conoZe.com » bibel » Documentos » Juan Pablo II » Encíclicas de Juan Pablo II » Redemptoris missio » Capítulo V.- Los Caminos de la Misión

Promover el desarrollo, educando las conciencias

58. La misión ad gentes se despliega aun hoy día, mayormente, en aquellas regiones del Sur del mundo donde es más urgente la acción para el desarrollo integral y la liberación de toda opresión. La Iglesia siempre ha sabido suscitar, en las poblaciones que ha evangelizado, un impulso hacia el progreso, y ahora mismo los misioneros, más que en el pasado, son conocidos también como promotores de desarrollo por gobiernos y expertos internacionales, los cuales se maravillan del hecho de que se consigan notables resultados con escasos medios.

En la Encíclica Sollicitudo rei socialis he afirmado que «la Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer al problema del subdesarrollo en cuanto tal», sino que «da su primera contribución a la solución del problema urgente del desarrollo cuando proclama la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre, aplicándola a una situación concreta».[108] La Conferencia de los Obispos latinoamericanos en Puebla afirmó que «el mejor servicio al hermano es la evangelización, que lo prepara a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente».[109] La misión de la Iglesia no es actuar directamente en el plano económico, técnico, político o contribuir materialmente al desarrollo, sino que consiste esencialmente en ofrecer a los pueblos no un «tener más», sino un «ser más», despertando las conciencias con el Evangelio. El desarrollo humano auténtico debe echar sus raíces en una evangelización cada vez más profunda».[110]

La Iglesia y los misioneros son también promotores de desarrollo con sus escuelas, hospitales, tipografías, universidades, granjas agrícolas experimentales. Pero el desarrollo de un pueblo no deriva primariamente ni del dinero, ni de las ayudas materiales, ni de las estructuras técnicas, sino más bien de la formación de las conciencias, de la madurez de la mentalidad y de las costumbres. Es el hombre el protagonista del desarrollo, no el dinero ni la técnica. La Iglesia educa las conciencias revelando a los pueblos al Dios que buscan, pero que no conocen; la grandeza del hombre creado a imagen de Dios y amado por él; la igualdad de todos los hombres como hijos de Dios; el dominio sobre la naturaleza creada y puesta al servicio del hombre; el deber de trabajar para el desarrollo del hombre entero y de todos los hombres.

59. Con el mensaje evangélico la Iglesia ofrece una fuerza liberadora y promotora de desarrollo, precisamente porque lleva a la conversión del corazón y de la mentalidad; ayuda a reconocer la dignidad de cada persona; dispone a la solidaridad, al compromiso, al servicio de los hermanos; inserta al hombre en el proyecto de Dios, que es la construcción del Reino de paz y de justicia, a partir ya de esta vida. Es la perspectiva bíblica de los «nuevos cielos y nueva tierra» (cf. Is 65, 17; 2 Pe 3, 13; Ap 21, 1), la que ha introducido en la historia el estímulo y la meta para el progreso de la humanidad. El desarrollo del hombre viene de Dios, del modelo de Jesús Dios y hombre, y debe llevar a Dios.[111] He ahí por qué entre el anuncio evangélico y promoción del hombre hay una estrecha conexión.

La aportación de la Iglesia y de su obra evangelizadora al desarrollo de los pueblos abarca no sólo el Sur del mundo, para combatir la miseria y el subdesarrollo, sino también el Norte, que está expuesto a la miseria moral y espiritual causada por el «superdesarrollo».[112] Una cierta modernidad arreligiosa, dominante en algunas partes del mundo, se basa sobre la idea de que, para hacer al hombre más hombre, baste enriquecerse y perseguir el crecimiento técnico-económico. Pero un desarrollo sin alma no puede bastar al hombre, y el exceso de opulencia es nocivo para él, como lo es el exceso de pobreza. El Norte del mundo ha construido un «modelo de desarrollo» y lo difunde en el Sur, donde el espíritu religioso y los valores humanos, allí presentes, corren el riesgo de ser inundados por la ola del consumismo. «Contra el hambre cambia la vida» es el lema surgido en ambientes eclesiales, que indica a los pueblos ricos el camino para convertirse en hermanos de los pobres; es necesario volver a una vida más austera que favorezca un nuevo modelo de desarrollo, atento a los valores éticos y religiosos. La actividad misionera lleva a los pobres luz y aliento para un verdadero desarrollo, mientras que la nueva evangelización debe crear en los ricos, entre otras cosas, la conciencia de que ha llegado el momento de hacerse realmente hermanos de los pobres en la común conversión hacia el «desarrollo integral», abierto al Absoluto.[113]

Notas

[108] Enc. Sollicitudo rei socialis (30 de diciembre de 1987), 41: AAS 80 (1988), 570 s.

[109] Documentos de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla, México, (1979), 3760 (1145).

[110] Discurso a los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, en Yakartas, Indonesia, 10 de octubre de 1989, 5: L'Osservatore Romano, ed. en lengua española, 22 de octubre de 1989.

[111] Cf. Pablo VI, Enc. Populorum progressio, 14-21; 40-42: l.c., 264-268, 277 s.; Juan Pablo II, Enc. Sollicitudo rei socialis, 27-41: l.c., 547-572.

[112] Cf. Enc. Sollicitudo rei socialis, 28 : l.c., 548-550.

[113] Cf. ibid., cap. IV, 27-34: l.c., 547-560; Pablo VI, Enc. Populorum progressio, 19-21. 41-42: l.c., 266-268, 277 s.

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