conoZe.com » bibel » Documentos » Juan Pablo II » Encíclicas de Juan Pablo II » Dominum et vivificantem » Parte I.- El Espíritu del Padre y del Hijo, dado a la Iglesia

4. El Mesías ungido con el Espíritu Santo

15. Se realiza así completamente la misión del Mesías, que recibió la plenitud del Espíritu Santo para el Pueblo elegido de Dios y para toda la humanidad. «Mesías» literalmente significa «Cristo», es decir «ungido»; y en la historia de la salvación significa «ungido con el Espíritu Santo». Esta era la tradición profética del Antiguo Testamento. Siguiéndola, Simón Pedro dirá en casa de Cornelio: «Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea ... después que Juan predicó el bautismo; como Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder».[50]

Desde estas palabras de Pedro y otras muchas parecidas [51] conviene remontarse ante todo a la profecía de Isaías, llamada a veces «el quinto evangelio» o bien el «evangelio del Antiguo Testamento». Aludiendo a la venida de un personaje misterioso, que la revelación neotestamentaria identificará con Jesús, Isaías relaciona la persona y su misión con una acción especial del Espíritu de Dios, Espíritu del Señor. Dice así el Profeta:

«Saldrá un vástago del tronco de Jesé

y un retoño de sus raíces brotará.

Reposará sobre él el espíritu del Señor:

espíritu de sabiduría e inteligencia,

espíritu de consejo y fortaleza,

espíritu de ciencia y de temor del Señor.

Y le inspirará en el temor del Señor».[52]

Este texto es importante para toda la pneumatología del Antiguo Testamento, porque constituye como un puente entre el antiguo concepto bíblico de «espíritu», entendido ante todo como «aliento carismático», y el «Espíritu» como persona y como don, don para la persona. El Mesías de la estirpe de David («del tronco de Jesé») es precisamente aquella persona sobre la que «se posará» el Espíritu del Señor. Es obvio que en este caso todavía no se puede hablar de la revelación del Paráclito; sin embargo, con aquella alusión velada a la figura del futuro Mesías se abre, por decirlo de algún modo, la vía sobre la que se prepara la plena revelación del Espíritu Santo en la unidad del misterio trinitario, que se manifestará finalmente en la Nueva Alianza.

16. El Mesías es precisamente esta vía. En la Antigua Alianza la unción era un símbolo externo del don del Espíritu. El Mesías (mucho más que cualquier otro personaje ungido en la Antigua Alianza) es el único gran Ungido por Dios mismo. Es el Ungido en el sentido de que posee la plenitud del Espíritu de Dios. El mismo será también el mediador al conceder este Espíritu a todo el Pueblo. En efecto, dice el Profeta con estas palabras:

«El Espíritu del Señor está sobre mí,

por cuanto que me ha ungido el Señor.

A anunciar la buena nueva a los pobres me ha a enviado,

a vendar los corazones rotos;

a pregonar a los cautivos la liberación,

y a los reclusos la libertad;

a pregonar año de gracia del Señor».[53]

El Ungido es también enviado «con el Espíritu del Señor».

«Ahora el Señor Dios me envía con su espíritu».[54]

Según el libro de Isaías, el Ungido y el Enviado junto con el Espíritu del Señor es también el Siervo elegido del Señor, sobre el que se posa el Espíritu de Dios:

«He aquí a mi siervo a quien sostengo,

mi elegido en quien se complace mi alma.

He puesto mi espíritu sobre él».[55]

Se sabe que el Siervo del Señor es presentado en el Libro de Isaías como el verdadero varón de dolores: el Mesías doliente por los pecados del mundo.[56] Y a la vez es precisamente aquél cuya misión traerá verdaderos frutos de salvación para toda la humanidad:

«Dictará ley a las naciones ...»; [57] y será «alianza del pueblo y luz de las gentes ...»; [58] «para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra».[59]

Ya que:

«Mi espíritu que ha venido sobre ti

y mis palabras que he puesto en tus labios

no caerán de tu boca ni de la boca de tu descendencia

ni de la boca de la descendencia de tu descendencia,

dice el Señor, desde ahora y para siempre».[60]

Los textos proféticos expuestos aquí deben ser leídos por nosotros a la luz del Evangelio, como a su vez el Nuevo Testamento recibe una particular clarificación por la admirable luz contenida en estos textos veterotestamentarios. El profeta presenta al Mesías como aquél que viene por el Espíritu Santo, como aquél que posee la plenitud de este Espíritu en sí y, al mismo tiempo, para los demás, para Israel, para todas las naciones y para toda la humanidad. La plenitud del Espíritu de Dios está acompañada de múltiples dones, los de la salvación, destinados de modo particular a los pobres y a los que sufren, a todos los que abren su corazón a estos dones, a veces mediante las dolorosas experiencias de su propia existencia, pero ante todo con aquella disponibilidad interior que viene de la fe. Esto intuía el anciano Simeón, «hombre justo y piadoso» ya que «estaba en él el Espíritu Santo», en el momento de la presentación de Jesús en el Templo, cuando descubría en él la «salvación preparada a la vista de todos los pueblos» a costa del gran sufrimiento —la Cruz— que había de abrazar acompañado por su Madre.[61] Esto intuía todavía mejor la Virgen María, que «había concebido del Espíritu Santo»,[62] cuando meditaba en su corazón los «misterios» del Mesías al que estaba asociada.[63]

17. Conviene subrayar aquí claramente que el «Espíritu del Señor», que «se posa» sobre el futuro Mesías, es ante todo un don de Dios para la persona de aquel Siervo del Señor. Pero éste no es una persona aislada e independiente, porque actúa por voluntad del Señor en virtud de su decisión u opción. Aunque a la luz de los textos de Isaías la actuación salvífica del Mesías, Siervo del Señor, encierra en sí la acción del Espíritu que se manifiesta a través de él mismo, sin embargo en el contexto veterotestamentario no está sugerida la distinción de los sujetos o de las personas divinas, tal como subsisten en el misterio trinitario y son reveladas luego en el Nuevo Testamento. Tanto en Isaías como en el resto del Antiguo Testamento la personalidad del Espíritu Santo está totalmente «escondida»: escondida en la revelación del único Dios, así como también en el anuncio del futuro Mesías.

18. Jesucristo se referirá a este anuncio, contenido en las palabras de Isaías, al comienzo de su actividad mesiánica. Esto acaecerá en Nazaret mismo donde había transcurrido treinta años de su vida en la casa de José, el carpintero junto a María, su Madre Virgen. Cuando se presentó la ocasión de tomar la palabra en la Sinagoga, abriendo el libro de Isaías encontró el pasaje en que estaba escrito: «EL Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto que me ha ungido el Señor» y después de haber leído este fragmento dijo a los presentes: «Esta Escritura que acabáis de oír, se ha cumplido hoy».[64] De este modo confesó y proclamó ser el que «fue ungido» por el Padre, ser el Mesías, es decir Cristo, en quien mora el Espíritu Santo como don de Dios mismo, aquél que posee la plenitud de este Espíritu, aquél que marca el «nuevo inicio» del don que Dios hace a la humanidad con el Espíritu.

Notas

[50] Act 10, 37 s.

[51] Cf. Lc 4, 16-21; 3, 16; 4, 14; Mc 1, 10.

[52] Is 11, 1-3.

[53] Is 61, 1 s.

[54] Is 48, 16.

[55] Is 42, 1.

[56] Cf. Is 53, 5-6. 8.

[57] Is 42, 1.

[58] Is 42, 6.

[59] Is 49, 6.

[60] Is 59, 21.

[61] Cf. Lc 2, 25-35.

[62] Cf. Lc 1, 35.

[63] Cf. Lc 2, 19. 51.

[64] Cf. Lc 4, 16-21; Is 61, 1 s.

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