» bibel » Documentos » Juan Pablo II » Encíclicas de Juan Pablo II » Ut unum sint » I.- El compromiso Ecumenico de la Iglesia Católica
Diálogo ecuménico
28. Si la oración es el «alma» de la renovación ecuménica y de la aspiración a la unidad; sobre ella se fundamenta y en ella encuentra su fuerza todo lo que el Concilio define como «diálogo». Esta definición no está ciertamente lejos delpensamiento personalista actual. La actitud de «diálogo» se sitúa en el nivel de la naturaleza de la persona y de su dignidad. Desde el punto de vista filosófico, esta posición se relaciona con la verdad cristiana sobre el hombre expresada por el Concilio. En efecto, el hombre «es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma»; por tanto «no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino en la entrega sincera de sí mismo».[51] El diálogo es paso obligado del camino a recorrer hacia la autorrealización del hombre, tanto del individuo como también de cada comunidad humana. Si bien del concepto de «diálogo» parece emerger en primer plano el momento cognoscitivo (dia–logos), cada diálogo encierra una dimensión global, existencial. Abarca al sujeto humano totalmente; el diálogo entre las comunidades compromete de modo particular la subjetividad de cada una de ellas.
Esta verdad sobre el diálogo, expresada tan profundamente por el Papa Pablo VI en la Encíclica Ecclesiam suam, [52] fue también asumida por la doctrina y la actividad ecuménica del Concilio. El diálogo no es sólo un intercambio de ideas. Siempre es de todos modos un «intercambio de dones».[53]
29. Por este motivo, el Decreto conciliar sobre el ecumenismo pone también en primer plano «todos los esfuerzos para eliminar palabras, juicios y acciones que no respondan, según la justicia y la verdad, a la condición de los hermanos separados, y que por lo mismo hagan más difíciles las relaciones mutuas con ellos».[54] Este Documento afronta la cuestión desde el punto de vista de la Iglesia católica y se refiere al criterio que ella debe aplicar en relación con los demás cristianos. Sin embargo, en todo esto hay una exigencia de reciprocidad. Seguir este criterio es un compromiso indispensable de cada una de las partes que quieren dialogar y es condición previa para comenzarlo. Es necesario pasar de una situación de antagonismo y de conflicto a un nivel en el que uno y otro se reconocen recíprocamente como asociados. Cuando se empieza a dialogar, cada una de las partes debe presuponer una voluntad de reconciliación en su interlocutor, deunidad en la verdad. Para realizar todo esto, deben evitarse las manifestaciones de recíproca oposición. Sólo así el diálogo ayudará a superar la división y podrá acercar a la unidad.
30. Se puede afirmar, con viva gratitud hacia el Espíritu de verdad, que el Concilio Vaticano II fue un tiempo providencial durante el cual se realizaron las condiciones fundamentales para la participación de la Iglesia católica en el diálogo ecuménico. Por otra parte, la presencia de numerosos observadores de varias Iglesias y Comunidades eclesiales, su profunda implicación en el acontecimiento conciliar, los numerosos encuentros y las oraciones en común que el Concilio ha hecho posibles, han contribuido a que se dieran las condiciones para el diálogo. Durante el Concilio, los representantes de las Iglesias y Comunidades cristianas experimentaron la disposición para el diálogo del episcopado católico del mundo entero y, en particular, de la Sede Apostólica.
Notas
[51] Conc. Ecum. Vat. I I, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 24.
[52] Cf. AAS 56 ( 1964), 609-659.
[53] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 13.
[54] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 4.
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