces que había sido muy mal aconsejada de aquel confesor, que en ninguna manera callase cosa al que me confesaba, porque en esto había gran seguridad, y haciendo lo contrario podría ser engañarme alguna vez.
5. Siempre que el Señor me mandaba una cosa en la oración, si el confesor me decía otra, me tornaba el mismo Señor a decir que le obedeciese; después Su Majestad le volvía para que me lo tornase a mandar [14].
Cuando se quitaron muchos libros de romance, que no se leyesen [15], yo sentí mucho, porque algunos me daba recreación leerlos y yo no podía ya, por dejarlos en latín; me dijo el Señor. No tengas pena, que Yo te daré libro vivo. Yo no podía entender por qué se me había dicho esto, porque aún no tenía visiones [16]. Después, desde a bien pocos días, lo entendí muy bien, porque he tenido tanto en qué pensar y recogerme en lo que veía presente, y ha tenido tanto amor el Señor conmigo para enseñarme de muchas maneras, que muy poca o casi ninguna necesidad he tenido de libros; Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las verdades ¡Bendito sea tal libro, que deja imprimido lo que se ha de leer y hacer, de manera que no se puede olvidar! ¿Quién ve al Señor cubierto de llagas y afligido con persecuciones que no las abrace y las ame y las desee? ¿Quién ve algo de la gloria que da a los que le sirven que no conozca es todo nonada cuanto se puede hacer y padecer, pues tal premio esperamos? ¿Quién ve los tormentos que pasan los condenados, que no se le hagan deleites los tormentos de acá en su comparación, y conozcan lo mucho que deben al Señor en haberlos librado tantas veces de aquel lugar?
6. Porque con el favor de Dios se dirá más de algunas cosas, quiero ir adelante en el proceso de mi vida [17]. Plega al Señor haya sabido declararme en esto que he dicho. Bien creo que quien tuviere experiencia lo entenderá y verá que he atinado a decir algo; quien no, no me espanto le parezca desatino todo. Basta decirlo yo para quedar disculpado, ni yo culparé a quien lo dijere.
El Señor me deje atinar en cumplir su voluntad. Amén.
Notas
[1] Lo ha dicho en el c. 25, 21.
[2] Remite al n. 20 del mismo c. 25.
[3] Lleve las manos en la cabeza: ir derrotado, salir escarmentado.
[4] Dios... entiende nuestras flaquezas: faceta típica de la imagen de Dios en la Santa: cf. 37, 5; y 4, 10.
[5] En las que llegan, corrigió fray Luis (p. 309).
[6] Después diré: c. 29, 8-14 y 30, 19. - O queda dicho: c. 20, 9-14 y 22; c. 21, 6, etc.
[7] Después diré: alude al pequeño drama de la fundación de San José (cc. 32-36). - Este lugar: Ávila. - Y mi Orden: la Orden del Carmen. Nótese la constancia del anonimato: a lo largo del relato nunca se dice que las cosas suceden «en Ávila», o que la protagonista es monja «carmelita» en «la Encarnación de Ávila». Recuérdese el criterio adoptado en el c. 10.
[8] De nuevo, las palabras interiores son un condensado de pasajes bíblicos: Jn 6, 20, etc.
[9] Lo ha dicho en el c. 25, 3 y 18.
[10] No tenemos letras: no tenemos estudios, no somos «letradas».
[11] Un confesor: el P. Baltasar Alvarez (cf. 28, n. 14).
[12] Había escrito: me afligía mucho; luego borró esta última palabra, por hallarse repetida cuatro veces en pocas líneas. Fray Luis también la omitió (p. 311).
[13] Palabra interior, que pasará a ser una de sus consignas cristológicas: cf. Moradas I, 2, 11; 7, 4, 8: Camino 2, 1. Reaparecerá en Vida 35, 14; 39, 12; y en las Relaciones: 8. 11. 15. 36.
[14] Es una de sus normas de discernimiento interior: cf. Rel. 4, 11: «Jamás hizo cosa (habla de sí misma) por lo que entendía en la oración, antes si le decían sus confesores al contrario, lo hacía luego».
[15] Alude al «Indice de libros prohibidos», publicado por el inquisidor Fernando de Valdés en Valladolid el 17 de agosto de 1559. - En él se prohibían no sólo libros heréticos de allende los Pirineos, sino obras de los «espirituales españoles», como san Juan de Ávila, san Francisco de Borja, Bernabé de Palma, Bartolomé de Carranza, Luis de Granada, etc. Este último, en carta al arzobispo Carranza escribía a propósito del Indice: «Con todo esto habrá un pedazo de trabajo, por estar el Arzobispo (= el inquisidor Valdés) tan contrario a cosas que él llama de contemplación para mujeres de carpinteros» (Obras de fr. L. de Granada, t. 14, p. 441). - En el Camino de Perfección, la Santa ironizará repetidas veces contra ese «Indice»: cf. Camino E. 35, 4; 36, 4.
[16] Aún no tenía visiones: el episodio del «Indice» es, pues, un buen hito cronológico: anuncia el comienzo de las «visiones» (cc. 27-28...), dentro del periodo de «unión mística» y de «arrobamientos» que preceden a esa fecha (agosto de 1559).
[17] Concluye aquí el paréntesis doctrinal (c. 25...) dedicado a fijar criterios para discernir las «palabras interiores», si bien en este último capítulo la exposición se ha entrelazado con nuevos datos autobiográficos.
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